Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando ahora llaman a la puerta. El mozo de equipajes. ¿Cómo tardó tanto en subir el equipaje?

Le enseño la propina. Es lo primero que hago. Enseñarle la propina. Entonces el mozo coloca la maleta en su sitio. Ya ha visto la propina en mi mano y se tranquiliza. Grave error ocultar la propina hasta el final. ¿Con qué objeto? Así no hay malentendidos. Garantizas que va a hacer bien su trabajo. Es uno de los trabajos más fáciles del mundo éste de llamar a la puerta de la habitación y con cara como si fuera él quien viene agotado de un largo viaje soltar la maleta y poner la mano para salir por donde ha entrado. Pero esta gente puede ser malvada. Puede ser peligrosa. Hay que enseñarles la propina sin ningún temor a ofenderles. Es falso creer que enseñarles la propina les ofende. Ellos no quieren sorpresas. Quieren saber desde el principio y cuanto antes con quién se la están jugando. Lo que les pone fuera de sí a los mozos de equipajes es precisamente que escondas la propina y que cuando ya han hecho las cuatro mamarrachadas que tienen por costumbre hacer les entregues la mitad de la propina que esperaban. Sabrán vengarse en su momento. Eso no lo perdonan. Toman buena nota del número de habitación y del nombre del cliente que les dio la mitad de la propina que esperaban.

¿Para qué se tomaron la molestia de explicar las cosas que explican una vez han dejado la maleta en su sitio? Se empeñan en explicar cosas absurdas para sacar más propina. En realidad esperan dos propinas. Una por dejar la maleta y abrir el armario. Otra por enseñar y explicar cosas estúpidas en la habitación cuando ya estás al cabo de la calle de todo lo que hay en la habitación. Pero ellos tienen que hacer cuanto pueden para sacarte de quicio ya que cuando te han sacado de quicio y no soportas ni un segundo más su presencia en la habitación les das una triple propina para perderlos de vista. ¿Qué hacen?

Encienden y apagan las luces.

Abren y cierran las puertas.

Se asoman al cuarto de baño y dicen aquí está el cuarto de baño como si tú no vieras que eso no puede ser más que un cuarto de baño. ¿Creen que algún cliente va a confundir el cuarto de baño con un sofá?

Luego el mozo corre las cortinas que dan a la calle Domgasse y dice que si te asomas verás que por la calle Domgasse pasan constantemente coches de caballos con turistas que van a ver la casa de Mozart. Y añade que ésta es una de las casas de Mozart en Viena porque como usted sabe Mozart también vivió en otras dos casas en Viena situadas en otras calles. Y espera que tú pongas cara de imbécil y le des las gracias por el solo hecho de que por ahí abajo pasen constantemente coches de caballos como si fueran sus coches de caballos.

Luego se dirige al horrible minibar y abre la puertecita del minibar y mete su cabezota de mozo de equipajes por el hueco del minibar y dice que en efecto el minibar está surtido con toda clase de bebidas tal como puedes ver.

Todavía le queda el mando a distancia del televisor. Ahora no tiene ninguna prisa. Al revés. Ahora se apoya en el respaldo de una butaca y podría sentarse en la butaca si le das pie a ello y pasar ahí un par de horas repantigado explicando el funcionamiento del mando a distancia de la televisión. Enciende y apaga el televisor tres veces. Cambia los canales identificándolos. Sube y baja el sonido. Y repite la operación mirándote de reojo cuantas veces sea necesario porque hasta que no le das las gracias y le suplicas que no cambie más veces el canal seguirá cambiando el canal.

¿Por qué no abrevian su farragosa liturgia estos mozos de equipajes?

Cuando le das la propina todavía sigue ahí plantado mirando fijamente el termostato de la pared. Mira el termostato como si acabara de descubrir su existencia. Y el termostato merece dos palabras. El mozo de equipajes también se ocupa de la temperatura ambiente además de subir los equipajes. En realidad lo de los equipajes es lo de menos. Es como un pretexto. Su misión es mucho más ambiciosa. Más compleja.

Aquí está el termostato. Es mejor que no lo mueva. Le aconsejo que lo deje como está.

