—Quindío —Sofía saboreó la palabra en su boca y Álvaro soltó la carcajada.
—A pesar de conocer el español, hay palabras que son difíciles de pronunciar.
—Es una palabra bella. Háblame más del Quindío.
Estaban sentados frente a la chimenea. Sofía opuso algo de resistencia a quedarse en su casa, pero Álvaro terminó saliéndose con la suya, estaría más segura y mejor atendida en el departamento de la Avenida Foch.
Soraya, la empleada de Álvaro, la acompañaba todo el tiempo y más en los días en que él tuvo que viajar. Sofía se tomaba los medicamentos a sus horas y se alimentaba sanamente. La herida evolucionaba muy bien, habían transcurrido tres semanas, y en una más viajarían a Colombia.
Había renunciado a su trabajo, por primera vez en nueve años se sentía en control de su vida, aunque no tenía una meta determinada, mejor dicho, sí tenía dos: una, hacer que su relación con Álvaro funcionara, así estuviera llena de dudas e incertidumbre; y dos, volver a pintar como antes.
Dan Porter había vuelto a los Estados Unidos. Los trámites de extradición del par de mafiosos demorarían todavía un tiempo. Estarían en aislamiento hasta la fecha de su partida. Los escoltas contratados por Álvaro custodiaban el lugar día y noche. Habían discutido durante varios días sobre el manejo de la seguridad de Sofía de ahí en adelante, no tenían todavía la certeza de que estaba libre de peligro, así el par de matones estuviera en la cárcel.
—Viajas bajo tu absoluta responsabilidad, Sofía —fueron las últimas palabras de Dan al respecto antes de volver a Estados Unidos.
—Voy a estar bien —dijo ella. Álvaro le había asegurado que en cuanto llegaran a Colombia, duplicaría las medidas de seguridad.
Ahora estaba recostada contra él en el sofá. Álvaro le acariciaba el brazo de arriba abajo.
—“Quindío”, algunos dicen que significa “edén” y tienen razón, no he visto paisaje igual. Ya lo verás, es una tierra fértil y agradecida, con tonos de verde inimaginables, con palmeras que se extienden hasta el cielo, algunas tocan las nubes, verás el agua más cristalina, las flores más coloridas y la gente más amable. Está en medio de dos cordilleras, y sus montañas están repletas de cafetales.
—Me gusta la expresión de tu cara cuando hablas de tu tierra.
—No nací allí, soy de la costa Caribe, pero mi abuelo sí era del Quindío.
Álvaro sonrió, fascinado por el brillo en los ojos de Sofía cuando le contaba cosas de su país.
—Me siento muy rara.
—¿Por qué? Estás conmigo.
Sofía sonrió.
—Eso es lo raro. Todavía no puedo creer que estemos juntos.
—¿No? Si no tuvieras esa herida en el vientre, te agarraría a cosquillas y después haríamos otras cosas para que vieras lo real que es.
Sofía se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y se puso seria de repente.
—Hemos cambiado, me da miedo que lo que tuvimos no se sostenga, que nuestras diferencias y todo lo que ha pasado pesen más que nuestro amor.
—Mujer de poca fe.
—No es falta de fe.
—No te dejaré marchar.
—Sé que sigues resentido conmigo.
—Sí, sigo resentido, es una herida que se curará con el tiempo. Sofía, sufrí mucho con tu desaparición. Así que por más que te enfades o dejes de tolerarme… —Se quedó callado, estaba a la defensiva—. Hace años, te dije cómo era mi verdadera naturaleza y me aceptaste. He cambiado, tú también, es normal en nuestro proceso de madurez, pero estoy seguro de que lo lograremos, no pienso salir corriendo y espero que tú tampoco, porque por más que corras te alcanzaría.
Ella le tomó el rostro y lo besó.
—No voy a ninguna parte, soltero cotizado. Eso era lo que decía esa revista, ¿verdad?
—Hum, algo así.
Ella se levantó y se sentó a horcajadas sobre él.
—Cuidado, mi amor —señaló Álvaro, preocupado por la herida. Ya le habían retirado los puntos, pero todavía necesitaba de cuidados.
