11

Fui a su casa temprano. Estuvimos viendo una película y comiendo palomitas. Luego, en su habitación, escuchando música. Estábamos sentados en la cama cuando empezó a besarme. Poco a poco fue haciéndome caer hacia atrás. Empezó a acariciarme por encima de la ropa. Me excitaba estar tendida de espaldas, con Diego casi sobre mí. Metió la mano bajo el jersey y la camiseta. Me gustaba el deslizar de sus dedos por mi piel. ¿No sería mejor que habláramos de lo que íbamos a hacer? El silencio, cortado por nuestras respiraciones agitadas, era total. Dejé de pensar mientras me concentraba en sus toqueteos.
—Vicky, ¿por qué no lo hacemos? Tengo preservativos —dijo enseguida.
—Me parece muy pronto —alegué.
—¿Pronto? ¿Por qué?… Anda, no seas tonta. No serás de esas que tienen que esperar un año… —preguntó sin dejar de acariciarme.
—No, un año no, pero…
Por un lado me apetecía mucho. Por otro, no tanto.
—Relájate, Vicky. Estás muy tensa —dijo después de besarme unas cuantas veces.
—Ya lo intento… —respondí.
Me desabrochó los vaqueros y nos metimos en la cama en ropa interior. Volvimos a besarnos y poco a poco nos quitamos el resto de la ropa. Sin embargo, yo no estaba muy segura de querer continuar.
—Deberíamos parar, Diego —dije—. Y me estás aplastando —me quejé.
—Lo siento —dijo apartándose—. Vamos, dime. ¿Es que no te gusta? —preguntó mientras me acariciaba con lentitud.
—Sí… —susurré.
Acabamos haciéndolo, pero apenas me enteré de nada. Él terminó demasiado pronto, y además, al empezar me había hecho bastante daño. Aunque me quejé, me dijo que solo era un momento y se me pasaría enseguida. No entiendo que digan que el sexo es tan maravilloso. A mí por lo menos no me parece que sea para tanto.
—¿Qué te pasa, Vicky? ¿No te ha gustado? —preguntó después de habernos vestido.
No quise decirle que no, solo me encogí de hombros, aunque mi expresión debía decirlo todo.
—La próxima vez lo pasarás mejor. Es que todavía no tienes mucha experiencia, ya se ve —afirmó sonriendo.
Me sentí idiota. Pues él no parecía tener mucha tampoco.
—Me voy —dije mirando el reloj—. Tengo mucha prisa.
—Pero si solo son las nueve.
—Ya. Pero he quedado con mis amigas —contesté mientras me abrochaba la cazadora.
—Vale. Voy con vosotras. Espera que vaya por el anorak.
—¡No! Solo quiero estar con mis amigas. Reunión de chicas. Ya me entiendes…
Me miró desconcertado.
—Claro, ya entiendo. Vas a contarles lo que hemos hecho, ¿verdad? —preguntó con una gran sonrisa. Tal vez pensaba que iba a presumir de lo macho que era y lo bien que nos lo habíamos pasado. Como se lo había pasado él, porque yo…
—No. Eso son cosas íntimas que no le importan a nadie —afirmé.
—Ya, claro.
Era evidente que no se lo creía, pero me daba igual. Por otro lado, yo no había quedado con mis amigas, pero sabía que en cuanto las llamara aparecerían, y en último caso, me iría para casa. Todo menos estar con Diego. No me apetecía seguir con él más tiempo. No sabía por qué, pero me sentí mal por haberle hecho caso y seguirle el rollo. Se encogió de hombros.
—Ha sido estupendo, Vicky —dijo sonriendo.
—Sí… —respondí—, estupendo… —añadí con desgana.
Mis amigas, como imaginé, no me fallaron. En menos de media hora estábamos en la cafetería de siempre cenando un sándwich acompañado de patatas y un refresco. Les conté lo que me había pasado.
—Vamos, que no tiene ni puta idea —afirmó Lucía.
—Divertido, ¿no? —me eché a reír por no llorar.
—¿Y qué ha dicho él? —quiso saber Maravillas.
—Gilipolleces. Que yo tenía muy poca experiencia. Que la próxima vez lo pasaría mejor…
—Qué gilipollas —dijo Lucía—, encima tú tendrás la culpa.
—Pues sí, un verdadero gilipollas.
