14

 

 

mariquita.jpg

 

 

Ni a Dani ni a mí nos hacía maldita gracia tener que ir a la comida y nos importaba muy poco que fuera el cumpleaños de Sergio o que su familia quisiera conocernos. Ya empezamos mal en el desayuno. Dani, no sé si fue por hacer el idiota o por liarla a propósito, en un descuido de Alejandro, que se había levantado a coger una servilleta, le llenó la taza con media caja de cereales, sabiendo que siempre los toma secos, aparte del Cola Cao. Como era de esperar, Álex se puso a chillar como si lo estuvieran torturando, con el resultado de que mamá entró en la cocina para ver qué pasaba. Lo solucionó enseguida: cambió las tazas de mis hermanos y le dijo a Dani que no se levantara de la mesa hasta que no se tomara toda aquella masa de cereales que le había puesto a Alejandro, mientras este sonreía satisfecho.

—A mí estos no me gustan —protestó Dani.

—Problema tuyo —contestó mamá al tiempo que se dirigía a la puerta para salir al pasillo—. Y ni se te ocurra tirarlos a la basura —añadió ya desde afuera.

—Te está bien por idiota —dije riéndome mientras metía mi taza en el lavavajillas.

Mi hermano pequeño también se estaba riendo y a Dani le dio tanta rabia que nos burláramos que lo pagó con él arreándole una patada por debajo de la mesa, con la consiguiente vuelta a chillar.

Yo, como ya había terminado, me largué a mi habitación y los dejé en medio de una batalla de insultos y chillidos hasta que escuché la voz de mamá dándoles un grito que los dejó mudos.

—Los vecinos deben de pensar que esto es una casa de locos —añadió enfadada.

Sí, pensé yo. En eso le daba toda la razón. No sé si al final Dani se tomó la taza de cereales o fueron a la basura; supongo que optaría por tirarlos porque, la verdad, era vomitivo comérselos.

Miré en el armario. No sabía qué ropa ponerme. Al final elegí unos vaqueros con los bajos rotos y una blusa azul clara que combinaría con una chaqueta blanca, pero a mamá no le agradó nada la elección y me rogó que me cambiara de pantalones. Los cambié por unos pitillos negros. Me puse un jersey blanco con un pañuelo al cuello, las botas negras con un poco de tacón, y me pinté un poquito los ojos y los labios.

Cuatro horas después llegamos a casa de la familia de Sergio. Mamá, antes de salir de casa, advirtió a mis hermanos que nada de peleas ni discusiones y a mí me dijo que pusiera mejor cara porque se me notaba a la legua que estaba enfurruñada.

—Ay, mamá. Menudo rollo… —exclamé en el ascensor.

—Vicky, para ti todo lo que no te interesa es un rollo —protestó.

Cuando entramos en el salón de la casa de su madre, Sergio nos presentó a todos. Su hermano mayor, Félix, su hermana Lidia y su marido, Álvaro; por supuesto, a su madre y a su sobrino Álvaro, hijo de su hermana. Yo ya había oído hablar de él. Tenía la idea de que sería un niño pijo a más no poder, y no me equivoqué. Eso pensé nada más verlo. Su ropa, toda de marca, y su aspecto lo delataban. Claro que no podía figurarme que fuera tan guapo. Me quedé impresionada por sus ojazos azules y su sonrisa. Tiene cierto parecido con Sergio, por algo es su sobrino. Me di cuenta enseguida de que era tímido, pues no hablaba nada, pero durante la comida me fijé en que me observaba mucho, así que yo también hice lo mismo. Me gustó tanto que después de comer, mientras él miraba hacia el jardín de afuera, me acerqué y le pregunté si estaba estudiando alguna carrera. Sabía de sobra que estaba haciendo Medicina, pero preferí fingir que lo ignoraba.

—Estudio segundo de Medicina —dijo tímidamente.

