1
De las gaviotas de Cranz a las de Utah Beach
Durante la Segunda Guerra Mundial, la estación receptora de Cranz, en Prusia Oriental, a pocos metros del Báltico, estaba encargada de interceptar las emisiones clandestinas. En la noche del 25 al 26 de junio de 1941, un radioperador a cargo de la estación conectó el receptor a la hora habitual, en la frecuencia de emisión de una estación noruega. Pero, en lugar de escuchar la señal acostumbrada registró otra, desconocida: KLK de PTX -KLK de PTX - KLK de PTX. A la señal siguió un mensaje que contenía varios grupos cifrados. La radio de Cranz informó acerca del descubrimiento de una nueva emisora clandestina y señaló la frecuencia utilizada.
Así se inició el caso que se convertiría en la pesadilla del Reichsführer Himmler y del almirante Canaris, jefes de los dos servicios secretos alemanes, un caso que llevaría a Hitler hasta el extremo de declarar, el 17 de mayo de 1942: «Los bolcheviques son superiores a nosotros en un solo campo de acción: el espionaje». Pero en esa fecha el Führer no conocía aún la centésima parte del prestigioso desarrollo de la Orquesta Roja.
El héroe de esta historia, Léopold Trepper, es un judío polaco nacido en Neumarkt, cerca de Zakopane, el 23 de febrero de 1904. Su padre, viajante de comercio, se extenuaba para dar subsistencia a una familia de diez hijos. Murió en la penuria cuando el joven Léopold iba a cumplir doce años de edad. Puesto que el chico daba pruebas de una rara vivacidad mental, los suyos decidieron sacrificarlo todo a su ascenso social. De acuerdo con sus ancestrales tradiciones, Polonia era antisemita en esa época y yacía bajo la bota de una dictadura militar; la guerra y las convulsiones económicas la desangraban. Todas estas desdichadas circunstancias comprometían el empeño de los Trepper.
Léopold hizo sus estudios en Lwoff y luego se inscribió en la Universidad de Cracovia donde siguió cursos de historia y de literatura. Tenía dieciocho años y podía creer que su ascenso iba por buen camino. Una mediocre beca y los sacrificios de su familia le permitían subsistir bien o mal. Sus profesores estaban contentos con él. Un año después una nueva crisis económica golpeaba a Polonia y el estudiante de Cracovia inició su largo combate contra el Hambre. El Hambre ganó la partida.
Léopold abandonó sus estudios, se hizo albañil primero, luego cerrajero y por fin fue a parar bajo tierra, a las minas de Kattowicz. Dos años después trepaba a la superficie para trabajar como operario en una fundición de Dombrova. Siempre tenía hambre. Toda Dombrova tenía hambre. Enloquecidos por la miseria los obreros provocaron motines prestamente sofocados por los lanceros polacos. Uno de los organizadores del movimiento se llamaba Trepper. Fue detenido y encarcelado. Entonces tenía veintidós años y aún padecía hambre.
Una foto de la célula comunista a la cual pertenecía Trepper escapó a las requisas de la policía polaca primero y a las de la Gestapo después. Muestra a una decena de muchachos muy jóvenes, con la cabeza rasurada y el gesto duro. Todos se parecen: una pasión común los habita y la tensión presta a sus rasgos una dureza uniforme. Son, a la vez, huraños y desesperados. Si el equipo de cabezas rapadas vistiera trajes de piloto en lugar de las mezquinas chaquetas, podría ser una escuadrilla de kamikazes japoneses. En la foto Trepper resulta fácilmente identificable. Aun cuando los años y las angustias hayan deshecho ese rostro, entonces duro como el granito, se lo reconocerá por sus ojos gris claro, capaces de expresar al mismo tiempo una implacable determinación y una inesperada ternura.
