Uno dos. Uno dos.

Grabando.

Grabando y lloviendo a cántaros desde antes del amanecer. Mejor. Tormenta. Viena chorreando. Viena y sus truenos. Viena y su lluvia torrencial. Sus calles como ríos. El Danubio enfangado. Los vieneses acariciando la idea del suicidio sin dejar de acariciar al perro. Los turistas hechos una sopa. Los coches de caballos capotados. Las japonesas cubriendo sus bolsitos Vuitton para que lleguen secos a Tokio. Y Berta sin dar señales de vida.

Suena el teléfono.

Frau Schneider pregunta por usted.

¡Inge!

Llegó antes de lo que esperaba.

Me miro al espejo. ¿Cara de qué?

La veo de pie sacudiéndose el agua. Gordinflona. Estropeada. La envejecida vienesa goteando en el vestíbulo con su paraguas plegable y un plástico transparente sobre el loden de todos los días.

Sus ojos más grises.

Su pelo gris y sus labios finos chupados por las arrugas.

El gesto dulce de asombro.

La beso en la mejilla sabiendo que después de este beso no desearé darle ningún otro. Que no volveré a besar a Inge.

Que no habrá casi nada de lo que hablar.

Que era un error este encuentro.

Que fue una suerte este diluvio porque así no tendremos que ir a ningún café.

¿Con esta vieja gorda entrando en el café Braünerhof?

Le ayudo a quitarse los plásticos de encima. Miro instintivamente sus pies oprimidos en las botas de goma. Veo sus rodillas infladas embutidas en las botas.

Nos sentamos en las primeras butacas del vestíbulo. Ni siquiera la empujo hacia el centro del salón. Nos quedamos allí mismo. Cerca del conserje. Le doy una excusa. Espero una llamada. La llamada de Berta.

Ella recuerda a Berta. Estaba seguro de que recordaba a Berta. Juan le hablaba de Berta en Grinzing cuando empezaban la segunda botella y el pie de Inge se acercaba desnudo a su pierna.

Le pregunto si está casada.

Sí. Me casé.

¿Y eres feliz?

Sí. Soy feliz.

¿Muy feliz?

Suficiente.

¿Tienes hijos?

Una hija.

¿Sólo te casaste una vez?

No. Dos veces. La niña es de mi primer marido. ¿Y tú? ¿Te casaste? ¿A qué te dedicas?

Le cuento en dos palabras lo de Pansy. El divorcio. El reencuentro con Berta. Que Berta va a venir. Tal vez está llegando. Desde aquí la veremos entrar. Pero Inge quiere que vaya más despacio. Y empiezo.

