8

El sábado tuvimos comida con mi padre. No sé ni de qué hablar con él. Nos preguntó por los estudios y lo típico de siempre. También quería saber si seguía con Jorge y le dije que no.
—Ya tiene otro —aclaró Dani—. Uno que lleva piercing y pendiente.
—Tú cállate, que nadie te ha preguntado nada —repliqué enfadada.
—Tú dedícate a estudiar, que ya tendrás tiempo de novios —afirmó mi padre.
¿Por qué todos dicen lo mismo? Estudiar, estudiar, estudiar…, como si no hubiera otra cosa en la vida. Yo siempre he sacado buenas notas, no sé de qué se queja.
Pensé que me interrogaría, como mamá, sobre Diego, pero no. No dijo nada, y me alegré porque no estaba dispuesta a contarle nada. Volvió a preguntarnos por las clases y me sentí incapaz de hablar de nada serio. Parecía que estaba con nosotros por compromiso, pues no dejaba de atender el móvil. Habló con varias personas. También miraba el reloj como si tuviera prisa. Por lo que sí nos preguntó fue por Sergio:
—Ese que sale con mamá, ¿es su novio?
Yo ni siquiera sabía que estuviera enterado de la existencia de Sergio, pero nos aclaró que se habían encontrado los cuatro en un restaurante y sentía curiosidad por lo que había entre ellos, ya que mamá ni se lo había presentado siquiera. Le comentamos que sí, eran pareja. También, que la abuela lo había invitado al pueblo. Y de paso dijimos que nos caía muy mal.
—¡Ah!… ¿Y llevan mucho tiempo saliendo juntos?
—No sabemos —respondió Dani.
—Pues a mí me cae muy bien —dijo Alejandro.
Dani lo miró con rabia.
—Tú qué sabrás si eres un crío —afirmó convencido.
Álex le dio un empujón y Dani no dudó en darle una patada que hizo chillar a Alejandro.
—Bueno, bueno…, no os peleéis —medió papá.
A las cuatro decidí volver a casa. Le dije que debía estudiar y que luego más tarde iba a salir. Me dio dinero, como siempre, pero más que otras veces porque al día siguiente era mi cumpleaños. Yo me fui. Él se quedó con mis hermanos para ir al centro comercial a comprarles algo. ¿Pensará que somos más felices si nos da regalos cada vez que salimos con él?
Cuando llegué a casa no había nadie. Me di cuenta de que mamá no había comido allí. La llamé al móvil, pero lo tenía apagado. Y eso era rarísimo. Que estuviera fuera de casa con el móvil apagado, sabiendo que podíamos llamarla alguno de nosotros, solo podía significar una cosa: que no deseaba que la molestáramos para nada. Me imaginé que estaba con Sergio. ¿Se habría acostado con él? Fue lo primero que me vino a la cabeza.
Mi intuición me decía que sí, y no me gustó nada reconocer que me molestaba. Después volví a probar y marqué otra vez el número, pero seguía igual. No tuve ni la menor duda de que estaba con él.
Mamá en la cama con Sergio. No podía imaginármelo, y no quería tampoco. Nunca había pensado en que ella y papá…, aunque creo que un día los descubrí. Yo debía de tener cinco años o así y entré en su habitación porque no quería seguir durmiendo la siesta. Sé que estaban tapados con las sábanas, pero me pareció que estaban desnudos, no lo sé muy bien. Puede que no lo entendiera, pero nunca lo olvidé, y con el tiempo me di cuenta de que seguramente los había pillado sin querer.
Me fui a casa de Lucía y le conté mis sospechas sobre Sergio y mi madre.
—Bueno, Vicky. Es normal. Si es su pareja… ¿No lo hiciste tú con Jorge? —preguntó mientras me ofrecía una patata de la bolsa.
—Pero yo ya llevaba tiempo. Mamá y Sergio acaban de conocerse —respondí después de coger un par de ellas.
—Y tu madre no tiene diecisiete años, Vicky. Y además, ¿tú qué sabes el tiempo que llevan juntos? Igual ya se han acostado montones de veces.
Tenía razón. No sabía nada. Me quedé pensativa hasta que ella exclamó:
—¡Qué ganas tengo de conocerlo! Si dices que es tan guapo…
No respondí. Esa noche celebraba mi cumpleaños, aunque en realidad era al día siguiente. Había invitado a unas cuantas de mis amigas a cenar en un restaurante mexicano. Ya había reservado la mesa días antes. También, por supuesto, iba a ir Diego, pero me llevé una desilusión tremenda cuando me llamó para decirme que no podía salir porque se encontraba mal y tenía fiebre. Como me dieron los regalos por la tarde, los fui a dejar a casa en un momento. No había rastro de mamá. No había pasado por casa. Todo estaba igual que lo había dejado dos horas antes.
Nada más terminar de cenar me fui a casa. No tenía ganas de seguir por ahí. Todo me había salido mal, y aunque lo había pasado bien, me sentía desanimada. No había podido estar con Diego y me sentía preocupada por mamá. No sé por qué. Sabía que era una gilipollez, pero no pude evitarlo.
