Capítulo 26

 

Melisa y Zoila se habían quedado mudas.

—¡Por favor! —rogó Sofía, sin dejar de mirarlas. El desconcierto inicial daba paso a un dolor profundo.

—Tendrás que preguntarle a él —soltó Melisa.

—Eso haré.

El dolor fue reemplazado por una ira, caliente y viscosa, que amenazaba con desbordarla. Salió furiosa a enfrentar a Álvaro.

Zoila se persignó.

—Se va a armar la de San Quintín.

—Álvaro debió haberle dicho hace días.

Melisa negó con la cabeza varias veces y salió detrás de ella.

—Es hombre. —Con ese comentario, zanjó Zoila la cuestión.

Sofía caminó por el pasillo hasta llegar al estudio, alcanzó a escuchar las risas de Gabriel y los comentarios de Valentina. Álvaro tenía a Sebastián alzado, cuando vio que Sofía lo miraba desde la puerta con una palidez fantasmal. Detrás de ella apareció Melisa, Gabriel frunció el ceño al ver la cara de su esposa.

Álvaro se puso de pie y caminó hacia Sofía, interrogante, ella se volvió y echó a correr hacia el jardín. Él se volvió a Melisa, pasmado.

Esta tomó a Sebastián en brazos.

—Ve a buscarla, estás metido en un lío fenomenal.

Álvaro palideció. Lo sabía, alguien se le había adelantado.

—¿Le dijiste? —preguntó, sin creer que Melisa hubiera llegado a tanto.

—No fui yo, pero da igual, ya lo sabe.

Álvaro salió en pos de ella.

—¡Mami, mi papi dijo que puedo tener un perro! Quería un caballo, pero nuestra casa es muy pequeña, entonces me dijo que podía tener un perro. Valentina cabalgaba encima de Max, que estaba echado en la alfombra y no parecía importunarle el peso de la niña.

—Tu papi tiene cada idea, hija, ya lo hablaremos y luego decidiremos.

Gabriel la miraba, contrito. La niñera se llevó a los niños para asearlos.

—¿Qué pasó?

—Sofía ya sabe que Álvaro estuvo casado. Va a tener que dar muchas explicaciones. ¿Por qué no le había dicho nada?

Gabriel se acercó y abrazó a su esposa, que veía por la ventana del estudio cómo Sofía se internaba entre el bosque, con Álvaro detrás de ella.

—Ya había hablado de eso con él, no hace ni media hora. Está preocupado y lo estaba dilatando.

—Sofía lo va a matar.

Gabriel sonrió sobre el cabello de su esposa.

—Esperemos que no llegue a tanto.

—Me preocupa Sofía.

—No podemos hacer nada, preciosa, ellos tendrán que solucionarlo. Por cierto, mientras se soluciona el drama tendremos un tiempo para los dos, esta noche me gustaría darme un chapuzón en la piscina.

Ella le acarició el pecho.

—¿Es una cita?

—Sí —le dijo sobre los labios antes de darle un beso.

—Señor Preciado ¿cuáles son sus intenciones?

Él le acarició el trasero.

—Mis intenciones no son nobles, pienso robarte esta noche, tengo planeado hacerte muchas cosas.

Ella sonrió, reblandecida como siempre ante el tono y la imponencia de su esposo, aunque hubieran pasado los años, aún la asaltaban las pulsaciones y el deseo como en la época en que se conocieron.

—¿Y si alguien nos ve haciendo travesuras?

Frunció el ceño.

—No lo creo, ordenaré un poco de privacidad.

—Bien, tenemos una cita, pero no me ablandarás con lo del perro, están muy pequeños.

—Lo hablaremos en la noche —dijo él con sonrisa taimada. De alguna manera la convencería.

 

—¡Sofía, espera! —Álvaro la alcanzó y la tomó del brazo al llegar a un claro de guaduales.

—¡Suéltame! ¡No me toques! —le exigió, cuando Álvaro la aferró de los dos brazos para pedirle que se calmara. Sus pies patinaron en el suelo repleto de piedras, guijarros y hojas.

Se soltó de su agarre de manera agresiva, los ojos le brillaban de rabia.