Juan es periodista. Conoció a su mujer en el periódico. Su mujer es americana. Se presentó un día en el periódico. El periódico se llama Damas y Caballeros. Pansy quería hablar con el reportero que había escrito un reportaje de los Estados Unidos. No estaba de acuerdo con ese reportaje. Así fue el comienzo. Le dijo he venido para decirle que su reportaje sobre los negros en mi país tiene muchos errores y me gustaría que los corrigiera. Juan le dijo que era imposible corregir los errores. Le ofreció que escribiera una carta al director. Ella le dijo que lo pensaría porque el reportaje tenía cosas muy buenas. Se había hecho una lista con las cosas que estaban bien y con las que estaban mal. La lista la tenía en su casa. Su casa era un ático en un edificio antiguo en el Madrid de los Austrias. Ella era estudiante de español. Estaba sólo unos meses en España para perfeccionar el español. Ella era de Nueva York. Sus padres vivían en Nuevo México. Su padre era de origen alemán y ya se había jubilado después de un accidente. Su madre era de origen libanés. A Juan no le apetecía que Pansy escribiera esa carta al director detallando los errores de su reportaje. Pero seguía diciéndole que escribiera la carta si así se quedaba más tranquila. Pansy dijo que por qué no hablaban de eso en otra ocasión. Entonces quedaron en volver a verse una tarde. Pansy le enseñó la lista de errores de su reportaje. Juan la leyó muy deprisa. Eran datos estadísticos que contradecían los que él había dado en su reportaje. Pansy le dijo que no se preocupara. Le parecía que estaba muy preocupado. Para que no estuviera tan preocupado Pansy rompió allí mismo la lista y le dio un beso a Juan. Aquella noche cenaron juntos. Al despedirse Juan la besó en los labios. Y luego empezaron a salir. Salían juntos casi todos los días. Hablaban de los Estados Unidos. Pansy le decía que él debería vivir una temporada en los Estados Unidos. Aprender muy bien el idioma. Conocer muy bien aquel país. Ella conocía muy bien Nueva York. Nueva York le gustaría mucho. Una noche subieron al ático y ella se dejó toquetear. A partir de entonces siempre que salían juntos acababan en el ático. Una vez se acostaron y ella no opuso ninguna resistencia. No hablaban. Todo aquello era como un trámite mudo. Hablaban antes de ir al ático y luego de estar en el ático. Un día ella le dijo con mucha naturalidad que estaba embarazada. Y él se asustó. No tenía intención de casarse con Pansy. Pansy le dijo que tenían que hacer algo. Entonces no era legal el aborto en España. Pansy no le propuso ir a abortar a su país. Esperaba que él le dijera casémonos. Juan se lo dijo. Se casaron en Valencia durante las Fallas porque Pansy quería conocer cómo eran las Fallas. Dos pájaros de un tiro. Le gustaron mucho las Fallas. Tragaron mucha pólvora. A Pansy le chiflaron las Fallas. El ruido de las Fallas. Las llamas de las Fallas la noche de la Cremà. Juan odiaba las Fallas. Odiaba a las falleras. Odiaba a los falleros. Valencia era una ciudad sucia y detestable habitada por devoradores de paella valenciana que gritaban con la boca abierta. Siempre gritaban. Le daban asco las falleras gordas con peineta de latón y un murciélago en la peineta. Pansy alquiló un típico vestido de valenciana que olía a sudor de fallera perpetua. Estuvieron todos los días presenciando la mascletà en la horrenda plaza del Caudillo entre masas de valencianos fanfarrones y desfilaron toda una tarde detrás de una banda de música que tocaba pasodobles falleros sorteando pestilentes contenedores repletos de basuras. Todavía fueron a beber horchata de chufa y a comer fartons en la horchatería La Gran Chufa Valenciana. Todo esto le gustó mucho a Pansy que empezó a hacer tripita y conoció a la familia de Juan. Primero conoció a don Juan y al hermano gemelo de don Juan. Luego conoció a doña Dolores sentada en el sillón del Citroen ZX. A Pansy le hizo mucha gracia. Pansy dijo que cuando fuera a Nueva York la próxima vez le traería un espejo retrovisor panorámico. La madre de Juan le dijo que no se molestara. Más tarde se fueron de viaje de novios a Londres y de Londres a Nueva York donde al día siguiente Pansy habló largo rato por teléfono con su madre y al terminar de hablar con Mom le dijo Juan he decidido que mañana voy a abortar.

Inge sólo me interrumpe para decir dos veces qué mala suerte Juan qué mala suerte. El primer matrimonio es siempre un fracaso. Es un error inevitable. Un accidente. Con el primer matrimonio pasa como con el primer empleo. El primer empleo nunca es un empleo para toda la vida. Puede estar bien durante cierto tiempo. Más no. Luego quieres que mejoren las condiciones. No quieres quedarte siempre igual. No tienes ganas de aburrirte. Ni de que te tomen el pelo. Un día y otro haciendo lo mismo. Viendo las mismas caras. Sin sorpresas. Sin interés. Y de pronto te despides. O si no te despides te despiden. Para el caso es lo mismo. ¿Qué ha fallado en este trabajo? ¿He fallado yo? ¿Ha fallado el otro? ¿Voy a saber alguna vez por qué se va esto al traste? No hay que buscar respuesta. No hace falta. Cada cual lo va a ver de una manera. Lo que hay que hacer es cambiar de empleo. Y buscar otro empleo que sea más interesante. A veces basta con que sea distinto. Ya tienes algo de experiencia. Ya no vas a cometer los mismos errores que la primera vez. Quizá otros. Pero los mismos no. Sabes poner tus condiciones. Y sobre todo ya no crees que algo dura toda la vida. Eso es mentira. Afortunadamente no hay nada que dure toda la vida.

Estaban de acuerdo.

También él se había imaginado casado con Inge y al cabo de algunos años separado de Inge. Casado con Berta y al cabo de unos años separado de Berta. Lo mismo que cuando se casó con Pansy. Ames o no ames a la persona con la que te casas lo que está claro es que desde el momento en que te casas ya estas haciendo los preparativos del divorcio.

¿Había otra persona en la historia de Pansy?

