Alexander miró con un gesto de burla a Dan, que con un pañuelo se limpiaba la sangre de la nariz, y luego con semblante serio observó a Álvaro, que entre la maraña de celos, pudo ver que estaba ante un personaje oscuro y de lineamientos fuertes. Era obvio que la profesión de fotógrafo solo le servía de fachada. El hombre era un guerrero. Lo odió al instante.
Alexander tampoco hizo nada para hacerse el simpático. Ni siquiera lo saludó cuando pasó por su lado, midiéndolo.
—¿Se sabe algo? —preguntó a Dan.
—Nada aún —contestó este—. Está en cirugía.
—¡Dios mío! —Iván se sentó con las manos friccionándose la cara—. ¿Se puede saber que mierdas te pasó para que no le pusieras seguridad, después de enterarte de la fotografía?
Eso último lo dijo con desprecio. Maldita la hora en que accedió a ese estúpido reportaje, se reprochó Álvaro. ¿Y por qué este tipo sabía lo ocurrido a Sofía? Era agente, no había otra explicación. Con una insana curiosidad, se dispuso a escuchar.
—No había disponibilidad sino hasta hoy.
Dan se sentó y se encogió en su asiento. Hablaban como si Álvaro no estuviera en el lugar.
—Era prioridad.
Álvaro los miró, desafiante.
—Contrataré vigilancia privada para ella día y noche.
Iván levantó los ojos. El tono en el que fueron pronunciadas las palabras les dijo a los dos hombres que no podrían deshacerse de él muy fácilmente.
—Ella nos tiene a nosotros —replicó Alexander enseguida—. Lo mejor que puede hacer es marcharse, no creo que quiera verse envuelto en un escándalo. Su embajada…
—¡Ese no es su problema! No me voy a ir de su lado porque usted así lo quiera. Ni más faltaba. Nos arruinaron la vida hace nueve años, sería un imbécil si les hago caso en esto.
Su móvil sonó y salió de la sala a contestar. Era Ginette, preocupada porque llevaba una hora de retraso en la agenda. Álvaro canceló su actividad del día y le pidió que le consiguiera una cita con el embajador al día siguiente. En cuanto entró a la sala, Dan le dijo:
—Voy a sacar a Sofía del país y a reubicarla.
Álvaro apretó la mandíbula y algo inquietante y oscuro asomó a su expresión.
—Claro que saldrá del país.
Ambos hombres lo miraron, confusos.
—Sofía se irá conmigo para Colombia.
Vio a Iván levantarse y ponerse delante de él.
—Usted está loco, Sofía está bajo protección gubernamental. ¿Acaso no ha hablado con ella? —preguntó, mirándolo con desprecio.
Álvaro le regaló un gesto pretencioso.
—No nos hemos dedicado precisamente a hablar…
El hombre lo aferró de las solapas y le habló con rabia, casi escupiéndole en la cara.
—Escuche muy bien, maldito hijo de…
Álvaro se soltó y en segundos se voltearon las tornas, lo agarró de la chaqueta y con el ceño fruncido, le soltó.
—No se atreva a tocarme. Escúcheme usted a mí. No me va a amedrentar con sus poses de matón y Sofía vendrá conmigo para Colombia, tenga que mover los hilos que tenga que mover. Necesito saber qué está sucediendo, necesito saber a qué nos estamos enfrentando para poderla proteger —manifestó, resuelto.
—Ella es mi mujer —le dijo Iván, con todo el ánimo de provocar.
Álvaro tuvo que hacer un esfuerzo muy grande para no romperle la crisma. Soltó una risa sarcástica que no llegó a los ojos, que brillaban de rabia, y con acento irónico, le respondió.
—No lo creo y si lo era, hizo un muy mal trabajo.
Escucharon una exhalación de Dan.
—Esto no es asunto suyo, Trespalacios —concluyó Dan con fastidio.
—¡Es mi asunto! Desde que casi envío al otro patio a uno de esos hijos de putas, es mi asunto.
Iván lo aferró de nuevo por las solapas.
—Le dije que no me tocara —siseó Álvaro, iracundo, soltándose de mala manera.
