34

Sabía que daría resultado. Lo sabía. El sábado había salido a dar un paseo con Maravillas porque Álvaro se había quedado a estudiar y regresé temprano.
La sorpresa que me llevé al encontrarme con Sergio en casa fue mayúscula.
—Hola… —dije alucinada de verlo sentado al lado de mamá en el sofá.
—Hola, Vicky. ¿Qué tal?
—Bien —respondí sonriendo.
No hacía falta preguntar ni que me explicaran nada. Ya me imaginaba lo que había pasado. Sergio fue a hablar con mamá esa tarde y arreglaron sus diferencias o los problemas que pudieran tener. Lo cierto es que estaban allí los dos juntos y me causó una gran alegría. Hasta Dani, según me enteré luego, saludó sonriente y parecía también alegrarse de verlo en casa. Creo que lo que le hizo reaccionar así fue el ver a mamá tan contenta. O tal vez ha empezado a tener más aprecio por Sergio. ¡Quién sabe!
Después de cenar decidí comentar lo de mi padre y su futura boda. Ahora que mamá estaba otra vez con pareja, era el momento adecuado.
—Papá va a casarse con Sonia —informé—. Parece que han vuelto.
—Me alegro —dijo mamá—. Me alegro de verdad.
Me sorprendí un poco. Pensé que reaccionaría de otro modo.
—Y tanto tú como tus hermanos tenéis que respetar la decisión de tu padre.
—Sí, mamá, claro.
No nos quedaba otra.
Sergio se quedó a dormir esa noche en casa. No me enteré hasta que al levantarme por la mañana lo encontré desayunando en la cocina con mamá. Sonreían y parecían felices. Mi abuela canturreaba por lo bajo, señal inequívoca de que estaba más que contenta.
—Buenos días —dijo mamá con una gran sonrisa.
—Buenos días —respondí mientras abría la nevera para coger el cartón de leche.
Sentí cierta vergüenza al imaginar que habían tenido una reconciliación seguro que muy apasionada. No era la primera vez que Sergio se quedaba de noche, e incluso en el pueblo habían dormido juntos durante el verano, pero no sé por qué esa mañana me daba pudor mirarlos.
Poco después Sergio se despidió y quedó en volver por la tarde. Fue cuando mamá aprovechó para preguntarme el motivo por el que había dicho a Sergio que estaba saliendo con otro.
—Fue una estrategia, mamá —respondí.
—¿Cómo? —preguntó sin entender nada.
—Tenías que haber visto la cara que puso Sergio cuando se lo solté. Y además, no te quejes, porque dio resultado.
—¿Qué dio resultado?
—Ay, mamá. No te enteras de nada… Se lo dije para que reaccionara. ¿Qué crees que hice yo con Álvaro? Le hice creer que salía con otro y al día siguiente me estaba suplicando que volviera con él. Así que me debes una…
Se quedó sorprendida. Luego, se empezó a reír y vino a abrazarme.
—Pues si ha sido así, gracias, cariño. Gracias de verdad.
* * *
Estaba estudiando en mi habitación cuando Dani abrió la puerta para decirme que tenía visita. Lo miré extrañada. Álvaro no podía ser. Ya habíamos estado comiendo juntos ese mediodía y Maravillas estaba con gripe en la cama.
Detrás de mi hermano apareció Lucía, que sonrió tímidamente.
—Hola, Vicky —dijo en un susurro.
Le hice gestos a mi hermano para que se largara, pero no se movió.
—Dani. ¿no tienes nada que hacer?…
—Vale. Ya entendí…
Se fue y nos dejó solas. Me levanté de la silla y la miré. Ella estaba junto a la puerta. No parecía que se atreviera a acercarse a mí. Yo tampoco me moví.
—¿Qué quieres? —pregunté muy seria.
—Me gustaría hablar contigo —murmuró evitando mirarme a los ojos.
La observé con calma. Ya parecía la Lucía de siempre. Vestía vaqueros y una chaqueta de color azul sobre una blusa clara. No llevaba tacones. Calzaba unas botas marrones planas y solo tenía pintados los ojos.
—¿Quieres sentarte? —dije ofreciéndole la silla.
—Gracias —respondió al tiempo que se pasaba la mano por el pelo.
Se sentó y yo hice lo mismo sobre la cama.
—Verás… —dijo—. Vengo a hablar contigo. Creo que… —se paró un segundo como para pensar bien las palabras que iba a decir—. Ya no salgo con Chus… Lo he dejado yo. Fue un gran error salir con él. Me hizo alejarme de todo. De los estudios, de mi familia, de ti…
Me esperaba algo así. Hubo un largo silencio. Supongo que no sabía qué decir y yo tampoco. Suspiré. Luego le reproché:
—¿Y tus nuevas amigas? ¿No eran una pasada, según le dijiste a Maravillas? ¿O ya no te acuerdas de que llegaste a decir que salir con nosotras era perder el tiempo porque éramos unas «niñatas»?