—Estoy bien. —Le acarició el cabello—. Ya no eres soltero cotizado, ya estás bien amarrado a esta celosa mujer. A la que se atreva a acercarse, le sacaré los ojos.
—¡Así me gusta! Celosa y guerrera. Sabes que soy tuyo.
—Lo sé, pero dime algo… ¿Qué va a pasar ahora con tu trabajo? —preguntó preocupada—. ¿Dónde te esperaré yo mientras tú das vueltas por el mundo?
—No va a pasar nada, ni tendrás que esperarme en ningún lugar. Renuncié.
Sofía se levantó de un salto. Sintió una ligera incomodidad en la herida.
—¿Cómo que renunciaste? ¿Por mí? ¿Por volver a Colombia?
Él se levantó y la abrazó por detrás, con cuidado de no rozarle la herida.
—No soy un loco Sofía, si hubiera tenido necesidad de seguir en este trabajo lo habría hecho. Tengo inversiones en varias empresas, no soy millonario, pero he trabajado duro para tener lo que tengo. Esta clase de trabajos son temporales y me permiten analizar de manera personal donde puedo invertir. En cuanto llegue a Colombia tendré un abanico de opciones, soy lo que se llama un profesional de alto standing y mis servicios son bien valorados en el gremio empresarial de mi país.
Se perdió en la disertación de Álvaro, que siguió hablando de sus opciones. Siempre había sido un hombre seguro de sí mismo y del éxito que tendría. Sin embargo, Sofía notaba que le faltaba pasión por su trabajo, podría hablar de mil empresas y los logros que había llevado a su país y podía ver que era un hombre brillante, pero le faltaba la chispa. Era igual a como se sentía ella respecto a su carrera de perfumista.
Edith llegó un rato más tarde en compañía de un muy serio Alexander. Sofía no dejaba de echarle vistazos a su amiga, que parecía un pajarillo revoloteando alrededor de ellos. Alexander la miraba con abierta confusión cuando creía que nadie lo observaba. ¡Bingo! Ya había caído en sus redes.
Álvaro fue a contestar una llamada, y se encerró en el estudio. Alexander fue al baño.
—¿Qué diablos has hecho? —le preguntó Sofía a Edith.
Su amiga le regaló una sonrisa inocente.
—Alimentarlo, es todo lo que he hecho.
—No me vengas con bobadas.
Edith sonrió.
—No ha tenido mucho de una mujer que lo cuide en cosas sencillas, me estoy aprovechando de eso.
Detrás de su comentario desenfadado, Sofía la vio vulnerable.
—En eso tienes razón, nunca le preparé ni un café.
—¿Cuándo viajas?
—En una semana.
—Ya han transcurrido tres desde el incidente. ¿Estás segura de que estás bien?
—De la herida, sí, claro que sí, aunque Álvaro insiste en que esté recostada todo el día.
—Me alegra que te cuide. —Una sombra apareció en sus ojos y su tono de voz delataba pesar—. No voy a negar que me da una tristeza enorme que me abandones, aunque me digo: “Edith, deja de ser tan cretina”, no puedo evitarlo.
Sofía la acercó a ella y la abrazó.
—Eres mi hermana del alma, no sabes cuánto te quiero y eres la única familia que tengo. Existen los móviles y los aviones.
Edith soltó un sollozo.
—Has sido luz en mi vida y eres luz para todos los que te rodean. Te deseo toda la felicidad del mundo y si es al lado del ogro de Alexander, me alegraré muchísimo.
Edith soltó una carcajada en medio de las lágrimas.
—¿Por qué diablos estás llorando? —preguntó Alexander con gesto preocupado cuando volvió a la sala.
Edith barrió las lágrimas con las manos.
—Bobadas de amigas.
Él se adelantó y la separó del lado de una pasmada Sofía, sacó un pañuelo y le limpió el rostro con una suavidad exquisita, sin decirle nada.
—¿Estás bien? —insistió, sin importarle el gesto de Sofía.
Álvaro observaba risueño la escena, recostado en el marco de la puerta.
