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Solo a Diego se le ocurre celebrar su cumpleaños un jueves teniendo clase al día siguiente. Llamé a mamá al trabajo cuando volví de la facultad para preguntarle si podía quedarme a dormir en casa de Lucía. Me dijo que ni hablar. Según me explicó, tenía que ir pronto para casa porque debía ayudar a mi abuela, pues ella tenía mucho trabajo pendiente y no regresaría hasta tarde. Tampoco podía faltar a clase al día siguiente. Ni Lucía ni yo pensábamos asomar por la facultad el viernes, y así se lo dije. No le pareció bien. Al final conseguí que me dejara hasta las diez y media, ni un minuto más, advirtió. Pero Diego nos invitó a cenar y no me iba a dar tiempo ni a probar la pizza, ya que nos había citado a las diez. «¡Qué mierda!», pensé. Y ¿ahora qué?…

—Tu mami es una plasta —me dijo Maravillas.

—Pues sí… —respondí desanimada.

—Mira, Vicky. Pasa de tu madre —dijo Lucía.

—Sí, claro. ¡Qué fácil! Luego me la cargo.

—¿Y qué? —preguntó Maravillas—. No pienses en mañana, vive el momento. Mañana será otro día, Vicky. Pasa…

La miré pasmada.

—¡Qué filosófica te has vuelto! —dije.

Se empezó a reír.

—Claro, Vicky. Ven a dormir a mi casa, y cuando la veas mañana, seguro que ya ni se acuerda. Y si no, aguantas la bronca y ya está —dijo Lucía—. Anda, anímate.

Al final me dejé convencer fácilmente porque no me quería perder el cumple de Diego. Le dije a mi abuela que mamá me había dado permiso para ir a dormir a casa de Luci. Como no era la primera vez, ni se le ocurrió pensar que no era verdad.

Nos juntamos un montón de gente porque invitó a no sé cuántos entre chicos y chicas. No conocíamos a todos, pero había buen rollo. Lo pasamos bien. Nosotras estábamos las tres juntas casi todo el tiempo. Luego, se nos unió Carlos, así que Maravillas estaba encantada de la vida a su lado. Diego se acercó a mí en cuanto tuvo ocasión y me preguntó si era verdad que ya no salía con Jorge.

—Sí, lo dejamos —respondí—. Ya no me interesa —añadí sonriendo.

—Humm… ¿Y ahora quién te interesa? —preguntó acercándose más—. ¿Hay alguien?

Lo miré fijamente.

—Ufff…, a saber…, puede que sí o puede que no…

—Más bien sí —alegó Lucía, que estaba a mi lado poniendo la oreja, como siempre—. Y su nombre empieza por D… —añadió entre risas.

—¿Por D?… —dijo él—. A ver… ¿David?… ¿Daniel?… ¿Dionisio?... ¡No se me ocurren más nombres por D de tíos! Ayudadme, porfa… —agregó haciéndose el interesante.

Yo no dije nada. Para responder por mí estaba Lucía, que parecía muy divertida con el cuestionario de nombres.

—Más fácil…, más fácil… —exclamó agitando la mano en el aire.

Diego sonreía. Estaba muy claro que sabía que nos referíamos a él, pero quería quedarse con nosotras. Lo observé. Estaba muy guapo…, a pesar del piercing.

—Es un secreto, ¿vale? —dije—. Así que dejadlo ya.

Que Maravillas y Carlos se acercaran a nosotros sirvió para desviar el tema, algo que agradecí.

Después fuimos a jugar al billar; bueno, yo solo miraba mientras bebía una cerveza. Maravillas se había pegado a Carlos y no paraban de hablar. Daba la impresión de que se llevaban bien. Puede que hasta se enrollaran. Iban vestidos casi igual. De negro de arriba abajo. Y hasta las botas eran parecidas, de cuero negro, con un montón de hebillas y también cordones de tipo militar. Lo cierto es que, como dieran una patada a alguien con ellas, lo enviarían directamente al hospital.