—¡Uff!…, qué difícil. Yo estoy haciendo primero de Derecho.

Me sonrió y me confirmó que ya lo sabía.

—Abogada… —dijo

—Sí, eso pretendo. Y tú, ¿qué especialidad quieres hacer? —pregunté mirándolo de reojo, pero sin volver la cabeza.

—Todavía no lo sé. Aún me falta mucho para elegir. Me gustan varias, pero no tengo ni idea de qué elegiré al final.

Estuvimos hablando durante un rato, aunque era yo quien llevaba la conversación y él se limitaba a responder mis preguntas, eso sí, con una gran sonrisa. Según pasaban los minutos, más guapo y encantador me parecía.

—¿Sabes a qué hora pasa el autobús que baja hasta el centro? —pregunté.

—Creo que cada media hora.

Miré el reloj. Pensé que lo mejor era irme ya. Tenía que estudiar algo antes de quedar con Diego.

—Si quieres, te acerco en el coche —dijo de pronto—. Yo también me voy a ir enseguida.

Tenía coche y se ofrecía a llevarme… Ni lo dudé.

—Si no te importa…

—No me importa para nada. Cuando quieras.

Diez minutos después decidimos irnos. Todos se quedaron muy sorprendidos cuando anunciamos que nos íbamos juntos. Dani también quería marcharse ya y Álvaro le dijo que podía venir con nosotros.

Me pareció todo un lujo que tuviera un coche nuevecito solo para él. La mayoría de mis amigos ni habían sacado el carné de conducir, y los que lo tenían usaban los automóviles de sus padres cuando les dejaban, o, como mucho, tenían un cacharro de tercera mano más viejo que una tartana. Pero Álvaro conducía un Ford Fiesta azul que se veía como recién salido del concesionario. Luego me enteré de que se lo habían comprado como regalo por aprobar la PAU con sobresaliente y haber conseguido entrar en Medicina, pues pedían una nota muy alta para acceder a la carrera.

Después de dejar a Dani frente a la casa de un amigo suyo, me preguntó adónde me llevaba.

—La verdad es que pensaba ir a estudiar un poco, pero tengo tan pocas ganas…

—Te invito a un café primero. ¿Qué te parece?

Sonreí encantada.

—Vale, genial.

Fuimos a una cafetería y pedimos un capuchino. Ya no me pareció tan tímido como al principio, pues era capaz de empezar una conversación sin que yo le preguntara algo, como había sido hasta entonces. Según pasaba el tiempo, más me atraía. Era el tío más dulce y encantador que había conocido en mi vida. No tenía nada que ver con Diego ni con Jorge, ni con la mayoría de mis amigos.

Me pareció tan educado que a veces parecía mayor, no un chico de solo diecinueve años, aunque me confirmó que haría los veinte en el mes de abril.

—¿Qué horóscopo eres? —pregunté intrigada.

—Aries, ¿y tú?

—Sagitario.

En ese momento me sonó el móvil y al mirar la pantalla vi que era Diego. Le respondí de mala gana diciéndole que iba a estudiar. Quedó en llamar más tarde. Colgué y al levantar la vista observé que Álvaro me miraba fijamente. ¡Qué ojos!

—¿Sabes que eres muy guapo? —dije de pronto sin pensar.

Se sonrojó como si fuera un crío.

—Gracias —respondió—. Tú también lo eres. No solo guapa, también eres muy simpática —añadió sonriendo—, Vicky. Y me gusta tu nombre… ¿Victoria, supongo? Un nombre de reina… —se sonrojó—, como tú.

¡Madre mía! ¿Le gustaba? No sé qué me pasó por la cabeza en ese momento. Nadie me había dicho algo así, de esa manera tan romántica y tan dulce. Creo que yo misma me puse roja de la impresión. Nos quedamos callados durante unos segundos, mirándonos. Yo no tenía intención alguna de irme a casa a estudiar, ni de ver a Diego ni a mis amigas. Estaba dispuesta a quedarme con él toda la tarde. Claro que no sabía qué planes tenía, ni siquiera si había alguna chica o novia. Antes de hacerme ilusiones y de llevarme un palo después, le pregunté directamente.