Con gusto se hubiera enzarzado en una pelea con él, lo deseaba, pero una voz los separó de pronto. Edith, con los ojos hinchados de llorar y sus rizos indomables revueltos, hizo su aparición.
—¿Qué diablos les pasa? —preguntó, mirando de un lado a otro—. Este no es momento de marcar territorio como perros. ¿Qué han dicho los médicos?
—Nada hasta el momento —contestó Dan con voz cansada.
—¿Y esa es manera de esperar? —miró furiosa a Iván.
Alexander volvió a sentarse, Álvaro caminaba a zancadas por la sala con la adrenalina todavía a tope. Hacía frío, pero él no lo sentía, era casi mediodía, las enfermeras y demás profesionales iban y venían. Un agente de la ley se presentó a tomarle declaración, se sentaron en una esquina y él contó todo lo que había ocurrido y las intenciones del hombre de secuestrar a Sofía.
—El hombre es buscado por el gobierno estadounidense y por varios países de la Unión Europea. Tengo entendido que la señorita Duras es testigo de unos de los asesinatos ocurridos en Estados Unidos.
—El agente Dan Porter está capacitado para darle más información.
Debió dejarla hablar, se dijo Álvaro, avergonzado, pero el resentimiento no lo dejó. Debió dejar que le contara todo lo ocurrido en vez de marcarla como animal toda la noche. Quería darse de bofetadas, a estas alturas no sabía nada y si la mafia estaba detrás de ella, tendría que tomar muchas decisiones, porque sin ella no iba a vivir. El agente se levantó y fue a hablar con el par de hombres. Esperaba que Sofía no tuviera que testificar en contra del matón, pero conociendo las leyes de los norteamericanos, ¿quién lo sabía? Esperaba que no fuera problema para llevársela para Colombia y encerrarse con ella en La Milagrosa.
El agente se despidió de ellos un rato más tarde, no sin pedirle a Álvaro que se acercara a la comisaría en cualquier momento del día. Prometió que mantendrían a la prensa lejos de todo el incidente por la calidad de testigo protegida de Sofía. No podía asegurar lo mismo por parte de Álvaro.
—Lo solucionaré de alguna forma —dijo en un tono llano.
Iván resopló, furioso. Ese tipo ya lo tenía hasta el copete.
—No me toque más las pelotas.
—¡Ya quisiera…!
—¡Basta! —exclamó Edith, colérica y soltó un suspiro—. Tenemos que calmarnos.
El médico irrumpió en la sala.
—¿Familiares de mademoiselle Duras?
Los cuatro se acercaron al profesional.
—La paciente está fuera de peligro, la bala no rozó ningún órgano, solo tejido. La herida cicatrizará en unas cuantas semanas. Aún está un poco sedada.
—¿Cuándo podrá viajar? —preguntó Álvaro.
—En tres o cuatro semanas, si sigue todas las instrucciones. Estará hospitalizada hasta que no haya riesgo de infección.
—¿Podemos verla? —terció Dan.
—En cuanto se recupere de la anestesia, la subiremos a una habitación.
Ya iba camino al pasillo, cuando se detuvo y se dio la vuelta.
—No quiero enfrentamientos, la paciente necesita descansar. Si vuelvo a saber de alguno, les prohibiré las visitas. Necesita estar tranquila para su recuperación.
Álvaro realizó unas cuantas llamadas, entre ellas a Armand, y le pidió que lo conectara con la mejor agencia privada de seguridad en Francia. Dan le había puesto vigilancia a la entrada del hospital y un hombre frente a la puerta del cuarto. Si eso era lo que tenían que ofrecer, Álvaro se dijo que ante un atentado estaría muy vulnerable. La tapizaría de escoltas si con eso preservaba su vida. Barajó una lista de cosas que se necesitarían de allí en adelante. Si tenía que ir resguardada como el presidente de los Estados Unidos, pues contrataría a los mejores. Su chofer entró con un paquete que contenía una camisa limpia, que Álvaro se cambió enseguida en el aseo.