—No me importa lo que tengas que decirme —Arremetió contra él y lo empujó hacia atrás—. ¡Sei un imbecille!

Apenas lo hizo retroceder dos pasos.

—Sí, lo soy. —Claro que era el imbécil más grande, quería darse cabezazos con el tronco del árbol más cercano—. Cálmate, mi amor, tenemos que hablar, quise decírtelo, pero le temía a esto.

—No me llames mi amor. Me lo tenías que haber dicho en Paris. No entiendo por qué no lo hiciste, no entiendo. Tuviste mil oportunidades. ¿Sigues casado?

Álvaro negó con la cabeza.

Ella soltó una carcajada carente de humor, quería llorar, arañarlo, hacerle daño de alguna forma, estaba herida, celosa de que otra mujer hubiera sido importante para él, de que hubiera dejado huella en su casa, que hubiera amanecido con Álvaro, que la hubiera llevado al río y a ver los cafetales.

—Estuve casado tres años con… Brenda.

¿Había oído bien? De todas las malditas mujeres en el planeta, se le ocurrió casarse con Brenda. Sintió que se ahogaba en medio de una rabia inmensa. Que se hubiera casado dolía como un demonio, pero con ella…

—¿Cómo pudiste… con ella?

—Por eso no quería decírtelo.

—¡Eres un maldito hijo de puta! Todo este tiempo celándome hasta la obsesión con Alexander y mira con lo que me sales tú. ¡Mentiroso!

Álvaro se acercó, conciliador.

—Vamos a calmarnos.

—¡Ningún calmarnos! —atacó ella como saeta—. ¡Eres un hipócrita!

—Me merezco todo lo que quieras decirme —dijo, con los ojos cerrados, mientras trataba de moderar el genio que en segundos iba a estallar también—. Quiero explicarte todo.

Álvaro estaba igual de pálido que ella.

—Tuviste todo el tiempo del mundo, ahora no me importa.

Sofía caminó unos pasos rumbo a la casa. Él se le adelantó y se puso frente a ella con las manos en forma de ruego.

—Escúchame, por favor, hace cuatro años estoy divorciado.

Sofía sacó cuentas, fue a los dos años de su desaparición. No esperó nada. A los dos años ella todavía estaba muerta en vida y él revolcándose con esa furcia.

—¿Te enamoraste de ella? —preguntó, vulnerable, y sin poder creer que estuviera escuchando aquello.

Álvaro negó con la cabeza.

—¿Le fuiste fiel?

—No.

—Puto, además.

—No te pases —bramó él, con miedo a acercarse, necesitaba tocarla de alguna forma, pero estaba seguro de que se ganaría un sopapo como mínimo—. Tú tampoco has sido una santa.

—¡Como te atreves a compararte conmigo! —vociferó ella—. Siempre te dije la verdad.

Él se acercó de nuevo. Ella lo empujó de nuevo con más ímpetu.

—Una cosa es ser mentiroso y otra omitir información.

—Para mí es lo mismo. ¿Por qué no me lo dijiste?

—¡Miedo a perderte! Miedo a volver al infierno, por puro y físico terror a perderte otra vez —concluyó, en un susurro.

—¿Y eso debe hacerme sentir mejor?

Se sentía patética con el cúmulo de emociones no deseadas.

—¡No! Claro que no —exclamó con la respiración agitada—. Lo oculté esperando el momento oportuno. No quería que me abandonaras, otra vez.

—Ah, no, a mí no me vas a voltear las tornas. ¿Ahora la culpable de que te casaras soy yo? ¡Ja!

—¡Sí! —soltó, colérico, la aferró por los brazos y la puso a su altura—. ¡Me abandonaste como a un perro! —La soltó—. No sabes cómo me sentí, fue como andar muerto en vida, lo único que podía hacer era trabajar y trabajar, las mujeres eran solo para desahogarme y ninguna podía superarte. Creí que con ella lo haría, pero me equivoqué.

—¡Para mí tampoco fue fácil! Y no corrí a casarme por eso.

—Pero te metiste en la cama de ese tipo de mierda, lo he imaginado contigo y no querrás saber todo lo que pasa por mi mente.

