19

 

 

mariquita.jpg

 

 

¡Menuda la que se ha montado! ¡No puedo creer que me pase esto! Sabía que la madre de Álvaro, Lidia, no me podía ver. Lo notaba cada vez que coincidíamos los domingos en casa de la madre de Sergio. Me miraba de arriba abajo y era bastante distante y no muy simpática. Hasta mamá tenía esa impresión de ella.

Ya llevo tres meses con Álvaro y ha habido varios fines de semana que me he quedado a dormir en su casa, cuando sus padres se iban, mintiendo a mamá diciéndole que me iba a casa de Lucía.

El domingo comimos todos juntos. Me fijé en que Lidia estaba especialmente seria y casi ni me habló. Después de la comida, cuando los mayores se quedaron solos, al parecer hablaron de nosotros y Lidia no tuvo reparo en decirle a mamá que yo estaba acostándome con Álvaro en su casa. Algo que, según ella, era indignante, y más o menos vino a decir que era una fresca. No me enteré muy bien de lo que pasó. Lo que sí sé es que estaba estudiando tan tranquila esa tarde cuando entró mamá en mi habitación hecha una furia.

No podía creerlo y al principio lo negué cuando me acusó. Dije que todo era un invento de Lidia porque no me podía ver. Evidentemente, no coló y tuve que acabar confesando que sí, que era cierto.

—¿Por qué mientes, Vicky? ¿Por qué me haces esto?… —dijo enfadada.

Luego siguió con que se había sentido muy avergonzada delante de los padres de Álvaro, que cómo los iba a mirar yo la próxima vez que los viera, que debería caérseme la cara de vergüenza…

—Me da igual lo que piense la bruja esa —respondí.

Según ella, Lidia pensará que soy una fresca que ha seducido a su maravilloso hijo.

Me hizo mucha gracia esa deducción y me reí burlándome. Eso la enfureció más. De hecho, me zarandeó y por un momento temí que me fuera a dar una bofetada. Seguro que tuvo ganas de hacerlo, pero se contuvo. Nos quedamos calladas unos segundos y luego siguió soltándome el rollo. Dijo que entendía que tuviera mi vida sexual (no sé hasta qué punto), pero que no volviera más a casa de Álvaro. Que nos buscáramos la vida, quería decir. Y por supuesto que nunca más iba a ir a dormir a casa de Lucía, que ya por ahí no pasaba.

—Tengo dieciocho años.

—Como si no…

Le pregunté enfadada qué le molestaba: si el hecho de haber ido a casa de Álvaro o haber tenido sexo, y por fastidiarla le solté que no había sido la primera vez y que ya lo había hecho a los dieciséis.

Se quedó de piedra y puso una cara que hizo que me arrepintiera de haber mentido.

—¿Mamá? No, no es cierto. Te estoy tomando el pelo.

Me dio la espalda y se fue de la habitación.

Me senté dispuesta a seguir estudiando, pero ya no pude concentrarme. Me apetecía llorar. ¿Cómo me había hecho esto la madre de Álvaro? ¡Álvaro!… Lo llamé enseguida, pero tenía el móvil desconectado y no me atreví a marcar el número de su casa. Solo faltaba que se pusiera Lidia. No creo que tuviera muchas ganas de oír mi voz. Además, Álvaro cuando estudia desconecta todo, se pone hasta tapones en los oídos para que no le moleste ningún ruido.

Me decidí por llamar a Lucía, que también estaba en casa estudiando. Hablamos unos minutos y le conté lo que había pasado.

—¡Qué fuerte, Vicky! —exclamó—. ¡Vaya palo!

—¿Te has contagiado de Maravillas o qué?

Soltó una risita.

—Al menos yo no digo «muy fuegteeee»…

Siguió riéndose, pero yo no tenía gana alguna de reír.

—Ya hablaremos mañana. No me siento con ánimos —dije.

—Vale. Y anímate, Vicky. Ya se le pasará a tu madre.

—Eso espero…

Ya no salí de la habitación hasta la hora de cenar. Mamá seguía enfadada. Apenas habló, y si lo hizo fue para llamar la atención a mis hermanos. Yo tampoco dije nada ni miré a ninguno. Tanto Dani como Álex percibieron el mal rollo que había en el ambiente y se abstuvieron de preguntar o comentar algo.

