VII. EL DART

Te llamará la atención la perspicacia con la que el dibujante Luis Escalante Pavía, de la Procuraduría General del Estado, logrará captar tu singular fisonomía, Carlos Francisco Pérez Valdez. Tus señas las proporcionará Pedro Alejandrino Quijano Uc, testigo presencial del rapto. Mirarás el dibujo un tanto divertido, ese dibujo que aparecerá en El Diario de Yucatán el martes 19 de febrero, sin sospechar el peligro que ya corrías. Néstor Martínez Cruz, el viejo alcoholizado que los acompañó en la operación, te describirá en su declaración oficial ante el Ministerio Público como un güero al que ya conocía de cara, güero, como les dicen en nuestro país las gentes de piel oscura y rasgos indígenas, a las personas de tez clara. Delgado y de estatura media, ojos grandes, pestañas tupidas, cejas espesas. ¿Cabello? Ligeramente rizado, velludo, de barba cerrada. ¿Nariz? Aguileña; mejillas hundidas y mentón pequeño y oval. ¿Boca? Regular. No tiene señas particulares o tal vez sí, usa las patillas muy largas. Así te describirá Pedro Alejandrino Quijano Uc ante el dibujante. En donde realmente fallará será en las cejas, arqueadas hacia arriba que, como te ha dicho la Vaquera, reflejan una mirada torva y cínica.

Miércoles 13 de febrero, 1974

7:02 llegas junto con Sáenz al edificio de la policía. Ahí los espera otro compañero, alguien que tampoco parece yucateco pues la coartada es decir que ustedes vienen de Jalisco. Salazar ha elegido a uno de la primera compañía, al viejo Néstor Martínez Cruz, prieto, chaparro y trompudo, de Oaxaca seguro: Cruz, sargento segundo, que tenía tipo de… pues, de gente del interior de la república, no de sureño, declararás tú, implicando que la pinta indígena del viejo Cruz no se parece a la de la península. Cruz tiene cuarenta y siete años y trabaja en destacamentos y guardias en diversos puntos de Yucatán. Anoche, como en tantas otras ocasiones, el viejo se quedó a dormir en el edificio de la policía. Ahora se ha reunido con ustedes dos según las instrucciones de Salazar.

7:23 Van hasta la casa del comandante Chan López, en la calle 49 en el barrio de Santiago. Chan tiene treinta y un años. Es gordo, de baja estatura, cabeza redonda y cuello corto. Usa gafas con cristales oscuros. Ahora se encuentra devorando una cabeza de cerdo sobre un plato. Tiene las manos y la boca llenas de manteca. Coge una tortilla de maíz blanco, arranca un pedazo de carne y se la engulle de un bocado.

—Espérenme —dice masticando aceleradamente, con la cara casi clavada en el plato—, siéntense.

Lo observan comer golosa, desaforadamente, desgarrar la carne pegada a los huesos del puerco que tiene ante sí. Escarba un ojo con los dedos y se lo mete a la boca mientras muerde otra tortilla.

—¿Quieren? —les pregunta—. Mamá —le grita a su mujer que se halla ante la estufa—, calienta tortillas para que almuercen aquí mis compañeros. ¿Unas cervecitas? —dice mientras la señora, gorda también y en chanclas, pone las tortillas sobre la mesa haciendo caso omiso de ellos—. Éntrenle, muchachos, éntrenle.

Chan se limpia la grasa de todo el rostro con una servilleta de papel; eructa, hace bola la servilleta y empieza a hacer gestos y ruidos, mondándose los dientes con la lengua.

—Voy a hablar con el capitán Marrufo para que venga enseguida —les dice levantándose de la mesa y dirigiéndose al teléfono—. Coman muchachos, coman.

8:06 Marrufo tiene como cuarenta y cinco años. Sabes que es el director administrativo, lo has visto muchas veces: es bajo de estatura, de complexión más bien delgada aunque con el vientre abultado. Usa bigote y, como Chan, lentes oscuros.

—Fíjense bien en lo que van a hacer —los instruye—. Primero van a localizar a Charras; tan pronto lo encuentren lo empiezan a seguir y cuando vean la oportunidad se le acercan con el pretexto de lo del ingeniero y lo detienen. Súbanlo con ustedes al coche, solo, porque parece que ahora siempre va acompañado. Sáquenlo de Mérida y se lo llevan por allá por Quintana Roo lo más lejos que puedan. Cuando vean una brecha o una vereda por ahí se meten. Bájenlo del coche, desnúdenlo y amárrenlo. Ahí se encargará de él una culebra o algún otro animal, o tal vez muera de hambre o de sed. Ustedes déjenlo ahí, a que se lo lleve la chingada. La misión tiene que cumplirse hoy mismo a como dé lugar pues la reunión de CUSESA es mañana y Charras no debe estar presente bajo ningún concepto. ¿Entendido?

—Entre ustedes deben llamarse con el apelativo de camaradas —interviene Chan—, yo les voy a dar además la dirección de su despacho, de la casa de su novia y de los lugares que frecuenta para que puedan localizarlo.

