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Parece que nos han echado el mal de ojo… Yo lo estoy pasando mal por Lucía, que ni me dirige la palabra cuando la veo y, según ha comentado a otros amigos, me odia. Luego, mamá por Sergio, y mi hermano Dani también parece que está sufriendo porque su chica lo ha dejado. Él culpa de todo a mamá, pues como lleva tanto tiempo castigado sin salir, Andrea se ha cansado de no verlo nunca y ha cortado.

Entró en mi habitación el otro día por la noche para hablar conmigo y me confesó, casi al borde del llanto, que Andrea le había enviado un mensaje al móvil diciéndole que ya no le gustaba. Claro, el pobre se ha quedado…, y como ahora parece que soy su paño de lágrimas, vino en mi busca. Me siento muy feliz de que se apoye en mí, pero también le expliqué que es injusto acusar a mamá de todo lo que le pasa.

—Ah, Vicky. No me des tú también la charla, por favor —me pidió.

—No, no lo hago. Y siento mucho que te sientas tan mal por Andrea, pero se te pasará, créeme. Sé cómo es que te dejen…

—¿Lo dices por Jorge? —dijo mientras se sentaba sobre mi cama—. Asentí con la cabeza—. Menudo capullo… No me caía nada bien. Era un chulo.

—Ya. ¿Acaso te ha gustado alguno de mis chicos? —pregunté.

—¿Alguno?…, tampoco has tenido tantos… Vamos a ver…, aquel del pueblo… —dijo mirándome de reojo…

—¿Eh? ¿Cómo que…? —exclamé sorprendida—. ¿Lo sabías?

—Pues claro, Vicky. Marta me lo dijo…

—¿Marta? —Me quedé más sorprendida aún.

—Pero, tranquila, no se lo dije a nadie…

—Realmente lo dudo, con lo cotilla que eres…

—En serio, Vicky. Nadie se enteró. ¿Te dijo mamá algo al respecto?¿A que no?

Era difícil de creer, pero seguramente fue así porque mamá jamás me dijo una palabra sobre el tema.

—¿Por dónde iba?… —prosiguió—. Ah…, luego, Jorge, el del pendiente…, y ahora Álvaro…

—¿Y cuál te parece mejor?

—A cada cual peor, Vicky. Tienes muy mal gusto… —dijo soltando una carcajada.

—Anda ya. A saber las novias que vas a tener tú todavía…

Dejó de reírse y volvió a poner expresión triste.

—La única que me importa es Andrea. No me interesa nadie más.

—Ya sé que no es consuelo, pero la olvidarás y te gustará otra enseguida, y muchas más… —dije sentándome a su lado.

No respondió nada. Puedo imaginarme cómo se siente. Para él es su primera chica y está dolido.

—Voy a terminar los deberes —afirmó con voz apagada.

Se fue de la habitación tan afligido como había entrado minutos antes.

También me enteré de que mamá tenía una cita con un cliente de la asesoría. La había invitado a cenar y me alegré mucho por ella. Sin embargo, no la vi nada entusiasmada con la idea.

—Venga, mamá, anímate. Seguro que lo pasas bien.

Iba a añadir que así se olvidaría de Sergio, pero no llegué a decirlo. Sigue enamoradísima de él y está hecha polvo. De todos modos, yo insistí en que aceptara la invitación a cenar. Al día siguiente me contó que no le fue nada bien porque tuvo la mala suerte de encontrarse con Sergio justo cuando iban a salir de la oficina, y según ella, le fastidió la velada porque ya no pudo parar de pensar en él y compararlo con el otro tío que al parecer, dijo, es como comparar el sol y la luna, totalmente opuestos.

Por mi parte intenté indagar con Álvaro sobre Sergio, pero o no se entera de nada (claro, para eso es hombre) o pasa de los temas sentimentales de los demás.

—En serio, Vicky. No sé qué decirte. A mí no me cuenta nadie nada. Delante de mí no se habla de Sergio y tu madre, te lo juro.

—¿No saldrá con otra?

Se encogió de hombros.

—Vicky, no sé nada. De verdad… —insistió.

—Pues hazme un favor. Pregunta a tu madre, a tu abuela, a quien sea…, pero entérate de algo por una vez —respondí cabreada.

—Bueno, no te enfades. Yo no tengo la culpa.

—Mi madre está fatal, Álvaro. Está hecha polvo. Y sigue sin entender qué le pasó a tu tío para dejarla de la noche a la mañana…

—Lo único que sé es que él tampoco parece muy feliz.

—Pues me alegro, que se joda…, y perdona, pero lo que le ha hecho a mi madre es muy fuerte. Los Lambert sois un poco gilipollas, ¿verdad? —añadí.

—Oye, no te pases…, ya te dije que yo no tengo la culpa, Vicky.

—Sí, lo sois… cuando os da por lo de necesitar tiempo… —dije con ironía.

—Puede…, pero te gusto igual, ¿verdad?

—¡Humm!… Más de lo que mereces…

—¿Sí? ¿Y eso por qué?

—Porque todavía no me has besado… —respondí pegándome a él.

—Pues eso tiene fácil solución… —contestó acercándome los labios.

La suerte de encontrarte
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