—¿Tienes novia? —pregunté dispuesta a escuchar una afirmación como respuesta.

Puso cara de sorpresa. Supongo que no se esperaba la pregunta.

—No. No tengo…

«¡¡¡Bien!!!», pensé.

Él me preguntó lo mismo. Le mentí y le dije que no, que había salido con dos, pero ahora no tenía a nadie. Volvimos a quedarnos callados sin saber qué decirnos hasta que él rompió el silencio.

—Cuando quieras te acompaño hasta tu casa. ¿Dónde vives? —preguntó nervioso.

Se lo dije, pero también le aseguré que no tenía ninguna gana de ponerme a estudiar. Sonrió y me propuso ir al cine. Me pareció una maravillosa idea, así que miramos la cartelera en el periódico para elegir película. Me importaba poco lo que fuéramos a ver, solo con estar con él me bastaba. Aun así, me dejó escoger a mí y opté por una comedia romántica.

No solo se empeñó en pagarme la entrada, también compró las palomitas que compartimos. La película nos gustó mucho a los dos. Yo había dejado el móvil apagado dentro del bolso porque no quería saber nada de nadie más que no fuera Álvaro. Cuando salimos del cine, fuimos a pasear un poco y luego a tomar un chocolate caliente. Hablé muchísimo, de mis clases, mis amigas, mi antiguo colegio, explicándole que mi asignatura favorita había sido siempre Historia, aunque no me decidí a estudiar la carrera porque tenía muy mal futuro y tampoco me atraía la idea de dar clases en un instituto. En cambio, Derecho, que también me gustaba, tenía más salidas profesionales, o al menos eso me parecía. Me escuchó atentamente, siempre sonriendo y encantador. ¡Cómo me estaba gustando! Fue estupendo.

Y cuando después ya pensé que se despedía, me invitó a cenar.

—Vale, pero pago yo —dije.

Me parecía demasiado abuso que estuviera gastando tanto en mí.

—No, Vicky. Soy yo el que te ha invitado. Tú ya me invitarás otro día.

Pensé que iríamos a un burger, al McDonald’s o al Telepizza, como hacía yo con mis amigos, a no ser que fuera una celebración de algo; pero no, me llevó a un restaurante italiano llamado Gepetto, que era su favorito.

Menos mal que iba a invitar él porque yo, como mucho, podría pagar mi parte si es que me llegaba. Para beber pidió agua y yo hice lo mismo. Me explicó que no bebía alcohol, de vez en cuando alguna cerveza; tampoco fumaba y le gustaba mucho hacer deporte. También me habló de su pasión por la medicina. Durante la cena estuvo muy hablador y yo estaba feliz escuchándolo. Estaba segura de que a mi madre le chiflaría un chico como él para mí.

—¿Qué te parece que mi madre y tu tío sean pareja? —pregunté.

—Bien. Sergio es estupendo. Y no porque sea mi tío…

—Sí —respondí—. Aunque no lo conozco mucho —confesé.

—Pues te gustará cuando lo conozcas —dijo convencido.

No sé cuál fue el motivo, pero acabamos contándonos nuestra vida familiar. Le hablé del divorcio de mis padres, de mis hermanos, de mi abuela, de mis tíos, mis primos… Él también me habló de la suya y me dijo que le hubiera encantado tener hermanos o primos, pues por parte de su padre solo tenía dos que vivían en Londres y apenas los conocía, y por parte de su madre era hijo y nieto único.

—Pues qué suerte. No veas lo que es pelear con dos hermanos como los míos.

—No lo dices en serio, Vicky. Seguro que en el fondo estás muy feliz con ellos.

