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El fin de los berlineses

Parece un sueño. Ningún novelista se atrevería a inventar una intriga tan novelesca como la que precipitó la caída del grupo de Berlín. Éste debía terminar como vivió: en la fantasía y la confusión.

Desde el 14 de julio la Gestapo explota el filón descubierto por Kludow. Ha identificado a las tres cabezas de la red: Harro Schulze-Boysen, oficial de la Luftwaffe; Arvid Harnack, Oberregierungsrat en el ministerio de Economía; Adam Kuckhoff, escritor conocido, autor de la pieza Till Eulenspiegel, director de la compañía cinematográfica «Praga Films»; Schulze-Boysen y Harnack son dos personalidades de primer plano, conocidos por el Todo Berlín se codean con la élite del régimen. Así se explica por qué los secretos más reservados del Reich se deslizaron a Moscú. Dos Kriminaldirektor de la Gestapo, Panzinger y Koppkow, toman la dirección de la investigación. Superiores jerárquicos de Giering colocados directamente bajo las órdenes del gran Gestapo-Müller, ambos son viejos especialistas en la lucha anticomunista. Han liquidado al partido clandestino alemán, despachado a sus miembros al cadalso o a los campos de concentración y mechado de señales los vestigios dejados para prevenir cualquier sobresalto eventual. Para su gran sorpresa, la red de la Orquesta Roja —¡ese espantajo!— resulta ser más fácil de desmantelar que una célula comunista del arrabal berlinés. La clausura no existe, las citas se hacen por teléfono, los mensajes se trasmiten por correo; ¡un militante de base es una presa más difícil que esos superespías! La lista negra de la Gestapo crece día a día y Panzinger y Koppkow no piensan lanzar ningún arresto prematuro. Toda la red caerá en sus mallas como un fruto hermoso y podrido.

El sábado 29 de agosto, gran conmoción en el inmueble de la Funkabwehr. Kludow y sus jóvenes secuaces se mudan al piso superior donde las oficinas son más espaciosas. Es posible que la mudanza se haya desarrollado en un ambiente de franca alegría estudiantil. Pero terminada la instalación, Kludow da órdenes severas: anuncia que se trabajará al día siguiente, el domingo 30, para recuperar el sábado perdido. Consternación en las filas. Salvo quizás en Horst Heilmann. Un buen tipo, nazi bravío, el más trabajador del equipo. Como estaba citado con unos amigos para hacer yachting ese domingo en el Wannsee, debe comunicar el inconveniente. Utiliza el teléfono que acaban de instalar en la oficina de Kludow y llama a un número de Berlín. Responde la doméstica: sus patrones están ausentes. Horst deja un mensaje: que lo llamen urgentemente, y da a la criada el número de Kludow porque su aparato particular todavía no ha sido instalado.

La Historia, algunas veces, ofrece imágenes de Epinal. Así nos permite escribir que el imperio hitlerista alcanzó su apogeo ese domingo 30 de agosto de 1942, precisamente. Jamás el poder del Führer fue ejercido sobre tantos territorios y hombres como en aquel memorable día. Jamás Alemania estuvo tan cerca de tener al mundo entero en su puño.

Desde todo punto de vista una jornada ardiente.

El Afrika Korps de Rommel está en formación de batalla con las Pirámides en su línea de mira. El «Zorro del Desierto» ha reagrupado a sus fuerzas para una ofensiva que le valdrá El Cairo, Alejandría, el delta del Nilo y Suez, «la conquista suprema» escribe en su libreta de apuntes. Todo esto yace a menos de cincuenta kilómetros de sus vanguardias. Dentro de sus tanques, los soldados alemanes se sofocan en el horno del verano egipcio y aguardan el crepúsculo que les traerá el fresco y los fuegos artificiales, señal del ataque. Han recorrido kilómetros a través de un inhumano desierto que transforma a los tanques en parrillas. Hace meses que combaten contra un enemigo cada vez más numeroso y mejor armado. Han desparramado a lo largo de la ruta muchos camaradas muertos. Pero mañana, instalados en los bares de El Cairo, beberán cerveza inglesa y fumarán tabaco rubio.

