23

La caída

El Gran Jefe habla.

Fortner cuenta: «en el auto me preguntó si yo era Abwehr o Gestapo. Le respondí que era un oficial del ejército alemán. Puso cara de alivio y me dijo: Para mí todo ha terminado. Le diré algunas cosas pero debe admitir que no le diga todo. Naturalmente Giering y yo quedamos estupefactos con esta declaración inesperada. Si el Gran Jefe aceptaba colaborar era el fin del espionaje soviético en el Oeste. Por lo tanto desde nuestra primera conversación busqué el contacto humano. Hablamos de su vida, de su familia, tomando café y fumando cigarrillos. Charlaba muy libremente y debo decir que no debía esforzarme para escucharlo con simpatía. Un hombre muy bien, muy sereno, muy sobrio. Tenía la impresión de estar frente a un viejo camarada con quien intercambiaba recuerdos».

Después de la autobiografía, los cursos de la tarde. Ante el atónito Kommando, Trepper da una conferencia sobre el arte del espionaje, sus grandes principios: severa clausura, utilización sistemática de los seudónimos, descentralización, (porque es peligroso concentrar demasiados contactos en un solo hombre) severa incomunicación entre los vulnerables pianistas y el resto de la red. Las precauciones clásicas: no llevar armas que lo pongan a uno a la merced de un control de rutina, vivir en las afueras, no recibir demasiada correspondencia, preferir las tarjetas postales a las cartas, pasar los documentos debidamente camuflados, organizar los contactos en domingo o días feriados porque la policía es menos numerosa, fijar las citas en los lugares triviales y frecuentados, en fin, todas las astucias técnicas que dejan estupefacto a Fortner y enseñan a Giering y a Berg que sólo conocen los rudimentos del contraespionaje. Después de la conferencia del Gran Jefe, el Abwehr escribirá en su informe a las autoridades del Reich: «La experiencia anterior adquirida en el Oeste carecía de valor. Ha quedado demostrado que los rusos realizaron una labor de expertos. Por eso el Abwehr debió necesariamente aprender las teorías que dirigían el entrenamiento y la implantación de los agentes soviéticos, teorías que sus oficiales desconocían».

Trepper está en la encrucijada decisiva.

Puede deslumbrar al Kommando con su virtuosismo técnico pero lo mismo los S. S. lo tienen en su poder. ¿Negociar? ¿Inventar? ¿Iniciar una sublime partida de ajedrez? Pero él es el Gran Jefe y los otros no se conformarán con algunos peones puesto que puede entregarles los caballos y las torres de la red. ¡Todo el tablero!

¿Traidor o héroe?

Al día siguiente, 25 de noviembre, se detiene a la señora de Alfred Corbin, a su hija Denise y a Robert Corbin. El 24, Giering había prevenido a las dos mujeres de su intención de carearlas con Alfred Corbin y la cita fue fijada para el 25 a las tres de la tarde. La Gestapo fue puntual. La señora Corbin preguntó si debía llevar mantas, le dijeron que volvería a casa en seguida. A pesar de estas tranquilizadoras palabras estaba tan asustada que su cuñada, la mujer de Robert Corbin, convenció a su marido para que acompañara a ambas a la calle des Saussaies.

El auto de la Gestapo llevó al trío directamente a la cárcel de Fresnes. A Robert Corbin lo esposaron y lo precipitaron dentro de una celda vacía. En la ventana, un paño negro no dejaba entrar la luz pero en cambio una bombilla eléctrica estaba permanentemente encendida. Esa noche los detenidos encargados de distribuir la sopa le soplaron que en su puerta estaba el cartel rojo reservado a los casos graves. Robert dice: «no lo entendía, era como si el cielo se hubiera derrumbado sobre mi cabeza».

El 25 de noviembre fueron detenidos en Bélgica los miembros de la Simexco. Todavía hoy, Robert Christen, el patrón del «Florida», se indigna al recordar su arresto y da su palabra de honor de que nada tenía que ver con la resistencia. Muchos más fueron detenidos sin causa. No así Nazarin Drailly, director de la firma, quien ingresó en ella por mediación de Grossvogel, su viejo amigo. Lo mismo que Alfred Corbin, Nazarin Drailly había sido prevenido del peligro pero también, él sabía que no podía desaparecer sin comprometer a los suyos. Se limitó a prevenir al Gran Jefe que no creía tener fuerza para soportar la tortura. Su sacrificio no evitó la captura de su mujer ni la de su hermano Charles, accionista de la Simexco y ajeno a la red.

