VIII. LUPITA

En la última fotografía de su vida, tomada pocas horas antes del secuestro, se le ve sentado sobre la salpicadera de su Volkswagen con el pie derecho sobre la defensa. Viste una camisa clara de manga corta, pantalón oscuro y huaraches. Un mechón de cabello le cae sobre la frente y descansa su rostro sobre la palma de la mano en un gesto de impaciencia. Cinco trabajadores de CUSESA lo rodean, de pie y con las manos en los bolsillos, como si también estuvieran a la espera de algo o de alguien.

Miércoles 13 de febrero, 1974

12:01 Pedro Quijano Uc y Miguel Ángel González Sulub salen en compañía de Charras rumbo a las oficinas de Conciliación y Arbitraje. Antes han estado discutiendo, en la oficina del asesor, algunos detalles sobre el próximo recuento de CUSESA y deben presentarse a confirmar la diligencia del día catorce. Ni Uc ni Sulub imaginan entonces que la policía tratará de inculparlos en el asunto del secuestro como posibles responsables. Ahora viajan en el Volkswagen de Charras. Se estacionan en batería frente al Palacio de Gobierno, sobre la calle 61. Originalmente la huelga estaba emplazada para el día 13 pero debido a dilaciones de orden burocrático se acordó, oficialmente, que el recuento se efectuara a las diez de la mañana del día 14 con la representación de ambos sindicatos.

13:18 Charras, Uc y Sulub salen de las oficinas gubernamentales y abordan el Volkswagen de regreso a la oficina. Toman por la calle 60 hasta la avenida Colón. En la glorieta de San Fernando, Charras logra divisar el color ámbar de la luz preventiva y acelera para librarla. Una fila de coches arremete apenas se pone la luz verde. Van directo al despacho. Atiende otros asuntos, conversa con los líderes y acuerdan verse a las diez de la noche en la obra de CUSESA. Uc y Sulub dejan a Charras en casa de Lupita, su novia, que lo ha invitado a comer. Ellos se llevan el coche.

14:30 Tan pronto Lupita le abre la puerta Charras le da un abrazo. Entran a la casa, fresca por sus pisos de mosaico y sus espacios abiertos, y se sientan en el corredor del patio interior. Charras se siente contento y entusiasmado. Ama a esta mujer a la que conoce desde que era niña porque durante sus vacaciones ella también iba a Hopelchén para las fiestas, las navidades y para las muchas celebraciones que se hacían en el pueblo mientras vivía su abuelo. Él la había visto, menudita, graciosa. Al principio, la identificaba sólo como una niña, una de las tantísimas nietas del tío Lis. Hasta que una noche, durante una posada en Hopelchén, mientras cantaban, Charras sintió que un par de ojos lo observaba. Aquella mirada lo sacó de su ensimismamiento y se dio cuenta de que quien lo veía era Lupita, una Lupita crecida y renovada, hecha mujer. A partir de entonces el pueblo le ofreció un atractivo más a los muchos que ya tenía. Allí había pasado su infancia, allí estaban sus primos y sus amigos más queridos, allí asistió a sus primeras fiestas y bailes y allí se enamoró también. Todo el mundo lo conocía y lo estimaba en el pueblo. Por eso cuando se celebraba algún festejo familiar en Hopelchén, donde todo el que sale y todo el que entra se convierte en noticia popular, él empezó a sentir una agradable e indefinida inquietud ante la idea de que ese par de ojillos oscuros que lo habían mirado mitad con curiosidad mitad con coquetería podrían hallarse a la vuelta de la esquina. Hasta entonces, Charras había tratado a Lupita siempre con un poco de condescendencia y con el afecto reservado para los parientes más chicos con los que no tiene uno mucho que ver. Ella vivía en Cancún, con sus padres. Al salir de la secundaria, se fue a vivir a Campeche con el tío Perules cuando ya Carlos, uno de los primos más queridos de Charras, se había hecho novio de Adriana. Entonces Carlos y Charras empezaron a ir de Hopelchén a Campeche todos los fines de semana. De súbito él se encontraba con los ojillos de Lupita en casa de la tía Violeta, brillando entre las muchas miradas de las otras primas con las que también conversaba y bromeaba, aunque fuera en un tono menos cálido del que usaba al hablar con ella. Pero entonces esos ojillos se escabullían, huían, se ocultaban. Y volvían a mirarlo cuando se sentían fuera de peligro, a salvo de ser escudriñados y acaso hasta atrapados, hechos prisioneros. Y Charras tenía que esperar pacientemente hasta que podía volver a sorprenderlos mirándolo. Cuando se dio cuenta, sin proponérselo abiertamente, Charras sabía que Lupita sería su pareja tanto en los bailes familiares como en las excursiones que organizaban todos los primos a Ocuchil y a Holcatzín.