Rommel está más cerca del Tcherek que de Roma, dos veces más cerca del Tcherek que de Berlín. ¡Prodigiosa guerra alemana! El Tcherek, afluente del Cáucaso, es el último obstáculo que se opone al avance de los tanques del general von Kleist hacia el petróleo de Bakú. Tres divisiones rusas defienden la ruta con sus cañones y sus armas automáticas. Kleist lanza un regimiento a través del río. El 30 de agosto de 1942, a las tres de la tarde, con una temperatura de cincuenta grados, los infantes del 394 de la infantería blindada de Hamburgo, trepan a sus lanchas de asalto y se dirigen hacia la orilla enemiga. El Tcherek tiene doscientos cincuenta metros de ancho y un caudal violento, lleno de remolinos. Cada obús ruso eleva una columna de agua y los cañones de asalto marran el tiro entre los efímeros pilares. Las ráfagas de ametralladora deshacen la cresta de las olas y siegan a los hombres cuando surgen de las espumosas aguas. Pero los hamburgueses ganan la orilla sur y hunden sus uñas en la arena, trepando hacia la margen donde forman filas. Resisten al primer contraataque soviético y esa noche la cabecera de puente permite esperar el último golpe que conducirá a los alemanes a Bakú. Los hombres del 394 han recorrido un largo camino desde que atravesaron el Bug polaco, quince meses atrás. Han combatido en la nieve espesa del invierno y chapaleado en el fango de la primavera. Ya no cuentan a los muertos, los lisiados y los que enloquecieron a causa de la guerra. Mañana llenarán los depósitos de sus carros blindados con el petróleo de los pozos caucasianos.

Ese domingo 30 de agosto, Hitler está en su Cuartel General de Vinnitza, en Ucrania, una barraca de tablas donde es más sofocante la temperatura que afuera. El Führer ya no aguanta el calor y no tardará en regresar a su refugio húmedo de Rastenburg, en Prusia Oriental. Pero es probable que la travesía del Tcherek y el inminente asalto del Afrika Korps le hagan olvidar ese día los rigores del verano ucraniano. Con los ojos afiebrados y la boca seca, seguramente se inclina sobre sus mapas en los que su voluntad inscribe en trazos de fuego y de sangre una de las más asombrosas hazañas militares de todos los tiempos; seguramente imagina ya el encuentro de los vigías de Kleist con los de Rommel en algún lugar cercano a Bagdad y su marcha común hacia el océano Índico, donde los aguarda la armada japonesa. Seguramente oye las salvajes palabras que cantan los tanquistas S. S.:

Los huesos podridos del mundo

tiemblan bajo nuestros pies.

Hitler cree que su sueño se hará realidad. Diez días atrás, el raid de los Canadienses sobre Dieppe sólo logró sembrar de cadáveres las playas. Hitler está convencido de haber rechazado un intento real de invasión. Es invulnerable en el Oeste. Al Este y en África asestará el golpe decisivo. El imperio del mundo está al alcance de su mano.

En Berlín hace menos calor que en el Cáucaso, menos calor que en Ucrania y en Egipto. Simplemente un hermoso día de verano. Olvidando la guerra cuyo viraje no sospechan, los berlineses juegan a la paz en los bosques que rodean a su capital. Muchas mujeres, niños y viejos, se sobrentiende, aunque también los de destinos especiales, los oficiales del Estado Mayor berlinés, los convalescientes, los que están con licencia y se preguntan si no sueñan…

Sobre el Wannsee, paraíso de los devotos de la vela, los barcos son menos numerosos que antes de la guerra; tanto mejor, es más divertido. Cuerpos tendidos sobre las tibias cubiertas, chapoteo de las olas contra los cascos, guitarras y armónicas que suenan en sordina, cantos que pasan de barco en barco; el sol, el agua, la paz, la dicha.

Balzac escribiría: «Pero un observador atento habría notado que…»

…que las tripulaciones pasaban de barco en barco y por razones que aparentemente nada tenían que ver con la tunantería; que animados conciliábulos eran sostenidos en torno a los hornillos donde las mujeres cocinaban patatas; que numerosas embarcaciones, una tras otra, atracaban junto al yate timoneado por un muchacho rubio, de gesto imperioso, así como los veleros de antaño iban a buscar órdenes al buque almirante.

Estos esparcimientos náuticos sirven de máscara a una conferencia plenaria organizada por Schulze-Boysen, timonel del velero almirante. Ha reunido en el Wannsee a treinta miembros de su red.

Uno se resistiría a creerlo si el hecho no estuviera consignado en el informe de la Gestapo y si un sobreviviente, Günther Weisenborg no atestiguara su veracidad.

En la noche del 30 de agosto, los hamburgueses se entierran en las trincheras que han cavado en la orilla sur del Tcherek. Durante cinco días resistirán el contraataque soviético. Luego darán la espalda al Oriente, cruzarán nuevamente el río y marcharán hacia Occidente para no detenerse hasta el día final de la guerra.

