Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando hasta que Berta vuelva a telefonear.

¿Lo quiere negro?

¿Blanco?

¿Tal vez prefiere un hispano?

Pida por esa boca dijeron los de la Coalición contra la Pena de Muerte.

Pida por esa boca porque en el Corredor de la Muerte hay un surtido muy variado. Piense. Vea lo que más le conviene. Trataremos de complacerle. Decídase.

Un negro.

Se llamaba Tony Douglas. Desde hacía siete años estaba encerrado en la prisión de Richmond. Su ejecución se había fijado para dentro de dos semanas. Un caso perdido.

El director de la prisión también era negro. Le recibió en su despacho. Aparentaba cuarenta años y era un hombre de una estatura descomunal. Hablaba muy despacio repantigado en su sillón giratorio balanceándose a un lado y otro. En la mesa no tenía papeles. Sólo se veía en el centro la carpeta con el nombre del interno Tony Douglas. Era una carpeta azul. La tenía cerrada. Así jugueteaba mejor con ella cambiándola de posición. Levantándola con dos dedos.

Bajándola otra vez hasta la mesa. Acercándola a su enorme estómago. Alejándola de su enorme estómago. Siempre cerrada. También tenía fotografías de su mujer y de sus tres hijos. Una familia negra muy sonriente. Todos ellos descomunales. En una de esas fotos el matrimonio y sus hijos miraban radiantes de felicidad. La foto parecía tomada la mañana de un domingo después de una ceremonia religiosa en una iglesia de un barrio negro.

El director de la prisión exageraba su amabilidad con Juan. Era imposible que ese hombre fuera tan amable y a la vez tan juguetón con la carpeta de un condenado a muerte. Juan trataba de imaginárselo fuera de este despacho. Escoltado por guardias armados hasta los dientes en dirección a las celdas de castigo. ¿Amable? ¿Dulce? ¿Comprensivo? Pero estaba deseoso de que Juan se llevara una buena impresión del sistema penitenciario del estado de Virginia en general y del director responsable de este centro en particular. Para eso le pagaban.

Permítame felicitarle por lo acertada que ha sido su elección. Ha elegido un buen interno. Un caso interesante. Tenemos curiosidad por ver cómo se comporta al final. Por cierto ¿piensa usted visitarlo con un fotógrafo? A excepción del momento de la ejecución por nuestra parte no hay nada que objetar a que usted traiga a un fotógrafo siempre que el interno le autorice. Y puedo adelantarle que los internos no suelen poner pegas. Les gusta la publicidad. ¿No es humano? Sobre todo cuando la publicidad es internacional. Debo recordarle que hasta el último momento siempre existe la posibilidad de que el gobernador detenga la ejecución. En el caso de Douglas eso ya ha sucedido. La última vez llegó la orden de detenerla cuando ya le habían afeitado la pantorrilla y le habían pelado la cabeza. Ya lo habían preparado. Pero esta vez le aseguro que es más difícil. Yo diría que muy difícil. Para ser claro es prácticamente imposible. Se han agotado todos los recursos. Todas las apelaciones. Es un caso que está costando demasiado dinero al estado. Ahora ya se acabó. Le queda únicamente la gracia del gobernador. Si me pregunta mi impresión personal y le ruego que no haga uso de ella fuera de este despacho le diré que el gobernador no hará nada. Hay muchas presiones políticas. La mayoría de los contribuyentes que son la mayoría de los votantes eligieron a este gobernador porque es partidario de la pena de muerte. Y si usted vota a un candidato que apoya la pena de muerte y ese candidato gana y se convierte en gobernador del estado lo que usted espera es que el gobernador cumpla sus promesas. La promesa de acabar con el crimen. Y para acabar con el crimen es para lo que existe la pena de muerte. Así que la gente ha votado aquí a este gobernador para que aplique la pena de muerte y no para que la deje en suspenso. Por lo demás usted mismo verá que Douglas es muy inteligente. Una cosa no quita la otra. Pero cometió un horrible asesinato como quedó probado en el juicio. Además se fugó hace varios años con otros dos internos del corredor de la muerte. Fue muy espectacular. Provocaron un incendio. Hubo pánico en la galería. Tuvimos que abrir para que no se achicharraran allí dentro. Si no llegamos a actuar de la forma que actuamos se habrían carbonizado todos antes de hora. ¿Me entiende? Pero Douglas fue muy espabilado y se las ingenió para salir en una camilla arrastrado por los otros dos que se vistieron de enfermeros. Sucedió todo tan deprisa que cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde. Douglas es muy listo. Preparó muy bien su fuga. Claro que al final no le valió de gran cosa. Volvió a caer. No crea que es tan fácil desaparecer. No es fácil librarse de nosotros. Cometió una torpeza inexplicable. Telefoneó a su madre cuando estaba a punto de cruzar la frontera con Canadá. No se esperó a llamarla desde el otro lado. Fue su único fallo. A Douglas lo conocemos aquí muy bien al cabo de los años. Uno acaba tomándoles cariño a algunos internos. Pero así es la vida. El que la hace la paga. No se preocupe. No es preciso que tome notas. Le daremos fotocopias con los datos que necesite. Y calcule que dentro de dos semanas estará acabado este asunto.