La primera impresión de Alexander sobre Edith era como la de un manchón al lado de Sofía, nunca había reparado en ella ni en su entorno. Esa percepción había ido cambiando en las tres semanas que llevaban frecuentándose. No entendía qué diablos había hecho esa pelirroja diminuta de expresivos ojos verdes para atraerlo, a él siempre le habían gustado las mujeres misteriosas, complicadas, con una vida interior poco expuesta y con tendencias al drama. Edith no era nada de eso, era directa, lo que sentía lo decía y él podía ver que no le era indiferente. Lo halagaba, y con sus atenciones había hecho mucho para sanar su orgullo de macho herido.
Nunca había tenido una amiga, sus relaciones eran solo de amantes, y este era un cambio refrescante, aunque se sentía atraído por ella, no podía negarlo, pero deseaba explorar más este nuevo sentimiento. Las conversaciones, sin tener que esgrimir sus dotes de cazador, le agradaban, el ambiente del departamento de Edith le gustaba, a pesar de que lo había compartido con Sofía, la esencia del lugar era de ella. El juego de luces y la decoración le daban un ambiente intimista, además, siempre olía a algo delicioso en la cocina. Nunca había sentido la falta de un hogar como cuando entraba a ese departamento. Ese lugar se había convertido en un refugio especial para él, el sitio en el que deseaba estar cuando estaba contento o apagado o simplemente cuando tenía ganas de charlar.
—Estoy bien, tranquilo.
A insistencia de Sofía, se quedaron a cenar. Álvaro y Sofía prepararían una pasta con vegetales, pechugas gratinadas y de postre se comerían una torta de chocolate que estaba en la nevera.
Los cuatro charlaban, Edith y Alexander sentados ante el mesón de la cocina donde la pareja picaba y escurría vegetales. Alexander miraba a Sofía, abismado del cambio experimentado en ella en pocos días, era como una flor que había abierto sus pétalos a la salida del sol. Su orgullo lo mortificaba, nunca la había visto así en el tiempo de su relación. El brillo en sus ojos al mirar al cabrón, el cambio en la electricidad cuando él la tocaba con cualquier pretexto, y el gesto arrogante del maldito, que le decía con la expresión: “Mírame, gané, ahora soy yo el que la satisface, es a mí a quien recibe en su interior”.
No la amaba, pero sabía que el sentimiento de posesión tardaría un poco en diluirse. El gesto decaído de Edith, que no le quitaba la mirada, lo hizo reaccionar. ¿Se sentiría triste todavía por la partida de Sofía?
Pasaron a la mesa, la cena transcurrió entre charlas y anécdotas del par de mujeres cuando estudiaban perfumería. Un tema de Carlos Vives: “Las cosas de la vida”, se escuchaba por toda la casa.
—Bonita melodía —dijo Edith.
—¿Qué dice la canción? —preguntó Alexander.
—Habla de los conflictos de una pareja para superar el pasado, de reencuentros, de segundas oportunidades. —Álvaro tomó la mano de Sofía y la llevó a sus labios.
Alexander quería vomitar, le parecía ridículo dar tantas muestras de afecto, a los pocos minutos se dijo que era envidia, él nunca tendría nada así, aunque la pelirroja a su lado lo mirara con ojos de ternero degollado, no era buen material para novio.
Álvaro lo invitó a tomarse un coñac en el estudio. Allí le entregó un sobre de manila.
—Creo que debe ver esto.
Alexander rasgó el sobre con celeridad y empezó a leer el informe que Armand, el detective, le había presentado a Álvaro, de lo que había descubierto cuando investigaba a Viktor y a Sasha.
—¿Dónde obtuvo esa información?
—Armand Leblanc, mi investigador.
—Esto no es legal.
—Por eso se lo entrego, mi detective no puede llegar más allá, espero que ustedes se hagan cargo.
El informe rezaba sobre una investigación que implicaba los dos últimos trabajos realizados por Viktor: trata de personas, de niños destinados a la explotación sexual y a la pornografía infantil. Rutas, fechas y la realización de la subasta de un cargamento que llegaría a Marsella a finales de mes.
—Me sorprende, Trespalacios, hablaré con su detective y tomaré cartas en el asunto.
—Bien.
—No puede estar haciendo esto cada dos por tres —le riñó Alexander.
—Por preservar la seguridad de mi mujer llegaré hasta donde sea, no voy a desprotegerla nunca. Siempre tendrá un esquema de seguridad.