Y vuelve a mirar mi mano. No le interesa nada más que mi mano. Lo que le preocupa es mi mano. Otro billete. Eso trata de decirme. Que me meta la mano en el bolsillo y saque otro billete del bolsillo y se lo entregue. No se haga el despistado. Más chelines. Sólo así se irá.

Son cínicos como pocos profesionales en el ramo de hostelería. Pero Juan siempre tuvo muy presente la conveniencia de dejarlos contentos. ¿Qué pasará si en plena noche te da un infarto? El mozo de equipajes sería el primero en meterse en la habitación con la llave maestra que le cuelga del cinturón y el primero en sacarte de la habitación en el carro de los equipajes. Te encerrará en el cuarto de equipajes hasta que llegue la ambulancia. Todo muy rápido. Es preciso no llamar la atención. Los achaques y no digamos las muertes de clientes en un hotel alteran mucho la vida del hotel. Arruinan su falsa felicidad. Las muertes de clientes en los hoteles producen enorme confusión. Son muy negativas para el negocio. Nadie quiere poner los pies en el hotel donde un pariente o un amigo han muerto. Ni siquiera apetece pasar por la misma calle. Se da un rodeo. Porque cuando caes gravemente enfermo en un hotel desde ese mismo instante dejas de ser una persona y te transformas en un desperdicio del hotel. Un bulto del que hay que deshacerse lo antes posible. Si estás muerto como si estás agonizando. Es igual. Sigues siendo el mismo bulto que hay que sacar inmediatamente del hotel por la puerta destinada a la basura. Y ya está.

¿Ya está?

No está. Este energúmeno todavía quiere añadir algo.

¿Es la primera vez que se aloja con nosotros?

Sí.

¿Sí? Qué raro. Su cara resulta familiar. Su cara me suena. ¿De verdad no se ha alojado antes en nuestro hotel? ¿Seguro?

Segurísimo. Nunca. Es la primera vez.

Pues hubiera dicho que usted ya estuvo en nuestro hotel.

Y entonces el mozo de equipajes hace un falso gesto de contrariedad. Como si la memoria le fallara cuando él no quiere que la memoria le falle. No quiere que le falle nada. Levanta una mano sin dejar de mirar mi mano. Se acerca la mano a la cara. No se acerca la mano a la cara para enjabonarse la mejilla y afeitarse sino que lo hace para agitar la mano en la que ya se ha puesto el guante blanco y con esa mano indicar que tu fisonomía le resulta bastante familiar.

Estos mozos heredaron todos los trucos del oficio de sus antepasados los mozos de equipajes en tiempos del imperio austrohúngaro.

¿Es el suyo un viaje únicamente de placer o también de trabajo?

Cuidado. Mucha atención. No reveles que el viaje es de placer. Eso es lo que está esperando el pícaro. Sólo espera que digas que tu viaje es de placer para atraparte en su red de venta de entradas agotadas para la Ópera y de entradas agotadas para los conciertos en el Musikverein y de entradas agotadas para los conciertos en la Konzerthouse y de entradas agotadas para una obra de teatro en el Volktheater y en general de entradas para cualquier espectáculo aunque no tengas ningunas ganas de ir a ningún espectáculo en Viena.

Por otra parte si dices que tu viaje no es de placer sino que es de negocios todavía es peor. El interrogatorio no ha hecho más que empezar.

¿Tiene usted negocios en Austria? ¿Qué tipo de negocios? ¿Va a necesitar una intérprete? ¿Una secretaria? ¿Un coche de alquiler?

En realidad el mozo es ahora un agente laboral a quien le importa un rábano que tengas negocios con Austria o con el Camerún. No ha podido venderte a precios abusivos las peores entradas para la Ópera y otros teatros de Viena pero pretende colocarte ahora a una amiga suya que apenas habla español como traductora aficionada ganándose así una buena comisión.

Naturalmente nunca te preguntará si era buena la entrada de la Ópera o del concierto o del teatro. Sabe perfectamente que era el peor asiento. El único que jamás compraría una persona medianamente sensata. Pero él trabaja asociado con el conserje y ambos se regocijan y se enriquecen con estas y otras estafas.

Sin embargo debo reconocer que el Domgasse es un hotel muy cuidado. A Berta le gustará. Le gustará más que el Algonquin. Indiscutiblemente su mantenimiento es mejor que el del Algonquin. Superior al mantenimiento de cualquier hotel de su misma categoría en Nueva York.

