Alguna vez querrás, por motivos que sabes y me sé, que a ese tu austero huésped se le suelte la lengua y pronuncie recónditas palabras. Te advierto que si quieres hacerle tanta fuerza, fuerza será también usar la sangre.
Una vez decidida, pedirás al verdugo de las reses un lomo algo maduro de novillo adulto (al menos de tres años). Cortarás las rodajas tan anchas como los cuatro dedos de tu mano, excluyendo el pulgar. Las dejarás de sol a sol al aire libre y a la sombra, apenas cubiertas con un enmallado que rechace las moscas. Conseguirás también mucha pimienta negra que, poco antes del convite, triturarás en el mortero sin dejarla muy fina.
Huesos y menudencias del bovino servirán para hacer un caldo fuerte. Cada rodaja recibirá una cucharada grande de pimienta molida.
Ya el huésped en la mesa, entretenido con alguna lechuga, pondrás en la sartén aceite y mantequilla y delicadamente posarás los trozos de lomo sin moverlos, sin siquiera tocarlos, a fuego vivo, un minuto y medio por cada lado. A los tres minutos, pues, los bajarás del fuego y puestos en un plato les esparcirás la cantidad de pimienta convenida.
Una copa de brandy bien colmada pondrás en la sartén de la fritura, y un poco de ese caldo preparado, como dije, muy fuerte. Deposita los trozos del lomito nuevamente en la olla y deja que el líquido se merme muy despacio por Otros tres minutos. Al cabo de este tiempo añade una cucharada de crema por rodaja de carne y deja que la salsa se haga densa sin permitir que hierva.
Pon todo en una fuente y llévalo a la mesa. Se acompaña con pan y con puré de papas. El vino ha de ser tinto de unas uvas que habrán tenido la vendimia antes del quinto año y después del tercero. Este líquido rojo más la rojísima sangre de la res aflojarán la lengua del huésped más prudente y taciturno.
La receta es segura. Pero una condición tendrás en cuenta para que sea infalible: la crema de la salsa se hará con la leche de la misma vaca que parió a la res sacrificada. Si no es así, el huésped de todas forma hablará, pero quizá no diga aquello que pretendes.
Si quieres que otros labios te sean generosos, abre también los tuyos.