Capítulo 17

17

De todas las maravillas de Lothern, el faro resplandeciente era una de las más famosas y magníficas. Alzándose del mar desde una isla rocosa al sur de Ulthuan, era una gran torre llena de miles de lámparas que según la tradición no podían apagarse nunca. En su base había poderosas fortalezas, cada bastión equipado con docenas de lanzadores de virotes y atendido por cientos de guerreros de la Guardia del Mar.

Diseñadas para proteger la Isla Esmeralda, que conducía a la propia Lothern, las fortificaciones se mezclaban de manera natural con los acantilados y rocas de la isla de un modo a la vez letal y estéticamente agradable. La Isla Esmeralda en sí era una poderosa fortaleza en forma de arco que cubría la distancia entre los colmillos de roca que formaban la boca del estrecho de Lothern. Una brillante puerta cerraba la ruta por mar a Lothern, aunque la habilidad de sus diseñadores permitía que pudiera abrirse rápida y suavemente cuando surgía la necesidad.

Las flotas de los asur navegaban libremente por las costas del sur de Ulthuan gracias a su protección, pues si algún barco era atacado podía huir hasta ponerse bajo la protección de las máquinas de guerra montadas en las murallas del faro y la Isla Esmeralda.

La primera advertencia del ataque vino cuando una serie de truenos lejanos sonaron en el sur y una niebla densa se acumuló alrededor del faro. El deslumbrante halo de las lámparas se fue apagando hasta que los vigías de la Isla Esmeralda, a casi una milla de distancia, sólo vieron un suave resplandor.

Una sombra acechante, como una montaña arrancada de la tierra y enviada al mar, apareció a la vista, con los restos de un navío plateado aplastado contra uno de sus flancos.

En el faro sonó un estallido de trompetas y luces mágicas destellaron en la noche que caía cuando los oteadores elfos reconocieron la montaña como una de las temibles arcas negras de los druchii.

Gritos de alarma pasaron de bastión a bastión y los guerreros corrieron a las almenas y cargaron los lanzadores con mortíferos virotes. Una hueste de máquinas de guerra enemigas, conocidas como segadoras, una maligna corrupción de los nobles lanzadores de virotes de los asur, aparecieron en el arca y enviaron andanadas de serrados dardos de hierro desde las alturas. Cientos de proyectiles surcaron el aire y, sin protección por arriba, docenas de guerreros elfos cayeron y media docena de lanzadores de virotes fueron convertidos en ruinas.

Ardientes bolas de fuego de magia oscura surgieron de las altas torres torcidas del arca y explotaron contra el faro. Como una lluvia horizontal, el fuego púrpura de los hechiceros druchii golpeó los bastiones de mármol de la isla, quemando la carne de los guerreros y fundiendo la piedra como si fuera cera.

Grandes huecos se abrieron en las murallas de la isla y muchos valientes guerreros murieron cuando las paredes se desplomaron. El arca negra embistió contra la isla del faro resplandeciente con la fuerza de continentes en colisión, y de la roca surgieron varias rampas de abordaje. Cientos de guerreros druchii salieron del interior de la colosal fortaleza negra. Las hojas de sus espadas reflejaban la luz del faro.

La feroz batalla dio comienzo cuando la Guardia del Mar de lord Aislin corrió a cubrir los huecos abiertos en sus defensas por la magia druchii. Los gritos y el entrechocar de las espadas resonaron sobre el mar.

A pesar de la matanza causada por los druchii, los defensores de Lothern se recuperaron fácilmente de la sorpresa y combatieron con toda la habilidad y la ferocidad de su raza. Cientos de máquinas de guerra respondieron al arca negra y los druchii fueron barridos de sus baluartes de roca por una lluvia de dardos letales.

Los virotes mágicos de fuego blanco conjurados por los magos del faro estallaron en la proa del arca negra y la roca se vitrificó en cristal brillante allí donde era alcanzada. La batalla en el faro resplandeciente fue feroz. Los soldados de lord Aislin luchaban cara a cara contra sus ancestrales enemigos y ningún bando ofrecía cuartel.