El fuego rojo cruza el cielo egipcio y los granaderos del Afrika Korps atacan una vez más a las «Ratas del desierto» del ejército inglés. Su ataque será cortado en seco por Montgomery, quien hace largo tiempo que prepara el castigo de El Alamein. Darán la espalda a las Pirámides y desharán el largo camino que esta vez los lleva a las alambradas del cautiverio.

Los juerguistas del Wannsee amarran sus barcos en los pontones y retornan a Berlín. Con el hermoso día terminan para ellos los placeres de este mundo. Sus nucas bronceadas por el sol están ahora prometidas a la cuerda o al tajo de la guillotina.

Al día siguiente, 31 de agosto, a las nueve de la mañana, un llamado telefónico interrumpió la tarea de Kludow. Según Flicke, de la Funkabwehr, descolgó el tubo y oyó estas palabras:

—Habla Schulze-Boysen. ¿Quería decirme algo?

Estupor de Kludow, a quien los jefes del Abwehr habían confiado bajo riguroso secreto los verdaderos nombres de los que él permitiera desenmascarar.

—Hola…, perdone…, he oído mal…

—Schulze-Boysen. Mi sirvienta me ha comunicado su mensaje. Debía llamarlo urgentemente. ¿De qué se trata?

—Hola…, mire…, sí…

—Hola…, escucho…

—Discúlpeme…, en realidad, ¿puedo preguntarle si su nombre se escribe con y o con i?

—Con y, naturalmente. Supongo que me equivoqué de número. ¿Usted no me llamó?

—Y bien…, no…, no lo creo…

—Sin duda es un error de la mucama. Habrá anotado un número inexacto. Discúlpeme.

—Por favor, no es nada.

Cuando Kludow comunicó a sus superiores la conversación con Schulze-Boysen, éstos supusieron que por exceso de trabajo había sufrido un colapso nervioso y que oía voces… Le hablaron de una licencia para descansar, pero el buen profesor negó la supuesta alucinación. Y acabó por convencer a sus jefes contándoles la pregunta que hiciera a Schulze-Boysen sobre la ortografía de su nombre. Desde que Kludow conocía su identidad el problema de la y o la i lo obsesionaba y en el estado de estupidez en que lo dejó la sorpresa la pregunta había salido de sus labios sin que tuviera conciencia de formularla.

Era convincente y catastrófico. Sin duda Schulze-Boysen, alertado, había querido lanzar un golpe de sonda telefoneando a la Funkabwehr. La pregunta de Kludow le confirmaba que había sido descubierto.

Advertidos, Panzinger y Koppkow pusieron el grito en el cielo. Les desgarraban la tela de araña en la que pensaban atrapar a toda la organización. Se veían forzados a actuar.

Harro Schulze-Boysen fue arrestado esa tarde. Koppkow inventó una treta para hacerlo salir de su despacho en el ministerio del Aire y evitar así el escándalo. Se lo detuvo en la calle y entre sus colegas fue desparramada la noticia de que se lo enviaba en misión secreta al exterior. Su mujer, Libertas, fue prendida pocos días después, al regresar de un viaje a Bremen. Al matrimonio Harnack lo detuvieron el 3 de setiembre en la estación balnearia donde pasaban sus vacaciones.