Trepper pasó ocho meses en las celdas del dictador Pildsudski, donde las torturas infligidas a los miembros del partido comunista sobrepasaban en horror a las que utilizaría la Gestapo; la más trivial consistía en el suplicio del agua, heredado de la Edad Media. Luego Trepper fue liberado sin que nadie se tomara la molestia de juzgarlo y partió para Varsovia. En los diez años siguientes su seudónimo será Domb (de Dombrova, de donde traía las primeras cartas de recomendaciones). Luego se convertirá en el Gran Jefe, como lo llamaron sus hombres y los agentes de la Gestapo.
En Varsovia no había posibilidad de trabajo para un muchacho que había participado en la revuelta de Dombrova. Solicitó entonces una visa de inmigrante para Francia, que le fue negada porque las autoridades francesas no querían recibir en su país a un agitador obrero. Trepper sabía, sin embargo, que ya no podía vivir en Polonia, donde sólo le permitirían morir de inanición.
La organización «Hechalutz» representó su última oportunidad. Llamó a sus puertas, le abrieron y pudo escapar de Polonia. «Hechalutz» era una organización sionista financiada por israelitas ricos de los Estados Unidos de América que se esforzaba por favorecer la inmigración judía a la Tierra Prometida. Palestina estaba aún bajo el poder de los ingleses, quienes lograban de notable manera prohibir la entrada al país de las masas miserables que años después acabarían en los hornos crematorios de Auschwitz, destino que los ingleses no podían prever en aquella época. La tarea de Hechalutz consistía en seleccionar el contingente privilegiado al cual los funcionarios británicos entreabrían anualmente las puertas de la Tierra Prometida. Con una preocupación muy norteamericana por el rendimiento, los financistas de Hechalutz querían luchar contra el comunismo al mismo tiempo que favorecían el sionismo. Daban así la preferencia a los candidatos que parecían constituir una presa fácil para los agentes reclutadores del Partido. Con sus ambiciones frustradas, su desdichado pasado y su incierto futuro, Léopold Trepper respondía bien a ese criterio. Le suministraron algunos subsidios y lo metieron en un tren que, a través de Viena y Trieste, lo llevó a Brindisi, donde se embarcó hacia Palestina. Tenía entonces veinticuatro años e ignoraba que el Hambre era de la partida.
Se encontró de nuevo con ella, compañera fiel, en los muelles de Haifa. Primero debió picar piedras a lo largo de los caminos, luego fue obrero rural en un kibbutz. Su empleo más agradable en Palestina fue el de aprendiz en una empresa de fabricaciones eléctricas. Al parecer los sacrificios de la tribu Trepper habían sido vanos. Pero ciertos informes indican que en 1929 se convirtió en miembro del Comité Central del partido comunista palestino, con lo cual los financistas de Hechalutz acabaron por derrochar sus dólares.
De todos modos el grupo «Unidad» es su obra. De inspiración comunista, el grupo se esforzaba por realizar la unidad de acción entre los judíos y los árabes contra el ocupante inglés. En 1930, Trepper y su gente fueron descubiertos por la policía y encarcelados. Advertido del proyecto de una deportación a Chipre, Trepper desató una huelga de hambre que en un principio no fue tomada en serio. Los huelguistas perseveraron. La prensa británica se conmovió y hubo interpelaciones en los Comunes. El representante de la Corona en Palestina decidió liberar a los fastidiosos prisioneros. Estaban tan débiles que no podían caminar y fueron depositados en camillas a las puertas de la prisión.
Pocas semanas después, Trepper entraba clandestinamente en Francia. Fue lavaplatos en un restaurante de Marsella y luego marchó a París donde se hizo pintor de paredes. Este oficio sería el último de la larga serie de trabajos heteróclitos ejercidos por Léopold Trepper. Había encontrado por entonces su verdadera vocación. Quien se convertiría en el «Gran Jefe» iniciaba su aprendizaje.
