Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando ya entra un grupo de yanquis de la tercera edad. Los encuentras hasta en la sopa.

Uno ha perdido su cámara de fotos. No puede hablar de otra cosa. Sólo habla de su cámara. Cree que la ha perdido al bajar del coche de caballos. Está seguro de habérsela dejado en el coche de caballos. Pero ha buscado al cochero del coche de caballos y el cochero le ha dicho que nadie se ha dejado ninguna cámara fotográfica en el asiento de su coche de caballos. El cochero le ha llegado a decir que él no responde del caballo al cien por cien. A lo mejor se la ha comido el caballo. Ha ido a la oficina de objetos extraviados en Wasagasse. Los americanos lo pierden todo pero siempre encuentran la oficina de objetos perdidos en todas las ciudades que visitan. Nunca se van de una ciudad sin haber pasado un rato en esa oficina de objetos perdidos donde por regla general nunca está el objeto que han perdido. ¿Y qué hará ahora sin su cámara de fotos? ¿Comprar otra? El seguro de viaje cubre el robo o extravío de la cámara fotográfica. Y esta gente lo lleva todo asegurado. ¿Se comprará la misma cámara o se comprará otra mejor? ¿De la misma marca o de otra marca? Discuten sobre cámaras fotográficas. Cada americano tiene una marca diferente de cámara fotográfica. Cada uno tiene la mejor. Todas las cámaras son buenas. Pero algunas tienen un dispositivo que no saca los ojos rojos cuando se dispara el flash Y tampoco saca a la persona con los ojos en blanco.

A nuestra edad no apetece que te saquen con los ojos en blanco. Parece que te haya dado un ataque cerebral.

Cuando zanjan la cuestión de la cámara de fotos empiezan a hablar de enfermedades. ¿Quién tiene cáncer y quién no tiene cáncer entre las personas conocidas? Dan nombres y edades. Tratamientos que siguen esas personas. Dónde los siguen. Qué esperanza de vida les han dado. Y cómo andan de ánimos porque eso es lo más importante. Después hablan de los divorcios de los hijos de sus amigos que en cuanto se casan se divorcian. Se casan y poco después empiezan ya a hablar del divorcio. También tocan el tema del sida. De ese horror ellos ya se han librado. A cada generación le toca una desgracia. Puede ser la guerra. Un crack económico. O un tipo de enfermedad. El sida y las drogas. Las dos caras de una misma moneda.

Se acerca el camarero y piden tartas. Quieren probar varias tartas. Les han hablado muy bien de la Strausstorte. Les suena mucho el nombre. Y también tienen buenas referencias de la Zwtschkennodeltorte además de la típica Strudel. Pero ¿cuál les sugiere el camarero? El camarero les traerá lo que le pille más a mano y los americanos harán grandes aspavientos americanos. Una de las americanas meterá su dedito meñique en la crema de la torta y lo chupará cerrando los ojos de placer.

Lo hacía siempre Pansy. Su sensualidad residía exclusivamente en ese acto de meter el meñique en un pastel de crema y chuparse el dedo cerrando los ojos. Aunque lo que verdaderamente dominaba era el arte de ponerse pelucas estrambóticas y disfraces estrafalarios por cualquier motivo y hasta sin motivo alguno.

Con su íntima amiga Diu Tsit entrenadora de pimpón formaba un equipo muy compenetrado. Últimamente habían reunido gran cantidad de pelucas y un día sí y otro también se ponían las pelucas en el momento más inesperado y se pintarrajeaban en un rincón de la casa y aparecían transformadas en impresionantes fantoches humanos que eran el hazmerreír de los americanos en cualquier fiesta. Por eso las invitaban constantemente.

Que venga esa parejita tan divertida por favor. Que hagan todo lo posible por venir a la fiesta. Si ellas no están en la fiesta falta algo. Es preferible que vengan ellas a que venga el mago. Al mago ya lo tenemos muy visto. En cambio ellas improvisan números. Son muy originales.

Y ellas estaban orgullosas de su reputación. Del impacto que producían en las fiestas neoyorquinas. Sabían muy bien lo que se esperaba de ellas. Sabían muy bien lo que tenían que hacer en cada caso.

Pansy se ponía la peluca a rizos y se pintaba los labios en forma de corazón y se ponía mucho colorete y unas ojeras profundas. Diu Tsit se metía dos globos hinchados dentro del sujetador y se enfundaba en una especie de taparrabos patético. De pronto irrumpían en la sala repartiendo besitos y moviendo el culo. Los asistentes lloraban y aplaudían a Pansy y a Diu Tsit que poco después desaparecían y se cambiaban de peluca y de atuendo y reaparecían transfiguradas en otra cosa que aún podía divertir mucho más a aquellos beodos con la pegatina en la solapa donde llevaban escrito su nombre.

David

Bob

Ralph

Ted

Ron

Sam

Bill

Casados y divorciados y vueltos a casar con unas personas que también llevaban nombres escritos en las etiquetas adhesivas sobre un tirante del vestido de noche.

Nancy

Wendy

Lurie

Jenny

Hillary

Jackie

Teeny

Los americanos se relamen como gatos después de comer tarta y antes de dejar los chelines muy bien contados en la mesa y de ir a hacer pis en los aseos del café Hawelka.