La Puerta Esmeralda gimió cuando las enormes válvulas de bronce situadas a cada lado de la enorme fortaleza empezaron a girar y, aunque parecía imposible que tan inmensos portales pudieran moverse, se abrieron suavemente para revelar el estrecho de Lothern y una deslumbrante flota de barcos.

La flota élfica surcó las aguas verde oscuro, dirigiéndose al océano para enfrentarse al enemigo. Cientos de navíos atravesaron la puerta, las velas blancas brillando al sol de la tarde y las cubiertas destellando con ejércitos armados. Semejante flota era más que capaz de destruir una arca negra, y los guerreros de la Puerta Esmeralda contuvieron su fuego al ver las naves de la flota élfica unirse a la batalla.

Pero cuando la niebla se disipó ante el faro, pronto quedó claro que el arca negra no había venido solamente a Lothern para hacer la guerra.

* * *

El capitán Finlain contempló expectante cómo las brumas se abrían ante el Orgullo de Finubar y vio la magnitud de la flota druchii que se acercaba. La tensión de su mandíbula fue el único signo externo de su preocupación, pues no quería que su inquietud se transmitiese a la tripulación. Aunque era difícil asegurarlo, Finlain calculó que casi trescientos barcos surcaban las aguas en dirección a la Isla Esmeralda. Barcos cuervo armados con horribles lanzadores de virotes y rampas de abordaje guiaban la flota en formación de cuña con la punta enfilada directamente hacia su navío.

Tras las naves de guerra venía un puñado de grandes galeras de alta borda y multitud de cubiertas. Sin duda estos barcos estaban repletos de guerreros druchii, y Finlain anheló hallarse entre estos barcos, donde su recién montada garra de águila causaría un caos temible. Pero el plan de lord Aislin tenía otra función para el Orgullo de Finubar

Docenas de naves de combate seguían a las galeras druchii en fila, pero los vigías del palo mayor habían informado que se había abierto una distancia demasiado amplia entre las galeras y esta última línea de barcos para ser una retaguardia verdaderamente efectiva.

Los truenos resonaban en el cielo y el destello de los relámpagos lo riñó brevemente de azul. Cayeron las primeras gotas de lluvia y Finlain pudo sentir que la marea bajo su barco ganaba fuerza.

Finlain sonrió.

—¿Qué es lo que te parece divertido de todo esto? —preguntó Meruval, el navegante.

—Los druchii son guerreros temibles, pero no son marinos —respondió Finlain.

—¿Cómo lo sabes?

—Esos barcos son claramente nuevos, ¿no? Normalmente combaten en el mar con esas malditas fortalezas flotantes, pero aún tienen que aprender a luchar bien en un bajel de guerra.

—Y nosotros les enseñaremos cómo se hace, ¿no es así? —dijo Meruval, girando ligeramente el timón del Finubar para mantener el barco en rumbo.

—Vaya si lo haremos —respondió Finlain.

Miró a babor y estribor, satisfecho de que los otros capitanes siguieran el plan de lord Aislin, tan rápidamente preparado. A pesar de lo improvisado de su naturaleza, Finlain tuvo que admirar la instintiva comprensión del almirante acerca de lo que intentaban los druchii y cómo podía ser contrarrestado.

Los barcos de los elfos avanzaron bajo la lluvia para recibir a los druchii, maniobrando perfectamente en línea mientras los barcos de los flancos navegaban un poco adelantados respecto al centro. A medida que la distancia entre las dos flotas se fue cerrando, Finlain dirigió una mirada a la izquierda, de donde llegaban los sonidos de la furiosa batalla que tenía lugar en las pendientes del resplandeciente faro.

—Que Asuryan os dé fuerzas, hermanos —susurró, sabiendo que, por el momento, los guerreros no podían contar con nadie más. Las ardientes explosiones de luz mágica y el sonido metálico de las espadas parecían dolorosamente leves para lo que sin duda debía ser una desesperada lucha a muerte.

Dejó de pensar en esa batalla y se concentró en el baño de sangre y el horror en el que su propio barco y sus guerreros iban a enzarzarse pronto. Las cubiertas del Orgullo de Finubar estaban repletas de miembros de la Guardia del Mar con brillantes cotas de malla de ithilmar y sus velas chasqueaban y se hinchaban con los vientos borrascosos.