Entró con Edith a ver a Sofía tan pronto autorizaron las visitas. Dan e Iván que se olvidaran de que tomarían el más mínimo control de las cosas, sentenció en sus pensamientos.
Ella estaba con los ojos cerrados, conectada a los aparatos.
—Mi amor… —susurró Álvaro en español y le dio un beso en los labios.
Sofía quiso abrir los ojos, pero el sueño todavía la llamaba.
—Querida, abre los ojos —le dijo Edith.
Su querida Edith, su amiga, su hermana del alma… Volvió a la conciencia confundida, no recordaba por qué estaba en esa cama, abrió los ojos y vio aparatos conectados a sus venas. ¿Qué había pasado? Miró desorientada la habitación sencilla, miró la cara de angustia de Álvaro, el rostro hinchado de llorar de su amiga, y entonces lo recordó todo.
—Qué susto nos has dado —dijo Edith, acariciándole la cabeza—. Estaba muy preocupada, cuando Dan me llamó, el corazón se me detuvo, lo juro.
—Estoy bien. —Trató de levantar la cabeza sin lograrlo—. Quiero sentarme un momento.
—Preguntaré a la enfermera —dijo Álvaro, solícito, y enseguida salió por ayuda.
—Uf, el ejército afuera ha estado en batalla, pero tu Álvaro no se ha dejado amedrentar por Iván y mucho menos por Dan —dijo Edith, dando vueltas a su alrededor como una gallina clueca protegiendo a sus pollitos. Le enderezó la colcha y la almohada, miró que el líquido bajara normal, aunque le parecía algo lento.
Sofía soltó el llanto.
—¿Qué tienes? ¿Te duele algo?
Ella negó con la cabeza.
—Álvaro me salvó de ese salvaje, no recordaba a ese hombre tan terrorífico. —Ahogó un sollozo—. ¿Y si lo hubiera matado? Me hubiera enloquecido allí mismo.
Se sintió cansada y guardó silencio, un dolor al costado la hizo fruncir el ceño.
—¡Ya deja de llorar! Mira que te duele si lloras. —Edith le tomó la mano y se la besó, le limpió la cara con un paño de papel que sacó del bolso—. Es el último que me queda.
—Fue horrible, volví a revivir el día de la muerte de Ivanova al verle la cara a ese tipo.
Ella le acarició el cabello.
—Me imagino. Estás viva y gracias a los buenos oficios de Álvaro. Quién lo ve, tan compuestico. Pobre Iván, está más perdido que perro en desfile. Estaba acostumbrado a ser el soldado y le ganaron la mano.
Sofía no notó la mirada de intenso anhelo que pobló el semblante de Edith.
Álvaro entró con una enfermera que le dio la autorización para subir más la cabecera de la cama, revisó los signos vitales y con una sonrisa abandonó el cuarto.
Edith salió a la cafetería. Álvaro le tomó la mano a Sofía y le besó la palma y el dorso.
—Creo que no voy a olvidar nunca la visión de ese tipo apuntándote con un arma. —Le acarició la sien, donde tenía un leve enrojecimiento culpa del cañón de la pistola—. ¿Quién era?
—Uno de los culpables de que tuviera que entrar al programa de protección de testigos. Tengo que contarte muchas cosas.
—Lo harás, pero ahora es más importante tu recuperación, tenemos toda la vida para ponernos al día.
Ella le tomó la mano herida y cubierta con el vendaje, le besó los dedos.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Estoy bien, no te preocupes por mí.
Sofía soltó su mano y cerró los ojos unos segundos.
—Álvaro…
Él la vio allí, tan bella y vulnerable, su sola presencia le devolvía la fe en la vida.
—Sofía, si algo te hubiese pasado yo… No sé si hubiera podido soportarlo.
Un nudo en la garganta le impidió seguir hablando. Con todo el cuidado del mundo la abrazó y le masajeó la espalda, apaciguando los sollozos que vibraban al contacto con su pecho. Fue calmándose y Álvaro le buscó la boca, húmeda y salada de lágrimas. Fue un beso exasperado que mudó a un gesto de ternura y suspiros cansados.
