Te enfermaste y no hay nada qué hacer; vas a morirte. Lo que queda de vida podrá contarse en meses (tres, once, diecisiete…), ya no en años. Los que te quieren lo saben y lloran a escondidas para que tú no sepas que ellos saben. Tú lo sabes y lloras a escondidas para que ellos no sepan que tú sabes. Te despides. Te quedas largamente mirando los objetos que quisiste. Miras por la ventana el guayacán con hojas todavía verdísimas y sabes que ya no habrá tiempo para volver a verlo furioso de amarillo. Te despides. Imperceptiblemente te despides de cosas y personas. Miras con la nostalgia de la última vez y algo por dentro te aprieta, se encoge, quisiera protestar pero no puede, se resiste y se resigna.
Después de un tiempo quisieras abreviar el sufrimiento, pero no eres capaz. Los que han probado opio sostienen que «lo único real es el dolor.» Está bien que suprimas el dolor, es decir la realidad. La receta es el opio. Tienes derecho, si quieres, a despedirte de la vida en calma. La receta proviene de la flor de amapola.