Se ponen de pie. Ellos se calan las gorritas de visera. Dan un último vistazo al café para recordarlo aunque cuando lleguen al hotel se les habrá olvidado cómo era el café. Por eso los que llevan cámara de fotos hacen fotos del café. ¿Le importaría a Juan hacerle una foto a todo el grupo? Naturalmente que no. Juan ya ha hecho eso miles de veces. Se despiden efusivamente. Están muy agradecidos. Ya tienen la foto y con un poco de suerte ninguno de ellos saldrá con los ojos rojos ni con los ojos de embolia cerebral. Saldrán sonrientes y favorecidos. Han tomado melange vienés y tartas vienesas en Viena. Austria. Europa.

Minutos más tarde vuelve a entrar uno de los americanos porque ha olvidado algo en una percha. Se pone muy contento. Lo encuentra allí. Vuelve a saludar a Juan. Tropieza con una mesa y eso no le gusta nada. Pero qué va a hacer. Olvida cosas y tropieza con las mesas. Los años. Paciencia. Entonces gira en redondo. ¿Podría decirle Juan dónde está el hotel ese en el que Kafka se alojó después de escribir Amerika? Juan no lo sabe. Lo siente mucho. Cree que está cerca porque todos los hoteles antiguos están en el centro de Viena. Lo mejor sería preguntarle al camarero. Le preguntan al camarero. Efectivamente ese hotel está enfrente del Hawelka. Sólo tienen que cruzar la calle. Lo verán enseguida. El americano sale disparado a la calle. Allí le están esperando los otros americanos. Cruzan a la otra acera. Juan los ve entrar en el hotel donde Kafka durmió una noche.

Juan también estuvo una vez en un hotel de Ronda donde Rilke se alojó durante algún tiempo. ¿Era el hotel Victoria? El conserje de aquel hotel estaba empeñado en enseñarle la habitación de Rilke convertida en un pequeño museo Rilke. Pero Juan se negó. Le rogó al conserje que no insistiera. Le pidió que a ser posible le diera una habitación en distinta planta de la que estuvo Rilke. Cuanto más lejos de esa habitación mejor. El conserje le miraba extrañado. Era el primer cliente a quien le ofrecían una cosa así y la rechazaba de plano. ¿Tenía algo personal contra Rainer Maria Rilke? ¿No le gustaba su obra? ¿Había editado su obra y tal vez se había arruinado? Juan se vio obligado a decirle al conserje que Rilke era un poeta demasiado grande para que él se acercara ahora a sus reliquias pues lamentablemente su estancia en Ronda se debía a motivos básicamente antipoéticos.

¿Motivos antipoéticos?

Sí. Motivos totalmente antipoéticos.

Juan le explicó al conserje que estaba en Ronda para hacer un reportaje sobre la Legión Española. ¿Podía acaso relacionar Poesía y Legión?

No. No señor. Saldrían chispas.

Además el reportaje se iba a titular Soy valiente y leal legionario. ¿No oían esa marcha en el hotel cuando la cantaban los del Tercio desde sus acuartelamientos? Era uno de los pocos temas que exigía borrar de la mente cualquier sombra de poesía. Las cartas de amor de Rilke. Los cuadernos tan emotivos de Rilke. El espíritu de Rilke que sin duda se conservaba en aquella habitación que ocupó Rilke.

Los desfiles militares y los uniformes militares eran un magnífico comodín de Damas y Caballeros. De cuando en cuando el director encargaba un tema castrense. Podía ser la Legión. Podía ser la vida en un cuartel de la Guardia Civil. Podía ser el simple reclutamiento de soldados. Podía ser el Desfile del Día de la Victoria. En ese tipo de reportajes era muy importante la labor del fotógrafo de prensa. El trabajo del redactor se acomodaba a las imágenes. El texto debía ser un texto recio y patriótico marcado por la sobriedad. Los pies de las fotografías exigían siempre mucha atención. Estaba probado que casi ningún lector leía el texto del reportaje pero todos leían en cambio los pies de las fotografías. De manera que los pies de las fotografías eran mucho más importantes que el texto general. El redactor jefe supervisaba que los pies de las fotografías fueran macizos. Esto quería decir que a lo largo de la fotografía y en su parte inferior el redactor debería escribir dos líneas medidas con absoluta exactitud explicando en ellas el contenido de la foto. En eso era inflexible. No podía colgar ninguna palabra. Los pies eran macizos. Con las medidas exactas en matrices. Ni una más ni una menos. Juan se las tenía que ingeniar para meter en dos líneas de sesenta espacios un texto explicativo correspondiente a esa imagen fotográfica tomada por el fotógrafo de prensa teniendo en cuenta que lo que ya quedaba suficientemente explícito en la foto no había que repetirlo en el texto. Por tanto había que meter relleno del peor género a fin de que el citado pie macizo quedara perfectamente ajustado y sin ninguna palabra de más ni de menos. Las matrices justas. El efecto visual era impecable. Dos líneas como dos ríeles de ferrocarril de la misma longitud debajo de la fotografía. Pero las majaderías que podían leerse en esos pies de fotografías avergonzaban a cualquiera menos al redactor jefe que se ponía eufórico al verlos tan bien ajustados. El arte de hacer pies macizos era un arte muy apreciado por la dirección de Damas y Caballeros. Quien demostraba dominio en ese arte podía aspirar a un ascenso.

En esta XXII edición del Desfile de la Victoria celebrado en la madrileña Avenida del Generalísimo las tropas de los tres Ejércitos hicieron gala de su marcialidad a su paso por la tribuna del Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos quien presidió el acto anual de mayor relevancia castrense en conmemoración del Día de la Victoria.