10

Estaba besándome con Diego cuando me sonó el móvil. Miré en la pantalla y vi iluminada la palabra «mamá».
—Es mi madre… —dije—. ¿Qué querrá ahora?
—Ni contestes. Ignórala —sugirió Diego.
Me empezó a besar de nuevo, pero el teléfono no dejaba de sonar.
—Tengo que contestar —dije apartándolo.
—Venga, Vicky. Pasa de ella. Ya llamará más tarde.
—No puedo, Diego.
Puso gesto de fastidio. Respondí. Estaban esperándome para irnos al pueblo. Miré el reloj. Faltaba media hora para las seis, pero mamá me dijo que ya habían preparado todo; nos íbamos antes de lo previsto.
—No tardes. Te esperamos abajo en el portal —ordenó.
—Ya voy… —respondí con desgana.
—¿Es que ya te vas? —preguntó Diego molesto.
Le dije que sí, que no podía quedarme porque me estaban esperando.
—¡Quédate un poco más! Media hora…
—No puedo, de verdad. Anda, suéltame…
—¿Ves? Siempre cedes. Si habías quedado a las seis, pues ¡que espere!
Le empujé y dije que no.
—No insistas. Tengo que irme.
—Está bien. Entonces, te acompaño. Pero sabes que te voy a echar de menos, ¿verdad? —preguntó al tiempo que me abrazaba.
Me dejé besar unas cuantas veces más. Yo también lo iba a echar de menos.
—Venga, Diego. Vamos…
Cuando llegamos al portal, mamá estaba junto a la puerta. Mis hermanos y la abuela ya estaban dentro del coche. Miró a Diego, seguramente preguntándose quién sería, y se lo presenté. Le saludó sonriente y luego me dijo:
—Tenemos que irnos, Vicky. Vamos.
Diego quiso despedirme y me besó en la boca antes de que subiera al coche. Después la abuela me preguntó quién era y le dije que un amigo. Mamá entonces soltó que si ahora a los amigos se les besaba en la boca.
—Mamá, no seas antigua… Digamos que es un amigo especial —aclaré mientras me ponía el cinturón de seguridad.
Entonces Dani empezó a reírse y a burlarse de mí diciendo que tenía mucho morro. Afirmó, convencido, que era mi nuevo novio, para luego seguir con que era horroroso, que de dónde lo había sacado, que tenía muy mal gusto… y más cosas que me fastidiaron.
—Serás más guapo tú —dije enfadada.
—Claro que sí. No lo dudes. Ya quisiera ese tío parecerse a mí.
Mamá nos dijo que no quería oírnos en todo el viaje, pero Dani siguió metiéndose conmigo y le llamé de todo.
—Pero ¿qué acabo de decir? —preguntó mamá enfadada.
* * *
La navidad pasó como todos los años. Me divertí mucho porque no parábamos en casa. No tuve que aguantar demasiado a Dani porque él también tiene sus amigos allí. Creo que de todos es Álex el que más se aburre. Yo hablaba todos los días con Diego. Le echaba mucho de menos y él a mí. También hablaba con Lucía a diario. Me comentó que con Isra nada de nada. Lo habían dejado porque él no se aclaraba con lo que quería, pues, por lo visto, no buscaba nada serio y Lucía no estaba dispuesta a tener solo un rollo con él. La que sí estaba muy enamorada era Maravillas.
—Tenías tú razón, Vicky. Son tal para cual… —dijo Lucía.
—¿No me digas que él también ha empezado a hacerse francés y ya no pronuncia la r?
Lucía se echó a reír.
—No creo, Vicky, aunque no me extrañaría… Ahora se visten casi igual. Menos en la falda, el resto es idéntico. Parecen gemelos. Porque parece que Maravillas ha vuelto a sacar su vena más gótica otra vez.
—¿En serio? Yo pensaba que se había moderado.
—Pues yo diría que no. ¡Estos días al menos hasta daba miedo!… —exclamó riéndose.
—Bueno, conociendo lo exagerada que eres y la manía que le tienes, como para fiarme de ti —afirmé.