El director le estrechó la mano. Llamó a un oficial de prisiones para que le acompañara a conocer al interno. El oficial fue preparando a Juan en el camino.

Le dirá lo que dice siempre. Que no se enteró de nada porque lo habían drogado. Repite que él no lo hizo. Que lo hizo otro y lo drogó a él para inculparlo.

Pasaron por varias galerías. Cruzaron un patio en el que algunos reclusos jugaban al baloncesto totalmente enrejados. Interrumpieron el juego para ver pasar al visitante. Le hicieron el dedo. Gritaron que te den por culo. Se rieron. Luego continuaron jugando.

El oficial le preguntó si en España se ejecutaba a mucha gente y cómo los mataban.

¿Horca?

¿Guillotina?

Cuando Juan le dijo que en España no existe la pena de muerte desde la muerte de Franco el oficial puso cara de extrañeza y comentó que los países pequeños tienen menos problemas que los países grandes como los Estados Unidos donde hay mucho odio racial. El oficial era blanco. El oficial se ofreció a enseñarle la silla eléctrica luego de la entrevista con Douglas.

Tony Douglas era un hombre de 35 años. Delgado. Musculoso. Con gafas de aro. Mirada penetrante. Llevaba el pelo muy corto. Gesticulaba con lentitud. Le recordó a Mahatma Gandhi.

Lo primero que Douglas dijo fue this is my place y señaló la celda a sus espaldas.

Hablaba muy bajo. Tal vez para que los guardias no le oyeran. De tarde en tarde se volvía a mirarlos.

Sabía que la cuenta atrás ya había empezado de nuevo. Ahora era mucho más difícil detener esa cuenta. Pero aun así estaba animado. Repitió de memoria algunos párrafos de El Profeta. Su libro preferido. Sólo quería vivir. Se sentía fuerte. Físicamente fuerte. No podía aceptar que una persona tan fuerte y dispuesta a vivir tuviera que ponerse en manos de un verdugo encargado de matarle. Prefería no hablar del pasado. Había hecho muchas cosas mal hechas. Pero él nunca mató. Le drogaron. Y drogado él ya no era él. No recordaba nada. Durante todos estos años en prisión había querido ser útil. Pero en la prisión nadie le ayudó a ser útil. Al revés. Le empujaban cada día un poco más hacia el final del corredor de la muerte. Hubo un incendio y él huyó. ¿Cómo no va a huir quien está encerrado en una jaula? Pensaba que algún día podría abrazar a su hija sin tener estos grilletes en las manos y en los pies. Su hija aún era pequeña. Tenía los mismos años que él llevaba encerrado aquí. Siete. Ahora se daba cuenta de que a él lo tenían encadenado. Los muy hijos de puta lo encadenaban para llevarle delante de su hija. Imposible esconder las esposas y aún menos las cadenas y los grilletes de los pies. Cuando su hija le decía adiós mirándole fijamente esos grilletes él ya no podía contener el llanto. Resistía hasta ese momento. Hasta el último momento. No más. Cerraban la puerta y se desmoronaba. Se enfurecía. Se sentía impotente. Un animal encadenado. ¿Qué diferencia existía? ¿Se lo podía explicar? ¿Le podía explicar alguien la diferencia que existía entre él y un animal enjaulado? Sí. Había una diferencia. Una sola. A él acabarían matándolo. Se lo decían a todas horas. Te queda poco. Ve preparándote cabrón. ¿Sabes qué día es hoy? Después se tranquilizaba. Escribía cartas y más cartas a la Coalición contra la Pena de Muerte. Releía las apelaciones. Y se ilusionaba creyendo que aún habría alguna posibilidad de salvación. Que aún quedaría algún resquicio. Algo. En el último momento alguien diría que no. Que no lo maten. Esperen. No se precipiten. Esperen aunque sea unas horas. Porque ¿cómo iba él a aceptar que tuvieran la crueldad de haber fijado ya la noche exacta para sentarle en la silla eléctrica? No. Eso era imposible. Le decían eso para asustarlo.