Encendí el móvil, pues lo había dejado apagado porque no quería ver las llamadas que seguramente me habría hecho mamá. En efecto, había varias a distintas horas. Me di cuenta de que me había pasado un montón y seguro que estaría enfadadísima.

En ese momento Diego se acercó.

—¿Te pasa algo? Estás muy seria —observó.

—No, no me pasa nada —respondí sonriendo al tiempo que volvía a desconectar el teléfono.

De pronto, me pasó el brazo por encima de los hombros, se arrimó a mí e intentó besarme, pero yo torcí la cara y no acertó. Luego, pensé: «Vale, voy a dejar que me bese». Volví la cabeza y nuestros labios se encontraron.

Empezamos a besarnos y no nos importó que el resto nos viera. Podía imaginarme la cara de mis amigas, supongo que estarían flipando. Me gustaron mucho más sus besos que los de Jorge. Me dije: «Me estoy morreando con un tío y ni siquiera estamos enrollados». Lo aparté, sintiéndome estúpida por haberme dejado llevar.

Me miró extrañado de mi reacción.

—Vamos, Vicky. ¿Qué te pasa? ¿Es que no te gusta? —preguntó sonriendo.

Claro que me gustaba. Me gustaba que me besara y me gustaba él. Mucho más de lo que pensaba, pero no estaba dispuesta a confesárselo.

—Estoy muy cansada. Quiero irme a dormir. Me duele la cabeza —respondí sin ganas.

No sé si había sido efecto de las cervezas, del ruido y la música tan alta, o quizás porque había madrugado para ir a la universidad. Me sentía cansada.

Se encogió de hombros y se acercó a la mesa de billar pidiendo que le dejaran jugar. Busqué a mis amigas con la vista y vi que las dos estaban hablando con Carlos apoyadas en la barra. Fui hasta allí.

—¿No deberíamos irnos ya? Es muy tarde —dije mirando el reloj—. Y me duele la cabeza.

—Eso te iba a decir yo —replicó Lucía—, pero estabas tan ocupada que no quise interrumpirte.

Me dio la impresión de que le había fastidiado que me besara con Diego. No le respondí nada. Nos despedimos del resto y nos fuimos a la parada de taxis más próxima. Maravillas se bajó primero. Lucía y yo continuamos hasta su casa.

—¿De verdad que vas a enrollarte con Diego? —preguntó mientras subíamos en el ascensor.

—No lo sé. Ahora no quiero pensar en ello. Estoy muy cansada. Además, ¿por qué dices eso? Bien que le seguiste el juego con lo de los nombres —alegué.

—Sí, pero de eso a que te enrolles ya… —respondió mirándome—. Y era para darle emoción, Vicky.

—¿Emoción?… ¡Qué peliculera eres! —exclamé imitando a mi madre, que siempre que le cuento algo que para ella no es normal me dice lo mismo.

—Anda, que bien que os comisteis los morros —dijo riéndose.

No respondí nada. Me sentía agotada. Cuando me metí en la cama, me dolía tanto la cabeza que no quise continuar de charla y me quedé dormida enseguida.

 

*   *   *

 

Al día siguiente nos levantamos muy tarde, casi a la una. En vez de desayunar, ya comimos directamente. Merche, la madre de Lucía, me comentó que mamá había llamado allí para preguntar por mí. ¡Con eso sí que no contaba! Me puse muy nerviosa. Me iba a caer una buena…

—Parece ser que no sabía nada de que estabais invitadas a un cumpleaños —dijo Merche mientras nos servía la sopa—. Creo que te llamó al móvil varias veces… —añadió mirándome fijamente, como queriendo indagar.

—Es que me lo olvidé en casa —respondí como excusa.

—Pues lamento decirte que no estaba precisamente contenta. Más bien lo contrario.

Me lo imaginaba. En ese momento me arrepentí de haber desobedecido. Conociéndola, me iba a montar una bronca que no quería ni pensarlo. Nada más terminar de comer, me fui a casa rogando todo el camino para que no estuviera y se hubiera quedado a comer con Sandra, como muchas veces. Además, mis hermanos estaban en el colegio hasta las cinco y media y la abuela no sé adónde iba a ir ese día.