—¿Tienen licencia de manejar? —les pregunta el capitán Marrufo.

—Sí —contestas—, pero vencida.

—Yo no —comenta Sáenz.

—A ver, pásame tu licencia, no le hace que esté vencida —te dice Marrufo—. ¿Traes una fotografía? —le pregunta a Sáenz—. Dámela.

Marrufo se pone de pie y se dirige hacia el teléfono. Pide hablar con Jaime Angulo Marín, el director de tránsito.

—Aquí el capitán Marrufo; de parte del coronel Gamboa. Necesitamos un vehículo civil para efectuar una operación muy delicada donde no queremos que se inmiscuya a la policía… ¿ya habló con usted el Gobernador? Qué bueno… Necesitamos también dos juegos de placas y dos tarjetas de circulación para el vehículo… ah y unas licencias.

9:09 Marrufo y Chan salen de la casa donde los dejan a la espera, tomando café. A su regreso traen con ellos un Dodge Dart de color azul claro, con radio y escape deportivo. Angulo Marín autorizó la compra en la agencia Auto Maya previa consulta con el Gobernador. En la comandancia le pusieron un radio de otro vehículo. Marrufo les entrega dos juegos de placas, dos tarjetas de circulación, una licencia a ti y una a Sáenz.

—¿Traen armas? —pregunta Chan.

—No —contesta Sáenz.

—Ten —le dice y le entrega una escuadra 45.

—¿Y yo? —preguntas.

—¿No traes pistola?

—No…

—Al rato te consigo una. Les voy a dar mil pesos a cada quien para sus gastos personales. Tengan cuidado con Charras porque es muy bravo y sabe defensa personal. Parece que se entrenó en tácticas guerrilleras con Mario Menéndez en Chemax o en Ixil. Por eso lo van a inmovilizar inmediatamente, lo amarran y lo meten a la cajuela del coche. Con suerte cuando lleguen ya chingó a su madre. Cómprense un rollo grande de esparadrapo para amarrarlo. Tú ya sabes cómo hacer eso —dice, dirigiéndose a ti.

No se habla nada de las ampolletas de Seconal ni de las jeringas hipodérmicas que luego se mencionarán en las declaraciones como pretexto a la violencia de Charras. Al principio te negarás a firmar, sobre todo porque ahí se dirá que lo anestesiaron para que no ofreciera resistencia.

—Se van a llevar en la cajuela del coche dos garrafones de plástico de treinta litros para que no tengan que detenerse en ningún lado, no sea que se vayan a comprometer —añade Chan.

—Cuando salgan de Mérida métanse al periférico para destantear —dice el capitán Marrufo—. Si salen por Umán agarran por la carretera a Chichén Itzá, entran por Valladolid y de ahí toman para Quintana Roo. Si salen por la carretera a Chichén también den una vuelta en falso. Todas las patrullas de Mérida van a estar alertas para proteger su huida, por si acaso alguien intenta detenerlos. Cuando hayan salido párense en algún lugar oscuro, quiten las placas y cámbienlas por el otro juego. No sea que alguien logre apuntarlas.

12:07 Salen en el Dodge Dart azul entre tanto todas las patrullas de Mérida tratan de localizar a Charras. Dan vueltas sin rumbo fijo por los alrededores del centro, en espera de instrucciones. Sáenz conduce, tú vas junto al volante, al mando de la operación, y el viejo Cruz va atrás, un tanto adormilado.

13:13 Atención, atención —oyes que los llama por el radio Chan López—. El objetivo está en la calle 61, frente al palacio de gobierno. Su coche es un Volkswagen de color café. En la parte de la ventanilla trasera tiene una calcomanía que dice “Leyes”.

Sáenz mete segunda, acelera y se dirige hacia el zócalo. Llegan en el preciso momento en el que Charras, en compañía de otras tres personas, se sube a su coche y arranca. Lo empiezan a seguir. Van sobre la calle 64. En la esquina de “El radio”, Charras dobla por la calle 60. Sigue rumbo a la avenida Colón. Pasa el semáforo en verde, a ustedes se les atraviesa un camión, pierden un poco de tiempo, el semáforo se pone en rojo, intentan pasarse el alto pero ves la embestida de coches frente a ustedes. Frenas. Charras se les pierde. Tratan de volverlo a localizar y no dan con él. Te reportas con Chan López.

—Lo perdimos mi Comandante y estamos en espera de nuevas instrucciones.

—¡Si serán pendejos! —les grita Chan López—. ¡Me lleva la chingada! Hay que detenerlo hoy mismo a como dé lugar, Pérez —te advierte—. Váyanse a la Campestre, cerca de la obra de CUSESA, a ver si está por ahí. Si no, tomen hacia el barrio de Santiago, por donde está Salubridad, él vive en la 53 con 70; si no, se van por el rumbo por donde vive su novia pero localícenlo, carajo.

16:55 No lo encuentran. Deciden estacionarse cerca de su casa, frente a la esquina de Salubridad, sobre la calle 72, para vigilar su llegada. De pronto un tipo, vestido de civil, se les acerca en una motocicleta Harley Davidson.