Al día siguiente me pasé toda la mañana en la cafetería con Lucía y Maravillas. Ninguna de las tres fuimos a clase. Todavía no había podido hablar con Álvaro. Tenía examen a primera hora y seguía con el móvil desconectado.

—¡Jo, tía! ¡Qué futura suegra te has echado! —soltó Lucía—. ¡Menudo bicho! Toma, ¿quieres? —añadió ofreciéndome pipas.

—No, gracias. No me apetecen.

—Te dije que fuegas adonde mi hermano Tristán —dijo Maravillas cogiendo las pipas de la bolsa que Lucía había dejado sobre la mesa.

—No, Maravillas. Gracias, pero me daba mucho palo ir allí.

Se encogió de hombros y suspiró.

—Mi hegmano no se mete en esas cosas. Ya te lo dije.

Ni siquiera se me había ocurrido mencionárselo a Álvaro. Maravillas, con toda su buena intención, me ofreció varias veces que fuéramos al pub de su hermano, donde había un cuarto con una cama en el que, al parecer, muchos de los que pasaban por allí se enrollaban con alguien y se metían a hacerlo o a meterse mano. Pidiendo la llave a Tristán, no habría problema de que nadie nos molestara. Ella y Carlos iban cantidad de veces.

Nunca tuve intención de aceptar, ni me imaginaba a Álvaro en un sitio como ese. Sabe Dios cuántos habrán pasado por ese cuarto, aparte de mi amiga y su novio. Y si en esas hacen una redada, como dice la misma Maravillas, y nos pillan allí… Entonces sí que a Lidia le daría un ataque, y a mi madre también, por supuesto.

—Tú también puedes, Luci —dijo sonriendo.

Lucía hizo una mueca y le espetó:

—Pues como no me enrolle con tu hermano, guapa, no sé con quién voy a ir.

—Es verdad, Lucía. ¿Lo tuyo con Israel cómo va? —pregunté por cambiar de tema.

—Y yo qué sé. Isra es como es, y punto. Ni puta idea de lo que quiere. Unos días me llama, otros dice que no quiere rollos. Ya apenas hablo con él ni con Diego. Por cierto, el otro día me preguntó por ti. Quería saber si seguías en «Pijilandia».

—Ja, qué gracia. Dile de mi parte que le den.

—Pues a mí me hizo mucha gracia —afirmó sonriendo.

—Ah, ¿y qué respondiste?

—Que no me diera la chapa —contestó mientras cogía más pipas de la bolsa.

—Menos mal. Porque eres capaz de seguirle el rollo.

—Hablando del rey de Roma…

En ese momento, Diego con sus dos amigos entraron en la cafetería. ¿Sería casualidad o se habrían enterado de que estábamos allí?

—Lo siento, chicas. Es que queguía ver a mi chico —dijo Maravillas sonriéndonos, aclarando que había sido ella quien había llamado a Carlos; aunque no solo vino él, también sus dos amigos le acompañaron. Parecían los tres mosqueteros, siempre juntos a todas partes.

Se acercaron hasta la mesa.

—¡Holaaaaa!

Mientras Carlos y Maravillas se comían los morros, Lucía y yo nos levantamos con idea de largarnos.

—Pero ¿adónde vais? —preguntó Diego.

Israel le dijo algo al oído a Lucía y los dos se sentaron. Yo, en cambio, seguía de pie con Diego a mi lado.

—¡Qué prisa tienes, Vicky! —exclamó—. ¡Quédate!

Le puse cara de asco y él me pasó el brazo por encima de los hombros. Inmediatamente me solté apartándome.

—Jo, guapa. No te pongas así… ¿No habíamos quedado como amigos? —preguntó irónico. Y continuó con lo de «Ella se fue con un niño pijo…» y, por supuesto, todos se empezaron a reír. Me imaginé que Lucía le había dicho lo de la canción a Diego: era mucha casualidad que a los dos les diera por relacionarme a mí y a Álvaro con la cancioncita.

Lo miré con rabia.