Al salir de la celda le enseñaron la silla. Estaba en otro edificio que parecía un garaje. Cruzaron algo así como un pequeño jardín. Había varias cruces. El guardia le explicó que aquello no era exactamente un jardín sino un cementerio.

La mayoría de los enterrados aquí fueron asesinados por otros reclusos.

Si hubiera querido sentarse en la silla eléctrica podría haberse sentado en la silla eléctrica.

No problem.

El oficial comentó que otros visitantes incluso se sacaban fotos allí y luego se ponían en la parte trasera que es donde están los interruptores y también se fotografiaban con una mano cogida al interruptor. Como si fueran a soltar la descarga.

El mismo oficial le explicó que muy pronto va a autorizarse a las televisiones para que puedan retransmitir ejecuciones en directo. Un juez de Baltimore dijo que habrá ejecuciones suficientes para atender las solicitudes de las distintas cadenas ya que el Corredor de la Muerte dispone de tres mil condenados a muerte en todo el país.

La muerte en vivo.

El gran espectáculo de la muerte.

La cadena de televisión por cable Tycoon Entertainment cree que la retransmisión en directo de las ejecuciones se convertirá en el espectáculo del siglo. Tendrá más audiencia que el Super Bowl y recaudará más de 600 millones de dólares.

¿Estarán interesados también en otros países por ver ejecuciones televisadas? ¿Preferirán verlas en directo o en diferido?

La retransmisión en directo de una ejecución en la cámara de gas probará ante el Tribunal Supremo que el Estado viola la Constitución ya que según la Unión de Libertades Civiles de California la octava enmienda de la Constitución prohibe la crueldad de los castigos. El gas letal es muy cruel. La asfixia que produce ese gas no es instantánea. El condenado tarda como mínimo diez minutos en morir. Trata de respirar oxígeno y no encuentra oxígeno en la cámara de gas. Sólo hay gas. Deja caer la cabeza a un lado pero levanta desesperadamente la cabeza y abre los ojos con horror porque cree que puede respirar algo de oxígeno y no puede respirar nada más que gas. El condenado intenta moverse pero tampoco puede moverse porque está amarrado a la silla cerca del cristal por el que contemplan su asfixia en la cámara de gas los testigos de la ejecución entre los que es costumbre invitar al menos a un periodista. Ustedes los periodistas están en todas partes. Como Dios.

En las guerras.

En las bodas reales.

En las coronaciones papales.

En los concursos de Miss Mundo.

En las carreras de bólidos.

En las matanzas africanas.

En las ejecuciones.

Están en todas partes. Siempre invitados de honor con derecho a primera fila. Y gratis.

Los periodistas pueden entrevistar al verdugo. Al reo. Al ministro de Justicia. Al enterrador. Al médico. A la viuda del ejecutado. A la hija del ejecutado. A la familia de la víctima del ejecutado. A todos. Pueden entrevistarse entre sí.

Mi verdugo se llama Dye le había dicho Tony Douglas.

Curioso nombre. Tiene resonancias a muerte.

Mi verdugo Dye se ofrece desinteresadamente para hacer el trabajo. Es uno de los guardias del Corredor de la Muerte. Hoy está de permiso.

El otro día murió un hijo de Dye y Douglas le dijo a Dye que sentía mucho la muerte de su hijo.

El guardia bajó la cabeza.

Dye tiene la debilidad de ofrecerse voluntario en la silla eléctrica. Es un hijo de perra. Eso está claro. Le gusta matar.

