Usa la modestia como una coraza para protegerse. Finge que no sabe lo que mejor sabe. Entre una vanidad con fundamento y una modestia falsa elige la segunda. Hablo del azúcar.
La sal es lo contrario: hace creer que sabe hasta lo que no sabe. Su modo de protegerse es la arrogancia. Es vana sin motivo e incapaz de ser modesta.
Conoce a fondo la sal y el azúcar, así sabrás usarlas. La una es muy concreta, la otra demasiado abstracta. Si usas mucho la una, te hace falta la otra, y ambas te hacen vivir en perpetua nostalgia. No hay mejor método que el camino trillado: sal al principio, azúcar al final.
Lo salado, además, sirve para dejarnos satisfechos. Lo dulce en cambio, no es para llenar, sino que es un estímulo para la fantasía. Bien lo dijo el sabido Savinio: «En el orden de las comidas el dulce ocupa el lugar del vicio, o mejor aún, de un pecado que no estaría mal llamar dulcísimo. No es sin un motivo preciso que el dulce se sirve al final del yantar. Los dulces no los aceptamos sino cuando ya hemos saciado el hambre, apagado la necesidad. El dulce hace olvidar lo que tiene de necesario y por lo tanto de lúgubre y de mortal la operación de nutrirse; nos reconcilia con la parte divina de la vida y hace renacer en nosotros la risa, Castigo gravísimo es dejar a un niño sin postre pues es como quitarle el goce y el consuelo.»