22

Lucía lo había conseguido. Estaba saliendo con Jere y se sentía superfeliz. Lo conocí el martes. Él la estaba esperando en la parada del bus. Vale, es guapo, pero no tanto como parecía en la foto. Está cachas, eso sí, pero también parece mayor. Ella se derretía mirándolo, así que cuando después me pidió mi opinión, le dije que estaba bien.
—¿Solo bien? —preguntó decepcionada.
—Hum…, sí, está bueno. Pero acabo de conocerlo, tampoco puedo opinar —dije.
Se quedó callada unos segundos.
—Además, con que te guste a ti… —añadí sonriendo.
—Eso es que no te gusta.
—Yo no he dicho eso, Lucía.
—Claro, como ahora solo te van los pijos.
La miré molesta.
—Oye, ya está bien. ¡Siempre estás con lo mismo!
—Es que te conozco, Vicky. Y por tu respuesta deduzco que no te ha gustado.
—Jeremías está superbueno, ¿vale? Pero no es mi tipo…
—Vale…
Quedamos para salir todos juntos. No sé qué le gusta a Lucía de Jeremías. Nunca he conocido a un tío tan soso y tan apático como ese. Incluso Carlos tiene más gracia que él, y eso que parece ir siempre colgado. Lo único que hace Jere es ir al gimnasio, por eso está tan cachas. No estudia, trabaja en un negocio familiar, no sé de qué. Y tiene veintitrés años. Ya me había parecido bastante mayor. No me pega nada con Luci, pero me abstengo de dar mi opinión porque le parecería mal si se lo dijera. Aunque ella, desde que conoció a Álvaro, no ha dejado de darme la lata asegurando que hago mejor pareja con Diego.
De todos modos, hemos salido poco con ellos. A Álvaro y a mí cada vez nos gusta más estar solos. Nos divertimos mucho juntos sin necesidad de nadie más; aun así no quiero distanciarme de mis amigas. Luego, si las cosas no salen bien, quedaría ahí colgada sin tener con quien salir. Conozco muchas parejas a las que les ha pasado que al romper se encuentran solos totalmente por haber perdido las amistades anteriores.
Yo espero estar con Álvaro siempre. Por nada del mundo lo dejaría. Espero que él opine lo mismo. Bueno, lo sé. Me adora. Y es tan cariñoso, tan detallista…, es un amor de chico. Estoy loca por él.
* * *
Maravillas celebró su cumpleaños en el antro de su hermano Tristán. No nos hacía mucha gracia, pero había conseguido cerrar el local para todos nosotros, así que sin duda sería estupendo. Álvaro tenía un examen el lunes. No pudo ir y se quedó en casa a estudiar. Me dio mucha rabia, pero estudiando Medicina…, ya se sabe. Como él me dijo una vez, dejas de tener vida social cuando entras en la facultad para hacer esta carrera.
Además, como es tan responsable y no se conforma con un simple aprobado, con más razón. Vamos, el sueño de cualquier madre. Como dice la mía, podía pegársele algo a mi hermano Dani, que pasa de todo. Cada vez más. A mamá le crispa los nervios. Y no me extraña. Una cosa es que no te dé el coco para más y otra es que sea por pura vagancia, como es su caso. Se lo han dicho todos los profesores desde primaria, que no hace más porque, simplemente, no le da la gana. Allá él. Espero que madure algún día.
El local estaba a tope. En verdad, no sé de dónde había salido tanta gente. No es que precisamente Maravillas tuviera miles de amigos. Al parecer, su hermano Tristán había invitado por su cuenta, así que el ambiente era de lo más variopinto. La música estaba a todo volumen. No había mucho para comer y sí demasiada bebida. Le dimos los regalos a Maravillas y hasta le cantamos el cumpleaños feliz. Luci y yo le habíamos comprado unos pendientes con la figura de la película Pesadilla antes de Navidad que le chiflaron, y un reloj de pulsera de calavera que al moverla aparece la esfera con las agujas en un fondo blanco donde también había otra calavera. También le encantó.
—Es genial, chicas —exclamó—. Me encanta.
Jeremías y Lucía no se separaban. Él no hacía otra cosa que beber, y cuanto más lo observaba, menos me gustaba para mi amiga. No sé qué le veía Lucía de simpático. A mí no me hacían ninguna gracia las chorradas que decía alguna que otra vez.
Casi no podíamos hablar por el volumen de la música. Teníamos que gritar para entendernos. Mientras Maravillas abría más regalos, alguien se puso a mi lado.
—Hola, preciosa. ¿Dónde está tu chico? ¿Has venido sola?
Me giré y vi a Diego pegado a mí. Sonreía.