—No, en serio, Vicky. Está como una cabra. Te lo juro. Cada día más loca. Diego te echa de menos. No hace otra cosa que hablar de ti.
Me alegré de oírlo.
—Pero vigila un poco, ¿quieres? No vaya a ser que me haga como Jorge, Lucía.
—Hablando de Jorge, creo que lo de Sara Ramírez ya es agua pasada. Me han dicho que fue ella quien lo dejó. Y él está bastante hecho polvo.
—¡Jo! Cómo me alegro. ¡Que se joda! —exclamé en voz baja.
—Tengo muchas ganas de que vengas. ¿Vuelves el día tres?
—Sí, el tres. Ya falta poco.
Mamá me había hecho otro interrogatorio tipo FBI sobre Diego. Le comenté lo que sabía que le importaría: estaba estudiando y no fumaba ni bebía. Eso último no era del todo cierto, pero era lo que ella deseaba escuchar. ¿Para qué preocuparla?
—¿A que es muy guapo? —pregunté sonriendo.
—No está mal. Pero estaría mucho mejor sin eso en la ceja y sin el pendiente.
—También Maravillas lleva un piercing, mamá.
—Vaya ejemplo que me pones —dijo—. Espero que a ti no te dé por taladrarte.
—No, mamá. Descuida. No tengo ningún interés.
—Y mucho ojo con lo que haces.
—Que sí, mamá. No seas plasta.
* * *
Recuerdo que la primera navidad sin papá fue muy triste para todos, sobre todo para mi madre.
—Esta navidad va a ser horrible sin papá, ¿verdad? —le pregunté días antes.
—Será algo distinta —contestó ella— porque es la primera. Pero intentaremos pasarlo lo mejor posible. No te preocupes.
Quiso sonreír, pero tenía una expresión tan apenada que no lo consiguió.
—¿Cenaremos con la abuela? —insistí.
—Nos iremos todos al pueblo, con tu tía y tus primos, y la abuela, por supuesto.
—Y ¿la familia de papá?
A eso ya no me respondió. Sé que papá vino a buscarnos y estuvimos el día de Reyes con él. Esa tarde nos llevó a casa de la otra abuela. Nos dieron regalos, pero todo fue muy raro, muy frío. Yo al menos lo recuerdo así. Y las navidades nunca fueron ya igual para ninguno, porque la navidad no obró ningún milagro, como suele pasar en las películas. Mis padres no volvieron a estar juntos. Eso solo pasaba en la tele. En la vida real los milagros no existían.
* * *
El día de Nochevieja después de cenar, cuando yo me iba a ir con mis primos de fiesta, apareció Víctor, un vecino y amigo de mis tíos que siempre estuvo colado por mamá. Y debía de seguir estándolo, por la forma en que la miró de arriba abajo. Al día siguiente, mientras tomábamos un café en la cocina junto a mi tía y mi prima, se lo dije.
—Ese Víctor sigue colado por ti, mamá —aseguré.
Mi tía se empezó a reír y mamá negó con la cabeza.
—Vamos, mamá. Se ve a kilómetros. Solo con la forma que te miró ayer… ¿A que es verdad, Marta?
Mi prima asintió.
—Te comía con los ojos, mamá. Un poco más y le cae la baba… —afirmé.
—¿Qué tal con Diego? —preguntó cambiando de tema—. ¿Vas en serio?
—Así que Diego…, ¿eh? —bromeó mi tía mientras que mi prima me guiñaba un ojo en señal de complicidad.
—Lleva pendiente y un piercing —respondió mamá dirigiéndose a ella—. Imagínate la pinta…
—No es para tanto. Y no tiene mala pinta…—protesté —. Es muy guapo…
—Y si ves a la amiga… —continuó mamá—. El día que la conocí me quedé sin habla. Parecía un vampiro. Hasta llevaba los labios pintados de negro…, y eso que se llama Maravillas. La abuela pensó que estábamos en carnaval y que iba disfrazada.
Mi tía y mi prima se morían de risa.