—Vienen rápido —advirtió Meruval.

—Bien —asintió Finlain—. Su odio los impulsará más rápido que ningún viento de tormenta.

Su experimentado ojo observó la cuña de barcos druchii avanzando mientras sus tripulaciones maniobraban bajo el viento con más pericia de la que había esperado, y se advirtió a sí mismo no subestimar a los marineros druchii.

La amenazante cuña de barcos oscuros avanzaba ante el cuerpo principal de las galeras, sin duda esperando atravesar la delgada línea de navíos elfos y dispersarlos antes de volver a cebarse en ellos como una manada de lobos.

«Creo que estáis a punto de conseguir vuestro deseo», pensó Finlain mientras asentía a Meruval.

Más cerca ya, los barcos druchii parecían las oscuras aves por cuyo nombre se las conocía. Sus proas eran ganchudas y las rampas de abordaje con picas de hierro forjado estaban dispuestas para golpear la cubierta de sus presas. El brillo del faro se reflejó en cientos de espadas y Finlain se estremeció al imaginar a estos guerreros penetrando las defensas de Lothern.

Ya casi tenían encima a los barcos druchii y Finlain sabía que tenía que juzgar el siguiente momento con precisión exacta. Demasiado pronto, y los druchii advertirían sus intenciones; demasiado tarde, y serían superados y destruidos.

La espuma blanca rompía contra las esbeltas quillas de los barcos cuervo, lanzando chorros de agua oscura sobre las cubiertas, y Finlain pudo ver que las tripulaciones de segadores se disponían a soltar sus letales andanadas de dardos negros.

Se volvió hacia Meruval.

—Ahora, amigo mío.

El navegante hizo girar el timón y el Orgullo de Finubar viró violentamente a babor. A cada banda, todo el centro de la flota elfa pareció danzar en el mar. Los marineros corrieron a izar los cabos y girar las velas para recoger los mismos vientos que la flota druchii y la cubierta se convirtió en un hervidero de actividad.

El Orgullo de Finubar se escoró en el agua verde, levantando una oleada sobre su cubierta ante tan violenta maniobra, pero a Finlain no le preocupaba. Momentos más tarde, su barco apuntaba hacia la Puerta Esmeralda, con las velas hinchadas por los fuertes vientos del sur mientras empezaba a llover copiosamente.

Como potros liberados del establo, El Orgullo de Finubar y un centenar de otros barcos regresaron veloces hacia Ulthuan con las naves cuervo detrás.

—¡Bien hecho! —exclamó Finlain al oír el tañido entrecortado de las segadoras al disparar. Miró por encima del hombro y vio los largos y afilados virotes pasar por encima de ellos bajo la lluvia y luego caer al mar a menos de un tiro de piedra.

Los barcos druchii continuaron persiguiéndolos, impulsados por el odio.

—Bueno, decididamente vienen ahí atrás… —dijo Meruval.

Finlain asintió, viendo con torva satisfacción cómo las naves élficas de los flancos de lo que antes era su línea avanzaban hacía la abertura recién formada, y que se ensanchaba por segundos, entre las naves cuervo que los perseguían y las galeras.

—Están reaccionando exactamente como predijo lord Aislin —afirmó Meruval.

—Esperemos que continúen haciéndolo —respondió Finlain.

* * *

Avelorn. Dominio mágico de la Reina Eterna y el más antiguo de los reinos élficos.

Todos los relatos que Caelir podía recordar del reino encantado del bosque habían fracasado espectacularmente al describir la belleza y la sensación que experimentaba cada vez que inhalaba las celestiales fragancias que notaban en el aire. En todas partes había maravillas para los sentidos: visiones que admirar, olores que saborear y sonidos en los que deleitarse.

Música y canciones seguían a la compañía a través del bosque, algunas de ellas creaciones de Caelir y otras del propio bosque. Un aire de emoción apenas contenida se había apoderado del grupo cuando cruzaron el río en la linde del bosque, y Caelir experimentó una potente sensación de la antigua magia que acechaba bajo los seductores encantos de esta tierra.