—Hola —dije apartándome.
—¿No me digas que lo habéis dejado? —preguntó volviendo a acercarse.
Ahora sonreí.
—No. No lo hemos dejado. Nos va muy bien. Solo que no ha podido venir.
—No te preocupes. Yo te haré compañía. Si te aburres, aquí estoy yo. Podemos pasarlo muy bien… —afirmó pasándome el brazo por encima de los hombros.
Le aparté.
—Vamos, Vicky… Teníamos un buen rollo. ¿Por qué me dejaste por ese pijo?
Solté un bufido.
—Piérdete, ¿quieres? No tengo ganas de aguantarte.
Fue imposible despegarlo de mí. Se pasó todo el tiempo detrás intentando convencerme de que romper había sido un gran error.
—Venga, Vicky. Enróllate, tía.
—¡Qué pesado eres, Diego! ¿Por qué no me dejas en paz? Enróllate con otra. Mira —dije señalando a un grupo de chicas que no conocía de nada y no paraban de mirarlo—, seguro que alguna de esas sí quiere rollo contigo.
Lucía, que estaba a mi lado, las miró y se empezó a reír.
—Venga, Diego. A por ellas… —exclamó—. ¿Cuál te gusta más?
—¿Quiénes son esas? —pregunté.
—¡Eh, chicas! —exclamó Maravillas—. ¿Lo estáis pasando bien?
—¡Sí! —exclamó Lucía—. ¿Quiénes son esas tías que no conocemos de nada y no paran de mirar a Diego? Se lo están comiendo con los ojos.
Maravillas se giró y las saludó con la mano.
—Son amigas de mi antiguo colegio. De cuando iba a la ESO. Hacía mucho que no las veía… —dijo sonriendo—. No me caen muy bien —añadió sin perder la sonrisa.
—¿Y por qué las has invitado? —pregunté.
—Yo no fui. Fue mi hegmano…
—¡Joder! —exclamó Diego—. Has invitado a media ciudad…
Maravillas se encogió de hombros.
—Son cosas de mi hegmano. Le gusta la gente y que su local esté lleno.
—Pues sí —afirmé—. Nunca he visto un cumpleaños tan concurrido. ¿Y te han regalado todos? —pregunté pensando que tendría una pila de obsequios.
—Noooo… ¡Qué va!… —contestó—. Solo unos pocos.
—Pues vaya morro —exclamó Lucía—.Vienen a comer y beber como cosacos… ¿y no te traen ni un detalle?
Maravillas sonrió.
—Lo impogtante es pasaglo bien —alegó mientras se alejaba.
—No te digo yo que esta tía es tonta… —me susurró Luci.
—Anda, no seas tan mala. Es muy buena persona. Ya lo sabes.
—Tonta, es tonta… —volvió a decir en voz baja. Luego se volvió a Diego—. ¿Y tú qué? ¿No te decides?
—Paso… —respondió él—. No me gusta ninguna. Si quieren mirar, que miren.
Era cierto que le comían con los ojos.
—Pues esa pelirroja tiene una pinta de pilingui… —comentó Lucía—. Mira, si va enseñándolo todo… ¡Hala! ¡Qué putón!…
La verdad es que no iba precisamente muy vestida.
—Anda, Diego. Ve por ella —dije animándolo con toda la intención de que me dejara en paz.
Sonrió.
—A mí solo me interesas tú, Vicky.
«¡Dios, qué tostón!», pensé.
—Eso es que no te atreves —dijo Lucía.
«¡Qué bien! Ahora por no quedar mal irá por ella. Pero nada, ni con esas.»
—No me interesa. Ya te lo dije antes. Paso…
Me miró y sonrió.
Al final, la fiesta estuvo bien, a pesar de Diego. Bailamos, nos reímos mucho y bebimos también un poquito más de la cuenta porque la comida era bastante escasa y hacía tanto calor allí dentro que solo nos apetecía beber.
Cuando salimos era ya muy tarde. Fue un alivio respirar el aire de la calle, aunque estaba lloviendo y todos sin paraguas. Maravillas y Carlos se habían quedado, pero nosotras estábamos agotadas.
—¡Dios! —exclamó Lucía—. ¡Creo que he bebido demasiado! Me duele la cabeza.
A mí también me dolía y encima la maldita lluvia me estaba empapando.
—Habrá que llamar a un taxi —propuse—. Podemos compartirlo.
—Nada de taxi —dijo Diego—.Tengo coche.
—¿Desde cuándo? —preguntó Lucía.
—Me lo ha dejado mi hermano. Vamos…, y está nuevecito, así que si tenéis que potar, que sea en la calle.