Claro que sí. Pasados los años la tercera persona apareció un buen día. Se llamaba Diu Tsit. Una china entrenadora de pimpón. Y de la noche a la mañana Juan se convirtió en pelotita de pimpón. Iba de un lado a otro. Cada vez más deprisa de un lado a otro. Pansy y Diu Tsit le daban cada vez más fuerte a la pelota. Pansy y la china y la china y Pansy estaban jugando a todas horas al pimpón y él siempre era la pelota que iba de un lado a otro a toda velocidad. No tenía tiempo para reaccionar. Estaba siempre en el aire. Pansy perdió la cabeza por la china del pimpón. En muy poco tiempo la china entrenadora de pimpón se convirtió en la emperatriz de China. Juan no era más que el eunuco de la corte de la emperatriz china. En realidad entre él y el único eunuco superviviente de la corte imperial china apenas existía diferencia alguna salvo que el último castrado chino de la corte imperial china estaba protegido por el gobierno comunista de China. Se llamaba Sun Yaoting. Tenía 92 años. Vivía retirado en un templo budista de Pekín. Era una curiosidad histórica. El emperador lo había utilizado para proteger y cuidar a sus concubinas sin peligro alguno de que el eunuco las sedujera. Alimentaba a Pu Yi. Le limpiaba los zapatos. Le vaciaba el orinal. Y aguantaba los azotes de Pu Yi. Con esos azotes disfrutaba mucho la corte. El eunuco cobraba 30 gramos de plata por lavarle las manos y ponerle el orinal a la emperatriz. ¿No era idéntico el papel que Pansy le había asignado a Juan? Juan era el eunuco de Pansy al servicio de su concubina Diu Tsit. Juan llevaba en su coche a Diu Tsit al club neoyorquino de pimpón. Le preparaba las raquetas. Le ataba los cordones de los zapatos para jugar al pimpón. Tensaba la red del pimpón. Esperaba pacientemente a que Diu Tsit y Pansy jugaran su partida de pimpón. Las acompañaba a la puerta de los vestuarios donde se desnudaban y se duchaban juntas. No era necesario ponerles el orinal porque ambas se meaban y se cagaban encima del castrado Juan. Juan era el último eunuco de la corte celestial. Hasta que una noche Juan las sorprendió jugando al pimpón debajo de la mesa del comedor. Sin raqueta. Sin pelota. Y en ese mismo instante lo entendió todo. Estaba claro. ¿Qué podía hacer el eunuco? Largarse antes de que la emperatriz le propinara los azotes reglamentarios para regocijo general de la corte. Juan se retiró haciendo reverencias. Perdonó los 30 gramos de plata. Lo perdonó todo menos a sí mismo por haber sido tan imbécil.

Aquella noche del descubrimiento Pansy había invitado a cenar a Diu Tsit. Prácticamente Diu Tsit estaba siempre en casa. Dejaba su ropa en casa. Planchaba su ropa en casa. Guardaba sus raquetas en casa. Se bebía el vino californiano en casa. Oía música en casa. Veía la televisión en casa. Leía revistas de pimpón en casa. Cuando Juan se marchaba de viaje también pasaba la noche en casa. Aquella noche después de la cena el eunuco acompañó a Diu Tsit hasta el rellano de la escalera y se metió con ella en el ascensor. Bajaban los dos solos en el ascensor desde la planta 44 del Bentson Building. Por primera vez deseaba súbitamente a aquella china. Deseaba seducirla. Arrebatársela a Pansy. Dominarla como ella dominaba a Pansy. Declararse vencedor absoluto del campeonato del mundo de pimpón. Besarla apretándola contra la pared del ascensor. La miraba a los ojos y la china resistía esa mirada. Lo miraba a él como diciendo atrévete. Y él sólo tuvo que acercarse a ella. Inclinarse sobre ella porque la china aunque era una china americana no era alta. Inclinarse sobre ella y besarla en la boca china entreabierta hasta que ella le metió la lengua china en la boca de Juan. Ya habían llegado a la planta baja. Las puertas del ascensor se abrieron. Ella permaneció inmóvil unos instantes. Todavía mirándole. Le había besado con suavidad de reptil chino. Se imaginó la suavidad de su cuerpo. Su cuerpo en la ducha. Su cuerpo sudado después de jugar una hora y media al pimpón. Su piel húmeda en la cama. Deseaba ese cuerpo de la campeona china de pimpón mucho más que el cuerpo sin depilar de Pansy. Durante bastantes noches Pansy le perseguía en sueños siempre con el rostro de doña Dolores como una máscara sobre su propio rostro y los rasgos ligeramente orientales. Doña Dolores. Su madre desnuda y borracha empuñando una raqueta de hierro. Luego abría la boca y le enseñaba su nueva dentadura postiza también de hierro. Su madre escupía semen. Y Pansy le exigía que vaciara el orinal de la emperatriz Diu Tsit recostada bajo un inmenso baldaquín chino.