El aire se llenó de la noticia de su paso y las historias de sus canciones, y cada vez que llegaban a la cima de una colina o entraban en una parte distinta del bosque, sus habitantes venían a recibirlos con vino y solicitudes de diversión.

Para Caelir, el viaje al norte había sido de excitación y despertar, y se había relajado en la rutina de charlar y reír con sus amigos viajeros durante el día y después disfrutar del lujo de la comida caliente y una cama blanda por la noche. El salvaje esplendor de la llanura Finuval había dado paso por fin a los bosques de las afueras de Avelorn, y Caelir había actuado en la alfombra para la compañía viajera varias veces, descubriendo otros talentos de los que previamente no era consciente. Recitó largas epopeyas olvidadas de Aenarion, tocó dolorosos lamentos de la época de Morvael y cantó con Lilani varias de las óperas de Tazelle.

La presencia de tanta belleza mantenía a raya las preocupaciones del mundo, y la sangre y la muerte que habían rodeado a Caelir desde que despertara parecieron retroceder a la parte más profunda de sus pensamientos.

Los días pasaron en una mezcla de canciones y maravillas, y cada vez que Caelir pensaba que su capacidad para sorprenderse se había agotado, veía otra maravilla más que lo dejaba sin habla de puro deleite. En los claros iluminados por el sol veía doncellas elfas vestidas con deslumbrantes sayas de bruma a lomos de unicornios; grandes águilas de plumas doradas volaban sobre el dosel del bosque, y cuando descendieron a los huecos en sombras oyeron el crujido de pesados pasos que, según Lilani, pertenecían a uno de los antiguos hombres árbol del bosque.

La bailarina era una amante de raro vigor y no tenía ningún reparo en contarle a los demás las habilidades del propio Caelir. Las noches en que el vinoensueño fluía y las ardientes actuaciones inflamaban la sangre de la compañía, tomaban otros amantes en el calor de la pasión, y preocupaciones tontas como los celos y la moralidad se volvían irrelevantes cuando había en el aire tanta belleza.

Esa conducta contradecía la vida disciplinada de los asur que Caelir recordaba, pero no era capaz de pensar que estaba mal.

Había hablado de esto cuando la compañía se internó en el bosque de la Reina Eterna, y por respuesta Narentir le explicó la filosofía del grupo. Estaban sentados en uno de los asientos tapizados de uno de los carromatos y Lilani cabalgaba el negro corcel de Caelir y escuchaba con irónica diversión su conversación.

—En realidad es muy sencillo, mi querido muchacho —dijo Narentir—. Negarte los placeres de los sentidos es negar a tu alma su alimento. ¿Por qué nos habrían dado los dioses esta capacidad para el placer sensual y el disfrute si no fuera para usarla?

—No lo sé —respondió Caelir—. Creo que no soy un gran filósofo.

—Tonterías, muchacho —replicó Narentir, pasando un brazo sobre sus hombros—. La vida es dura y cada año que pasa se hace más dura. Los piratas norse atacan por el mar y cada día se liberan nuevos horrores sobre el mundo. Pero nada de eso nos preocupa.

—¿No?

—No, pues no somos ni héroes ni guerreros, ¿verdad? Somos bailarines, poetas, músicos y cantantes. ¿Qué utilidad podríamos tener en tiempos de crisis? Gente como nosotros no lucha en las guerras: Sólo celebramos a aquellos que lo hacen con canciones y poemas. Sin gente como nosotros, no habría nada por lo que mereciera la pena vivir. Sin canciones ni cantantes para darles voz, sería un mundo blando y soso. ¿Por qué dejar entonces que las preocupaciones del mundo cuelguen de nuestros hombros cuando hay elfos como ese tipo rubio que vimos pasar con los espléndidos caballeros plateados que pueden hacerlo por nosotros?

Caelir recordó al guerrero del casco alado que había pasado al galope hacía varios días, y la extraña sensación de júbilo que se apoderó de él cuando pasó de largo aún flotaba en su memoria. Sólo más tarde se dio cuenta de que el guerrero no era otro que el príncipe Tyrion, y deseó haber saboreado la visión de una figura tan legendaria.