En esa época funcionaba en Francia una red de espionaje soviético que unía a una gran eficacia una sencillez realmente maravillosa. Se basaba en el sistema de rabcors —término soviético para designar a «los corresponsales obreros». La idea era del mismo Lenin. La revolución obligó al destierro a la mayoría de los periodistas rusos, pertenecientes a la burguesía, y a falta de profesionales se recurrió a los aficionados para reemplazarlos. En las aldeas y las fábricas, los trabajadores se improvisaron como corresponsales de prensa e inundaron los diarios soviéticos con artículos que trataban de problemas locales denunciando a los traidores y saboteadores. La policía sacó partido de la situación. El sistema se extendió al extranjero y los servicios secretos soviéticos fueron los beneficiarios de la operación.
En 1929 Francia contaba con tres mil rabcors, de los cuales algunos trabajaban en los arsenales nacionales o en fábricas donde se elaboraba el material estratégico. Enviaban a la prensa comunista artículos que denunciaban las condiciones de trabajo desfavorables que soportaban, pero para eso era necesario hablar, poco o mucho, del trabajo mismo. Los artículos más reveladores, en lugar de ser publicados eran transmitidos a la embajada soviética de París quien los encaminaba hacia Moscú. Si algún rabcor poseía, al parecer, elementos de información particularmente interesantes, se le enviaba un agente para que se despachara a gusto.
Esta fructífera organización funcionó sin incidentes durante tres años. En febrero de 1932 la policía francesa recibió una denuncia. A pesar del afortunado golpe, el comisario a cargo de la investigación, quien llevaba el sorprendente nombre de Faux-Pas-Bidet, necesitó más de seis meses para desmantelar la red. Sus informes no ocultan los elogios a los espías a quienes debía arrestar. Sobre todo su jefe se caracterizaba por una habilidad excepcional en el arte de «cortar» las pistas y escapar de las trampas. Al parecer tenía la lista completa de todas las casas con doble salida en París. Exasperados y admirados, los policías le dieron el apodo de Fantomas. Cuando por fin fue atrapado se descubrió que era un judío polaco, que había llegado a Francia vía Palestina. Tenía veintiocho años y se llamaba Izaia Bir. Su adjunto tenía veintisiete años, como Bir, era judío polaco y había dado la vuelta por Palestina. Su nombre era Alter Strom.
La técnica profesional de ambos asombró a la policía francesa. En lugar de un Fantomas habían arrestado al Señor Fulano. Bir, el jefe de la red vivía en un hotel de ínfimo orden, no recibía correo ni visitas. Los principales lazos con su grupo se establecían a través de una mujer joven, su supuesta querida. Una técnica sin brillo pero eficaz. Tan severo fue el secreto interior que la mayoría de los agentes lograron escapar: entre ellos Léopold Trepper, de quien Alter Strom era amigo de la infancia. Junto a Fantomas, Trepper recibió lecciones magistrales. Los hombres de la Gestapo, que años después lo acosaron, hubieran podido encontrar datos interesantes en el expediente reunido por Faux-Pas-Bidet, pero no parece que lo hayan consultado porque conocían bien a Léopold Trepper pero ignoraban a Leiba Domb.
Trepper tenía veintiocho años cuando escapó de la policía y trepó a un tren con destino a Berlín. Allí, apenas llegó, tomó contacto con la embajada soviética. Al cabo de pocos días se le ordenó que fuera a Moscú en determinado tren. Al llegar al final del viaje debía dejar descender a los pasajeros y esperar en el compartimento hasta que vinieran a buscarlo. Aunque Trepper esperaba obtener rápidamente una nueva misión debió aguardar cuatro años. A pesar de su atormentado pasado, rico en toda clase de experiencias, a pesar de sus actividades a la sombra de Fantomas, para Moscú sólo era un aprendiz que prometía.
Ocho años después de abandonar la Universidad de Cracovia, Trepper reanudó sus estudios.