—Ahora ya no va tan gótica, mamá. Y es una chica estupenda. Ya te lo he dicho muchas veces.
—No lo dudo, Vicky. Pero no me niegues que antes daba más miedo que otra cosa…
Y se desternillaron a costa de la pobre Maravillas.
Mi hermano pequeño entró en la cocina protestando porque Dani le había cambiado el canal de dibujos que estaba viendo para poner algo que no le gustaba.
—Arréglate tú con él, Alejandro. A mí déjame tranquila… —respondió mamá
Pocas veces ha hecho algo así: por lo general, siempre sale en defensa de Álex, pero no parecía tener ganas de conflictos. A los pocos minutos, como siempre que no consigue algo, mi hermano volvió lloriqueando.
—Mamá…, ¡no me hace caso!
—Pero ¿no podéis pasar un día sin pelearos por algo? —protestó mamá.
—No es culpa mía… —respondió con voz mimosa—. Yo estaba viendo los dibujos primero…
—Pues dile que te los vuelva a poner —dijo mi tía.
—Eso es como predicar en el desierto, Maribel —respondió mamá al tiempo que se levantaba para dirigirse al salón. Mi hermano fue tras ella sonriente porque sabía que tenía el triunfo de su lado.
—Siempre están igual… —comenté—. Son unos plastas.
En ese momento me sonó el móvil. Era Diego, así que subí a la habitación para poder hablar a solas. Me preguntó cuándo volvería, pues estaba loco por verme. Me hizo mucha ilusión pensar que me echaba de menos.
—Mañana, Diego. Pero no sé a qué hora llegaré ni si te podré ver.
—Tienes que poder, sea a la hora que sea…
—Lo intentaré, pero no te puedo prometer nada.
—Inténtalo, ¿vale?
—Lo intentaré.
* * *
Al día siguiente, en cuanto deshice el equipaje y guardé toda la ropa en los armarios, me fui en busca de Diego. Pensé que mamá protestaría, pero no; al parecer, ella también se fue en busca de Sergio. Cuando regresé cerca de las once, mamá no había vuelto aún, y cuando me fui a la cama casi dos horas después, tampoco.
—Me voy a la cama… —dije a la abuela—. ¡Qué raro que mamá no haya vuelto todavía! Si mañana tiene que madrugar…
Mi abuela no respondió nada, siguió atenta a la televisión. Me imagino que estaba pensando lo mismo que yo. Seguro que su reencuentro con Sergio había sido de lo más apasionado y estaban aprovechando el tiempo a tope.
Por mi parte, también había estado muy feliz de haber estado con Diego. Estuvo supercariñoso.
—Pasado mañana estaré solo en casa toda la tarde. Mi madre trabaja y mi hermano se ha ido de viaje con su novia. ¿Te parece que quedemos en mi casa?
Lo miré sonriendo.
—¿En tu casa? ¿Para qué?
—Para poder besarnos sin que nadie nos mire ni nos moleste, por ejemplo… —contestó—. Y tener un poco de intimidad, de paso.
—Sí —respondí segura—. Me parece genial.
Cuando se lo comenté a Luci al día siguiente por la mañana, lo tuvo claro.
—Quiere hacerlo contigo, Vicky. Seguro.
—Pues yo no quiero llegar a tanto. Todavía no.
—¿Te parece pronto?
—No es eso, no sé. No estoy segura de querer hacerlo.
—Tú, por si acaso, lleva preservativos.
—Supongo que si pretende que lo hagamos, los comprará él. ¿No te parece?
—Sería lo lógico. Pero, por si acaso, yo los llevaría.
No pensaba comprarlos. Mi intención no era acostarme con él tan pronto. Podríamos pasarlo muy bien sin llegar a todo. Ni siquiera nos conocíamos mucho. Yo prefería ir con calma, no forzar las cosas, ni que fuera así, tan frío. Eso de quedar para echar un polvo…, como que no, no me hacía mucha gracia. Tenía que surgir de otro modo. O eso pensaba en ese momento.