—¡Qué imbécil eres! —dije al tiempo que cogía la carpeta.

Lucía me observaba con gesto de fastidio. Seguramente quería seguir allí, pero yo no.

—Me voy, chicas. ¿Os quedáis?

Ninguna de las dos hizo ademán de seguirme, así que me encaminé hacia la puerta de salida. Iba a coger el autobús universitario para volver a casa. Había perdido todas las clases y no me sentía con ánimo de nada. Miré el reloj. Álvaro no había dado señales de vida, claro que tenía todo el día ocupado. Pronto sería su cumpleaños. Iba a hacer veinte. Tenía que comprarle algo. Eso me animó. Pensé en llamar a mi padre, a ver si por un casual podría comer con él. De esa forma le diría que estaba sin blanca y necesitaba unos cuantos euros. A mamá le había dicho durante el desayuno que comería en la facultad. Fue lo único que hablé con ella. Y tampoco quería pedirle dinero.

Milagrosamente, mi padre me dijo que sí. A las dos y media fui al restaurante donde habíamos quedado. Entré al comedor y lo vi sentado en una mesa del fondo.

—Hola, papá —saludé dándole un beso.

Me alegré mucho de verlo. Lo vi hasta más guapo que otras veces. Dani se parece un montón a él, con el pelo rubio y los ojos azules. Pensé que había sido lógico que mamá se hubiera enamorado de él cuando era joven. Ahora tiene menos pelo y ha engordado un poco, pero sigue siendo muy atractivo. A mamá parece que le van los guapos. Tengo que reconocer que Sergio también lo es, pero muy distinto a mi padre. Aparte de más alto, tiene el pelo oscuro y no se está quedando calvo.

—¿Te ha pasado algo? —preguntó.

—No. ¿Por qué? —pregunté mientras me sentaba.

Me miró sonriendo.

—Me parece muy raro que de repente me llames para ir a comer conmigo, tú, sola. Desde que tu madre y yo nos divorciamos, es la primera vez que me llamas.

Me encogí de hombros.

—No sé. Me apeteció.

No pareció muy convencido.

—¿Todo bien por casa? —inquirió.

—Sí, papá. Todo bien. De verdad.

—¿Tus hermanos?

—Como siempre. Todo el día peleándose. Ya sabes… —respondí sonriendo.

—¿Y tu madre? ¿Sigue con ese Sergio?

Asentí con la cabeza.

—¿Y tú, sigues con tu novio?

—¿Con Álvaro? Sí. —Sonreí—. El viernes es su cumpleaños —añadí con toda la intención—. Ya cumple los veinte. Tengo que comprarle algo y no sé qué…

—¿Necesitas dinero? —preguntó sonriendo.

—Humm…, pues… un poco —dije poniendo cara de chica buena.

—Vale, luego te lo daré.

Me pasó la carta del menú.

—Toma. Vete mirando a ver qué quieres. —Vi que miraba el reloj. Tal vez tendría prisa.

Estaba echando un vistazo cuando sentí que alguien se ponía a mi lado.

—¡Hola, Vicky!

Miré y allí estaba Sonia. ¡Qué horror! No contaba con ella. Yo quería comer con mi padre a solas y no acompañada de su novia. Miré a mi padre confusa, pero él puso un gesto como diciendo «no pasa nada, quédate ahí»…

Hice un esfuerzo por sonreír y saludé sin mucho entusiasmo, la verdad.

—Hola… —respondí en un susurro.

Ya se me había chafado la comida. No íbamos a hablar de nada importante, solo de tonterías, y tendría que aguantar la presencia de Barbie Oxigenada. Pero no podía levantarme y largarme. A papá le hubiera parecido fatal y tampoco era de muy buena educación, así que decidí aguantar. Necesitaba el dinero y tener a mi padre a mi favor. Todo por la causa, pensé: hacer un buen regalo a mi chico.

Sonia dijo que estaba muy guapa y que era ya toda una mujer. A mis hermanos ni los nombró. Solo habló de estupideces. Es idiota a más no poder. Sigo sin comprender qué ve mi padre en ella. Sí, claro, a ojos de los tíos será que está muy buena. Quiso hacerse la simpática y me dijo un montón de chorradas que no me hicieron maldita gracia. Pero aun así sonreí.