Sí, tenía razón. Yo quiero muchísimo a mis hermanos aunque me queje y proteste por tener que aguantarlos. Él, en cambio, no tiene con quien discutir ni tirarse de los pelos.

—¿Sabes lo que hice una vez? Cuando éramos pequeños me puse a jugar con mi hermano Dani a los peluqueros y le corté el pelo con unas tijeras. Como solo tenía tres años, se dejó. Mis padres tuvieron que llevarle a la peluquería a rapárselo para que quedara decente.

Se estuvo riendo de eso y de otras muchas cosas que le conté.

—¿Ves cómo es muy divertido tener hermanos, Vicky?

—Si tú lo dices… —respondí riéndome.

Después de la cena nos fuimos a un pub. Como tenían juegos de mesa, estuvimos con las damas primero y luego con los dados. Tengo que decir que, aunque me ganó la mayoría de las veces, yo también conseguí algún triunfo. Me divertí tanto que, cuando quise darme cuenta de la hora que era y miré el reloj, ya eran las dos y media de la mañana. Él no parecía tener prisa, pero a mí solo me quedaba una hora para volver a casa. Lo que más me apetecía era ver a mis amigas, mejor dicho, que ellas me vieran a mí acompañada de Álvaro. Decidí llamar a Lucía en el momento que él se fue al baño.

—Lucía, ¿dónde estáis? —pregunté.

Me lo dijo y luego empezó a gritarme como si estuviera loca.

—¿Se puede saber dónde estás? Te he llamado un montón de veces y no he conseguido localizarte. ¿Por qué tienes desconectado el móvil?

—¿Por qué gritas? —pregunté.

—Es que con la música no me entero de nada. Diego tampoco sabía nada de ti.

—¿Está con vosotras? —pregunté.

—No, acaba de irse aburrido de esperarte.

—Mira, voy a pasar por ahí. En diez minutos llego. Ah…, y no voy a ir sola. Me acompaña el sobrino de Sergio.

Debió de quedar alucinada.

—¿Cómo? ¿Quién has dicho?…

—Bueno, ya lo verás. Esperadme —respondí cuando vi que Álvaro se acercaba.

Le comenté mi deseo de ir a ver a mis amigas, y como me imaginé, se ofreció a acompañarme.

—Mejor vamos andando porque no vas a encontrar sitio para aparcar el coche.

—Sí, vale. Lo recogemos a la vuelta.

Fuimos caminando hasta la ruta que, como siempre, estaba a rebosar de gente. Al entrar en el bar ya vi a Luci al fondo de la barra con Maravillas, Carlos e Isra. Con ese no contaba. Me imaginé que se lo diría todo a Diego en cuanto lo viera, claro que ya ni me importaba. Álvaro iba detrás de mí.

—¡Holaaaaaa!… —casi grité, porque con la música y el barullo pensé que ni me oirían.

Me saludaron sonrientes. Luego, les presenté a Álvaro. Todos lo miraron de arriba abajo con cara de flipados.

Como no éramos capaces de entendernos a no ser que habláramos a voces, decidimos cambiar de sitio. Fuimos a otro bar cercano que estaba menos concurrido. Por un momento no supimos qué decir y permanecimos callados con los vasos en la mano, de pie, junto a la puerta. Observé cómo Lucía miraba a Álvaro, y no me agradó. Me imaginé que le había gustado; además, se iba acercando a él haciéndole preguntas de una manera muy coqueta e insinuante, mientras que Maravillas y Carlos se morreaban sin ningún reparo a nuestro lado e Israel sacaba la cajetilla de tabaco para luego ofrecernos a todos, aunque solo Carlos aceptó. No podía decirle a Lucía que Álvaro me gustaba delante de él. Por otro lado, ella pensaría que al estar saliendo con Diego tendría el camino libre. Me vi acorralada sin saber qué hacer. De pronto tuve una idea. Me acerqué lo más posible a Álvaro, le cogí de la mano y lo aparté un poco de los otros para que se viera bien.