Buen mantenimiento. Éste es el único secreto para que las cosas envejezcan con elegancia. Sin traumatismos. Con suavidad. Una casa. Un coche. El cuerpo humano. Debes ir revisando las piezas de tu propio cuerpo antes de que se averíen. Al primer aviso hay que prestarle atención.

Cuide la vejiga. Los riñones. Beba mucha agua. Dos litros al día. Beba hasta que la orina sea transparente. Incolora. Inodora. Insípida. Como el agua. Pero beba agua de calidad. Y si todavía persisten esas molestias vuelva. No dude en volver. Vuelva aquí. Haremos algunas pruebas.

Juan volvió. Le dijo a Pansy que tenía molestias.

¿Próstata? ¿Ya tienes lo de la próstata?

Pansy le acompañó al hospital de mala gana.

Una enfermera le entregó tres frasquitos.

Pansy le vio desaparecer por una puerta que él cerró con llave.

El cuarto era muy pequeño y totalmente blanco. Tenía un retrete. Un lavabo. Un espejo. Y una repisa también blanca.

Colocó los frasquitos por orden en aquella repisa. Estaban numerados. La enfermera le había explicado por qué estaban numerados. La enfermera era delgada. Rubia. Coqueta. Muy joven. Su cuerpo inspiraba confianza. Eso es importante. Había cuerpos que a Juan no le inspiraban confianza. Le intimidaban. Cuerpos excesivos. Cuerpos aplastantes.

No se equivoque. No se ponga nervioso. Es muy sencillo.

Le veía el nacimiento de sus pechos mientras le explicaba lo que tenía que hacer con los frasquitos.

En el frasco número uno orina un poco. Con muy poco tenemos bastante. A continuación orina otro poco en el váter pero enseguida lo hace en el frasco numero dos. Tampoco tiene que llenarlo. Un poco es suficiente. Pero debe orinar del mismo chorro de orina que ha orinado en el váter. ¿Entiende? Luego en el frasco número tres introduce usted el semen.

Pronunció la palabra semen con una entonación musical.

La miró a los ojos.

¿Alguna duda? ¿Quiere que se lo repita? Si quiere estar más seguro se lo repito.

Sonrió. Le ofreció un vaso de agua. Aquella sonrisa de la enfermera le daba ánimos. Lo más probable es que el jefe del servicio del laboratorio de este hospital le hubiera aconsejado sonreír así a todos los pacientes. Y hacerlo justo en el momento adecuado. De todas formas le gustó la sonrisa.

Juan se bebió el vaso de agua. Luego pidió otro.

Ella volvió a sonreír.

El segundo vaso de agua se lo bebió más despacio y mirándola fijamente. Le gustaba esta enfermera.

Hablaba en un tono aséptico. Limpio. Inocente. Cómodo. Cuando en realidad en estos laboratorios nada podía ser cómodo. Nada era limpio. Nadie era inocente. Al contrario. Todo era una guarrada. Pero la enfermera manipulaba esa guarrería con encanto y delicadeza. Sin hacerle sentir que allí el único guarro era él ya que tenía que encerrarse en el cuartito blanco para repartir orina en los dos frascos y acto seguido meneársela y meter semen en el último envase.

Pensó que con el semen nunca tenía problemas. En circunstancias normales nunca había fallado. Ahora tampoco tenía por qué fallar. Era cuestión de concentrarse un poco. De estar tranquilo. De no obsesionarse con el tiempo mientras Pansy esperaba leyendo el periódico y mientras la enfermera delgada y rubia escribía en el ordenador al otro lado del tabique. Juan oía a la enfermera tecleando en el ordenador.

Pensó que ella también le oiría cuando empezara a mear. Cuando fuera cogiendo los frascos para ir llenándolos de orina y volviera a dejarlos en la repisa.

Y cuando esté haciéndome la paja. Entonces también me va a oír.

No importa. Debe de estar acostumbrada. Quizá se lo pasa estupendamente. Tú a lo tuyo.

Se miró en el espejo.

La dócil polla de Juan parecía dispuesta a obedecer a Juan.