En cuanto terminé el postre, alegué que tenía mucha prisa. Le di un beso a papá de despedida. Y si Sonia esperaba que le diera otro a ella, podía esperar sentada.

—Espera, Vicky —dijo papá sacando la cartera.

Me dio ciento veinte euros. Más de lo que esperaba. Sonreí.

—Hazle un buen regalo a tu novio —dijo.

—Gracias. Ah, papá…, no le digas a mamá que he estado contigo.

—No te preocupes, no le diré nada.

No quería que mamá se enterara. No por nada en especial, pero sabía que no le iba a gustar, y mucho menos que también hubiera estado con Sonia. Además, sabría que lo de comer en la facultad era una mentira, y no estaban las cosas como para cabrearla más.

Le dije adiós con la mano a Sonia y me fui del restaurante. Hacía un día gris y parecía que iba a ponerse a llover de un momento a otro. Menos mal que llevaba un paraguas pequeño en el bolso.

Sonó el móvil. Sonreí con satisfacción al ver el nombre de Álvaro en la pantalla. Me moría por verlo. Quedamos a las seis, así que decidí ir a comprarle el regalo para hacer tiempo. No quería volver a casa hasta tener la seguridad de que mamá ya estaba en la oficina. No deseaba encontrarme con ella.

Le compré un polo de Ralph Lauren chulísimo, tipo marinero de rayas blancas y azules. Me había costado una pasta, pero sabía que le iba a encantar. Como no quería que me viera la bolsa, decidí pasar por casa y dejarlo en el armario. Solo estaba mi abuela, que sonrió al verme. Eso era señal de que mamá no le había contado nada de lo ocurrido. Mejor, pensé.

—Te acaba de llamar tu amiga Lucía —dijo desde el sillón.

—¿Aquí a casa? —pregunté extrañada.

—Sí. No hace ni cinco minutos.

Miré el móvil y no tenía ninguna llamada suya. Me pareció raro y la llamé.

—Hola, Vicky. ¿Estás enfadada?

—No. ¿Por qué? —pregunté.

—Como te fuiste así esta mañana y nosotras nos quedamos en la cafetería…

—No quiero estar con Diego, eso es todo. Por eso me fui. Además, no estaba de humor.

—Jo, tía. Tampoco iba a pasar nada… Ya sé que es un pesado, pero…, jo…, todavía le gustas. Está colado por ti, me lo dijo. Y yo creo que haces mejor pareja que con Álvaro. En serio…

—Mira, Luci. Diego me importa una mierda y paso de aguantarlo —respondí de mal humor—. Es un imbécil. Así que no me des la vara con el puto Diego, ¿quieres? No voy a volver con él ni borracha. Estoy enamorada de Álvaro. A ver si te enteras de una vez, ¿vale? Tú y Maravillas haced lo que queráis. Yo paso.

—Joder, Vicky. ¡Cómo te pones!… ¿Sabes? Estoy pensando en enrollarme con él —dijo convencida.

—¿Te vas a enrollar con Diego? —pregunté alucinada.

—Si puedo…

—¿Te lo ha pedido?

—No…, pero… me gusta más que Israel…

—Haz lo que quieras, Lucía. Ya te dije que paso. Y te dejo, que tengo prisa. He quedado con Álvaro.

Colgué sin dejar que me respondiera nada. Ahora le gustaba Diego, cuando el otro día solo hablaba de Isra. Eso solo significaba dos cosas: quería darle celos al otro o solo buscaba un rollo de nada. Pues para eso Diego no era el mejor candidato. Pensé que no sería una buena amiga si no la alertaba del peligro del chico y decidí volver a llamarla. Le dije que no cometiera ese error, pues él iba a pasar de ella enseguida y, si además decía que todavía le gustaba yo, no podía ir en serio con ella.

—Yo tampoco busco nada serio, Vicky.

—Bueno, allá tú, pero como te cuelgues de él, a ver qué haces luego…

—¿Te estás volviendo una ñoña o qué, Vicky? Desde que estás con Álvaro pareces tu madre.