La arrinconó contra un árbol cercano, la inmovilizó con su cuerpo.

—Ella nunca me importó, ese fue el maldito problema.

—Muy bonito, engañar con votos y promesas a una, y después ocultarlo a la otra.

—Palo porque bogas, palo porque no bogas, de todas formas para ti soy culpable.

Ella cerró los ojos, Álvaro percibió la palidez de su semblante y las lágrimas que corrían por su rostro.

—Te lo advierto, retírate o lo lamentarás.

Álvaro levantó las manos y la dejó ir. Era ya noche cerrada, se escuchaba el ruido de las chicharras y de algún búho que andaba por allí.

—¡Mierda! —Golpeó el tronco del árbol.

Sofía se encerró en la habitación. Llamaron a la puerta varias veces pero ella no le quiso abrir a nadie. Álvaro no se acercó en toda la noche. La casa estaba silenciosa, a lo lejos se escuchó el llanto de Sebastián, que fue calmado enseguida.

Sabía que estaba siendo irracional, si la creía muerta, él tenía derecho a rehacer su vida con quien quisiera. Ella había tratado de hacerlo, de una manera poco romántica, pero lo había intentado, tal vez de la misma manera que Álvaro, sin el matrimonio, claro. La rabia y el orgullo no la dejarían capitular de una manera fácil.

Lo que recordaba de Brenda era que era una mujer hermosa, con clase, pero una cretina de tomo y lomo. Si Álvaro buscaba consuelo para aliviar su pena, lo encontró en la persona menos adecuada, pero eso no le bajaba la rabia.

Quería estar sola, necesitaba pensar y con Álvaro encima de cada uno de sus movimientos era difícil, pero necesitaba poner las cosas en perspectiva, aliviar la rabia y meditar si el amor sería suficiente para lidiar con ese tipo de relación.

Se durmió en la madrugada y se levantó muy temprano. Zoila y Miriam ya estaban en la cocina cuando bajó por un café. Se asustaron al verla, la muchacha quiso salir corriendo, pero Sofía la calmó.

—No es culpa tuya, Miriam.

Se acercó a ella y la abrazó.

—Lo siento, soy una lengüilarga, mi mamá me lo dice todo el tiempo y Zoila también.

Zoila se acercó con un pocillo de café en la mano que le brindó a Sofía.

—No eres así —señaló Sofía—. Eres una joven encantadora, no pierdas tu sinceridad, es muy valiosa.

—Miriam, ve al corral por los huevos —mandó Zoila, mientras amasaba la mezcla para las arepas del desayuno.

La joven tomó un canasto de mimbre y salió para el corral de las gallinas.

Sofía se sentó, quería preguntar muchas cosas, pero su orgullo no la dejaba, Zoila, conocedora del alma humana, se apiadó de ella.

—Cuando volvió a la hacienda, después de lo sucedido, parecía un fantasma, se veía tan solo, desconsolado y de mal genio… Se encerraba después de la jornada con una botella del trago que fuera, en el estudio de pinturas que había mandado adecuar para cuando usted viniera. Era triste verlo, se recuperó, pero nunca volvió a ser el mismo. Luego, a los dos años, se le vio un poco más animado y un fin de semana la trajo a la hacienda.

—Me imagino que vivieron aquí.

—Imagina mal, Sofía. Ella odió el lugar y más cuando vio los cuadros. Volvió en un par de ocasiones, pero nunca se sintió a gusto, era una mujer de ciudad, de fiestas y de esas cosas que hacen los ricos.

Eso no la hacía sentir mejor, pero fue un ligero consuelo.

Zoila prefirió no contarle del día que Brenda exigió que le abrieran el estudio que permanecía con llave. Al entrar al lugar, les pidió a las mujeres que la dejaran sola. Fue una suerte que los cuadros no estuvieran allí, Álvaro los guardaba en un mueble del estudio, desde la rabieta que tuvo cuando vio que aún después de casados las pinturas seguían colgadas en las paredes. La mujer destruyó toda la habitación, trozó los lienzos, partió los pinceles y tiró al piso las pinturas. Todo lo de vidrio quedó hecho añicos.