¿O no estaba dispuesta a obedecer a Juan la dócil polla de Juan? Empezó a acariciarla lentamente. Sabiamente.

No tardó en endurecerla.

Le hizo un gesto de agradecimiento en el espejo. Eso está bien polla mía. Ahora rápido. Y dentro de nada abriré la puerta y le entregaré a la enfermerita rubia que sigue tecleando en el ordenador los tres frascos. Uno. Dos. Tres.

Ella pensará. Buen paciente. Así se hace.

Y Pansy se levantará y entonces nos marcharemos.

Pero al mismo tiempo Juan pensaba ¿y si no logro correrme? ¿Y si precisamente ahora que todo va por buen camino se ablanda esta polla y no me obedece? ¿Qué hago si no obedece? ¿Salir como un fracasado con el trabajo sólo a medias?

¿Con qué cara voy a ponerme delante de la enfermera al entregarle el tercer frasco vacío? Me preguntará ¿dónde está el semen?

No está.

¿Y cuál será el comentario de Pansy cuando se levante doblando el periódico y salga de la salita y venga hacia aquí poniendo cara de asco?

En efecto aquello empezaba a suceder. Estaba sucediendo.

Juan estrujaba su polla y su polla perdía dureza. Su polla perdía volumen. Su pobre polla estaba amedrentada. La miraba en el espejo y sentía que aquel odioso pedazo de carne se mofaba de él. Le traicionaba.

Oía a la enfermera tecleando en su ordenador.

Tardaba demasiado.

¿Sospechará algo? ¿Serán otros pacientes mucho más rápidos? Habrá de todo. Unos más rápidos y

él. Le traicionaba.

Oía a la enfermera tecleando en su ordenador.

Tardaba demasiado.

¿Sospechará algo? ¿Serán otros pacientes mucho más rápidos? Habrá de todo. Unos más rápidos y otros más lentos. Yo no soy un eyaculador precoz. Esa suerte tengo en el fondo. Y tengo cincuenta años. Vaya un juego. ¿Qué hacen otros? ¿Se meten aquí con su mujer? ¿Con su novia? ¿Con su amante? ¿Con la enfermera? ¿Está autorizado pedir ayuda a la enfermera? ¿Qué tienen pensado para estos casos en estos modernos laboratorios? ¿Acude ella espontáneamente? ¿Llama a la puerta y pregunta qué tal va? ¿Avisa a la acompañante? ¿Avisa a un enfermero? ¿Avisa al jefe del laboratorio? ¿Traen un vídeo pomo?

Estará a punto de avisar a Pansy. Eso no. Sería mejor que entrara ella. Que ella me ayude.

Podían ofrecerlo. Un servicio hospitalario más. Estamos en los Estados Unidos. El país de los servicios por antonomasia. Si necesitas que una enfermerita rubia te ayude debe existir una enfermerita rubia dispuesta a ayudarte. Puede ser esta preciosa enfermerita rubia o cualquier otra enfermerita rubia parecida a ésta. Incluso mejor que ésta. Aunque lo dudo. La que me gusta es ésta. Es la enfermerita rubia más apetecible que conozco. Vamos enfermerita rubia entra aquí aunque sea por la ventana. Entra aquí aunque sea por la ranura de la puerta. Pero entra. Quiero verte. Me haces falta. Oh, thank you. Así es mucho mejor. Así no voy a tener ningún problema. Ella está aquí. Me permite tocarla. Puedo acariciarla. No quiere que Juan le quite las braguitas. Es igual. No le quito las braguitas. No importa. Thank you very much enfermerita rubia del laboratorio neoyorquino. Pero la bata blanca sí. Se la puede desabotonar. Son diminutas esas braguitas y son pequeños los pechos de la enfermerita rubia. Los pechos sí que se los puedo tocar. No hay que tener prisa. Te agradezco mucho que no me des prisas. Otra vez thank you. Ya va. Todo llega. Mi polla le está rozando los muslos. Rozando sus braguitas de enfermera rubia con la bata desabotonada.