Lucía se quedó cortada. Y Álvaro se puso tan rojo que tuve que disimular para no reírme. Él, de todos modos, no me soltó. Al contrario, parecía encantado con mi actitud.

—¿Quieres que nos vayamos? —dijo mirándome.

—No, esperemos un poco.

—Diego te llamó un montón de veces. Dice que le dejaste plantado —exclamó Lucía bien alto para que todos lo escucharan, incluido Álvaro.

Yo me hice la sorda y sonreí al tiempo que le hacía una seña para indicarle que nos fuéramos al baño a hablar. Así lo hicimos, dejando al pobre Álvaro acompañado de los zombis, que no hacían otra cosa que comerse los morros, y de Israel, con quien seguramente no congeniaba nada.

Ya en el servicio, Lucía me pidió explicaciones de lo que estaba pasando.

—Me gusta —dije—. Y mucho. Hemos pasado juntos toda la tarde. Es fantástico. Y no pienso dejarlo escapar. Además sé que le gusto —añadí convencida.

—¿Y Diego?

—¡Que le den! Voy a cortar con él. Y no vuelvas a mencionarlo. Álvaro piensa que no salgo con nadie.

Puso cara de decepción, aunque luego empezó a despotricar asegurando que era superpijo y cuestionando que pudiera gustarme.

—Me encanta —afirmé—. Es el tío más romántico y más dulce que he conocido. Me ha tratado como a una princesa. Es encantador.

—¿Has visto cómo va vestido? ¡Parece un maniquí de un escaparate de Ralph Lauren o Lacoste! —exclamó cabreada.

—No me importa. Ya te he dicho que me gusta y mucho. Y a ti también te ha gustado, no me digas que no.

—Psche… No está mal…, pero no es mi tipo.

—Está superbueno, Lucía.

Se encogió de hombros.

—Entonces, ¿de verdad vas a dejar a Diego? —preguntó.

—Primero tengo que decirle a Álvaro que me gusta —respondí sacando la barra de labios del bolso.

Se puso bizca como cuando algo le impresiona.

—¿Se lo vas a decir? ¿En serio? ¿Cuándo? —preguntó.

—Si él no se atreve, lo haré yo. Pero no pienso dejarlo ir como si nada. Y ahora vamos, que debe de estar flipando con aquellos —dije—. ¿Y tú, con Israel, qué? —dije mientras me miraba al espejo—. ¿Qué tal? ¿Me queda bien este color? —añadí.

—No sé. A veces le intereso y otras pasa de mí. Es un tío muy raro. Creo que voy a pasar de él. Y sí, te queda superbién. Estás muy guapa.

—Pues haces bien. No merece la pena. Y gracias.

Como imaginé, Álvaro estaba con cara de aburrido y los otros hablaban entre ellos sin hacerle el menor caso. Le dije que nos podíamos ir y vi que se alegraba. Nos despedimos y nos fuimos en busca del coche para irnos ya a casa. Por supuesto, ya no íbamos cogidos de la mano; aunque a mí me hubiera encantado, él no hizo ademán de intentarlo.

Durante el camino llamé a mamá. Ya me había pasado de la hora y pensé que, como todavía iba a tardar, lo mejor sería tranquilizarla y avisar de que estaba con Álvaro para que se lo tomara mejor. La desperté y le expliqué que estaba con el sobrino de Sergio y que me acompañaría a casa enseguida. No la dejé ni hablar. Colgué para no tener que oír algún reproche que seguro me haría.

—¿Qué te han parecido mis amigos? —pregunté.

—No sé… —dijo sin mirarme.

—La más normal es Lucía. Los otros, aunque tengan esa pinta, son buenas personas. Estudian y todo eso, no son unos colgados, aunque Maravillas y su chico sean un poco siniestros —aclaré riéndome.

Se empezó a reír.