—Pero todo el mundo debe contribuir al bien mayor —protestó Caelir, devolviendo sus pensamientos al presente—. Las levas ciudadanas, por ejemplo.

Narentir sacudió la cabeza.

—Querido muchacho, ¿me ves como soldado?

—Tal vez ahora no, pero debes de haber pasado algún tiempo en la leva.

—Lo hice, lo hice, es verdad. Pasé un verano horrible en las filas de la leva de Eataine y fui un guerrero terrible. Más peligroso para mis camaradas que el propio enemigo, no te quepa ninguna duda. Cada uno de nosotros tiene un lugar en el mundo, Caelir, y tratar de encajar donde uno no pertenece es un desperdicio. Cuando me di cuenta de esto, me entregué al placer absoluto y reuní a mi alrededor almas similares para buscar gratificación en todas las cosas.

»Naturalmente, la gente obtusa desaprueba la existencia de licenciosos como nosotros, declarando que apenas somos mejores que el Culto del Placer.

Caelir abrió los ojos de par en par ante la mención de la oscura secta iniciada por la Hechicera Bruja muchos miles de años atrás. Sus devotos se refocilaban en todo tipo de sórdidos caprichos y deseos, sondeando profundidades de locura nunca imaginadas, y las historias de sus excesos aún se relataban como cuentos de advertencia para los jóvenes.

—Veo que has oído ese nombre, querido muchacho, pero nosotros no somos como esos terribles monstruos, sino meros actores que desean obtener cada momento de sensación y disfrutar de nuestra pasión por las artes. Te lo pregunto: ¿parecemos el tipo de gente que se dedica a hacer sacrificios de sangre?

Caelir se echó a reír.

—No, desde luego que no.

—Gracias —sonrió Narentir—. Y como estaba claro que no nos querían en Lothern, decidimos venir al único lugar de Ulthuan donde sabíamos que seríamos bienvenidos.

—¿Y qué piensas hacer ahora que estás aquí?

—¿Hacer, mi querido Caelir? —preguntó Narentir—. No pretendo hacer nada. Simplemente pretendo ser. Cantar canciones y contar historias maravillosas, hacer el amor bajo las estrellas y formar parte de la corte de la Reina Eterna.

—Y convertirte en uno de sus escuderos… —apuntó Lilani.

Narentir soltó una carcajada.

—Quizá incluso eso, querida, quizá incluso eso. Pues esto es Avelorn, ¿y quién puede imaginar qué milagros son posibles bajo sus ramas?

* * *

Las galeras druchii eran navíos monstruosos, altos de borda y de casco oscuro, construidos en los infernales astilleros de Clar Karond. Su línea de flotación era baja, tal era el peso de los guerreros que transportaban, y no mostraban nada de la gracia habitual de las manos élficas, ni siquiera de los druchii, pues habían sido construidas con el trabajo sangriento de los esclavos. Eran simplemente cascos cuya misión era transportar guerreros a otra tierra y no traerlos de vuelta.

Los barcos águila que navegaban en los flancos de la línea élfica eran lobos en un rebaño de ovejas adormiladas, pues su velocidad y maniobrabilidad les permitía abrirse paso entre las líneas de navíos y atacar con virtual impunidad. Los ballesteros druchii disparaban dardos de hierro desde detrás de las bordas protegidas, pero los barcos águila bailaban sobre las olas más allá de su alcance.

Los pesados virotes plateados de los lanzadores de garra de águila aplastaban el maderamen de las galeras, causando el caos en las cubiertas de abajo mientras eliminaban a docenas de guerreros con cada impacto. Ráfagas de dardos más pequeños barrían las cubiertas de los barcos druchii, tiñéndolas con rojos ríos de sangre.

Los magos elfos lanzaban ondulantes cortinas de fuego desde los castilletes de los barcos águila, y la madera calafateada de los cascos estallaba en llamas. Las nubes de tormenta reflejaban la luz de la batalla como un odioso brillo anaranjado, y sólo la lluvia salvaba muchos de los barcos de la inmolación instantánea. Los navíos druchii trataban de navegar unos cerca de otros para protegerse, pero contra la velocidad y habilidad de los capitanes elfos no había nada que pudieran hacer, sino sufrir las andanadas de flechas de pluma azul y los virotes letales que atravesaban sus cascos y masacraban a sus guerreros.