Cuando llegué me encontré a Sergio con mamá en el salón. Le saludé y me felicitó por mi cumpleaños. Luego, enseguida se fue. Observé a mamá. Estaba de buen humor, parecía contenta. Estaba muy guapa, con una blusa clara y una falda negra. Se había arreglado mucho ese día.
Me preguntó si me pasaba algo al verme tan callada. Le respondí que estaba cansada. Luego, le expliqué que había estado llamándola al móvil. Noté que se ponía nerviosa y me dijo que había comido con Sergio, pero miró para otro lado y enseguida cambió de tema hablándome de papá.
—¿Follas con él? —pregunté sin pensar.
Me miró pasmada.
—¿Eh? Vicky, por favor…, pero…
—Vale, ¿te acuestas con él, entonces? Si te suena mejor así…
—Basta, Vicky —respondió enfadada.
—O sea, que sí. ¡Genial, mamá!
Me levanté de la butaca y me largué a mi habitación. Vino detrás de mí diciéndome que deberíamos hablar.
—No me dejes con la palabra en la boca, Vicky.
Me volví hacia ella y le dije que no tenía nada de qué hablar y estaba cansada. Cerré la puerta con rabia. Por un momento pensé que iba a entrar, pero no lo hizo.
Cuando me metí en la cama, no pude contenerme y empecé a llorar. No sabía por qué me sentía tan mal. Al día siguiente haría dieciocho años. Estaba deseando cumplirlos, pero en ese momento hubiera preferido tener diez y que mis padres estuvieran juntos. Pensé en lo poco que le preocupábamos a papá o a mi otra abuela. Y si mamá se casaba con Sergio, ¿qué pasaría con mis hermanos y conmigo? ¿Acaso Sergio iba a querernos? Porque si resultaba ser como Sonia, que no nos podía ni ver, lo teníamos claro. Y después de cómo nos habíamos portado Dani y yo con él en el pueblo, seguro que nos odiaría. ¿Por qué era tan complicado todo? No deberían permitir el divorcio hasta que los hijos fueran suficientemente mayores como para que no sufrieran. Al final me dormí entre lágrimas, agotada.
Al día siguiente regresó la abuela y vino Sandra con su hija, que es un año más pequeña que Alejandro, a tomar un poco de tarta que mamá había comprado por mi cumpleaños y que habíamos dejado para la merienda. No mencionamos más el tema de Sergio. Aunque me felicitó cuando entré en la cocina a desayunar por la mañana, me sonrió y me dio un beso y un regalo, estuvo seria el resto del día. Le había molestado lo que le había dicho, así que no se mencionó a Sergio para nada.
Después de la merienda me fui un rato a casa de Lucía para contarle lo que había pasado.
—Cómo te pasas, Vicky. ¿Cómo pudiste decirle algo así?
Me encogí de hombros.
—No sé. No lo pensé. Me salió… —dije sentándome sobre la alfombra.
—Te pasaste un montón —afirmó.
—Sí, tienes razón. Pero estaba cabreada y sin ganas de nada, y no sé, al ver a Sergio allí me acordé de mi padre y…, no sé, Lucía. Tú no puedes entenderlo. Tus padres no están divorciados, no tienes ni idea de lo que es… —dije con tristeza.
—Anímate, anda. Vayamos a dar una vuelta por ahí.
—Vale —dije mientras me levantaba—. Diego sigue con fiebre. Me dijo que, de salir, nada… —aclaré.
Vi que me observaba fijamente sin decir palabra.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Hum…, apenas te has pintado. Y así no vamos a ligar nada. Anda, ven que te maquille un poco —dijo agarrándome del brazo y tirando de mí.
—¿Acaso vamos a ligar, Luci? —exclamé mientras me empujaba al cuarto de baño.
—Por si acaso…
Miedo me daba dejarme maquillar por ella. Es de las que puede pasarse una hora ante el espejo acicalándose, mientras que yo en diez minutos estoy lista.
Al cabo de un rato tuve que reconocer que me había cambiado el aspecto para mejor.
—Estás guapísima —exclamó sonriendo—. Pareces otra. Pero toma —añadió pasándome una barra de labios.
—Demasiado rojo —dije al mirarla—. Mejor dicho, «rojo putón», como diría Dani.
—No seas tonta y píntate. Hazme caso.
Yo siempre me pintaba los labios en tonos más suaves y no estaba acostumbrada a verme así, pero tuve que reconocer que me vi favorecida.
—¿Ves? Estás impresionante…
Tuve que reírme al ver su expresión exagerada.
—¿No me digas que no te ves bien?
—Sí —respondí.
Salimos dispuestas a comernos el mundo, pero ni pintadas como puertas nos comimos un rosco. Eso sí, de reírnos, no paramos. Al final conseguí cambiar de ánimo. Y es que las amigas son lo mejor del mundo.