—Zoila, usted dijo que él había arreglado el cuarto de pinturas nueve años atrás, pero no son las mismas cosas que hay ahora.

Ella negó con la cabeza con gesto de tristeza.

—No me haga hablar de eso.

—¿Dónde habrá dormido?

—En el estudio, salió antes del amanecer, vinieron a buscarlo. Hay un problema con una de las máquinas trilladoras. No sé cuánto tardará.

—Gracias, Zoila.

Una hora después se sentó a la mesa con Gabriel y Melisa. La mujer se veía tranquila y descansada, vestía una blusa campesina color blanco y una falda de drill color azul. Gabriel estaba guapísimo con una camisa de cuadros, un jean desteñido y unos converse color gris. Valentina comió un picado de frutas, un huevo duro y un vaso de leche con chocolate, no le gustaban las arepas. Los mayores comieron huevos revueltos de una fuente, arepa caliente y café con leche. Hablaron de Bogotá y de las galerías de arte de Mónica Trespalacios. Sofía se levantó cuando la niñera se acercó con Sebastián recién bañado.

—Déjame alzarlo.

El bebé estaba despierto, tenía el color de ojos de la madre y abundante cabello. Era un niño sano y rozagante como los de las revistas. Volteaba la cabeza cada vez que escuchaba hablar a su mamá, siguiendo el sonido de su voz.

Melisa se acercó, lo alzó, salió del comedor y se sentó en una silla del zaguán de la entrada dispuesta a alimentarlo. Sofía ya iba detrás cuando Gabriel le pidió hablar con ella. Se quedaron sentados, Zoila entró, retiró las fuentes y la loza, y les sirvió más café.

Valentina salió con Max y la niñera a jugar en el jardín.

—Yo llegué a Nueva York al día siguiente de que nos comunicaran que habías muerto. —Gabriel recorrió con el dedo el orillo de la taza caliente—. Fue muy duro, verlo ilusionado días antes, me había hablado de ti, me dijo que estaba enamorado y que te traería a conocer a la familia, y verlo después confundido, dolido, sin creer que te hubiera ocurrido aquello... No lo estoy justificando, le advertí que esto podía pasar. A ninguno nos gustan las omisiones.

Sofía lo escuchaba, atenta. Sus ojos verdes rezumaban afecto, era un hombre de vuelta de muchas cosas y no todas agradables.

—Fui testigo presencial de su pena, ya que estuve allí todo el tiempo. Mónica volvió la semana siguiente a Colombia. Es duro ver a un amigo atravesar por el sufrimiento como le tocó a él. Fueron semanas en vigilia, me daba pánico dormirme, y perderlo de vista. Se quedaba horas frente a tus cuadros. Luego buscando pistas, algo le decía que Porter le mentía. Álvaro tiene instinto para las cosas, pocas veces se equivoca. Trató de investigar y se encontraba con muros a cada paso, en esa época creíamos que era por sus credenciales de estudiante extranjero que a la gente no le importaba. Llegaba frustrado después de caminar todo el día.

Sofía se limpió las lágrimas que empezaban a brotar sin control.

—Y no quiero imaginar lo que tuviste que pasar, debiste sufrir mucho. Yo entiendo que no le hayas dicho que estabas viva, te juro que lo entiendo y eso habla muy bien de ti. No me imagino a Mónica o a Oscar y a sus hermanos con la pena de perder un hijo y a un hermano. Si él hubiera visto tu cadáver, te hubiera velado, te hubiera enterrado, otra hubiera sido la historia, pero la manera tan abrupta en que se separaron y luego lo que pasó, fue algo insuperable para él. Cuando se casó con Brenda, yo sabía que cometía un terrible error, pero lo vi sonreír en esos días, lo que no había hecho los dos años anteriores y me dije que de pronto eran imaginaciones mías y no podía ser tan malo. —Tomó un sorbo de café, hizo una mueca, Sofía no supo si por lo caliente o por lo fuerte—. Él está loco por ti, eso no lo dudes y no sabe qué hacer con ese amor recuperado de golpe, tiene miedo de que de pronto te desaparezcas. Pienso que el tiempo calmará las cosas, no tomes una decisión apresurada por un momento de ira, son las peores decisiones. —Se levantó y le dio un apretón en el hombro—. “¿Dices que es tierno el amor? Es duro, áspero, violento y desgarra como el espino”. Shakespeare no se equivoca nunca —concluyó Gabriel y salió en busca de su mujer y sus hijos.