—Deberías dejarlo —prosiguió Lucía mientras embadurnaba las patatas con kétchup.
—No puedo. Me gusta mucho a pesar de todo.
Las dos nos fijamos en Maravillas, que nos miraba sin decirnos nada.
—Tú ¿qué? ¿No dices nada? ¿Qué opinas? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—No sé, Vicky —respondió después de beber un sorbo de la Coca-Cola.
Nos pareció raro que fuera tan prudente. Por lo general, pone a parir a los tíos, sobre todo cuando nos va mal con ellos. Sea por lo que sea, los culpa de todos los males del mundo.
—Creo que estás muy enamorada de Carlos —dijo Lucía mirándola.
Ella suspiró.
—Sí, estoy muy enamogada —respondió al mismo tiempo que parpadeaba.
Mi móvil empezó a sonar. Pensé que sería Diego, pero no, era mamá.
—¿Qué? —dije contestando con brusquedad.
—¿Se puede saber dónde andas? Es hora de que vayas para casa. Ya sabes que tu abuela no se acuesta hasta que llegues.
—¿Tú no estás en casa? —pregunté.
—No. Yo llegaré un poco más tarde.
—Pero si solo son las diez y media y la abuela no se acuesta hasta las doce.
Lucía me estaba haciendo señas como para decirme que cortara de hablar ya.
—Vicky, no quiero discutir contigo. Vete para casa ahora y obedece.
—Todavía no he terminado de cenar. Estoy con Lucía y Maravillas comiendo un sándwich con patatas —aclaré.
—Pues en cuanto termines, te vas. ¿Entendido?
—Sí, mamá.
Colgué enfadada. Ella iba a llegar tarde porque estaría con Sergio, seguro. Todavía estuvimos hablando un rato antes de irnos. Diego no me envió ningún mensaje. Sabía que le había parecido mal que me hubiera largado a ver a mis amigas. Pensé que, si mamá se llegaba a enterar de que me había acostado con él, me mataría. Yo misma estaba arrepentida porque no había sido como me lo había imaginado. No hubo romanticismo ni fue nada dulce. A pesar de los defectos de Jorge, en ese aspecto era mucho mejor. ¿Iba a ser siempre así mi vida sexual?
Las chicas me acompañaron hasta casa. Al llegar al portal vi como mamá y Sergio se despedían con un beso en los labios. Me dio mucho corte que mis amigas los vieran.
—Hola —dije sin mirarlos.
Mamá también saludó. Me di cuenta de que mis amigas estaban extasiadas mirando a Sergio mientras él nos sonreía.
—Bueno. Yo ya me voy. Te llamo mañana, Paula. Adiós, chicas.
Las tres le dijimos adiós al tiempo que mamá, de espaldas, abría la puerta con la llave. Lucía y Maravillas se despidieron.
—Hasta mañana —dijeron.
Mamá les dijo adiós y las dos entramos en dirección al ascensor. Vi como cambiaba el gesto. Se puso seria y me dijo:
—Vicky, ¿me puedes decir qué hora es?
Miré el reloj y vi que faltaban unos minutos para la una. No supe qué decir, así que opté por no contestar.
—Me estás agotando la paciencia —dijo ya en el ascensor mirándome fijamente—. ¿Se puede saber dónde has estado metida todo el día? Llevas desde las tres de la tarde en la calle.
—Por ahí… —respondí.
Soltó un bufido y suspiró.
Pensé que iba a decirme que estaba castigada o algo así, pero no, no dijo más. Al día siguiente era la víspera de Reyes y ya solo nos quedaban tres días de vacaciones. Tenía que ponerme a estudiar en serio. Por primera vez iba retrasadísima y no llevaba nada al día. No había mirado ni un solo apunte en los últimos quince días. Esperaba que el nuevo año me trajera cosas buenas, y entre los regalos de Reyes lo que más deseaba era el portátil que le había pedido a mi padre para no estar dependiendo de que mis hermanos, que se peleaban por el ordenador a diario, tuvieran el detalle de dejármelo a mí.
Al llegar a la habitación me sonaron dos mensajes en el móvil, uno era de Lucía diciéndome que Sergio era «guapisísimo», y otro de Diego pidiéndome que me conectara. No respondí a ninguno, y mucho menos me conecté. Me sentía agotada y solo deseaba dormir.