Los barcos águila se internaban entre la vacilante tropa de galeras como depredadores de la jungla, no concediendo ningún respiro a la matanza. Las llamas saltaban de un barco a otro mientras las velas ardientes eran capturadas por el viento e incendiaban otros barcos.

El maderamen crujía mientras los cascos druchii se hacían pedazos y vertían al mar su carga de guerreros. Los druchii gritaban al caer a las aguas oscuras iluminadas por las llamas, y manoteaban frenéticamente cuando sus armaduras los arrastraban al fondo del océano.

El flanco este de la flota de lord Aislin empujó a muchos de los lentos transportes hacia los acantilados de Ulthuan, donde serían destruidos por los arrecifes sumergidos.

La retaguardia de la flota druchii, al ver la horrible matanza desencadenada contra las galeras, avanzó, y de repente los barcos águila se enfrentaron a un enemigo que tenía dientes y podía contraatacar.

Los barcos cuervo eran más grandes que los de los asur, pero no menos maniobrables, y la batalla degeneró en un sangriento duelo de proyectiles mortales cuando las dos flotas corretearon entre las galeras ardientes y se persiguieron entre las nubes de humo y el oleaje.

Hasta ahora, los barcos águila habían tenido la batalla a su favor, pero los barcos cuervo no eran la sencilla presa que habían sido los galeones de transporte.

Los hechiceros druchii congelaron las aguas alrededor de los navíos elfos, que fueron hechos pedazos por lluvias de virotes o abordados por los guerreros al ataque. Las rampas de asalto druchii golpearon los cascos de los navíos águila atrapados, y los guerreros lucharon a muerte en las cubiertas manchadas de sangre de sus barcos.

El fuego hechicero arrasó muchos de los barcos águila y los envió al fondo del mar cuando éste entró en sus prístinos cascos. La retaguardia al ataque se cobró un precio terrible en los barcos águila, pero en inferioridad numérica y sin la fuerza añadida que protegía su vanguardia, los barcos águila aún podían ganar la batalla.

* * *

A través de la lluvia, el capitán Finlain podía ver las murallas de fuego tras los barcos cuervo que los perseguían. Los barcos de los flancos de lord Aislin estarían sembrando la destrucción entre las lentas galeras de transporte, y los guerreros druchii se hundirían con sus naves.

Ese pensamiento le hizo sonreír.

La retirada fingida había atraído a la cuña de barcos druchii y sabía que había llegado el momento de dar media vuelta y luchar. El flanco necesitaría su apoyo si querían ganar la batalla.

Pero primero había que hundir los barcos druchii que tenía a popa.

—¿Cuántas crees que son? —le gritó a Meruval.

El navegante echó una ojeada por encima del hombro.

—Unas sesenta o así.

Finlain asintió, coincidiendo con la apreciación de Meruval. Sesenta barcos de guerra armados no eran una fuerza que subestimar, pero él tenía más barcos y los mejores marineros del mundo a sus órdenes.

Y pronto, cuando se volvieran contra sus perseguidores, tendría el elemento sorpresa.

La lluvia y el viento aumentaban de potencia e intensidad, pero él había surcado los océanos del mundo durante el tiempo suficiente para saber cómo usar esas cosas.

—¡Meruval, prepárate para virar de bordo! —gritó por encima de los vientos ululantes—. ¡Es nuestro turno de ganar gloria y honor!

—¡Gloria y honor, sí, señor! —respondió Meruval mientras Finlain marchaba entre los ansiosos guerreros que ocupaban la cubierta. La lluvia pegaba sus túnicas contra las armaduras y las puntas plateadas de sus lanzas brillaban con diamantes de humedad.

Saludó con la cabeza a los guerreros al pasar, confiado en que aplastarían la flota druchii y la enviarían al fondo del océano junto con cada una de sus tripulaciones. Estaban casi al alcance de los poderosos lanza-virotes de la Puerta Esmeralda, y cuando lo estuvieran del todo haría girar los barcos de la flota elfa para enfrentarse a sus perseguidores tan rápidamente como habían huido de ellos.

