26

El sábado recibí una llamada de Álvaro pidiéndome que nos viéramos cuanto antes. ¿Cuanto antes? O sea: me había tenido un mes hecha puré mientras él meditaba porque necesitaba tiempo y ahora le urgía verme.
—Luego te llamo, Álvaro. Ahora estoy ocupada —contesté con frialdad. No estaba ocupada para nada, solo quería hacerle sufrir un poco.
—Vale, pero llámame, por favor. Y dime, ¿estás saliendo otra vez con Diego?
—Ya hablaremos, ¿vale? —respondí.
Colgué. «Esperaré —me dije—, a ver cuánto aguanto.» En menos de una hora marqué su número en el móvil. Quedamos a las siete y hasta entonces estuve pensando en lo que le iba a decir. Debía hacerme la dura y nada de demostrarle que estaba loca por abrazarlo, besarlo y meterme en la cama con él. Primero le escucharía… y luego ya veríamos.
Me vestí como a él le gustaba, con faldita corta, un ligero escote que me daba un toque muy sexy y unos zapatos de tacón. Luego, me puse una cazadora. Me pinté los ojos y los labios. Me vi muy bien. Tenía aún tiempo, así que ensayé miraditas tiernas y sonrisas arrebatadoras ante el espejo.
Habíamos quedado en el piso. Por lo visto, todavía no lo han vendido ni alquilado y Álvaro continúa con las llaves en su poder. Deseaba intimidad para hablar con tranquilidad, me había dicho. Perfecto, me dije. O acabábamos enfadados para siempre jamás, como diría Álex, o uno en brazos del otro; eso era lo que realmente deseaba.
Lo primero que le dije fue que no estaba con Diego. Quería dejarlo claro antes que nada. Sonrió.
—Cuando te vi que le besabas, pensé que habías vuelto con él.
—No, no. Fue una tontería —dije avergonzada—. No sé por qué lo hice.
—No importa. Quien te debe una disculpa soy yo, así que quiero que me escuches, pero ante todo quiero volver. Quiero seguir con lo que teníamos. No puedo perderte. Te necesito, Vicky. No hago otra cosa que pensar en ti.
Su explicación de necesitar tiempo para meditar había sido porque ese año el curso iba a ser muy duro y casi no iba a poder tener vida social, aparte de que no sabría si yo podría aguantar la situación de vernos poco. Conocía casos de compañeros suyos en los que sus novias o ellos mismos habían terminado por cortar la relación al no poder salir todos los fines de semana. Esto me bastó para caer rendida a sus encantos. También supongo que su madre habría hecho lo posible por animarlo a dejarme, aunque de eso no habló ni yo le insinué nada.
—Estás preciosa, Vicky.
—Tú también estás muy guapo.
—Dame un beso, anda.
Le sonreí y acerqué mis labios a los suyos. Nuestras lenguas se juntaron y creí que me derretía.
—Solo quiero estar contigo, Vicky —me susurró—. No sé qué tienes, pero no puedo vivir sin ti. He sido un estúpido por haber perdido todo este tiempo. Perdóname, por favor.
Yo sabía cómo íbamos a terminar. Lo deseaba tanto como él, así que acabamos en la cama. Fue estupendo volver a sentir sus caricias, su piel, su olor. ¡Lo quiero tanto!
Volví a casa pletórica de felicidad poco antes de las doce. Aparte de mamá y Sergio, estaba también Sandra con su marido, Raúl. Los saludé, pero estaba tan cansada que decidí irme a dormir justo cuando ellos ya se marchaban. Como le di un beso a Sandra para despedirme, le di otro a mamá. Creo que estaba tan contenta y entusiasmada que me hubiera puesto a besar a medio mundo. El gesto serio de mamá no se hizo esperar y me pregunté qué mierda pasaría ahora. No tardé en averiguarlo.
Me estaba desmaquillando en el baño cuando me fijé en la marca que tenía en el cuello. Álvaro se había pasado un huevo demostrándome tanto amor: tenía un chupetón que se notaba muchísimo. Ya me veía poniendo un pañuelo durante los días siguientes.
—Vicky, abre la puerta —escuché unos segundos después.
Suspiré y esperé un poco antes de abrir. Me iba a preguntar y no sabía qué iba a decirle. Álvaro y yo habíamos decidido no comentar nada de que éramos de nuevo pareja. Lo mejor sería hacerme la loca, pero, conociéndola, no iba a ser nada fácil.
—¿Qué pasa? —pregunté después de que ella entrara.
—Eso digo yo. ¿Qué pasa, Vicky? ¿Qué tengo que pensar?
—Pensar…, ¿pensar de qué? —respondí cabreada.
—¡Mírate! —exclamó agarrándome del pelo.
Casi me empotra contra el espejo. Me hizo daño y me quejé.
—¡Ayyyy!, me haces daño…
—¿Te estás viendo? —preguntó enfadada.
Volví a quejarme y me soltó.
—Quiero una explicación. ¿Tienes otra vez novio o eres de esas que se enrolla cada fin de semana con uno distinto? —preguntó alterada.
Solté un bufido y le pedí que me dejara en paz, ya que tenía sueño y deseaba irme a dormir. No pensaba decirle nada, pero insistió. Parecía que no tenía intención de dejarme salir del baño hasta oír mi confesión. La conozco y sé que se estaba enfadando muy en serio.
Por no liarla más, confesé que había vuelto con Álvaro. Se quedó de piedra, aunque creo que en el fondo se alegraba porque me dijo que no tenía nada contra él. Solo me pidió que no me buscara problemas innecesarios y rogara a Álvaro que no fuera tan efusivo porque no hacía falta marcar territorio o algo así. Yo le respondí toda chula que no era para tanto y que seguramente a ella le habría pasado lo mismo alguna vez. No me respondió nada, pero antes de salir quiso saber desde cuándo estábamos otra vez saliendo.
—Desde antes. Quiero decir, desde hoy…
—¿Eh? Oh, Dios… —dijo abriendo la puerta y saliendo a toda prisa.
—Pero qué…
Claro. Se habría imaginado el motivo de tanto entusiasmo de Álvaro y le parecería un horror. Tenía que haber mentido y decir que hacía una semana o dos, pero ya no había remedio.
Sergio se quedó a dormir. Ahora pasa muchos fines de semana con nosotros. Es como si viviera aquí. Creo que con mamá hace una pareja fantástica, no como mi padre y la otra, que casi podría ser su hija.
Estuve hablando con Álvaro ya metida en la cama. Me sentí feliz. Y él lo estaba también. Después de colgar, envié un mensaje a Lucía y no tardó ni dos segundos en llamarme.
—¡Cuentaaaaaaaaaa! —dijo.
Le expliqué todo lo sucedido.
—Me alegro un montón por ti, Vicky. Porque estabas…, ufff…, aunque intentaras disimular, te conozco.
—Sí —respondí tapándome con el edredón—. ¿Qué sabes de Maravillas? ¿Por dónde anda?
—Feliz con su Caglos… —contestó imitándola—. Supongo que haciendo el amog… —añadió—, porque ya sabes, ellos no follan…, hacen el amog… Ese Caglos debe de ser la hostia en la cama porque ella está coladita, y ya ves, ni es guapo, apenas habla, no es nada gracioso, ni siquiera se viste de Ralph Lauren como el tuyo… Es un misterio oculto ese chico. Invocarán a los espíritus cuando se acuestan y será «una experiencia religiosa»… —añadió cantando.
Me reí.
—Pero qué mala eres, Luci.