Uno dos. Uno dos.
Grabando.
Grabando la falsedad es la materia prima del periodismo de todos los tiempos y lugares. El corresponsal norteamericano Knickerbocker de la cadena de periódicos Hearst se inventó desde la primera hasta la última línea su crónica sobre la caída de Madrid en la guerra civil española. Era una crónica sensacional. Informó de la caída de Madrid mucho antes de que el ejército de Franco entrara en Madrid. Pero para darle lo que en la jerga periodística se llama color este prestigioso embustero corresponsal de guerra describió con todo lujo de detalles el paso de las tropas nacionales por delante del edificio de la Telefónica que él estaba presenciando desde los escalones de ese edificio. Cerraba el desfile un perrito moviendo el rabo.
¿Se puede pedir algo más?
Un perrito callejero español cerrando el desfile de unas tropas que todavía estaban lejos de conquistar Madrid con más de 10.000 bajas para deleite de los lectores norteamericanos de la cadena Hearst. Aunque el Caudillo seguía encerrado en Burgos recibiendo asesoramiento de los generales nazis el corresponsal de guerra de la cadena Hearst veía a Franco en Madrid al trote sobre su blanco caballo árabe seguido de un perro moviendo el rabo.
Cuando leo una crónica de una matanza africana mi cabeza se mueve instintivamente diciendo no.
No. No. No.
Mi cabeza acierta la mayoría de las veces al decir que no. Esa crónica es poco fiable. Con el tiempo se sabe que se cometieron muchas más atrocidades en aquella matanza o se cometieron muchas menos atrocidades de las que el periodista dio cuenta. Rara vez se cometieron las mismas matanzas. Los periodistas mienten en las guerras como tratan de hacerlo en la paz. En las guerras son engañados sistemáticamente por los portavoces del bando desde el que informan. A las mentiras de esos portavoces añaden sus propias mentiras y las mentiras de los mentirosos que viven de la venta de mentiras. No es ningún secreto decir que existe un mercado mundial de mentiras. Una bolsa donde cotizan las mentiras como auténticos valores bursátiles. Unas mentiras suben y otras bajan igual que suben y bajan los valores de la bolsa de grano de Chicago y de la bolsa de Wall Street y de la bolsa de Tokio y de la bolsa de la City en Londres. La función que desempeña el periodista es similar a la del agente de bolsa que está al servicio de los especuladores. La única diferencia es que el periodista no sólo compra y vende mentiras ajenas sino que también fabrica mentiras propias. Y vive de ese mercadeo.
La falta de imaginación del escritor que aflora dentro de cada periodista le inclina a ser periodista. Le lleva a desarrollar esa imaginación en el campo del periodismo pero el resultado del esfuerzo es lamentable. Si el periodista confía algo más en sus dotes imaginativas ya no puede seguir siendo periodista. Ni por un sueldo ni por mil sueldos. Es totalmente imposible. Se separa del periodismo desde el momento que descubre la esencia del periodismo. Desea inventar todo y no una parte. Desea utilizar el lenguaje para decir lo que se le antoja y no lo que le manda decir un redactor jefe con la imaginación atrofiada. Advierte que el periodismo literario es el cáncer de la literatura y del periodismo. Porque cuanto más literario es el periodismo más putrefacto es el periodismo. Entonces no es más que una mezcla de aguas residuales. Aguas negras. Una mezcla de las peores aguas del periodismo y de la literatura. Sus autores viven cierto tiempo en la falsa ilusión de dominar ambos campos pero todavía empuercan más la cloaca. Al final acaban metidos hasta el cuello en esas aguas de las que beben. En las que mean. En las que cagan. Y desde las que salpican a los lectores para que los lectores también saboreen esas aguas. Los periódicos dan a luz hermafroditas del periodismo que han sido artificialmente inseminados en el vientre de la literatura. Luego los llevan a cotizar al mercado de valores de la mentira internacional. Los domingos los pasean por el rastrillo. Cuando hay feria los promocionan en las ferias donde los encierran en una caseta de un determinado editor que muchas veces también es el editor del mismo periódico que los ha parido. Allí estos hermafroditas del periodismo y de la literatura firman sus obras con ambas manos. Con la derecha firman su obra de periodismo puro. O sea el periodismo totalmente inventado según los cánones del periodismo. Y con la mano izquierda firman los libros de periodismo literario conocido también como nuevo periodismo. Los hermafroditas miran por encima del hombro a la grey periodística y miran con recelo a la grey literaria compuesta por escritores no periodistas aunque con ramalazos esporádicos de periodismo. Los hermafroditas que saltan la cloaca sin lograr pasar a la otra orilla de la cloaca del periodismo caen en las aguas negras del periodismo en las que se mezclan las aguas negras de la literatura y pasan el resto de sus vidas chapoteando delante de los fotógrafos de prensa y de los críticos literarios que no tienen otra obligación que mantener en auge el prestigio del saltimbanqui y su cotización en la bolsa de valores de la mentira. Estos saltimbanquis son presentados al público unas veces como escritor y periodista y otras veces como periodista y escritor dependiendo de las necesidades del momento y de la demanda del valor hermafrodita. El hermafrodita se lleva muy bien con los críticos de arte y con los críticos literarios de los periódicos y pasan fines de semana juntos sumergidos en las aguas fecales del arte y de la literatura. Sacan la cabeza con dificultad para mirar la obra de otro artista y arremeter contra ese artista con el único propósito de arrastrarlo a las aguas negras en las que ellos sobreviven. Se comportan exactamente igual que el pirómano en el cuerpo de bomberos sofocando incendios que él desearía haber provocado. Igual que el destripador convertido en cirujano cuyo título le autoriza legalmente a rajar vientres. Extirpar apéndices. Trepanar cerebros. Hacen exactamente lo mismo que esos locos peligrosos disfrazados de psiquiatras y psicoanalistas que en un momento de rara lucidez vislumbraron la explotación de su locura ensañándose en la locura ajena con el único fin de perpetuar la demencia ajena en beneficio propio. Si sus pacientes deliran ellos ya no deliran. Si sus pacientes sufren insomnio ellos duermen de un tirón. Si sus pacientes se pasan el día llorando por los rincones ellos silban alegres de buena mañana en la ducha. Si sus pacientes odian a sus padres y el odioso recuerdo de sus padres y odian a sus cónyuges y el odioso recuerdo de sus odiosos cónyuges ellos están a salvo de cualquier odio familiar gracias al odio de sus pacientes. Han sido vacunados. Inmunizados. Curados. Su vacuna y su medicamento y su curación son sus pacientes. Gracias a sus pacientes no se sienten perseguidos más que por sus pacientes. Y esto les trae sin cuidado. No sufren la angustia de la culpa gracias a sus pacientes. No se atemorizan por la aparición de ningún síntoma puesto que fomentan el síntoma de sus pacientes. Se parapetan detrás de sus pacientes. Sus pacientes son sacos terreros contra la metralla de su propia patología. Por eso cuanto peor se encuentran esos pacientes mejor se sienten los psiquiatras y los psicoanalistas que los tratan y expolian. Cuanto más desesperados y deprimidos estén esos pacientes más radiantes y optimistas están sus terapeutas. El psiquiatra es psiquiatra porque en un momento de rara lucidez supo elegir la bata blanca en lugar de la camisa de fuerza cuando los dos atuendos colgaban del mismo perchero. Así que su disfraz y su demencia son perfectamente intercambiables por el disfraz y la demencia de sus pacientes.