—Genial —dije al ver que no había nadie. Respiré tranquila y me fui directa a mi habitación. Pero mi felicidad duró poco. Minutos después, cuando ya había terminado de cambiarme de ropa, escuché el ruido de unos pasos en el hall y cerrarse la puerta.

—¿Vicky?… —preguntó al tiempo que entraba en mi habitación.

 

*   *   *

 

Me tuve que quedar el fin de semana en casa porque mamá me prohibió salir. Sí, pensé que con diecisiete años no se iba a atrever a hacerlo, pero me equivoqué: me castigó como si fuera Dani. Le dije que la abuela era mucho más comprensiva que ella y me soltó un rollo de que empezara a madurar porque ya iba siendo hora, y que me creía más inteligente de lo que estaba demostrando. Al final se fue enfadadísima. Le molestó mucho que nombrara a papá asegurando que él sí me hubiera dejado salir, y claro, soltó lo de siempre, que llevarnos a comer dos veces al mes o comprarnos todos los caprichos no es ser padre…; si lo sé, tiene razón, pero lo dije a propósito porque no creo que fuera para tanto lo que había hecho ni creo que mereciera quedarme sin salir. ¡Con diecisiete años!…

Esa noche salió con ese Sergio a cenar. Debe de gustarle porque ya ha quedado varias veces con él. Me intriga mucho. Cuando le pregunto, insiste en que solo es un amigo. ¿Se enrollará con él? Incluso el otro día fue a la peluquería a cortarse el pelo. Ha cambiado de look y es verdad que está mucho más guapa y parece más joven. Por una parte, me gustaría verla en pareja, no me importaría que se volviera a casar. Pero espero que tarde unos años en hacerlo. No creo que ningún tío inteligente quiera tener tres hijastros, y mucho menos si dos son mis hermanos: siempre se están peleando y son insoportables. Yo a Dani antes le podía, pero ahora ya es más alto que yo y tiene mucha más fuerza. Con Alejandro me llevo mucho mejor, pero es tan mimoso que llora por todo. Creo que mamá le superprotege, lo mismo que la abuela.

Hoy ha venido Maravillas a casa a estudiar conmigo. La verdad es que más que estudiar estuvimos charlando.

—Diego ha pgeguntado por ti a Lucía un montón de veces. Espegaba verte el fin de semana —me dijo mientras me ofrecía un chicle.

—No, gracias. Supongo que no le habéis dicho que estaba castigada.

—No, no. No dijimos nada. Pero le gustas mucho, Vicky. Y después de cómo os besasteis… —dijo acariciando el peluche que tengo sobre la cama.

—A veces creo que me gusta, pero no lo tengo nada claro. El día de su cumpleaños sí me gustó mucho estar con él. Pero luego estos días lo estuve pensando y no sé… A veces me acuerdo de Jorge y es que… —añadí compungida.

—Pasa de él, Vicky. Es un gilipollas. Y sigue con esa. Lo vimos el domingo —dijo poniendo una mueca de asco.

—Hasta ha puesto una foto de perfil en el Messenger con ella… ¿Te lo puedes creer? Al día siguiente de verlo en la ruta, ya la tenía puesta.

Volvió a poner una mueca que me hizo gracia. ¿Las ensayará ante el espejo? Eso es lo que dice mamá siempre, que tanto Dani como yo practicábamos delante del espejo solo para fastidiarla. Cuando nos dice algo que no nos agrada, según ella, ponemos «caretos» que le molestan mucho. ¡Cosas de madres, supongo!

En ese momento entró Dani sin llamar a la puerta.

—¿Qué quieres? —le pregunté.

—¿Tienes un boli rojo?

Creo que entró a propósito porque le vi intentando contener la risa. Seguro que se estaba descojonando de Maravillas. Él y la abuela la llaman la Vampira.

—Toma. Y lárgate.

Salió a toda prisa dando un fuerte portazo. Otra cosa de la que mamá opina que somos expertos.

—¡Qué mono es tu hegmano! —exclamó Maravillas—. ¡Tiene unos ojazos azules!…

—Si no fuera tan imbécil… —dije.