Es más fácil resumir fielmente veinte años dé la vida de un hombre que dar cuenta en toda su plenitud y verdad de un simple cuarto de hora de esa vida. Por ejemplo el instante memorable en que Trepper conoce a Georgie de Winter. Sucedió en Bruselas en 1939. Georgie es la hija de un fachendoso norteamericano, especie de Gary Cooper matizado de Cary Grant, decorador en los estudios de la Paramount en Hollywood. Georgie ha ido a Bélgica con su madre y hace la vida de cualquier niña de familia, dedicada a estudiar danzas clásicas. Tiene veinte años y es muy hermosa. Sus fotografías confirman su esplendor, la gracia de su porte, el brillo de sus ojos, la perfección de sus formas.
Trepper tiene treinta y cinco años. No es precisamente buen mozo. Una cabeza interesante, bien dibujada, de cabellos rubios ondulados y la famosa mirada, pero su talla es mediocre y la obesidad amenaza. Su seducción está en su encanto mezcla de violencia y dulzura. «Daba pruebas de una infinita humanidad» dirá después el escritor Claude Spaak. En Trepper hay una fuerza interior que serena y da confianza. En su presencia todo se vuelve simple. Habría hecho un excelente confesor.
Georgie entró en una confitería y en el momento de pagar dejó caer un par de guantes. Trepper se precipitó a recogerlos. Impresionada por su atención e interesada por sus palabras, ella aceptó una cita. Meses después, cuando Bruselas estaba ya ocupada por la Wehrmacht, Georgie paseaba con una amiga, vio en la acera de enfrente a un oficial alemán que dejaba caer sus guantes. Un hombre acudió, los recogió y se los entregó, sonriendo. Era Trepper. Georgie pensó que se trataba de una manía. No lo abordó porque él le había prohibido hacerlo cuando estaba acompañada o cuando él lo estaba. Pero no nos adelantemos.
Se encontraron otra vez. Es evidente que Georgie sólo vio en Trepper al personaje que pretendía ser: un hombre de negocios. ¿Cómo podía saber que aquel hombre corpulento y amable fue una vez el insurrecto de Dombrova, el picapedrero palestino, el cómplice furtivo de Fantomas? No podía saber que acababa de llegar de Moscú ni sospechar lo que había hecho allí.
De 1932 a 1934, Trepper siguió los cursos de la Universidad de Prodrowski. En 1935 escribe la página literaria de un periódico destinado a los judíos rusos: La Verdad. Pero, a la vez, es estudiante de la Academia del Ejército Rojo donde el general Orlov enseña espionaje. En 1937 regresa de Francia su amigo Strom luego de purgar su pena. Strom explica la versión de los hechos que provocaron la destrucción de la red. Para todo el mundo el responsable era un tal Riquier, redactor de L'Humanité. Strom no está convencido de su traición y pide que se envíe a Trepper a París para aclarar el caso. Cinco años después de su fuga, Trepper retorna a Francia con un falso pasaporte a nombre de Sommer y se hace pasar por un pariente de Strom. Comienza por encontrar a los dos principales abogados del proceso: Ferruci y André Philip, el conocido líder socialista. Luego profundiza la investigación y llega a la convicción de la inocencia de Riquier. Es importante porque el partido comunista se lava de la culpa de tener en su seno a un soplón. Pero Trepper hace más: descubre al verdadero traidor, un judío holandés, ex jefe de una red soviética en los Estados Unidos. Arrestado por el F. B. I., y «convertido», el hombre continuaba informando a los servicios norteamericanos aún después de haber sido transferido a Francia por Moscú. La denuncia recibida por la Sûreté francesa provenía del F. B. I. Trepper va a Moscú para presentar el informe, utilizando esta vez un pasaporte a nombre de Majeris.
Anuncia a sus jefes que en París se están ocupando en reunir los documentos que establecerán la verdad de manera decisiva. Cinco meses después regresa a Francia transportando un espeso fajo: las fotocopias de las cartas cambiadas entre el traidor holandés y el agregado militar norteamericano en París.