Juan sudaba. Se ahogaba. Temía que de un momento a otro le entrara un ataque de risa. Casi siempre que se ponía nervioso le entraba la risa. Risa nerviosa. Risa de loco. Y sólo faltaba eso. Que empezara a reírse como un loco encerrado en el cuartito blanco del laboratorio frente al espejo con el jodido frasco en la mano. Diabólico. Y que la gente del laboratorio oyera a un tipo muerto de risa dentro del cuarto en el que nadie se moría de risa. Pero no va a pasar nada. Juan no se va a reír. Un poco de calma. La enfermera se ha puesto de perfil delante del espejo. Como él. Y hace exactamente lo mismo que hace él delante del espejo. Juan todavía se frota la polla. Ella se frota el clítoris. Qué bien lo hace. No imaginaba que lo hiciera tan bien cuando la vio tecleando en el ordenador. Se humedece el clítoris con saliva. Entorna los ojos. Abre los ojos para mirarse de perfil en el espejo. Le tiemblan las piernas. Bonitas piernas las piernas de la enfermerita americana. Vamos enfermerita rubia un pequeño grito y ya está.

Frasco número tres.

Tres.

Agarrado como si fuera otro pene.

Un poco más y ya está.

Y por fin el moquito blanco apareció.

Todo era otra vez blanco. Las paredes. El lavabo. El retrete. El estante. El techo. El papel higiénico. Los kleenex. El jabón. La toalla. La manivela. La puerta.

Blanco todo menos el rostro de Juan. Los ojos de Juan.

Se lavó deprisa. Se subió los pantalones. Se abotonó la camisa. Se miró por ultima vez en el espejo.

Abrió la puerta.

Aquí tiene los frascos.

Pero ella seguía tecleando. Fingía estar ocupada. Ausente. Absorta en la pantalla del ordenador. Sin duda cumplía a rajatabla las instrucciones del laboratorio. Cuando el paciente aparezca con los frascos no debe reaccionar inmediatamente. Deje transcurrir unos segundos.

Por fin levantó la cabeza sobre el ordenador y le miró con cierta extrañeza. Como despistada. Como si hubiera olvidado de qué se trataba. Por qué estaba allí este hombre con tres frascos en la mano. Hay que hacerlo exactamente así. Eso les tranquiliza. Por supuesto ninguna familiaridad. En buena medida los resultados dependen del comportamiento de las enfermeras.

Aquí tiene los frascos.

La enfermera le miró sonriente.

¿Todo bien?

Creo que sí.

¿Lo hizo exactamente como le indiqué? ¿Recuerda cómo lo hizo? ¿Siguió todos los pasos en orden?

En ese momento a Juan le asaltó la duda.

¿Lo había hecho bien? ¿Valdría o no valdría la muestra del frasco número uno si había rellenado un poco de orina después de orinar en el retrete?

¡Oh no! Eso no tenía que haberlo hecho así. Ya se lo dije. Poca cantidad era suficiente. No necesitamos más. Pero añadir nunca. Es lo único que no hay que hacer. Recuerde que se lo dije. Orina del mismo chorrito. No otro chorrito de orina. ¿Se acuerda?

Lo siento. Lo siento mucho.

No se preocupe. Tiene arreglo. Tendrá que repetir todo paso a paso. No es usted el único. Estas cosas ocurren.

Y la enfermera bajó la cabeza. Reanudó su trabajo en el ordenador. Parecía estar ya a miles de kilómetros de distancia.

Pansy se había levantando y plegaba el periódico. Vino hasta el mostrador. Quería ponerse al tanto.

La enfermera volvió a hablar. Se dirigía a los dos.

Si quieren pueden llevarse los frascos a casa. Tal vez les resulte más fácil allí. Luego lo traen antes de que pase una hora desde que llenen los frascos. ¿Lo prefieren así?

Entonces intervino Pansy. Primero tosió un poco. Siempre tosía un poco antes de hablar.

¡No me lo puedo creer! ¡No me digas que te has equivocado! ¡No me digas que lo has hecho mal!

Y lo repetía en inglés.

I can’t believe it! ¿Otra vez metiste la pata? ¡No tienes remedio! Es de risa. Perdona si me río pero es que lo tuyo es de risa. De morirse de risa. Tres frascos y tres cosas tan sencillitas y metes la pata. I can’t believe it! Pero no te quedes ahí parado. Por lo menos coge los frascos y haz algo. ¿Te metes otra vez en ese cuarto o nos vamos a casa?