Una semana después de desatarse la persecución, los equipos de Panzinger y Koppkow habían amontonado a ciento dieciocho personas en los sótanos de la Prinz Albrecestrasse, sede de la Gestapo. Entre ellas, Horst Heilmann, colaborador estimado de Kludow y miembro activo de la Orquesta Roja. Porque Schulze-Boysen, bastante alocado como para celebrar mítines náuticos en el Wannsee, era hombre capaz de introducir un agente en la misma Abwehr, mejor aún, en su corazón, en su santuario: en el servicio de decriptado… ¡Asombroso jefe de red que suscita la hipérbole en el elogio como en la crítica! Pero veremos que Schulze-Boysen salía de lo común en todo terreno. El joven Horst Heilmann ha sido miembro de las Juventudes Comunistas primero, antes de pasarse al nazismo donde se destacó por su fanática devoción. Por eso lo eligieron para la central de radio de la Abwehr y luego para la sección ultrasecreta del decriptado. Entonces conoce a Schulze-Boysen y pega otro viraje, el último, porque le será fiel hasta la muerte. Recluta para él a otro miembro del servicio, Alfred Traxl. Durante un año le suministra los más preciados informes. ¿Cómo entonces no le dice nada acerca del equipo de Kludow y del descifrado del telegrama fatal? Es discutible. Algunos suponen que Heilmann se enteró el sábado 29 de agosto, cuando la mudanza, del descubrimiento de su jefe y su llamado telefónico habría tenido como objetivo darle la alarma y no prevenirlo de que no iría a la cita en el Wannsee. Pero en ese caso, ¿se habría limitado Heilmann a dejar un recado a la sirvienta? ¿No lo habría intentado todo para ver a Schulze-Boysen el sábado por la noche o en la noche del domingo al salir de su trabajo? Después de la jornada en el Wannsee, Schulze-Boysen fue a casa de un amigo berlinés, Hugo Buschmann, con quien conversó hasta las cuatro de la madrugada. Según Buschmann estaba «agotado, hambriento, y algo nervioso». Actitud normal si sentía que el cerco de la Gestapo se iba cerrando lentamente. Sin embargo, pidió a Buschmann que le arreglara un contacto con un diplomático croata en Zagreb; no se habría tomado este trabajo si se hubiera sentido al borde del arresto. Por lo tanto, Heilmann no lo había prevenido aún. ¿Ignoraba la visita de Schulze-Boysen a Buschmann y lo aguardaba en su domicilio? El peligro era tan grande que debió esperarlo hasta que regresara o ir a verlo a su ministerio a primera hora, suponiendo que Schulze-Boysen no hubiera regresado a su casa después de la visita a Buschmann. No, sin duda Heilmann conocía los progresos de Kludow pero debía ignorar la etapa decisiva, cuando «se captó» el mensaje del Director a Kent; el secreto no salió de los círculos superiores del Abwehr.

Ciento dieciocho personas detenidas. Desde los primeros interrogatorios Panzinger y Koppkow saben que todo el edificio reposa sobre dos pilares: Arvid Harnack y Harro Schulze-Boysen.

FICHA BIOGRÁFICA DE ARVID HARNACK

Nacido en 1901 en una familia consagrada desde varias generaciones atrás a los asuntos del Estado y a las obras espirituales. Su padre, el profesor Otto Harnack, es una autoridad en materia de literatura. Uno de sus tíos es mundialmente reconocido como uno de los mejores especialistas de la historia del cristianismo. Muchos parientes cercanos ocupan puestos de primer plano en la administración pública.

Después de la derrota de 1918, Arvid milita durante algún tiempo en una organización ultranacionalista, luego se convierte y para siempre, al comunismo.

En 1927 obtiene una beca Rockefeller y va a estudiar a los Estados Unidos economía e historia de los partidos políticos de izquierda. Ha escrito un libro: El movimiento sindical premarxista en los Estados Unidos. Estudiante en la Universidad de Wisconsin, entabla una relación amorosa con una joven norteamericana, Mildred Fish, profesora de literatura. Se casa y junto con ella regresa a Alemania.

En 1931 funda en Berlín «El Círculo de estudios sobre la economía planificada», donde se reúnen varias decenas de personalidades progresistas. La actividad del grupo es exclusivamente de orden científico. Pero al año siguiente, en 1932, veinticuatro miembros del Círculo, Harnack entre ellos, realizan un viaje de estudios organizado por la embajada rusa en Berlín. En el curso de este viaje, Harnack es recibido por los dos líderes del Komintern, Otto Kuusinen y Osip Piatnisky. Su devoción y grandes capacidades son advertidas por los altos jefes. ¿Aceptaría trabajar para Moscú? Harnack asiente.

En 1933, tras la toma del poder por los nazis, Harnack entra en el ministerio de Economía. Primero es Regierungsrat y luego promovido al rango de Oberregierungsrat. Se lo destina al servicio de relaciones económicas con Rusia, lo que legitima sus numerosas visitas a la embajada soviética en Berlín. Su mujer, Mildred, prosigue con los trabajos literarios, traduce al alemán las novelas Drums along the Mohawk, de Walter Esmond, y Lust for Life, de Stone. Le confían un curso sobre literatura norteamericana en la Universidad de Berlín.

En 1937 los Harnack hacen un viaje a los Estados Unidos. Los amigos les aconsejan que no regresen a la Alemania nazi y les prometen ayudarlos para que se instalen en América. Harnack considera que tal decisión equivaldría a desertar, pero no puede dar sus verdaderas razones y los amigos, cuando parte para Alemania, piensan que se ha pasado al nazismo.