—Anda, que no estamos borrachas, imbécil —respondió Luci riéndose.
Jeremías solo sonreía. «¡Qué tío más raro!», pensé. Solo abre la boca para besar a Lucía o para beber.
Me senté al lado de Diego porque la pareja se quedó en el asiento de atrás. No tardaron ni dos segundos en empezar a morrearse.
—¡Ehhhh! —exclamó Diego—. ¡A ver si os cortáis un poco!
Por supuesto, no le hicieron ningún caso. ¿Qué esperaba? ¡Como si se fuera a escandalizar! ¡Qué payaso!
Como era de suponer, los dejó a ellos primero para luego llevarme hasta casa.
—Pon un poco de música —dijo—. Aunque no sé si te gustará algo. Mi hermano y yo no coincidimos en nada.
—No. Me duele la cabeza. Estoy deseando llegar a casa para meterme en la cama.
—¿Ahora ya no te ponen hora de llegada como antes? Son casi las seis y media.
—No —respondí al tiempo que miraba el reloj.
Desde que salía con Álvaro, mamá ya no se preocupaba de la hora. Se sentía tranquila pensando que estaba con él.
—¡Cómo has cambiado, Vicky! —susurró.
Yo no tenía ganas de escucharlo. Me moría de sueño.
—No entiendo qué puedes ver en un tío como ese —prosiguió—. No os parecéis en nada. A ti nunca te interesaron los pijos…, o no te conozco o…
Le interrumpí.
—No, no me conoces, Diego. Y cállate ya… Te he dicho que me duele la cabeza.
Se calló, pero vi como cambiaba el gesto. Parecía enfadado. De pronto, aceleró a tope dándome un susto de muerte.
—Oye, no corras tanto… —exclamé—. ¡Para! —grité.
Tardó en frenar y cuando lo hizo fue tan brusco que un poco más y salgo disparada por el parabrisas, menos mal que llevaba el cinturón de seguridad puesto.
—¿Estás loco o qué te pasa? —inquirí enfadada.
—¡Baja! —dijo mirándome.
Lo miré incrédula.
—¿Eh?
—¡Que te bajes, joder! —gritó dando un manotazo al volante.
—¡Estás loco! Mira cómo llueve. Y no estamos tan lejos. Podrías acercarme a casa. ¿Por qué te pones así?
—Estoy harto de ti, Vicky. No estoy para aguantar gilipolleces. Estoy cansado de que me utilices. Y eso es lo que haces. Cuando no está tu novio, estás conmigo…, y para nada, porque ni te enrollas.
Me quedé a cuadros.
—No dices más que tonterías, Diego. ¿A qué viene eso? Yo no estoy contigo. Solo estamos como amigos. ¿Y por qué iba a enrollarme contigo? Tú estuviste pegado a mí toda la noche; yo te dije que me dejaras en paz. Si no lo entiendes es tu problema.
—¿Es mi problema? —exclamó a voces—. Me dejas tirado cuando estábamos en lo mejor como pareja…, ¿o no te acuerdas? Me dejaste colgado. Porque sigues gustándome, joder…, ¿o no te enteras?
—Yo no siento nada por ti. Solo eres un amigo. ¿Te enteras tú?
No respondió. Se quedó pensativo. Después de unos segundos de silencio se giró hacia mí.
—Quiero que te bajes. Paso de ti. No pienso acompañarte hasta casa. Llama a un taxi o vete andando. Me importa una mierda lo que hagas, y si no, llama a tu futuro doctor para que te venga a buscar…
—Vale. Como quieras —respondí.
Bajé, y antes de cerrar le dije:
—¡Que te jodan, Diego!
Ni me miró. Puso el motor en marcha y se fue calle abajo a toda leche.
Lloviendo, empapándome y más sola que si estuviera en el desierto, me sentí indignada. «¡Será capullo!» Empecé a caminar con paso rápido, deseando llegar a casa de una vez.
Me crucé con una pandilla de chicos que pasaron a mi lado y empezaron a silbarme y a decirme chorradas.
—¿Adónde vas tan sola, guapa? ¿Quieres compañía? Anda, ven con nosotros…
Estuve a punto de empezar a correr, pero temí resbalar con los tacones y darme un hostiazo. Era lo único que me faltaba para acabar la noche. Por fin me sentí feliz cuando entré en casa. Estaba calada hasta los huesos. Los pies empapados, tiritando de frío. Solo deseaba meterme en la cama bajo mil mantas.
No pensaba contarle a nadie lo sucedido, quizás a mis amigas, pero a nadie más. A Álvaro tampoco; le irritaría el comportamiento de Diego, y si ya le tenía bastante manía, no era cuestión de empeorarlo más.
