1783 Astronomía. El primer vislumbre de un agujero negro
El reverendo John Michell, un distinguido astrónomo y rector de Thornhill, en Yorkshire, presentó una comunicación a la Sociedad Real en la que sugería que podía haber estrellas tan grandes que su atracción gravitatoria impidiera que de ellas saliera la luz. Anticipó así no sólo la teoría de la relatividad general de Einstein, sino también el concepto de agujero negro, que los cosmólogos modernos plantearon por primera vez como hipótesis en la década de 1930 como un medio de explicar lo que ocurre cuando grandes estrellas se desintegran al final de su vida.
1784 Tecnología de las comunicaciones. Las velocidades elevadas pueden causar la muerte, opina un médico
(Agosto). John Palmer inició un servicio de carruajes rápidos para el correo urgente entre Bath y Londres (una distancia de alrededor de ciento sesenta kilómetros) que reducía el tiempo del recorrido de 38 a 16 horas. Algunos se alarmaron por este nuevo logro. «El viaje regular a una velocidad tan prodigiosa», escribía un médico preocupado en el Bath Argus, «provocará a buen seguro la muerte por apoplejía». Temores similares se expresaron una o dos generaciones más tarde, con el advenimiento del ferrocarril. «Viajar en ferrocarril a velocidad elevada no es posible», opinaba Dionysus Lardner, profesor de filosofía natural y astronomía del Colegio Universitario de Londres, hacia 1830, «porque los pasajeros, incapaces de respirar, morirían de asfixia». Un siglo después, se cantaba la misma y vieja canción. En su libro de 1936 After Us, John P. Lockhart-Mummery, un miembro del Real Colegio de Cirujanos, advertía: «La aceleración que habrá de resultar del uso de cohetes dañará inevitablemente el cerebro sin posibilidad de curación». Lockhart-Mummery acertó más que sus predecesores: tanto los pilotos de caza como los astronautas han de ser adiestrados cuidadosamente para que soporten las grandes fuerzas gravitatorias sin peligro.
1786 Electricidad. Ranas frenéticas y cadáveres convulsos
El médico y físico italiano Luigi Galvani, disecando una rana en una mesa durante una tronada, observó que cuando el nervio ciático de la rana entraba en contacto con el escalpelo (que se había cargado), los músculos de la rana se sacudían bruscamente. A continuación, utilizó ganchos de latón para colgar una fila de ranas disecadas de una barandilla de hierro, y advirtió que sus músculos se contraían cuando las ranas tocaban el hierro, aunque no se estuviera produciendo ninguna tronada. Galvani concluyó que el movimiento muscular era causado por un fluido eléctrico que discurría desde los nervios a los músculos. Su contemporáneo Alessandro Volta demostró que lo que Galvani denominaba «electricidad animal» (que creía que era un fenómeno exclusivo de los animales) no era en absoluto distinta de la corriente que Volta generaba en sus «pilas voltaicas», que consistían en una serie de placas (electrodos) hechas de metales diferentes y separadas por una solución salina (el electrolito). En el caso de las ranas, los ganchos de latón y la barandilla de hierro habían actuado como electrodos, y los líquidos del interior de los tejidos de las ranas como electrolito. No obstante, la idea de Galvani de electricidad animal y la descripción de sus experimentos influyeron en el relato de Mary Shelley sobre la creación del monstruo en su novela Frankenstein, publicada en 1818, dos décadas después de la muerte de Galvani.
Se desconoce si la novelista estaba asimismo familiarizada con el trabajo del sobrino de Galvani, el físico Giovanni Aldini. Siguiendo las ideas de su tío, Aldini realizaba demostraciones públicas en las que hacía pasar corrientes eléctricas a través de humanos y de animales, produciendo así sacudidas, convulsiones y espasmos de la cara y las extremidades. Un espectador dejó un relato de una de esas demostraciones:
Aldini, después de haber cortado la cabeza de un perro, hace pasar a su través la corriente de una potente batería; el simple contacto desencadena convulsiones realmente terribles. Las mandíbulas se abren, los dientes castañetean, los ojos giran en sus órbitas; y si la razón no detuviera la imaginación excitada, uno creería casi que el animal está vivo de nuevo y sufriendo.
En el Real Colegio de Cirujanos en 1803, Aldini experimentó ante una audiencia médica y general en el cuerpo de un criminal que acababa de ser colgado, George Foster, tocando varias partes de su cuerpo con bastones conectados a una potente batería. Cuando los bastones tocaron la boca y la oreja, «la mandíbula empezó a estremecerse, los músculos contiguos se contorsionaron de forma horrible y el ojo izquierdo se abrió realmente». El resultado más espectacular tuvo lugar cuando se aplicó un bastón al recto de mister Foster, lo que provocó que todo el cuerpo se convulsionara tanto «que casi se dio una apariencia de reanimación». Fueron estos experimentos los que nos dieron el verbo «galvanizar[*]».