—Ha pensado en todo —sentenció el ruso, y tomó un trago de licor—. Pero sabe que no podrá bajar la guardia nunca. Si me lo preguntaran, es una soberana locura el viaje a Colombia y el que hayan reanudado su relación bajo unos cimientos tan endebles como el precio de la cabeza de ella.
Álvaro desestimó el último comentario del hombre, haría lo que creía correcto para los dos, aunque no desecharía los conocimientos en seguridad de Alexander.
—Será Chantal para efectos legales y en cuanto nos casemos, asumirá su antiguo nombre y mi apellido.
—Usted se lanza a la yugular enseguida, es buen estratega, hubiera sido un buen agente.
—Lo pensé de niño —sonrió él—. Mire, Alexander, sé que no nos simpatizamos y créame, si no lo vuelvo a ver estaré más que satisfecho, pero mi mujer no piensa así. Ustedes han sido lo más parecido que Sofía ha tenido a una familia en estos largos años y mal que bien, hicieron lo que creyeron correcto para preservarle la vida. Entonces, eso implica que no perderá el contacto con ella y espero que Dan Porter tampoco lo haga. Sofía los aprecia y ella desea que siempre estén en su vida.
—Aunque a usted le reviente.
—Sí —sonrió, irónico, mientras le daba vueltas a la copa de coñac—. Aunque a mí me reviente.
Nunca podrían ser amigos, eso lo tenían claro los dos, para el temperamento de Álvaro era inconcebible trabar amistad con un hombre que hubiera sido pareja de Sofía. Así ella insistiera en que nunca lo había amado, él no era tan civilizado y veía que Alexander tampoco.
Volvieron a la sala donde las dos mujeres charlaban sobre el próximo viaje. Se despidieron después de la medianoche.
—Estoy muy feliz por ti, amiga —le dijo Edith al oído.
—Y yo por ti, sé que domarás al león detrás de ti —dijo en un susurro.
Álvaro y Alexander no apartaban la vista del par de mujeres mientras se despedían con ademanes serios.
—Cuídala mucho —dijo Edith a Álvaro, mientras le daba un fuerte abrazo.
Quería hacer el amor con él, deseaba sentirlo otra vez, ya estaba totalmente recuperada y el médico en su último control le había dicho que podía reanudar su vida íntima, pero parecía que Álvaro no estaba en la misma onda. Cierto que había perdido peso y el último examen mostró una baja en la hemoglobina debido a la sangre que perdió, pero ella se sentía bien.
Sabía que para él los últimos días no habían sido nada fáciles. Demasiado trabajo, se acostaba después de medianoche y se levantaba de madrugada, viajaba cada dos días, debía entregar el puesto al nuevo profesional que lo reemplazaría.
Ante sus avances, él retrocedía diciendo que todavía no estaba lista, que esperaran unos días más, que no quería lastimarla. Decidió darle su espacio, pero la tensión sexual estaba allí, podía sentirla en el aire.
Investigó sobre la zona cafetera, hizo sus maletas con toda su ropa y empacó sus utensilios de arte. Álvaro le dijo que le tenía preparadas varias sorpresas en la hacienda. Estaba a la expectativa por iniciar su nueva vida.
Sofía no sabía cuánto significaba para Álvaro el entusiasmo que esgrimía por el viaje. Lo consolaba no encontrar gestos de amargura en ella por todo lo ocurrido, que conservara su índole sin gota de cinismo, su amabilidad, su dulzura. Era una mujer con una carga de experiencias amargas en su espalda, se angustiaba al recordar lo que tuvo que pasar, ella había visto como alguien le quitaba la vida a otra persona y de una manera tan violenta, había visto desaparecer a su abuelo en manos de unos hampones y como si fuera poco, tuvo que iniciar una vida de golpe y porrazo en otro lado del mundo, lejos de él y de todo lo que hasta entonces había conocido.
Ambos tenían heridas por sanar. Llevaban viviendo juntos más de dos semanas, y a pesar de que Álvaro viajaba tanto y tenía mil cosas en la cabeza, siempre encontraba tiempo para ella. El hecho de haber estado separados tantos años hacía su relación algo intensa y demandante, Sofía necesitaba tocarlo todo el tiempo que estaban juntos y él con un miedo cerril a perderla, necesitaba saber qué hacía a cada momento.