El oficial conocía como todo el mundo los fallos de la silla eléctrica. No es ningún secreto. Sobre eso hay un montón de informes. Incluso se han escrito libros. Nadie lo niega. El sistema penal no se ha beneficiado de la alta tecnología. No hace falta. Si hay problemas con la primera descarga se aplica una segunda descarga. O una tercera. Todas las que haga falta.

A John Louis Evans tuvieron que darle tres descargas durante 14 minutos para lograr matarlo. Después de la primera descarga el electrodo que tenía en la pierna izquierda se prendió fuego y cayó al suelo. Tuvieron que volver a empezar. En la segunda descarga le salía humo por un tímpano. Pero tampoco murió. Así que le aplicaron una tercera descarga de 1900 voltios y entonces el médico lo auscultó en el pecho. No estaba totalmente seguro de que hubiera muerto. La electricidad es engañosa. Y muy traicionera.

De los 51 estados de la Unión 36 imponen la pena de muerte.

Siendo gobernador de Arkansas el presidente demócrata Bill Clinton fijó 70 fechas para diversas ejecuciones de condenados a muerte en sólo diez años. Clinton denegó la petición de clemencia de un condenado a muerte que sufría una grave lesión cerebral. Tan grave era la lesión que le impedía conocer su propia identidad. Una verdadera suerte. Una ventaja en su caso. Porque cuando le ofrecieron que eligiera el postre de su última cena poco antes de ser conducido al patíbulo pidió tarta con nueces y dijo que prefería comérsela al volver de la silla eléctrica. Lo dijo completamente en serio. No había la menor sombra de humor negro. El condenado estaba convencido de que en la ejecución no mataban a nadie.

Pero Douglas sabía que sí. Que nadie vuelve de la ejecución para saborear sin prisas el típico dulce del sur. Sabía lo que sucedía paso a paso porque tiempo atrás a él ya lo habían preparado. Ésta iba a ser la segunda vez. Y no había olvidado ni uno solo de los preparativos.

Afeitar una pantorrilla.

Rapar la cabeza al cero.

Comer una cena suculenta.

Jugar a las cartas con los guardias.

Estar cerca de su abogado.

Recibir la ayuda del médico.

La bendición del cura.

Hablar por teléfono con sus seres queridos.

Incluso permanecer completamente solo.

Luego le meterían a toda prisa algodones en el ano para que cuando fuera electrocutado los intestinos no salieran disparados por los aires. Conviene evitar eso a toda costa. Si eso ocurre los testigos no sólo olfatean los vapores de carne humana chamuscada sino también el hedor a mierda humana frita. Mierda de negro frita.

Los testigos llegaron todos juntos con mucha puntualidad en un microbús de la penitenciaría. Era aconsejable que evitaran trasladarse en sus propios automóviles por una razón elemental. Después de la ejecución algunos saldrían tan impresionados que serían incapaces de conducir. Incapaces de dar dos pasos.

Los testigos tomaron asiento en sus sillas de tijera al otro lado del cristal. Ocuparon las cuatro únicas filas de aquel teatro de bolsillo. El director les saludó uno a uno. Gastó alguna broma. Iba muy bien vestido para la ocasión. Corbata de seda y pañuelo a juego en el bolsillo de la chaqueta.

Todos tomaron asiento. Todos miraron el reloj de oficina de esfera grande y blanca colocado sobre la silla eléctrica. Sus ojos se movían en tres direcciones. Hacia arriba para mirar la hora. Hacia abajo para admirar la silla. Hacia la izquierda para ver entrar al reo.

¿Qué tal van las cosas por ahí? se interesaba por teléfono el director de Damas y Caballeros. ¿Todavía existe alguna posibilidad de que lo indulten querido Juan?

Al cabo de tantos años el director tuteaba a Juan. Lo trataba con mucha confianza. Con afecto. Confiaba plenamente en él. Si Juan aseguraba que se lo iban a cargar es que se lo iban a cargar. Podía estar tranquilo.

El director le informaba que ya estaban publicando sus estremecedoras crónicas en primera página. Un éxito.

Ayer hubo una manifestación frente a la embajada de los Estados Unidos. Los manifestantes pedían a gritos que indultaran a Douglas. Esto va muy bien. Pero hay algo que necesito que me aclares. En tu última crónica sugerías la posibilidad de que todavía fuera aplazada la ejecución. ¿Es cierto eso? ¿Se dice eso por ahí?