No le respondí y colgué. ¿Sería verdad? ¿Me estaba volviendo demasiado seria? ¿Me estaría influyendo Álvaro? Decidí no darle más vueltas al asunto. Tenía que cambiarme de ropa o iba a llegar tarde a mi cita.

Álvaro se quedó petrificado cuando le conté lo de su madre. No tenía ni idea de nada.

—Te juro que no sé nada. Mi madre no me ha dicho ni palabra. Y si sabe que venías a dormir a casa, no es por mí, te lo aseguro. Lo habrá descubierto por algo que no sabemos.

—No lo sé, Álvaro, pero no veas la que montó mi madre. No cuentes con que vuelva a dormir contigo en tu casa otra vez —dije al tiempo que lo abrazaba.

—Por eso no te preocupes. Pronto tendremos el piso para nosotros solos —dijo sonriendo.

Lo miré intrigada.

—Nos vamos a vivir a un chalé adosado muy cerca de casa de mi abuela. Nos mudaremos en las vacaciones de Semana Santa. El piso quedará vacío y yo seguiré teniendo las llaves… —dijo—. Nadie nos molestará.

Me reí. Era una noticia estupenda. La Semana Santa sería dentro de pocos días.

—Y ahora tienes que intentar amigarte con tu madre. No nos conviene que se ponga en contra mía —añadió muy serio.

—Tranquilo, no tiene nada contra ti, Álvaro. En cambio, la tuya sí que no me puede ver.

Sonrió.

—Ya se le pasará. No hagas caso —dijo mientras acercaba sus labios a los míos.

Después de cuatro días de la bronca con mamá, opté por seguir el consejo de Álvaro. Había decidido hablar con ella «de mujer a mujer» —dije cuando terminamos de comer.

Sonó un poco a película, pero aceptó. Fui a su habitación poco después.

—Mamá, ¿puedes hablar ahora?

Miró el reloj.

—Sí. Te escucho. Dime.

Le pedí disculpas por cómo le había hablado el domingo. Y confesé que, aunque Álvaro no había sido el primero, lo había hecho a los diecisiete con Jorge.

—Y eso ¿qué cambia, Vicky? —preguntó sin mirarme.

Bajé los ojos avergonzada. Y le prometí que nunca más iría a casa de Lidia. Le aseguré que tomábamos precauciones y sabíamos lo que hacíamos. Que no debía inquietarse.

—Mamá, Álvaro va a hacer veinte años, mamá. No somos unos críos.

Suspiró y no dijo nada. Seguía tan seria que no sé qué sentí. Me había bajado la regla y no tenía mucho ánimo. Estaba supersensible, así que sin poder evitarlo me puse a llorar. No lo hice a propósito para dar pena ni nada, pero se conmovió porque de pronto me abrazó.

—Lo siento, lo siento… —dije entre sollozos—. No quería disgustarte, mamá. Lo siento, de verdad…, de verdad…

—Está bien, cariño. Lo sé…

Me tuvo un rato abrazada y me besó varias veces en la mejilla. En esos momentos me di cuenta de lo mucho que la quería y de que, como ella misma decía, «no hay nadie como una madre para escuchar palabras cariñosas y dar mimos».

Le prometí que no le daría más disgustos. Sería responsable, pensaría las cosas y no volvería a meterme en problemas.

Ya veríamos qué iba a pasar cuando coincidiera otra vez con los padres de Álvaro. No quería ni pensarlo. Por lo menos teníamos ahí la Semana Santa y nos íbamos al pueblo unos días, así que tardaría en verlos un par de semanas por lo menos.

La suerte de encontrarte
titlepage.xhtml
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_000.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_001.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_002.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_003.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_004.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_005.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_006.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_007.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_008.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_009.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_010.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_011.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_012.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_013.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_014.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_015.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_016.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_017.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_018.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_019.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_020.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_021.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_022.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_023.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_024.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_025.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_026.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_027.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_028.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_029.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_030.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_031.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_032.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_033.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_034.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_035.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_036.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_037.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_038.html
CR!45PE8XMH1N23DC4AN0XJ7EXH39YV_split_039.html