—Siniestros sí son. Nunca había oído el nombre de Maravillas. ¡Pensé que te estabas quedando conmigo! —exclamó entre risas—. ¡Maravillas!… ¿No habrá coincidido con muchas chicas en clase que se llamaran igual, verdad?

—No. Nunca —respondí riéndome—. No creas, yo tampoco coincidí con ninguna Victoria en todo el colegio; bueno, solo con una monja… —añadí.

—Pues yo con otros Álvaros sí, no muchos, pero alguna vez… Pero, ¡Maravillas!… —Y volvió a reírse.

Le hablé de ella y de su manía de no pronunciar la r. Le hizo mucha gracia.

—Es total —afirmé—. De película…

Me acompañó hasta casa. Aparcó el coche y apagó el motor.

—Lo he pasado muy bien, Vicky. Eres una chica muy divertida. De verdad. Ha sido un placer conocerte —dijo sin mirarme.

—Gracias. Yo también me he divertido mucho. Eres un tío genial.

Sonrió y nos quedamos en silencio. Sabía que debía salir del coche para que se fuera, pero no me apetecía. Tenía que decirle algo. Volver a quedar con él, pedirle el número de móvil… Me lancé sin pensar en las consecuencias.

—Álvaro…

Me miró sonriendo.

—Me gustas —dije.

Se quedó sin habla y yo miré al frente pensando que había metido la pata. En ese momento me arrepentí, casi estaba decidida a abrir la puerta y salir de allí pitando, pero no me moví. Lo que hice fue mirarle para ver su expresión. Tenía la vista clavada en mí, pero estaba serio, tanto que pensé «¡Ay, Dios, he metido la pata!». Me fijé en sus ojos azules y le sonreí con todo mi poder de seducción, miraditas y sonrisas que he ensayado mil veces ante el espejo. Esperaba que correspondiera a mi sonrisa o estaba perdida… y no me quedaba otra que largarme a toda prisa. Casi me da un infarto esperando, pero por fin sonrió.

—Tú también me gustas, Vicky. Mucho. Desde que te vi en casa de mi abuela este mediodía… —se calló y luego prosiguió—. Eres tan… tan especial.

Vaya, pensé. Había recurrido a todos mis encantos femeninos para conquistarlo y sí que estaba resultando.

—Tú también —respondí sonriéndole—. No sé, eres distinto…

—Yo nunca he salido con nadie —dijo—. Quiero decir, nunca he tenido una pareja. Y no sé muy bien cómo va esto —añadió nervioso.

No podía creerlo. ¿Nunca había tenido pareja? ¿Sería un tío raro?

Le dije lo que estaba pensando.

—No, claro que no. Soy de lo más normal, pero me han interesado más otras cosas que salir en serio con una chica. Jugaba al baloncesto hasta el año pasado, y también al golf; después estudiaba tanto que no tenía tiempo…, y creo que tampoco he encontrado a nadie que me interese lo suficiente como para…, no sé. Pero te aseguro que soy un tío muy normal. De verdad.

—Claro, no te preocupes, te creo. Solo me sorprende. Eres demasiado guapo como para pasar inadvertido —afirmé sin dejar de sonreír.

Se encogió de hombros.

—Quizás las que se interesaron por mí no eran de mi gusto…

—¿Y yo soy de tu gusto? —pregunté acercando mi boca a la suya.

Lo besé solo con un roce de labios. Creo que se puso de todos los colores, pero no pude verlo porque siguió con su boca pegada a la mía. Aunque no hubo nada de lengua y yo no me atreví a tomar la iniciativa, me encantó. Nos besamos varias veces más; bueno, no se puede decir que fueran besos de verdad, más bien roces de labios. Si me lanzaba a besarlo con lengua, puede que se asustara, así que me contuve. Decidí apartarme para no caer en la tentación.

—Es tarde. Tengo que subir a casa —puse como excusa.