—Ahora entiendo por qué he soportado esta vida, porque mi alma tenía la certeza de que iba a volver a verte. Contemplar tu rostro, perderme en tu mirada de oro. Mi alma lo sabía.
Le tomó el rostro y la besó en la frente.
Dan e Iván entraron a la habitación. La puñalada de los celos atravesó a Álvaro al ver el gesto cariñoso con que ella los recibió.
—Hey, muñeca —la saludó Iván, que la besó en la mejilla, pero demorando más de lo necesario.
Les dio espacio para que charlaran, pero sin salir de la habitación. Se recostó en la pared aledaña a la puerta y mientras revisaba sus mensajes en el móvil, escuchaba la conversación que lo excluía por completo. Decidió dejarlos solos.
—Dan, por favor, dime que con la detención de ese hombre se acaba mi pesadilla —dijo Sofía—. Dime que puedo recuperar mi vida.
—Aún es muy pronto para saberlo, no sabemos cómo tome La Bratvá este golpe —dijo Dan, de pie ante la cama.
Alexander soltó un resoplido.
—A la Bratvá le sabrá a mierda, ese tipo era un incordio —sentenció y miró a Sofía con desaprobación—. Te expusiste tontamente. Si el tipo ese no hubiera tenido algún conocimiento de defensa, estarías muerta.
—El nombre de ese tipo, como lo llamas, es Álvaro Trespalacios —remarcó ella las palabras—, tiene más que conocimientos de defensa, es un hombre valiente y arriesgado. Lástima que hasta ahora se están percatando, muy diferente hubiera sido mi vida si lo hubieran tenido en cuenta cuando ocurrió aquello.
—Sofía —la calmó Dan—, no estoy aquí para hablar de Trespalacios, ni de tu romance frustrado años atrás, creí que estaba más que superado y por lo visto me equivoqué. Lo que me preocupa ahora es saber el curso a seguir. ¿Vivirás en París? ¿Te reubicarás en otra parte?
El gesto de Sofía mudó a un talante serio y con una mirada de intensa resolución, enfrentó a Dan.
—No voy a dejar a Álvaro y sé que él no querrá dejarme. Tengo que hablar primero con él. No lo voy a dejar fuera de esto. Cualquier decisión que haya que tomar, la tomaremos los dos.
Alexander sonrió con amargura.
—Ojalá sean los dos y no sea hacer solo lo que el tipo quiera.
—Está bien. —Dan levantó las manos en una andanada para calmarlos a los dos—. Ponlo al tanto de todo, por ahora, voy a aceptar su ofrecimiento de ponerte una custodia personal más nutrida, aquí solo dispongo de dos hombres. La policía necesita tomar tu declaración.
Ella tomó la mano de su amigo del alma, porque por más que hubiera sido un incordio con ella, siempre había actuado por su bien, como solo un hermano mayor podría hacerlo.
—Gracias.
Lo hizo acercarse y le dio un abrazo. A Dan el gesto le supo a despedida, como si de pronto ella fuera un pajarillo al que hubiera tenido metido en una jaula y hoy se hubiera ganado el derecho a la libertad. Se despidió un minuto más tarde, para arreglar con Álvaro el asunto de la custodia.
Alexander, con gesto resentido, se sentó en una silla al lado de la cama.
—Lo siento —dijo ella ante el mutismo que se extendía por la habitación, interrumpido solo por el sonido del aparato que llevaba el control de sus signos vitales.
—¿Qué sientes, Sofía? ¿No amarme? ¿Meterte en la cama con ese Álvaro a los pocos días de haber estado juntos? ¡Iba a renunciar a todo esto por ti!
—¿Tú me amas? ¿De la misma forma en que amaste a Ivanova?
—No la nombres —siseó, dolido.
Lo que más lo enfurecía de Álvaro era que había tenido la oportunidad de matar al maldito y no lo hizo. Si el hombre hubiera estado enterado de todo, otra hubiera sido la historia. Al tipo no le faltaban huevos, pero él estaba furioso, porque soñaba tomar con Viktor la venganza que no pudo tomar nueve años atrás con Sergei. Ahora no podría matarlo, el desgraciado entraría al sistema de prisiones, seguro lo extraditarían a Estados Unidos y fin de la historia. No había podido vengar a su Ivanova como merecía.