El director guardó unos segundos de silencio. Juan permanecía callado. Adivinaba su pensamiento. El director volvió a hablar. Su voz era como un ronroneo al sugerir que periodísticamente convenía que mataran a Douglas. Damas y Caballeros había hecho causa contra la pena de muerte. Denunciaba la barbarie de ese castigo en el caso dramático del negro Tony Douglas. En sus editoriales decía que este hombre podía regenerarse. Podía pagar de otro modo su deuda con la sociedad. Douglas deseaba ser útil. Matándolo ya no sería útil para nadie. Damas y Caballeros deseaba que Tony Douglas no fuera ejecutado. Pero desengañémonos. Si ahora no eliminaban en la fecha anunciada a Tony Douglas ¿qué titulares iban a publicar mañana en primera página? ¿Tony Douglas indultado? ¿Tony Douglas se libra una vez más de la silla eléctrica? ¿Tony Douglas sigue vivo y coleando? No. Eso nunca. Eso era un fracaso periodístico. Los titulares de la próxima edición ya estaban confeccionados.

Tony Douglas ejecutado.

Sin más.

Y a continuación los detalles. Cómo fue ejecutado. Qué hizo al acercarse al patíbulo. Qué ambiente rodeaba la prisión.

Si apuestas a una carta y luego sale otra has perdido. Es monstruoso pero es así. Los lectores de Damas y Caballeros esperaban que el final de la historia de Tony Douglas no fuera en absoluto un final feliz. Esperaban que fuera un final trágico. ¿Para qué les habían estado repitiendo machaconamente durante más de una semana que el negro Tony Douglas iba a ser ejecutado? ¿Por qué se había relatado con pelos y señales la vida y milagros de Tony Douglas en el Corredor de la Muerte? ¿Por qué se había reconstruido su horripilante crimen? Por una sola razón. Para ver al condenado a muerte Tony Douglas afrontando la muerte en la silla eléctrica. Nada más que para eso.

Los periódicos competidores de Damas y Caballeros confiaban en un imperdonable error de cálculo del precipitado corresponsal de Damas y Caballeros. En el último momento el gobernador aplazaría la ejecución. Y tan sólo un aplazamiento ya era suficiente para reventar la historia. Y de ese modo la gran primicia informativa del condenado a muerte en el Corredor de la Muerte se quedaba en agua de borrajas. La patética exclusiva de Damas y Caballeros tenía un epílogo levemente cómico. El condenado a muerte vive. El condenado a muerte no se reúne con la muerte. El condenado a muerte regresa silbando a su celda. El pelo del condenado a muerte vuelve a crecer. Los algodones introducidos en el recto del condenado a muerte son extraídos del recto del condenado a muerte y arrojados a la papelera. El condenado a muerte da saltos de alegría. El condenado a muerte se ríe estrepitosamente. Y el gran susto ha pasado.

Grabando en la habitación 108 del hotel Domgasse en Viena esperando a Berta recuerdo que Juan no quería que mataran a Tony Douglas. Le había tomado afecto a Douglas. Se compadecía de Douglas. Se imaginaba él mismo siendo Douglas. El miedo pavoroso que tenía Tony Douglas a que lo mataran. Y también el miedo pavoroso de Juan a que no mataran a Tony Douglas.

Si no acaban con él cuando está previsto el director ni siquiera se pondrá al teléfono. No dirá nada. Pasará un día y otro y otro. No tendrá noticias del director. Su silencio será terrible. Será la única prueba del fracaso. El director esperará un tiempo prudencial. No mucho. Un par de meses. Quizá algo menos. Depende. Y entonces llamará a Juan. Juan habrá olvidado la voz del director. El timbre de aquella voz.

¿Sabes una cosa Juan? He pensado que ya llevas demasiado tiempo en esa corresponsalía. Conoces demasiado bien ese país. Se advierte en tus crónicas cierto cansancio. Como una pérdida de curiosidad. Aquella portentosa capacidad de sorpresa que tú siempre has tenido la echamos de menos. ¿Qué te parece si recoges tus bártulos y vuelves por aquí? Aquí nos haces mucha falta ahora. ¿Qué te parece? ¿Me oyes Juan?