Miró el reloj y dijo tener que irse ya, aunque antes estuvo mirando las fotos que tengo puestas en un tablero en la habitación.

—Tienes una habitación muy guay, Vicky. La mía es mucho más…, no sé… —sonrió.

—¿Terrorífica ? —pregunté divertida.

—Total, Vicky. Hasta me da miedo a veces… —aseguró soltando unas risas.

Nunca había estado en su habitación. Cuando he ido a su casa a buscarla, siempre he esperado abajo, y si he subido alguna vez, nunca he pasado del hall. Lucía tampoco.

Dani volvió a entrar. Esta vez para devolverme el bolígrafo. Pero en vez de largarse se quedó en medio de la habitación mirándonos.

—¿Qué haces? —pregunté.

—Nada. ¿Es que no puedo estar aquí?

—No, claro que no. Vete. Estamos hablando de cosas que a ti no te interesan, así que fuera. ¡Largo! —dije acercándome a él. Estaba dispuesta a echarle a empujones si hacía falta.

—Vale, vale. Ya me voy…

Poco después, Maravillas se fue. Como era de suponer, Dani se estuvo riendo una hora de mi amiga.

—Vaya amigas que tienes. Esa tía está de lo más pirada. ¡Vaya pinta! ¿Has visto las botas que lleva? No sé qué parece.

—La verdad es que el día que la conocí me dio hasta miedo —aseguró la abuela—. Pensé que estábamos en carnaval —prosiguió riéndose.

Ese día sí que iba mucho más gótica que ahora.

—Pues es una buena chica —dije defendiéndola.

—No te digo que no. Pero tiene una pinta… —afirmó la abuela—. Seguro que es encantadora. No lo dudo.

Me volví a la habitación. Y como si fueran pocas noticias para ese día, mamá nos avisó de que había invitado a Sergio a comer el domingo. Por supuesto, nos dijo que nos comportáramos y que nada de peleas. ¡Aluciné! Eso es que le debe de gustar de verdad. Si quiere que nos conozca… ¡No sé si alegrarme o no! ¿Cómo será?…

Después de cenar, pensé en usar el ordenador para poder conectarme con Diego, pero, como siempre, mi hermano Dani estaba frente a la pantalla.

—Dani, déjame un poco, anda.

No me contestó. Seguía absorto. Ni me miró y ni siquiera sé si me escuchó.

—¿Quieres largarte y dejarme de una vez? —pregunté enfadada.

—No puedo. Estoy terminando un trabajo de Sociales —contestó.

—¿Ah, sí? No sabía que ahora la asignatura de Sociales incluía volar en ovni por el espacio —comenté viendo que en realidad estaba jugando a los marcianitos.

—Pues sí, es una forma de estudiar el universo —me respondió con todo el morro.

—¿Y le has dicho a mamá que estás haciendo un trabajo de Sociales? —inquirí con retintín.

Soltó un bufido.

—Piérdete, ¿quieres? Y mira, lista, estamos en Venus y ahora me voy a Marte, ¿ves cómo vas adquiriendo conocimientos sobre el universo? —dijo con una sonrisa.

Me apeteció hacerle tragar la pantalla.

—No soy imbécil, Dani.

Se empezó a reír. Podría tirarle de la silla a empujones, pero iba a defenderse y yo saldría perdiendo porque, cuando nos peleamos, no se corta y me da patadas o me tira del pelo, algo que no soporto.

—Vale —dije—. Voy a explicarle a mamá cómo estudias Sociales.

—Me importa una mierda. ¡Déjame en paz! —chilló.

—Vale… —respondí.

Me giré dispuesta a ir al salón en busca de mamá cuando lo escuché protestar.

—¡Está bien! —dijo alzando la voz.

Me volví. Se había levantado de la silla y venía hacia mí. Pensé que me iba a hacer algo y estaba dispuesta a ponerme a chillar como una loca, pero no, solo me miró y soltó:

—¡Te odio!

Sonreí.

—Yo también a ti, así que estamos empatados.

La suerte de encontrarte
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