1788 Zoología/Inmunología. Jenner, exaltado por su trabajo sobre los cuclillos
Edward Jenner fue elegido miembro de la Sociedad Real por su trabajo para dilucidar la vida del pollo del cuco en el nido. Nueve años más tarde, cuando envió a la Sociedad un artículo que informaba de sus experimentos pioneros sobre vacunación, se le dijo que «no debería arriesgar su reputación presentando al claustro académico algo que parecía apartarse tanto del saber establecido y que además era tan increíble». Lo que la Sociedad no previo es que en 1979 la vacunación había eliminado la viruela en todo el mundo.
1789 Química. El triunfo del oxígeno sobre el flogisto
Para celebrar su demostración del papel del oxígeno en la combustión, y la consiguiente abominación de la teoría del flogisto de Georg-Ernst Stahl, que había dominado el pensamiento científico durante medio siglo, el químico francés Antoine Lavoisier, un hombre vano y rapaz, organizó en su casa de París un drama alegórico, al que invitó al haut monde de la ciudad. En este entretenimiento, la teoría del flogisto, personificada por un viejo decrépito que llevaba una máscara que se parecía a Stahl, era sometido a juicio, y los cargos contra él los leía «Oxígeno», un joven bien parecido. El acusado fue declarado culpable y los jueces, entre los que se contaba el mismo Lavoisier, dictaron sentencia. Después, el libro de Stahl fue entregado a las llamas por madame Lavoisier, vestida con el blanco ropaje de una sacerdotisa. Esto ocurrió poco después de la toma de la Bastilla.
En 1794, durante el Terror, el propio Lavoisier fue llevado a juicio por su papel como recaudador de impuestos y enviado a la guillotina. Se cuenta una historia, aparentemente apócrifa, según la cual, para ver durante cuánto tiempo se mantenía la conciencia después de la caída de la cuchilla, decidió que parpadearía tantas veces como pudiera una vez le hubieran separado la cabeza del cuerpo, y ordenó a su criado que registrara el resultado. Supuestamente, hubo entre quince y veinte parpadeos… aunque es más probable que tales manifestaciones (que se han registrado en otros casos) fueran reflejos musculares, porque probablemente la conciencia se pierde a los dos o tres segundos de la decapitación.
1789 Física/Fisiología. Camisas húmedas en el Pacífico
Después de haber sido abandonado por los amotinados a bordo de la Bounty, el capitán Bligh instruyó a sus compañeros leales con los que compartía la pequeña chalupa para que mantuvieran su ropa empapada de agua de mar durante todo el notable viaje de 47 días a través del océano Pacífico, hasta Timor. Los amotinados sólo habían aprovisionado a los abandonados con comida y agua para unos pocos días, y Bligh comprendió que sólo podrían sobrevivir capturando peces y recogiendo agua de lluvia. La idea que había detrás de mantener la ropa constantemente húmeda era que el efecto refrescante de la evaporación del agua de mar reduciría la cantidad de líquidos que los hombres perderían al sudar bajo el cálido sol tropical. En 1951, la Royal Navy realizó experimentos en el estrecho de Johor, en el extremo de la península Malaya, y encontró que si los hombres en balsas salvavidas mantenían sus ropas húmedas de esta manera, su tiempo de supervivencia, si disponían de poca agua dulce o ninguna, podía extenderse desde dos a tres días hasta dos a tres semanas.
1791 Cosmología. Un Gran Colapso poético
En su extenso poema botánico The Economy of Vegetation, Erasmus Darwin anticipó una teoría moderna sobre el futuro del universo. Sostiene ésta que la expansión que se inició con el Gran Estallido acabará por perder su impulso, se desacelerará y se detendrá. Después seguirá un Gran Colapso[*], cuando la gravedad atraiga a toda la materia hacia un único punto. Esto, a su vez, será seguido por otro Gran Estallido, que señalará el nacimiento de un nuevo universo. En su poema, Darwin apostrofa a las estrellas de esta guisa:
¡Flores del cielo! ¡También vosotras tenéis que rendiros a la edad,
frágiles como vuestras hermanas sedosas del campo!
¡Una estrella tras otra desde la elevada bóveda del cielo se
apresurarán,
los soles se hundirán sobre soles, y los sistemas aplastarán a
sistemas,
precipitadamente, extintos, caerán a un centro oscuro.
Y muerte, noche y caos los mezclarán!
Hasta que, de la ruina, surgiendo de la tormenta, la naturaleza inmortal eleve su forma cambiante,
surja de su pira funeraria sobre alas flamígeras, y se remonte y brille, otra y la misma[5].