—Me gustaría verte mañana —dijo.

—¿Por la tarde? —pregunté.

—Cuando quieras —contestó sonriendo. Me encantan esos hoyuelos que se le marcan en las mejillas cuando sonríe.

—A las cinco, ¿te parece? ¿Me llamas? ¿Te llamo yo?

—Como quieras…

Nos intercambiamos el número de teléfono y quedamos en que de momento no diríamos nada a nadie. Lo de que su tío y mamá fueran pareja nos asustó un poco. Tuvimos miedo de que eso pudiera influir de algún modo en lo que estábamos a punto de empezar, una relación de novios. Porque tenía claro que con Álvaro no iba a ser un rollo. Él era demasiado serio y ese estilo no le iba nada.

Cuando entré en el portal, no me lo podía creer. Subí en el ascensor recordando sus besos. Habían sido deliciosos porque Álvaro era tan dulce…

Después de abrir la puerta me descalcé para no hacer ruido. Hacía más de una hora que debía haber llegado y seguro que a mamá no le haría ni pizca de gracia porque eran más de las cuatro y media. Me sorprendió en el pasillo.

—¡Mamá! ¡Qué susto me has dado!

Se quejó de la hora que era, pero me hablaba en voz baja. Yo me dirigí a mi habitación y me siguió.

—Ah, mamá, si vieras lo fantástico que es Álvaro… Es el hombre de mi vida.

—Vicky, a ti todos los chicos te parecen fantásticos y todos son «el hombre de tu vida» —recalcó con retintín.

Le confirmé que esta vez era diferente. Le aseguré que Álvaro me había acompañado hasta el portal y le prometí que no volvería a llegar tan tarde. Me sentía tan feliz que la abracé y le di un beso.

Debió de parecerle extraño porque rara vez le doy un beso espontáneamente, no por nada, pero yo no soy como Álex, que es el único, según ella, que le demuestra cariño con besos y abrazos.

—Venga, acuéstate, que es muy tarde.

Miré el móvil poco después, antes justo de apagar la luz. Tenía muchos mensajes de Diego, y llamadas. No me importó lo más mínimo. Al día siguiente le dejaría claro que no tenía intención de seguir con lo nuestro. Había un nuevo chico en mi vida: Álvaro Millán Lambert, y esta vez me gustaba muchísimo. Me lo iba a tomar muy en serio. Tardé mucho en dormirme. Estaba nerviosa. ¿Sería eso enamoramiento de verdad? No creo haber estado nerviosa antes, es decir, después de haberme besado con un chico. A ver…, sí me había besado con Jairo, aquel chico del verano…, y como había sido el primero, supongo que tuvo que afectarme más. Intenté recordar. Sí, puede que tampoco durmiera bien aquella noche, sin embargo, no era capaz de recordarlo. Con Jorge fue distinto: me gustaba mucho, y cuando conseguí que me lo presentaran, reconozco que estuve un poco detrás de él; sí, de una manera no propia de mí, pero estaba coladita… Tenía fama de ligón y yo no lo tenía fácil porque andaban varias chicas intentando conquistarle. El primer día que empezamos a salir ya me besó, con lengua y todo. Lo recuerdo; tenía más experiencia que yo y me encantó. Y con Diego…, ufff…, debía decirle que lo dejábamos, así que pensé en sus posibles reacciones y me dio por ensayar lo que respondería, intentando imaginar diferentes frentes hasta que el sueño me venció y me quedé dormida.

La suerte de encontrarte
titlepage.xhtml
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_000.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_001.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_002.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_003.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_004.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_005.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_006.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_007.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_008.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_009.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_010.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_011.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_012.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_013.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_014.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_015.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_016.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_017.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_018.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_019.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_020.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_021.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_022.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_023.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_024.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_025.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_026.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_027.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_028.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_029.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_030.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_031.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_032.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_033.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_034.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_035.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_036.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_037.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_038.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_039.html