Lupita acabó la prepa. Se fue a vivir a Mérida, con otro de sus tíos. Fue hasta entonces que él se decidió hablar con ella y formalizar su relación a pesar de las advertencias y los impedimentos que todos les hicieron por el hecho de estar emparentados. Y ese mediodía, no muy distinto de otros muchos, Charras le cuenta a Lupita que le ha escrito una carta a su mamá y otra a ella, que pende sobre él una amenaza y que es muy probable que se esté tramando algo en contra suya. ¿Qué? No lo sabe a ciencia cierta pero puede ser grave. Le cuenta también de su cita con el Coronel y cómo el jefe de la policía intentó sacarle conversación a como diera lugar. Que lo detuvo afuera de su oficina sólo para entretenerlo y que hasta le había preguntado por ella. Claro, si ya era del dominio público que se casarían, hasta el Gobernador se lo había mencionado en alguna ocasión, insinuando que ojalá que el matrimonio lo calmara. Lupita le comenta que ella también ha recibido llamadas anónimas para amenazarla. Está muy asustada. Le pide que se cuide mucho. Como le sucedió con su propia familia, Charras no sabe qué contestar. No está en su carácter alarmarse más de la cuenta, pedir protección o tener miramientos para con su persona. Menos aún ocultarse o huir. Lo que sí sabe, le comenta a Lupita, es que de salir bien en esta última diligencia tendría que actuar con más cautela y tal vez, mientras los ánimos se calmaban, se dedicaría a escribir su tesis para recibirse tan rápido como fuera posible. Contaba con muchísimo material pero sus asesorías le habían impedido concentrarse en su trabajo académico, sobre todo porque estaba consciente de cuánta gente dependía de sus servicios para seguir trabajando. Ya vamos a cambiar de tema, dice ella, que hablar de eso me pone muy tensa, mejor dime a dónde podríamos ir de luna de miel y cuando él aventura ¿Cancún? a ella no le hace ninguna gracia pues se ha pasado ahí gran parte de su vida y entonces dónde, dice Charras, dime dónde, y ella pues no, no sabía pero quería conocer algo nuevo, tal vez el norte, Mazatlán, o Cabo San Lucas o si no aunque fuera en Acapulco, ya estaba un poco choteado pero ella no lo conocía y le gustaría ver aquella bahía que tantas veces sale en las fotos y en las películas y tal vez pudieran pasar unos días en Taxco y caminar por el pueblo y entrar a Santa Prisca que dicen que es tan diferente a todo y ahí pedir porque les fuera bien, no te burles, ya sé que tú no crees en eso…

14:59 Los llaman a comer y ellos dos se sientan a la mesa. Charras con el tío Eloy, y con sus otras primas, ya sin mencionar la preocupación que los angustia.

17:05 Uc y Sulub llegan por él a la hora acordada. Antes de salir Charras saca una carta de su agenda y se la entrega a Lupita. Le da ese beso que, sin saberlo, será el último que recibirá de labios de él en su vida. Charras toma el volante y se dirige hacia la oficina donde va a atender sus asuntos pendientes mientras Uc y Sulub le hacen algunos encargos en su automóvil.