Una de las teorías alternativas sostiene que si no hay materia suficiente para ejercer la atracción gravitatoria necesaria para el Gran Colapso, el universo continuará expandiéndose y al final, debido al proceso de entropía, se degradará en partículas cada vez más pequeñas. Esto culminará en lo que se ha llamado la muerte térmica del universo. En otro de estos supuestos teóricos, las observaciones de que objetos celestes situados hacia el borde del universo observable parecen acelerar a medida que se alejan de nosotros, han sugerido a algunos que existe una «energía oscura», antigravitatoria, todavía no identificada, que está operando.
1792 Tecnología. El primer ataúd de seguridad
Antes de su muerte, el duque Fernando de Brunswick ordenó ser enterrado en un ataúd provisto de una ventana, un tubo de aire y una cerradura en el interior, mientras que en su mortaja deberían colocarse dos llaves, una para el ataúd y otra para la puerta del mausoleo en el que fue enterrado. Ideas posteriores para ataúdes de seguridad incluían las que sugirió un tal pastor Beck, a finales de la misma década. Implicaba la instalación de un tubo que conectaba el ataúd con el exterior, de manera que el sacerdote pudiera comprobar diariamente si emanaba del cadáver el olor esperado de carne en putrefacción; si no era así, tendría que excavarse y abrirse el ataúd, en caso de que el ocupante todavía viviera. En 1822, un tal doctor Adolf Goldsmuth demostró la eficacia de su propio ataúd de marca registrada al pasar varias horas enterrado dentro de su invento, período durante el cual consumió una comida de sopa, salchichas y cerveza.
1795 Astronomía. Criaturas de cabeza gigantesca en el Sol
En las Philosophical Transactions of the Royal Society, sir William Herschel, el distinguido astrónomo que había descubierto Urano, afirmó que el Sol no era distinto de los planetas, todos los cuales creía que estaban habitados. «Su parecido a otros globos del sistema solar», afirmaba, «nos lleva a suponer que muy probablemente esté habitado… por seres cuyos órganos estarán adaptados a las circunstancias peculiares de ese enorme globo». Interpretó las manchas solares como grietas en la ardiente atmósfera exterior del Sol, a través de la cual se puede ver la atmósfera interior, más fresca, que ocultaba a sus habitantes. Dichas criaturas, calculó Herschel, habían de tener una cabeza enorme, de lo contrario explotarían.
1797 Electricidad. Dolor exquisito
El científico y geógrafo alemán Alexander von Humboldt publicó un libro sobre sus experimentos con la electricidad. En uno de dichos experimentos quería suprimir el dolor debido a la extracción de una muela mediante la inserción de un electrodo en la cavidad. El efecto conseguido fue el contrario del esperado, y Humboldt fue presa de convulsiones agónicas.
1798 Epidemiología. Olor de rata muerta
El poeta chino Shi Doanan informó de que del suelo surgían unas ratas extrañas, que escupían sangre y después expiraban. Probablemente las ratas estaban infectadas de la peste, pues poco después murió mucha gente, al haber abandonado las pulgas portadoras de la enfermedad a sus patrones, los roedores moribundos, en favor de los humanos todavía sanos. Shi Doanan creía que los seres humanos morían por haber respirado el olor de las ratas muertas.
1798 Neurociencia. Nace una pseudociencia
El anatomista y fisiólogo alemán Franz Gall anunció una nueva ciencia, que denominó «cranioscopia», pero que sus seguidores habrían de bautizar como «frenología». Gall suponía que las diferentes partes del cerebro tenían funciones distintas, y que la superficie del cráneo refleja el desarrollo relativo de estas regiones. Gall identificó 27 «órganos cerebrales», cada uno de ellos correspondiente a protuberancias en la superficie craneal. Por ejemplo, la protuberancia en la parte posterior de la cabeza en la base del cráneo era el «Órgano Amativo», relacionado con la excitación sexual. Otros «órganos» estaban asociados con el amor de los padres, la amistad, la autodefensa, el valor, el carácter sanguinario, la astucia y el ingenio, la codicia y la propiedad, el orgullo, la vanidad y la ambición, varios aspectos de la memoria, cada uno de los cinco sentidos, el humor, la religión, la metafísica, etcétera. Su idea general de que diferentes funciones están localizadas en partes distintas del cerebro se vio vindicada en 1861, cuando el cirujano francés Paul Broca demostró la localización del centro del habla en el cerebro. Sin embargo, las teorías de Gall acerca de las funciones concretas de las distintas áreas, así como su afirmación de que la superficie del cerebro cartografiaba de forma precisa dichas áreas, resultaron no tener ningún fundamento. Cuando empezó a impartir clases en Viena, Gall fue condenado por la Iglesia Católica, y en 1805 fue deportado por el gobierno austríaco. Los científicos en general condenaron asimismo en su mayoría la frenología, pero las enseñanzas de Gall no cayeron en saco roto en las audiencias populares, y a lo largo del siglo XIX muchas personas buscaron en la frenología una guía para el carácter (moral o de otro tipo) e incluso para el destino probable de los individuos.