También la señora Grossvogel fue arrestada el 25 de noviembre. Fueron a buscarla a la clínica donde acababa de dar a luz el hijo que deseaba desde muchos años atrás. Su marido, prevenido de la amenaza que pesaba sobre la red, le había rogado que dejara la clínica y que se ocultara en el escondite preparado de antemano. Ella se negó para no privar al bebé de los cuidados médicos, tan pronto. La Gestapo la metió en una celda de la prisión de Saint-Gilles permitiéndole que tuviera a su hijita con ella.

Bill Hoorick fue detenido días después. La Gestapo le exigió que llamara a Rauch por teléfono. Bill lo hizo y apenas su amigo vino al aparato le gritó: —¡Huye! ¡Me han detenido!—. Sus guardias le propinaron una soberana paliza. Rauch fue prendido al día siguiente. Su papel en la red era episódico pero su hijo se había convertido en una importante «fuente». El joven checo, alumno de ingeniería, fue enrolado por la fuerza en la Wehrmacht y destinado a la construcción del Muro del Atlántico. Cada vez que iba a Bruselas, con licencia, entregaba a su padre un fajo de documentos.

Así murió la red belga. Trepper no tuvo parte en su liquidación.

La Gestapo, asimismo, fue a la calle del Dragón en Marsella donde estaba instalada la sucursal de la Simex. Detuvo a Jules Jaspar, a su mujer y a una joven secretaria, Marguerite Marivet. El señor Jaspar, aristócrata belga, ex cónsul, ex director del «Foreign Excellent Trench-Coat», fue informado por la Gestapo de su participación en una red de espionaje soviético. Rojo de ira, exclamó: ¡Canallas! Yo creí que trabajaba para el Intelligence Service. Podía ser un error de Jaspar que Trepper no había aclarado, pero la dirección de la sucursal marsellesa fue encontrada en la central del bulevar Haussmann.

Después cayó el grupo de Lyon que actuaba bajo las órdenes del ardiente Romeo Springer, quien había establecido interesantes contactos con el ex ministro belga Balthazar y con el cónsul de los Estados Unidos. El grupo lionés había fabricado un trasmisor y se disponía a emitir directamente los informes a Moscú cuando cayó en manos de la Gestapo. Detuvieron a Otto Schumacher en cuya casa fue arrestado Wenzel mientras trasmitía informes. Germaine Schneider, la amante del «Profesor», huyó de Lyon y fue capturada en París por el Kommando. Romeo Springer se defendió con un arma en la mano y tuvo que ser sitiado. Trasladado a París con los demás, trepó a la balaustrada de la tercera galería en Fresnes y se lanzó al vacío, mudo para toda la eternidad. Siempre fue un valiente.

Así concluyó la efímera red lionesa. Raichman y no Trepper precipitó su fin.

Los documentos alemanes atribuyen al Gran Jefe los arrestos de Katz, Grossvogel, Vassili de Maximovitch y Robinson. Primero entregó, según ellos, a Katz, su más devoto lugarteniente. Por orden de Giering lo citó en la estación Madeleine del metro. El pequeño Katz fue detenido allí y llevado a la calle des Saussaies, a la presencia de Trepper. Éste le dijo: «Katz, hay que colaborar con estos señores. El juego ha terminado». (En la jerga de los servicios soviéticos se llama «juego» al espionaje). Luego traicionó a Vassili y después le tocó el turno a Leo Grossvogel, jefe de estado mayor de la red. Infatigable organizador, Grossvogel había puesto en marcha un abanico de pistas que conducían a seguros escondites donde los sobrevivientes podrían aguardar la calma. Pero sólo omitió en sus planes una hipótesis de trabajo: la felonía de su jefe.

Un traidor.

Fortner dice que aunque no asistió a los primeros interrogatorios de los Maximovitch, le consta que los hombres de Giering, especialmente el encargado de Anna, Rolf Richter, fueron muy duros. No le perdonaban a Maximovitch, hijo de un general zarista, su colaboración con los comunistas. Vassili respondió: «Estuve al lado de los alemanes hasta que leí en los diarios que proyectaban dar la independencia a Ucrania. Soy ruso ante todo y no puedo aceptar el desmembramiento de mi patria».

«Los Maximovitch no se derrumbaron —cuenta Fortner— sería excesivo decirlo. Pero por fin, hablaron. ¡Qué escándalo! Prácticamente todo el Estado Mayor alemán en París caía en la volteada. ¡Y la Embajada! ¡Y el Servicio de Trabajo! Piense un poco, con las relaciones que tenían…

”Todo lo concerniente a la Wehrmacht y a la administración militar caía en el área del Abwehr, de modo que yo dirigí la investigación. Los S. S. no tenían por qué meter la nariz en esa tarea. Maximovitch entregó a Käthe Voelkner quien proporcionaba los formularios administrativos en blanco; por Raichman sabíamos ya que los entregaba una empleada de la Organización Sauckel. Estaba de vacaciones cuando fuimos a buscarla pero en cuanto regresó me presenté en su oficina. Me dijo: —sé que viene a arrestarme. Agregó que su patrón nos hizo un escándalo cuando se enteró de la detención. Le aconsejamos que se calmara porque la Voelkner era una espía. Entonces me dio la dirección de la casa donde la Voelkner vivía con su amante, un italiano llamado Podsialdo. No estaba en casa cuando fuimos a buscarlo, pero una vecina me dijo que el italiano trabajaba también para los alemanes. Y así fue como lo encontramos en otra oficina de la organización Sauckel. Käthe no había dicho una sola palabra al respecto.