20:10 Salen hacia el parque de Santiago donde ha quedado de verse con unos amigos. Ahí se encuentra con Franklin Alonso e irremediablemente vuelven al tema del día: Charras teme por su persona pero a Alonso en particular le menciona que va a dejar una carta que le escribió a su madre en donde dice quiénes y por qué pueden atentar contra él.

21:55 Se suben al coche y parten rumbo a la Campestre, donde estarán también los representantes de la Junta de Conciliación y Arbitraje y la mayoría de los obreros. Se siente una cierta exaltación en el coche, el nerviosismo previo a la víspera de un suceso importante. En la obra ya lo esperan los muchachos del Cecilio Chi. Un automóvil azul pasa de largo y se estaciona unos metros adelante, entre los terrenos baldíos y las obras en construcción. Nadie le da importancia.

Charras habla con los peones. Les dice que todo está preparado y que llevan claramente las de ganar. Que mañana deben asistir todos para el recuento. Que no sería difícil que, como en el caso de MITZA, llegaran algunos provocadores a tratar de alterar el orden. Que deben actuar con mucha cautela pues la policía estará buscando cualquier pretexto para intervenir en su contra. Sabe que Gonzalo Navarro Báez, secretario general del comité ejecutivo de la CTM, querrá lucirse con Ciro Velázquez, buscando el triunfo en el recuento a como dé lugar. Los del sindicato le hacen preguntas, bromas. Charras contesta de buen humor aunque un tanto preocupado. Acuerdan verse temprano, antes de las diez al día siguiente. Se desean buena suerte.

22:56 Charras, Uc y Sulub se suben al Volkswagen, dan la vuelta en U en el retorno del camellón y se alejan de la obra. Parece que nos vienen siguiendo, dice Charras mirando por el espejo retrovisor: es el automóvil que pasó hace rato junto a ellos. Cuidado, le dice Sulub. ¿Traes la pistola? La dejé en mi casa ayer que me citó Gamboa, comenta Charras que gira la cabeza para verlos. Son tres los que vienen en el Dart. Piensa en volver hacia la obra pero decide primero estar seguro de que lo siguen. Acelera. Deja pasar un par de calles y súbitamente se mete a la derecha. Los del Dart van tras ellos. Dobla otra vez en la próxima cuadra y regresa hacia la avenida, en la colonia México. Métete hacia la carretera, le dice Uc. Charras acelera y toma por el camino a Motul. Ya no se ven las luces de sus perseguidores. Parece que lograste perderlos, dice Sulub mirando hacia atrás. El camino está muy oscuro. No se ve un solo vehículo de ningún lado de la carretera. No tiene caso seguir hacia Motul. Es importante que él esté mañana en Mérida, fresco y bien descansado. Llegan hasta la gasolinería que sirve de retorno. Charras da la vuelta en U y detiene su auto. ¿Qué hacemos? pregunta. Parece que ya los perdimos, comenta otra vez Sulub. ¿Regresamos? No nos queda de otra, dice Uc, vamos a intentar llegar otra vez a la obra. Si lo logramos ya estamos fuera de peligro, aunque nos quedemos a dormir ahí, a la intemperie, con los muchachos. Charras arranca otra vez de vuelta a la Campestre. Tan pronto entra a la ciudad ven que, a sus espaldas, vuelven a aparecer las luces del Dart. Los aguardaban escondidos en la cuneta. Charras divisa un retorno en el camellón y gira el volante a la izquierda pero no alcanza a dar la vuelta completa. El Dart les cierra el paso. El tipo que viene junto al conductor le hace una seña pidiéndole que se detenga un momento. Charras observa su rostro, le parece conocido. En algún lado ha visto esos ojos, esas cejas. No le queda otra. Baja el vidrio. Charras te quiere ver el ingeniero, le dice el tipo del Dart. Charras duda y lo mira por un instante. Cuando logra reconocer aquellos ojos ya es demasiado tarde. El hombre aquel le está apuntando con una pistola. Acompáñanos, le ordena. Sí, si es cosa de fuerza los acompaño, contesta Charras, está bien, vamos.