En 1939 forma parte de la delegación alemana que negocia, en Moscú, los acuerdos previos al pacto germano-soviético. A su regreso a Berlín lo trasladan al servicio de relaciones económicas con los Estados Unidos.

Cuando estalla la guerra, Arvid Harnack es uno de los funcionarios más importantes del ministerio de Economía. Le basta hacer una pregunta para obtener todos los detalles inimaginables sobre cualquier sector de la vida económica alemana, incluyendo la producción de guerra.

FICHA BIOGRÁFICA DE HARRO SCHULZE-BOYSEN

Nacido en 1912[10] en una familia de aristócratas tradicionalmente monárquicos. Sobrino nieto del almirante von Tirpitz, gloria nacional alemana. Su padre, capitán de fragata, comandó un navío de alta mar durante la primera guerra mundial; durante la segunda era jefe de Estado Mayor del general que comandaba las tropas alemanas en Holanda.

A los diecisiete años, Harro ingresa en la «Jungdeutscher Order», organización nacionalista y conservadora que encarna las tradiciones y sentimientos de su familia. Pero durante los años de la Universidad se aparta de ella y, rechazando a la vez el nazismo y el comunismo, busca un «tercer camino» que conduzca a una revolución total de las estructuras de una sociedad que considera perimida (anticuada). Crea la revista El Adversario, cuyos colaboradores provienen de todos los horizontes políticos.

En 1933, cuando Hitler asume el poder, es arrestado por los S. S. por haber permitido que los comunistas escribieran artículos en su revista. Encerrado en una «prisión privada» de los S. S., es maltratado. Lo dejan en libertad tras las gestiones de sus parientes que ponen en movimiento la vasta y muy influyente red de sus amistades.

Luego ingresa en una escuela de aviación y no logra obtener su brevet de piloto. Se consagra entonces al estudio de los idiomas extranjeros y aprende el danés, el sueco, el italiano, el francés y el ruso.

En 1936 se casa con Libertas Haas-Haye, vástago de una ilustre familia alemana, nieta del príncipe Philippe von Eulenburg, familiar del Kaiser y héroe desdichado de un asunto de homosexuales que conmovió a la corte imperial. El mariscal Goering es testigo de la boda…

Poco después, gracias a su capacidad lingüística, y sobre todo gracias al apoyo del jefe de la Luftwaffe, Harro Schulze-Boysen ingresa en el «Instituto de Investigaciones Hermann Goering». Utilizando las posibilidades que le ofrece su nuevo cargo, colabora desde entonces en los servicios soviéticos de información. Les trasmite sobre todo, informes sobre los planes de las ofensivas franquistas en España y luego se sabrá que sus informaciones sirvieron eficazmente a la causa republicana. Por lo demás, en 1937, un amigo lo interroga sobre su trabajo en el «Instituto de Investigaciones», donde se le había encargado reunir información sobre la Unión Soviética. El amigo se asombra de su conocimiento íntimo acerca de los asuntos rusos y Schulze-Boysen suelta la risa y saca de su caja fuerte —la entrevista tenía lugar en su casa— un fajo de fotocopias. Las hojas están recubiertas por una caligrafía cirílica. «¿Ves? —dice Schulze-Boysen—, ¡el propio Tukhatchevski nos informa!». Cuando después el amigo se enteró primero del proceso seguido al mariscal y luego del trabajo cumplido por la Orquesta Roja, quedó convencido de que las informaciones trasmitidas por Schulze-Boysen habían contribuido a la caída de Tukhatchevski.

En 1936, Schulze-Boysen sentó las bases de su red. Reunió a seis amigos fieles, núcleo de lo que luego sería la sección berlinesa de la Orquesta Roja.

En 1940, sin abandonar su cargo en el Instituto de Investigaciones, es destinado a la sección de agregados de la Luftwaffe. Sus funciones le permiten conocer los informes secretos enviados por los agregados militares de la Luftwaffe desde todas las embajadas alemanas. Cuando le encargan un curso en la Academia de Relaciones Exteriores, reúne en torno a él a un grupo de estudiantes a quienes convierte en fieles discípulos.

Su mujer, Libertas, trabaja en el ministerio de la Propaganda, en el servicio de películas culturales.

Al estallar la guerra germano-soviética, Harro Schulze-Boysen ocupa una posición que le permite trasmitir a Moscú informes militares del más alto interés, sobre todo en lo concerniente a la Luftwaffe, puesto que se puede decir que ninguno de sus servicios tiene secretos para él. Con su mujer forman una pareja conocida por el Todo Berlín y su vida mundana los pone en contacto con las personalidades más eminentes del régimen.