La mujer grávida anda llena de antojos, y excelente cosa es hacer cuanto en tu mano esté para satisfacerlos. La embarazada halla también definidas y pertinaces repugnancias que si no desaparecen al tercer mes después del parto, luego ya durarán para toda la vida.

Cuando un antojo no se puede satisfacer —pues a veces los caprichos no coinciden con estaciones, tiempos y cosechas— se puede preparar un sustituto universal que no reemplaza el antojo, pero atenúa el ardor por comerlo ahora mismo. Consiste en lo siguiente:

No ha de decirse a la grávida lo que está comiendo. Ella no quiere cocinar; no quiere ver carne cruda (la cocida se la evoca), ni colores fuertes, ni olores picantes, ni aromas seductores. Haz, entonces, lo siguiente, en secreto.

Pon a hervir un litro de agua. Déjalo enfriar. Congélalo. Dale a la grávida el hielo: es lo único que nunca le repugna; es lo único que hace que olvide sus antojos por un rato.

Si después del hielo el antojo persiste y no es posible satisfacerlo, chamanes hay que recomiendan (aunque yo desconfío de sus sugerencias) que la mujer se pasee desnuda por la casa, muy despacio, cantando una canción que se sepa desde niña, cubriéndose el pecho con el brazo derecho y el vientre con el izquierdo.

Muchas veces hice probar esta receta a las embarazadas sin obtener satisfacción alguna para sus antojos. Si la repito es porque siempre es bueno, de vez en cuando, dar un paseo desnudas por la casa, incluso sin taparse pecho y vientre. Como también es bueno, embarazadas o no, desnudarse en la parte de la casa que equivalga al ombligo, y sentarse allí, a esperar nada, a pasar diez minutos sentadas en el suelo.