El hombre de negocio que Georgie conoce en la confitería bruselense está en Bélgica para organizar una red cuyo jefe será él esta vez: «el Gran Jefe».
Se conocen y se gustan. Hermoso comienzo aunque el fin sea terrible. Pero Georgie, tan graciosa, está encinta de cinco meses por obra de un amante de paso. Y Trepper, tan bondadoso, se dispone a traicionar a Luba, su compañera de los malos días. Conoció a Luba en Palestina, donde ella militaba en el grupo «Unidad». Los dos son de la misma edad; ella es judía polaca como él; la juventud de ambos tiene igual negro color, el de la miseria y la lucha clandestina en Polonia. Luba ha sido obrera de una chocolatería y por las noches estudiaba para hacerse maestra. Militante comunista, pertenece a una célula dirigida por un muchacho muy joven, de apellido Botvine. En esos tiempos un agente provocador polaco hace destrozos en las filas del partido comunista clandestino. La célula judía de Botvine ajusta las cuentas al provocador y Luba huye a Palestina donde trabaja junto a Trepper. Arrestada durante el transcurso de una manifestación comunista prohibida, condenada a prisión, sólo escapa a la expulsión gracias a un casamiento blanco con un ciudadano palestino. Por fin, para unirse a Trepper en Francia, Luba utilizaba el pasaporte de un sirio árabe en cuya ficticia esposa se convierte.
Es preciso admitir que una pareja forjada en semejantes pruebas escapa de las reglas del vodevil burgués y de sus festivos adulterios. Trepper no tardará en presentar a Georgie. Al parecer es reservado en todo menos en sus amores. Por el momento se limita a recoger los guantes en una confitería, mientras Luba y sus dos hijos lo aguardan en el suntuoso departamento de Bruselas. El primogénito nació en París en 1931, pero sus padres, cuya entrada en Francia fue ilegal, no pudieron declararlo en el registro civil. El segundo hijo nació en Moscú en 1936. No hay testimonios ni documentos que retengan su nombre. El niño, que jugará un papel en esta historia, no es hijo de Luba y Trepper, sino el que Georgie lleva aún en su seno.
Investigar una historia pasada es casi lo mismo que ir en busca de un diplodocus. Uno encuentra un hueso aquí, otro allá, y con un poco de suerte y de perseverancia se logra reconstruir algo parecido a un esqueleto. El espía constituye tal vez la peor especie de diplodocus. Un general deja rastros brillantes de su paso, un espía por lo contrario es incoloro, inodoro e insípido. Si es experto en su arte, se convierte en el Hombre Invisible. En esta historia que el autor eligió contar sin técnicas novelescas no habrá bordado alguno a propósito del encuentro de Georgie y el Gran Jefe. Lo único que el autor sabe es que se amaron, que ella aceptó a Luba y que él aceptó el niño próximo a nacer. Cuando éste vino al mundo el 29 de setiembre de 1939, Trepper fue a la clínica con un enorme ramo de orquídeas. Se inclinó sobre la cuna, contempló al niño y dijo: «Lo querré como si fuera mío».
Muy propio de un corazón magnánimo. Pero la segunda guerra mundial había comenzado un mes antes del nacimiento del joven Patrick y es dable preguntarse si el hecho de ser adoptado en tiempos de guerra por un espía, así sea oficiosamente, debe ser considerado una bendición.
El autor escribe esto a pocos kilómetros de la playa de Utah, en la península de Cotentin, donde el 6 de junio de 1944 desembarcó la Cuarta División Americana. Con admirable devoción la municipalidad edificó un museo que reúne los vestigios del combate librado aquel día, sin duda el museo más emocionante y completo de la costa. Desde la ventana el autor divisa un tapiz blanco sobre las verdes praderas. Son las gaviotas. También ellas ponían sus manchas blancas sobre la playa del Báltico, cerca de Cranz, donde en la noche del 25 al 26 de junio los mensajes cifrados de un red de espionaje fueron captados por un radioperador.