—Ambos merecemos un amor como ese en nuestras vidas. —Le tomó de la mano—. Aún te duele, no toleras escuchar su nombre. Yo vi cómo eras con ella, la manera en que la mirabas, como si fuera única en el mundo, es la misma manera en que Álvaro me ve. A mí nunca me miraste así.
—Te quiero, Sofía.
—Yo sé que me quieres, de la misma manera en que te quiero yo. Como compañeros, como amigos, al principio tuvimos la esperanza de que fuera algo más, pero no avanzamos, nos estancamos en la comodidad de no tener que buscar más compañeros de cama.
—No digas eso, Sofía.
—Es cierto. ¿Se te hace un nudo de necesidad aquí cuando me ves? —Se señaló la garganta—. ¿Me tienes en tu mente todo el día? ¿Se te acelera el pulso en cuanto me acerco?
—Ya entendí —respondió él con profundo pesar—. De todas formas, no habría servido de nada. Tú sigues enamorada de él.
—Sí, lo estoy, y en medio de la angustia, agradezco a Dios el que haya ocurrido esto, haber ido a la galería comercial esa tarde en que Él —señaló hacia el cielo— me lo devolvió. Fuiste mi compañero de infortunio, y lo que más deseo es que la vida te devuelva lo que te quitó con una mujer muy especial que voltee tu mundo y te pare de cabeza.
Edith entró en ese momento a la habitación y rompió la atmósfera íntima que habían creado.
—Uno de los agentes de la policía desea hablar contigo.
Alexander fue a pedirle todo tipo de identificaciones antes de dejarlo entrar.
—¿Estuvo intenso? —preguntó Edith con aparente desenfado.
—Lo superará. Es un buen hombre.
Él entró con el agente. Aprovechó para despedirse, Edith salió detrás.
—Iván —lo llamó.
Él se volteó, fastidiado. Estaba molesto y deseaba irse a lamer sus heridas en soledad, con la única compañía de una botella de vodka.
—¿Sí?
—Hago la mejor omelette que te puedas imaginar, no he visto que hayas comido nada. Te invito a mi casa.
—No tengo hambre.
Ella le regaló un codazo, dispuesta a manipularlo.
—Vamos, todavía estoy impresionada por lo ocurrido hoy y tengo miedo de llegar al departamento.
Para Edith Barrau fue una conmoción el día que conoció a Iván Rabcun, con sus facciones típicas eslavas, ojos oscuros, barba oscurecida y labios con gesto de abierta sensualidad. No entendía por qué Sofía no había perdido la cabeza por él. Su olor la golpeó a la cara, su corazón latió más aprisa y estaba segura de que sus mejillas adquirieron, ante su mirada, el color de la remolacha. No se relacionaba con hombres así, prefería los rubios, pálidos y delgados yuppies que no le alteraban las pulsaciones, chicos seguros y manejables. En Iván no había nada manejable.
—¿En serio? No pareces muy impresionable.
De pronto se fijó en sus ojos verdes, claros y transparentes, en las pecas que coronaban su nariz. Era pequeña y menuda, no le llegaba a los hombros. Le gustó su actitud, era pelirroja, y las pelirrojas tenían fama de malgeniadas, aunque también de apasionadas, le susurró la vida al oído. ¿De dónde mierdas venían esos pensamientos?
—Muy en serio, tengo miedo —sostuvo Edith, y casi tuvo que atragantarse la risa.
—Está bien, que no se diga que no ayudo a una mujer en apuros.
—Siempre has ayudado.
Se despidieron de Álvaro y de Dan. Una bocanada de frío los recibió en cuanto traspusieron las puertas del hospital. Se subieron al pequeño auto de Edith, Alexander se quejó de que casi no podía mover las piernas en cuanto se acomodó.
Edith encendió el auto y la radio, una melodía de Edith Piaf invadió el espacio. Él levantó una ceja, curioso, y se alejaron por la calle oscura en medio de la noche invernal.