1799 Astronomía. Una hipótesis innecesaria
Pierre-Simon Laplace publicó los dos primeros volúmenes de su Mécanique céleste, en la que se basó en la obra de Newton y proporcionó las herramientas matemáticas para determinar los movimientos y posiciones de todos los cuerpos del sistema solar en cualquier época, pasada, presente o futura. Cuando Laplace fue a ver a Napoleón para obsequiarle un ejemplar de su obra, se produjo una conversación no exenta de tensión, tal como lo describe W. W. Rouse Bail en A Short Account of the History of Mathematics (4.ª ed., 1908):
Alguien le había dicho a Napoleón que el libro no hacía ninguna mención del nombre de Dios; Napoleón, a quien le encantaba plantear preguntas embarazosas, lo recibió con la siguiente observación: «M. Laplace, me dicen que habéis escrito este gran libro sobre el sistema del universo y que nunca habéis mencionado a su Creador». Laplace, que aunque era uno de los políticos más flexibles, era tan inflexible como un mártir en lo que concernía a todos los aspectos de su filosofía, se levantó y contestó bruscamente: «Je n’avais pas besoin de cette hypothèselà». [No tenía necesidad de tal hipótesis].
1799 Zoología. La falsificación que no lo era
George Shaw, conservador del departamento de historia natural del Museo Británico, recibió un extraño ejemplar del capitán John Hunter, el gobernador de Nueva Gales del Sur. El animal parecía tener el cuerpo de un topo grande, la cola de un castor y el pico de un pato. Shaw describió la criatura en la Naturalist’s Miscellany, pero declaró que era «imposible no albergar algunas dudas acerca de la naturaleza genuina del animal, y suponer que en su estructura se pudieran haber practicado algunas artes de engaño». Otros naturalistas estuvieron de acuerdo con él, sospechando que se trataba simplemente de otra más de aquellas «imposturas monstruosas que los taimados chinos habían practicado con tanta frecuencia a costa de los aventureros europeos». Pero a medida que de Australia iban llegando cada vez más ejemplares, se comprendió que se trataba de un animal genuino, aunque extraño: el ornitorrinco, un mamífero peludo y productor de leche con un pico parecido al de un pato y un espolón venenoso en la pata posterior, y que además desafía a la naturaleza al poner huevos en lugar de parir crías vivas.
1799 Farmacología. Los efectos emocionantes del óxido nitroso
En el Instituto Neumático de Bristol, el joven Humphry Davy se dispuso a comprobar en sí mismo los efectos de respirar varios «aires artificiales». Una dosis de monóxido de carbono casi resultó fatal («Me pareció que me hundía en la aniquilación», registró, anotando que su pulso era «filiforme y que batía con excesiva rapidez»). Una semana después inhaló «ácido carbónico» (posiblemente fenol vaporizado); esto quemó su epiglotis de tal manera que casi se ahoga. Después dirigió su atención al «aire nitroso flogisticado» que Joseph Priestley había sintetizado por vez primera en 1775; Priestley consideraba que el gas (que ahora conocemos como «óxido nitroso») era letal. Impertérrito, Davy inhaló 4,4 litros del gas y experimentó «una emoción muy placentera, en particular en el pecho y las extremidades». También advirtió que los objetos a su alrededor se tornaban «deslumbrantes», y que su oído se agudizaba. Davy repitió el experimento una y otra vez a lo largo de la primavera y el verano, porque la sensación avasalladora de respirar el gas era de placer: «A veces, manifestaba mi placer pataleando o riendo únicamente; en otras ocasiones, bailando alrededor de la habitación y vociferando».
Un grabado del siglo XIX que ilustra los efectos de respirar óxido nitroso, acompañado de instrucciones acerca de cómo preparar el gas.
Su humor, decía, se mantenía en un ardor constante. Después, Davy dio a conocer el gas a los jóvenes leones literarios del día, entre ellos los poetas Coleridge y Southey. Un testigo presencial describió los diversos efectos que tenía sobre sus sujetos: «A uno lo hizo bailar, a otro reír, mientras que a un tercero, que en su estado de excitación manifestaba tendencias belicosas, golpeó con el puño a lord Davy de forma bastante violenta». Se indujo a una «joven valiente» a probar una inspiración o dos, y se transformó en una «maníaca temporal», salió corriendo de la casa y calle abajo, y mientras corría «saltó sobre un gran perro que se hallaba en su camino». Aunque Davy y sus amigos advirtieron que lo que llamaron «gas de la risa» embotaba la sensación de dolor, no fue hasta la década de 1840 cuando el óxido nitroso se utilizó como anestésico (véase 1844).