Tendría que volver. Volver a enfrentarse diariamente con las tenebrosas iniciales de Damas y Caballeros esculpidas en piedra en la fachada de Damas y Caballeros. Volver al semáforo rojo de su director. A la vieja mesa de la Redacción. A la tediosa rutina de la Redacción.

Del gobernador de Virginia dependía no sólo el futuro del condenado a muerte Tony Douglas sino también el futuro de ese otro condenado llamado Juan. Lo que era bueno para uno podía ser catastrófico para el otro.

Aquella noche hizo frío y Juan se mezcló con los periodistas americanos que esperaban apelotonados en la entrada de la prisión. Desde allí veían a los manifestantes partidarios de la pena de muerte con sus pancartas. Empuñaban las linternas que iluminaban aquellas mismas pancartas en la oscuridad. Exigían que socarraran al negro. Que hicieran con el negro una suculenta barbacoa. Que frieran al negro como a un pollo de Kentucky.

Algunos automovilistas aminoraban la velocidad al llegar a las inmediaciones de la prisión. Bajaban el cristal de las ventanillas. Sacaban la cabeza. Gritaban que fuera ya carbonizado ese cabrón negro. Ese asqueroso asesino negro.

Al lado opuesto se agrupaban los manifestantes contra la pena de muerte rezando con velas encendidas y cantando himnos de salvación eterna. Parecían asustados. Eran menos numerosos.

Excelentes profesionales. Saben hacerlo dijo el reportero del canal 8 de la televisión. Apuesto algo a que ni siquiera notaremos que baja unos minutos la potencia de la luz.

Y Juan tomaba notas con frío y ardor de estómago. Era un ardor característico. Pinchazos. Calambres. Como si un extraño insecto le pellizcara las tripas. Anticipaba la suerte final de Douglas hacia la silla eléctrica y también su propia suerte hacia la gloria de la última crónica.

Le imaginaba apoyándose en los guardias. Arrastrando los pies por el corredor. Resistiéndose a llegar a manos del verdugo. Gritando no ante el temible Dye que esperaba impaciente.

Imaginaba a Tony Douglas aterrorizado. No podía imaginarlo de otra forma. A punto de desvanecerse de un momento a otro. ¿No se desvanece un hombre en esas circunstancias? Se desvanece. Se caga encima contra los algodones que le han metido para taponarle el ano. Se orina encima. Vomita encima. Tony Douglas pensará vomitando en su hija aunque sólo sea un instante. Más será imposible. Verá fugazmente su rostro. Y dejará de verlo. El pánico borra cualquier rostro. Pensará un segundo en la vida que ahora mismo le van a quitar metiéndole en el cuerpo las descargas eléctricas. ¿Bastará una? ¿Necesitarán vanas? Juan imaginaba al reo recreando a pesar suyo la horrenda escena del crimen. La mirada suplicante de su víctima. Pero ¿y si no hubo víctima? ¿Y si era inocente?

La policía patrullaba prepotente con perros policía para mantener separados a los manifestantes. Ladraban todos. Los perros y los hombres. Unos a un lado. Otros al otro. Como las cartas al director. Igual. Una carta a favor de la pena de muerte y otra carta en contra de la pena de muerte.

Le daba asco su asqueroso director. Asco su asqueroso oficio. Asco su asqueroso periódico. Se daba asco a sí mismo tomando asquerosas notas a las 11 de la noche del 15 de abril a las puertas de la penitenciaría.

Señores un momento de atención. Voy a dar lectura al comunicado oficial.

A las 11.07 horas de hoy el condenado a muerte Tony Douglas fue declarado muerto. Se le suministraron dos descargas eléctricas de 1900 voltios cada una. Cabe señalar que no hubo incidentes de ningún tipo. El condenado estaba relativamente tranquilo. Se le brindó la oportunidad de que dijera una última frase. Pero rehusó el ofrecimiento.

Empezaban a salir los testigos. Uno de ellos vomitó sobre el zapato de un fotógrafo de agencia que esperaba en primera fila el paso del furgón con el cadáver de Tony Douglas dentro.

Tampoco le fue servida una cena especial tal como es costumbre porque se negó a cenar.

¿Alguna pregunta? Contestaremos cuatro preguntas.