—Sí, se lo dije. Pero no era yo, Vicky —afirmó con gesto compungido.
—No, claro: era tu hermana gemela.
—Lo siento mucho, Vicky. En realidad esas tías no eran amigas mías, lo eran de Chus. En estos meses no he tenido ninguna amiga de verdad. Te he echado mucho de menos… Sé que se reían de mí y me consideraban una cría. Pero estaba tan ciega con Chus…
Yo seguí sin decir nada.
—Me he portado muy mal contigo y con Maravillas. Lo reconozco. Perdóname, por favor. —Vi que tenía los ojos llenos de lágrimas. Me quedé mirándola sin ser capaz de responder nada—. Siempre prometimos que nunca romperíamos nuestra amistad, y menos por un tío… Pero… no, no he cumplido, Vicky. Espero que sepas perdonarme. Por favor…
Rompió a llorar. Lo hacía de verdad, no estaba fingiendo. Hizo que me emocionara y también se me llenaron los ojos de lágrimas.
—No llores, Luci —dije.
Pero siguió llorando sin mirarme. Cogí un clínex del paquete que tenía sobre la mesa y se lo di.
—Deja de llorar, Lucía. Por favor…, no arreglas nada así. Y me estás haciendo sentir fatal.
Se limpió las lágrimas y me miró.
—Yo sí que me siento fatal, Vicky —dijo—. Pero entiendo que no quieras perdonarme… —Se levantó de la silla y cogió el bolso.
—¿Adónde vas? —pregunté acercándome a ella.
—No quiero molestarte. Lo siento —susurró.
—Vamos, Luci. Tú nunca molestas. Y yo… también te he echado mucho de menos —afirmé.
Me miró y esbozó media sonrisa.
—Llevamos siendo amigas desde primero de primaria. Teníamos seis años… —dije—, y eso es más valioso que cualquier tío, por muy bueno que esté —añadí intentando bromear.
Se le iluminó la cara. Me abrazó y empezó a llorar de nuevo. En realidad, lloramos las dos. Fue todo un drama, aunque con final feliz.
—Y a Maravillas, ¿cómo le va? —preguntó ya calmada.
—Aparte de estar con un gripazo de la leche, está bien. Y sigue con Carlos.
—Oh, eso es genial. ¿Y tú con Álvaro?
Le mostré la bonita sortija que me había regalado en San Valentín.
—Oh, qué sortijón… —exclamó exagerando como siempre.
—¿Qué dices, Luci? No es de los chinos, pero tampoco es para tanto…
—Es muy bonita. ¿Entonces os va bien?
Sonreí.
—Sí.
—Me alegro mucho, Vicky. De verdad.
—¿A pesar de Lacoste y de Ralph Lauren? —pregunté.
—A él le queda genial.
—Por supuesto.
Nos reímos.
—Por cierto, ¿puedo preguntarte una cosa? —dije.
—Sí, claro.
—Dime que al menos el sexo con ese Chus era alucinante y mereció la pena.
—¡Humm!…, tal vez… Es que ¡tengo tantas cosas que contarte! —exclamó volviendo a abrazarme.
—Pues empieza… Soy tu mejor amiga, ¿recuerdas? Y yo también tengo muchísimas cosas que contarte. Por cierto, la primera, que mi padre se casa…
—¿Con la Barbie Oxigenada?
Asentí.
—Ah…, ¡qué palo!
—No. Me da igual, de verdad. Y ahora viene lo mejor…: que mi madre y Sergio creo que tienen la misma idea, pero no sé cuándo…
Dio un chillido de alegría.
—¡¡Me encantaaaaa!! ¡Madre mía, Vicky! Tener a un tío tan bueno de padrastro… —Se empezó a reír a carcajadas—. Por Dios, di a tu madre que me invite…
—Eso está hecho. Cuenta con ello…
Volvió a darme un abrazo. Estuvimos charlando un largo rato. Yo no volví a mirar los libros porque decidimos hacerle una visita a Maravillas.
* * *
La madre de Maravillas se llama Olivia. Es bastante mayor, mucho más que mi madre o la de Lucía. Nos recibió con una gran sonrisa. Envuelta con vieja bata de color rosa, nos hizo pasar. Black, el perro, vino hacia nosotras moviendo la cola como alegrándose de vernos, pero tanto Lucía como yo no pudimos disimular que nos daba un poco de miedo. Olivia lo apartó y el animal se escabulló por el pasillo. Como nunca habíamos pasado del hall, la madre de Maravillas nos acompañó hasta la habitación. Nos dijo que su hija ya no tenía fiebre y que estaba mucho mejor.
Cuando entramos, tuvimos que hacer un esfuerzo para no echar a correr. No solo tenía un póster gigantesco de Drácula, también tenía una imagen horrible de la película El exorcista cuando la chica está totalmente poseída (supongo, porque nunca he querido verla) y otro póster de Freddy Krueger, el de las cuchillas…
Se alegró infinito de vernos, y sobre todo de ver a Lucía.