El turno fue de Melisa un rato después, en la piscina. La actitud de los esposos Preciado confundía a Sofía. O eran estrategas tratando de beneficiar a su amigo o unas personas conciliadoras que tenían una fe ciega en que todo problema tenía solución.

Álvaro no había dado señales de vida y a ella le había tocado asumir el papel de anfitriona en una casa que, después de la noticia, ya no sentía tan suya. El desánimo y la pena habían sustituido a la rabia. Valentina, con flotadores, nadaba al lado de Gabriel. Sebastián dormía bajo una palmera en su cochecito.

—Cuando tienes hijos, los primeros años son de ellos, te juro que a veces se me pasa el día en un santiamén.

—Lo gozas y Gabriel también.

—Ambos estamos felices, disfrutamos cada segundo pasado con ellos.

—¿No afecta su relación de pareja?

—No dejamos que ocurra. —Melisa se sonrojó—. Además, Gabriel se abre paso como puede y siempre está de primeras. Les dice a los chicos que soy prestada por unas horas. —Soltó la carcajada.

—¿Cómo haces para ser feliz?

Melisa se puso seria, salió de la piscina y caminó hasta una silla, su esposo la devoró con la mirada y cuando se cubrió con una toalla, él volvió su atención a Valentina. Sofía la siguió.

—No tengo una fórmula, al principio tuvimos más problemas que ustedes. No sé si sabrás…

—Bueno, Álvaro me contó muy por encima.

—Cuando secuestraron a Gabriel, recibió una impresión muy fuerte, una persona de la guerrilla me implicó en el secuestro y perdió la memoria de unos meses antes debido al shock. Así olvidó nuestra historia.

Sofía abrió los ojos, consternada. Melisa continuó.

—Cuando me enteré, por una prueba de supervivencia, de lo que había pasado, decidí que si Gabriel no recuperaba la memoria, que no le dijeran que yo existía. Lo nuestro ocurrió muy rápido, nos casamos a los pocos meses de conocernos. Le pedí a su familia que no dijera nada. Si él estaba mejor sin mí, pues que siguiera así.

—¿Qué pasó?

—Que a Gabriel lo liberaron, y seguía sin recuperar la memoria, yo estaba haciendo una maestría en Nueva York y créeme, era muy difícil verlo en las revistas del corazón con otras mujeres. Tenía amantes y salía de viaje con ellas.

—¡Dios mío!

—Cuando recuperó la memoria, él creía que yo estaba implicada en el secuestro y sin decirle nada a nadie, viajó a Nueva York y lo que ocurrió fue terrible. Me acusó de engañarlo.

La tristeza nubló la mirada azul de Melisa.

—Fueron días muy duros. Cuando supo la verdad, Gabriel no sabía qué hacer, es un hombre orgulloso y me costó trabajo perdonarlo. Te digo esto porque quiero advertirte que ninguna relación es fácil, el camino de una pareja está sembrado de sangre, sudor y lágrimas. Tenemos que perdonar cosas a diario, unas más terribles que otras. Tendrán muchos problemas, pero también una cuota de felicidad muy grande si aceptas con humildad que todos cometemos errores.

—Estoy furiosa.

—Lo sé, estuve en el mismo lugar que tú con Gabriel y Álvaro fue uno de los que me dijo mis cuatro verdades, que al principio no me sentaron bien, pero que luego agradecí. Se deben una buena conversación. Ser sinceros con todo, así se rompan platos en la cabeza. No te conformes con un amor tranquilo, nunca. Estás al lado de Álvaro para crecer como persona y superar el pasado. Dejarlo atrás.

Ella sonrió a la sabia mujer que acababa de convertir en otra amiga del alma.

—Tienes razón.

—No se trata tampoco de que le pongas las cosas fáciles —le guiñó un ojo.

—Gracias.

—Buenos días a todos —tronó la voz de Álvaro.