Esperaba que el tiempo y una rutina tranquila le aliviaran las ansias y el temor, no se atrevía a tocarla todavía, le daba miedo lastimarla o que la herida se volviera a abrir, además, la veía pálida y no quería que fuera a sufrir una recaída. Pero el hecho de tenerla tan cerca y no poder reclamarla lo estaban volviendo loco. En cuanto se recobrara, recuperaría el tiempo perdido.
Sofía observaba por la ventana de la sala el paisaje invernal de la calle, la gente que pasaba frente al edificio caminaba con premura por las bajas temperaturas. Era finales de febrero, todavía quedaban tres o cuatro semanas de frío en París. Ella volaría al día siguiente al Quindío, como llamaban en Colombia al edén. Sonrió sin querer.
Álvaro se acercó por detrás, vio el reflejo de la sonrisa de ella por el cristal.
—¿Por qué sonríes?
Ella se dio la vuelta en su abrazo. Su sonrisa le produjo saltos en el corazón.
—Cuando estábamos separados, soñaba mucho contigo. —Álvaro levantó una ceja—. Sí señor, me pasabas factura hasta en sueños, pero también pensaba mucho en ti durante el día, imaginaba cosas y situaciones, aprendí a evadirme de la realidad, imaginando una vida juntos. Soñaba que nunca nos habíamos separado y que vivíamos en tu país o en Nueva York al lado de nonno, soñaba que era una artista reconocida y que te daba hijos con los que jugábamos en un prado muy verde.
Álvaro tenía un nudo en la garganta, no sabía que decir. La abrazó con vehemencia.
—¿Estaba muy jodida, verdad?
Él negó con la cabeza.
—¿Y por eso sonreías?
Su voz la envolvió con la misma vehemencia de su abrazo.
—Sonrío porque mi sueño se va a hacer realidad —sentenció con fervor—. Porque soy muy feliz, porque estoy impaciente por conocer La Milagrosa, porque no quiero que nos separemos más. Solo Dios sabe lo que he sentido estos días cada vez que salías de viaje, no quiero separarme de ti. ¿Estoy siendo muy intensa?
—No, mi amor, no estas siendo intensa, porque yo estoy peor que tú. —Le acarició la espalda, no quería hablarle de todo lo que había hecho por tratar de olvidarla y la distrajo con el tema de la partida—. Ya tenemos la documentación lista, ya las maletas están en el hall. Tan pronto aterricemos en Bogotá, tomaremos otro vuelo para Armenia, en Bogotá habrá un grupo de escoltas que nos acompañará de allí en adelante.
—Has pensado en todo —dijo ella, acariciándole el rostro.
Esa tarde Álvaro había estado en la joyería Chaumet, ubicada en la famosa plaza Vendôme y conocida por haber sido la joyería oficial de Napoleón. Teniendo en mente la historia de Josefina Bonaparte y el perfume de violetas, entró en ella dispuesto a comprar un anillo de compromiso para Sofía. Un empleado de la firma lo condujo a una suntuosa oficina con muebles de color blanco y una columna decorada con joyas de yeso. Otro empleado llegó con un terciopelo oscuro envuelto, que al desplegarlo sobre el escritorio develó más de una veintena de anillos de compromiso.
Su mirada desfilaba de un modelo a otro, quería algo realmente especial. Entonces reparó en un anillo de platino, con un brillante de varios quilates, rodeado de diamantes que formaban una pequeña y delicada flor. ¡Era una violeta! El trabajo era suntuoso, nada que ver con el sencillo anillo que le regalara la primera vez.
No tuvo que pensarlo dos veces, la joya no hubiera sido más adecuada si la hubiera mandado a hacer expresamente. Era una medida más grande del grosor del dedo de Sofía, y lo mandó ajustar enseguida.
Ahora, mientras abrazaba a Sofía, el anillo lo quemaba en el bolsillo del pantalón, pero quería buscar el momento perfecto para pedirle que se casara con él. Lo haría pronto, estaba ansioso por atarla a él con todas las leyes divinas y legales, necesitaba saber que habría un vínculo sagrado que les otorgaba a ambos derechos de por vida.