—¡Chicas!… No, no me deis un beso, que puedo contagiagos.
—Maravillas, guapa. No me dirás que tienes una serpiente debajo de la cama… —dijo Lucía mirando alrededor.
—Ni tampoco tendrás una tarántula… —proseguí yo.
Maravillas se empezó a reír a carcajadas.
—¡Cómo sois! No, no tengo… Pero me encantaguía, chicas. Seguía guay.
Olivia abrió la puerta.
—¿Qué queréis tomar? ¿Un refresco? ¿Una cerveza? ¿Un cafetito? —preguntó mientras nos acercaba dos sillas para que nos sentáramos.
—Oh, no…, gracias —respondí—. No hace falta.
—Sí, mamá —ordenó Maravillas—. Una Coca-Cola…
La mujer cerró la puerta y al rato volvió con las bebidas, servidas en un vaso largo con un poco de hielo y limón. Las dejó sobre el escritorio. El pijama de Maravillas, como no podía ser de otro modo, tenía dibujitos de calaveras y esqueletos. Le hubiera encantado a mi hermano Alejandro, pues parecía muy infantil.
—¿Ya sois amigas de nuevo? —preguntó Maravillas contenta.
—Sí —respondió Luci por mí—. Y quiero contaros muchas cosas…
Nos relató cómo había sido su relación con Chus. No era mal tío, pero pecaba de ser muy absorbente. No quería que Lucía saliera más que con él y sus amistades; por eso se alejó tanto de nosotras. Ella se colgó del tipo y se dejó influenciar de una manera que hasta descuidó los estudios. Eso le supuso una mala relación con sus padres y aseguró que hasta estuvo a punto de ir a vivir con él, pues ya trabaja en un taller. Y de pronto se volvió tan controlador que Lucía empezó a pasarlo mal, hasta que comprendió que no tenían una relación sana. Se enfrentó a todo el mundo que intentaba hacerle ver la realidad, y hasta que no fue consciente por sí misma de su error no fue capaz de romper.
—¡Qué fuegteeeeee, tía! —aseguró Maravillas.
—Sí. ¿Y sabéis quién me lo hizo ver claro?
Las dos negamos con la cabeza.
—Diego.
—¿Diego? —pregunté extrañada.
—Sí. Hablé mucho con él. Y… se ha portado fenomenal conmigo. Es un gran tío, a pesar de todo. Le he cogido mucho aprecio. De verdad, es mucho más maduro de lo que parece.
Pensándolo bien, hacía tiempo que no sabía de él. Ese año teníamos distinto horario y no coincidíamos en el autobús universitario.
—¿Estáis saliendo? —preguntó Maravillas.
—No, claro que no. Diego está saliendo con Verónica Llorente.
—¿En serio? ¿Desde cuándo? —interrogué interesada.
—No sé. Pero les va muy bien. Así que, Vicky, creo que has pasado a la historia…
—Uff… Pues mejor así —respondí.
Verónica Llorente había estudiado en nuestro colegio, pero nunca fue de nuestro grupo. Era una chica muy modosita que vestía con un estilo muy inglés, muy clásico. No pegaba nada con Diego. Había elegido una carrera de letras. Filología Inglesa, creo. Era muy sosa y apocada. De familia ultraconservadora.
—No creo que los padres de Verónica acepten a un chico con piercing y pendiente —observé.
Maravillas opinó lo mismo.
—Bueno, ya sabéis…, chico duro y «malote» saliendo con una niña bien. Aunque, en el fondo, de duro no tiene nada, os lo aseguro.
—Pues va a ser que no… —aseguré después de dar un sorbo a la Coca-Cola.
Asintió con la cabeza.
—¿Y qué, Lucía? ¿Algún tío a la vista? —pregunté.
—¡Noooo!… No quiero saber nada en una temporada. Paso… No estoy tan loca. He quedado saturada, os lo juro.
—Apuesto lo que quieras que cuando llegue el verano ya habrás puesto los ojos en otro —aseguré.
Negó con la cabeza.
—No, no. Tengo que ponerme a estudiar como una loca, y es lo único que me preocupa por ahora. No pienso ligar con nadie. Como si viene el mismísimo Brad Pitt… Prometo que tardaré mucho en volver a fijarme en uno. Os doy mi palabra.
Yo no estaba tan segura de que cumpliese su promesa. Además, eso no es como uno quiere. El amor puede aparecer en cualquier momento, como me pasó a mí con Álvaro.
Pasamos una tarde muy divertida junto a Maravillas, pero tengo que reconocer que esa noche tuve pesadillas con la niña de El exorcista. Tuve tanto miedo que, si no llega a ser porque Sergio estaba durmiendo con mamá, me hubiera ido a su cama. Claro que no se lo confesé a nadie al día siguiente.