”Era una muchacha de la misma especie que Sofía Paznanska, la cifradora de los Atrebates. ¡No soltó nada! Pero Podsialdo nos contó todo. Un débil, un pobre tipo el tal Podsialdo. Hasta nos dijo que su amiga escribía los informes secretos a máquina en su casa y que encontraríamos algunas copias. Podsialdo nos reveló también su contacto con un empleado del Servicio de Alojamiento de la Wehrmacht, un francés que fue detenido y fusilado. Gracias a ese insignificante francés que se ocupaba de las vacaciones de los soldados en París, Trepper estaba informado del orden de batalla de la Wehrmacht, porque el francés se había ganado la confianza de los dos oficiales a cargo de las listas y éstos lo dejaban hacer. Los dos fueron condenados a ocho años de trabajos forzados.

”También a Margarete Hoffman-Scholz, la novia de Maximovitch le dieron seis años. Y muchos oficiales superiores comprometidos con los Maximovitch fueron condenados a severas penas. ¡Qué historia! Pero el mal estaba hecho y comprendimos que debíamos estrechar filas. Si Berlín se llegaba a enterar de toda la verdad, verían todo rojo. Nos pusimos de acuerdo con el general Schaumberg, encargado de la seguridad en el Cuartel General, para enviar informes atemperados a fin de que no se supiera hasta qué punto estaba comprometido el Estado Mayor en París».

Kent se derrumba.

Margarete cuenta cómo la dejaron durante cuatro días en la celda de la Alexanderplatz antes de llevarla a la sede de la Gestapo. Allí se encontró con su amigo. «Al pobre le hizo una impresión terrible, por primera vez me veía mal arreglada, sin pintar, despeinada… El tipo de la Gestapo que estaba presente le propuso que lo dejaría pasar el día conmigo si a la noche confesaba. Vincent aceptó y aunque me registraban cada vez que nos separábamos, desde ese momento fueron más amables conmigo. Willy Berg venía a verme a menudo… Ése sí que tenía cara de Gestapo, pero cuando uno lo conocía mejor se daba cuenta de que era un pobre diablo, un desgraciado… había perdido dos hijos por culpa de la difteria y un día lo vi entrar en mi celda, trastornado. Me dijo que acababa de enterrar a su último hijo, una niña de diez años. Diabetes. Después su mujer intentó suicidarse. Pobre tipo, me daba lástima…».

Así, después de dar el beso de despedida a Margarete, todas las noches, versión modificada del beso de Judas, Kent ocupa su tiempo en traicionar. Confirma a la Gestapo sus contactos con Schulze-Boysen y Harnack. Para eso había sido llevado a Berlín. Denuncia la presencia de Alfred Corbin en Leipzig, da numerosos informes sobre la red bruselense. Estas confesiones no aportan ninguna novedad pero son bien recibidas como testimonio del servilismo de Kent. A fines del año 1942 el final de la Orquesta Roja queda consagrado y los jefes de la Gestapo piensan en el porvenir. Pretenden edificar una obra maestra de contraespionaje sobre las ruinas de la organización destruida. En la noche del 24 de noviembre, Giering, amigo personal de Hitler, informó a éste la captura del Gran Jefe. Hitler lo hizo felicitar y Himmler se regodeó en el teléfono cuando Giering le anunció con su ronca voz la maravillosa noticia. La conversación concluyó con la siguiente adjuración de tinte medieval: «y ahora arrójelo al sótano más profundo de París y cárguelo de cadenas, ¡sobre todo que no pueda evadirse!». Claro que era un modo de decir las cosas porque el Reichsführer y sus adjuntos imaginaron para su cautivo un papel a la medida de su personalidad y no aprehendieron al jefe del espionaje soviético en el Oeste europeo para dejarlo podrirse idiotamente en el fondo de una celda.

En los últimos días de diciembre, Kent es notificado de su próximo traslado a París. Allí el Gran Jefe y el Pequeño Jefe, nuevamente asociados, serán los instrumentos del Funkspiel más extraordinario que haya existido jamás.

Kent acepta. Trepper ya ha dado su conformidad.