—¿Se puede saber qué hijueputas hacen aquí? —es Chan López—. ¿No ven que la gente se va a dar cuenta de lo que pasa? ¡Pendejos! ¡Carajo, la están regando! Miren, hijos de la chingada, ya estamos metidos en esto y ahora tenemos que cumplir hoy porque si no a los que se los va a llevar la chingada es a ustedes, ¿me entendieron? Lárguense de aquí y localicen a Charras.

Chan tuvo razón. Cuando supieron del rapto mucha gente declaró haberse dado cuenta de que vieron un coche extraño con tres individuos merodeando la casa de Charras ese día.

20:28 Buscan, indagan, peinan las zonas de actividad de Charras sin ningún éxito. Te reportas.

—No damos todavía con él, mi comanche.

—¡Me lleva la chingada con estos pendejos! —exclama Chan López—. Ya tenemos el tiempo encima; chequen en la Internacional o en el bar Sambulá, que es donde a Charras le gusta tomar la copa.

De pronto, al pasar frente al parque de Santiago, en la esquina de la farmacia “La Mejor”, divisan el Volkswagen de Charras, estacionado. Avanzan con cautela. Charras está en el parque con un numeroso grupo de jóvenes. Le pides a Sáenz que dé la vuelta y se estacione. Te reportas otra vez con Chan López.

20:48 Escuchas la bocina de un auto. Voltean y ven a Chan López a bordo de un automóvil blanco. Les hace una seña: síganme. Chan dobla en la calle 58, ahí donde está el restaurante Siqueff y se detiene al llegar al circo teatro. Se baja del automóvil.

—Tiene que ser hoy mismo, antes de las doce de la noche a como dé lugar. Las órdenes del Gobernador cambiaron. Desháganse de Charras pase lo que pase. Si hay que echar bala échenla, muera quien muera, pero tienen que acabar con él. Ten la pistola que querías —te dice dándote una calibre 22 y una caja de balas.

21:59 El Volkswagen de Charras se acerca al Dart. Pasa de largo. Toma por la 64 hacia el norte. Lo siguen. Es obvio que va rumbo a la Campestre, seguramente a CUSESA. En efecto, al llegar a la obra Charras detiene su automóvil y se baja. Junto con él vienen otras dos personas. Habla con los obreros, en plena calle. Hay cerca de cien gentes reunidas. Ustedes pasan de largo en el Dart azul y se estacionan a unos metros de distancia, no muy cerca, detrás de un promontorio de arena, para no llamar demasiado la atención. El fraccionamiento está aún despoblado y desde donde se encuentran ustedes alcanzan a ver y casi a oír lo que ocurre. Charras aconseja, bromea. Parece sentirse seguro, confiado.

22:56 Terminan de hablar. Charras se sube a su coche en compañía de otros tres tipos. Pone en marcha su automóvil, prende las calaveras. Arranca.

—Ahora —le dices a Sáenz.

Charras da la vuelta en U en el retorno de la avenida Campestre y se enfila en dirección contraria al Dart. Lo ven alejarse. Ustedes se echan en reversa, dan la misma vuelta en U y lo siguen. El escape del Dart los hace notorios en el silencio de la noche. Charras se vuelve a mirarlos. Da dos, tres vueltas a la manzana como para cerciorarse de que lo están siguiendo. Acelera y se enfila hacia la carretera de Motul. Entonces sabes que está perdido pues tendrá que enfilarse por la carretera y ustedes le darán alcance fácilmente en el Dart o al creer que ha logrado perderlos usará el retorno a la ciudad que hay en la gasolinería. Le das instrucciones a Sáenz: estaciónate, apaga las luces y, con el motor en marcha, espera a que vuelva. Esperan cinco, diez minutos. ¿No se habrá ido por algún otro lado?, te pregunta Sáenz. No tiene de otra: o se va a Motul o regresa por aquí. Unas luces se aproximan. El automóvil de Charras regresa ya, no parece haberlos visto, los rebasa, lo siguen a toda velocidad. Van otra vez sobre la avenida Campestre. La esquina está como a cuarenta metros. Charras intenta dar la vuelta a la izquierda pero para entonces Sáenz logra cerrarle el paso. Tú le haces una seña, amistosa, por la ventanilla: permíteme un momentito. Charras baja su vidrio.

—Te quiere ver el ingeniero —le dice.

Charras percibe algo en tu rostro que instintivamente lo pone en guardia. Sabe que se encuentra en peligro, se le nota. Pero ya es demasiado tarde pues ya sacaste la pistola.

—Bájate —le ordenas apuntándolo—, y ustedes dos —te diriges a sus acompañantes—, no se muevan.

Sáenz y Néstor se bajan del Dart. Con la 45 en la mano Sáenz controla a los acompañantes mientras Néstor sube a Charras a empellones al Dart. Tú quitas las llaves del motor del Volkswagen, coges la carpeta de Charras que está junto al asiento y te subes al coche sin dejar de apuntar.

23:26 Tírate al piso —le ordenas a Charras mientras le pones el cañón de la pistola en la sien y Sáenz arranca a toda velocidad.