Tardé varios días en decírselo a las chicas. Estábamos las tres en el burger comiendo unas patatas cuando salió el tema de la fiesta.
—Entonces, ¿lo pasasteis bien? —preguntó Maravillas.
—Ya te dije que sí —respondió Lucía—. ¿Cuántas veces quieres que te lo digamos?
—La próxima vez me voy en taxi —dije—. Lo de Diego no se lo perdono.
Me miraron confusas.
—Es un cabrón.
Entonces les expliqué lo sucedido.
—¡Qué cegdo!
—¿Ves? Te lo dije. Todavía está loco por ti —prosiguió Lucía.
—No pienso volver a dirigirle la palabra. Y no se lo he dicho a nadie, ni a Álvaro. Así que no metáis la pata. Por supuesto, nada de reprochárselo a Diego, Luci, que te conozco, y además lo ves todos los días.
—Vale. No diré nada.
—¡Vaya, el que faltaba!
Mi hermano Dani acababa de entrar con uno de sus amigos. Me saludó con desgana desde lejos.
—Tu hermano va a estar superbueno cuando crezca un poco —vaticinó Lucía.
Yo me encogí de hombros.
—Sí, ya es bastante alto. Y tiene unos ojazos… —prosiguió Maravillas.
—Seguro que liga un montón —dijo Lucía.
—¿Quién, Dani? —pregunté—. Si tiene el cerebro de un mosquito. No creo que a ninguna tía le guste —afirmé riéndome—. Además, solo le interesan los videojuegos y poco más. ¡Ah!, y estar con los amigotes que son tan infantiles como él, aparte de estar dando la lata todo el día peleándose con Álex.
Se rieron.
Poco después, Dani llegó con la bandeja y se sentó frente a mí, seguido por su amigo, que lo imitó poniéndose a un lado de la mesa. Menos mal que nosotras ya solo teníamos el vaso del refresco.
—¿Qué haces? —pregunté.
—No hay ni un solo sitio, tía —contestó.
Miré a todos lados y vi que tenía razón. En pocos minutos, el local se había llenado de gente.
Los dos se pusieron a comer como trogloditas una hamburguesa que no les cabía en la boca. Nos quedamos en silencio durante un buen rato. Nosotras porque no sabíamos de qué hablar teniendo testigos quinceañeros dispuestos a poner la oreja a todo lo que dijéramos, y ellos porque no se atrevían a charlar de sus tonterías ante nosotras.
Fue Luci la que se animó.
—¿Qué chicos?, ¿qué contáis? ¿Ligáis mucho? —preguntó sonriendo.
Los dos la miraron con cara rara.
—¿Ligar? —me sorprendí—. Si todavía toman el biberón… —aseguré riéndome.
—No esperéis que os cuente mis rollos… —dijo Dani convencido.
—¿Rollos? —me reí con ganas—. ¿Tú tienes rollos? —pregunté—. Como no sean los rollos de papel del váter…
Las chicas se rieron. Pero él, como respuesta, me lanzó una patata llena de kétchup a la cara que fue a caer a mi camiseta blanca, dejando una evidente mancha que se veía a la legua.
—¡Ahhh!… ¡Mira lo que has hecho! ¡Imbécil! —grité haciendo que los de las mesas de alrededor nos miraran.
Él se limitó a sonreír mientras yo intentaba limpiarme con la servilleta. Fue inútil. Me apeteció coger el bote de kétchup y echárselo por encima, pero no era plan de armar una en medio del burger.
—Vamos, chicas —dije levantándome.
Ellas se despidieron, pero yo me incliné y le dije a mi hermano: «Ya te pillaré».
Se encogió de hombros demostrando que le importaba una mierda lo que pudiera decirle.
—Ahora tengo que ir a cambiarme —anuncié indignada—. ¡Qué asco!
Había quedado con Álvaro, así que llamé para decirle que llegaría más tarde.
Fui hasta casa. No quería que Álvaro me viera con esa pinta. Pensaba coger a mi hermano y estrangularlo cuando volviera por la noche para cenar, pero con las noticias que teníamos por parte de mamá me olvidé de mi venganza.
Mamá había contratado un viaje para irnos al sur de vacaciones. Hacía mucho tiempo que no íbamos a otro sitio que al pueblo y nos hizo una ilusión enorme a todos. Estábamos a pocos días de terminar el curso y lo más genial de todo es que había conseguido aprobar todas las asignaturas de mi primer año de carrera; solo me faltaba una nota por saber, pero había hecho un buen examen, así que no tenía duda de que aprobaría. Me quedaba un largo verano por delante y pensaba disfrutarlo a tope.