Capturada entre un enemigo renacido y los letales virotes de la Puerta Esmeralda, la destrucción de los druchii sería rápida e implacable.

Finlain miró al cielo cuando oyó un resonante chasquido en el aire y esperó el latigazo del relámpago un segundo más tarde. Los cielos permanecieron absolutamente oscuros y el capitán entornó los ojos asombrado, pero descartó aquello de su mente cuando Meruval lo llamó desde el timón.

—¡Capitán! ¡Ven rápido!

Al oír la alarma en la voz de Meruval, Finlain cruzó corriendo la cubierta y subió los escalones hasta la tolda del timonel. Miró a popa y vio con horror que los druchii se volvían para unirse a la batalla entre el flanco de los barcos águila y la retaguardia enemiga.

—¿Qué están haciendo? —gritó mientras las naves cuervo se alejaban de sus barcos.

—¡Parece que no pican nuestro anzuelo! —aulló Meruval.

—¡Rápido! ¡Vira! —gritó Finlain.

El Orgullo de Finubar giró y su esbelta proa se abrió paso a través de una muralla de agua mientras empezaba a virar de bordo. Los otros capitanes habían visto lo mismo que Finlain y también hacían volverse a sus barcos.

Una persecución distaba mucho de ser la forma ideal de librar una batalla en el mar, pero Finlain vio que no tenían más remedio. Si los barcos enemigos que tenían que ser destruidos a sus manos podían añadir sus fuerzas a la furiosa batalla que se desarrollaba ante ellos, todo estaba perdido.

Una vez más Finlain oyó el resonante chasquido del aire sobre él, pero cuando alzó de nuevo la mirada advirtió que no había trueno, sino una monstruosa forma oscura que se deslizaba entre las nubes.

Corrió a la borda del Orgullo de Finubar cuando vio la oscura forma salir de las nubes y cernirse sobre el barco plateado que tenía al lado.

Una aterradora silueta reptiliana, enorme y escamosa, desplegó sus poderosas alas en la oscuridad y agarró el mástil del barco con sus patas traseras rematadas por espolones. La madera se quebró con estrépito cuando el barco fue izado y la quilla se partió bajo la tensión.

El corazón de Finlain se convirtió en un bloque de hielo cuando el colosal dragón negro quedó iluminado por un destello de trueno azul. Su gran cabeza cornuda se abatió y un puñado de elfos fueron atrapados en sus fauces. La sangre corrió entre sus colmillos cuando mordió, y Finlain se obligó a actuar.

—¡Preparad la garra de águila! —gritó mientras sus arqueros apuntaban a la terrorífica bestia que creaba un torbellino en el aire con sus amplias alas.

Un relámpago de luz violeta brotó tras la colosal cabeza del dragón y Finlain atisbó la breve imagen de un gigante con una armadura oscura sentado entre las escamas del rugiente monstruo. Unos fríos ojos verdes brillaban tras el yelmo de la figura, y Finlain supo que sólo había un habitante de Naggaroth que encarnara semejante imagen de odio y maldad.

No era un mero príncipe druchii…

Era el mismísimo Rey Brujo.

El dragón batió las alas y voló hacia otro barco, por fortuna no el Orgullo de Finubar, y abrió las fauces y de su boca emergió una nube de siseantes vapores. Finlain vio con horror cómo la tripulación caía sóbrela cubierta gritando, la piel derritiéndose en sus huesos y los pulmones ardiendo ante el corrosivo aliento del dragón.

Las flechas volaron hacia la gran bestia, pero contra su oscura piel no fueron más que una molestia, y su diabólico jinete lanzó rayos que incendiaron los barcos cada vez que agitaba sus manos engarriadas. La tripulación de Finlain fue capaz de lanzar un virote contra el monstruo lampante, pero el poder de su jinete lo protegió y el virote se convirtió en cenizas antes de alcanzarlo.

Unos cuantos capitanes trataron de alejarse de la matanza y llegar al flanco de los barcos águila, pero el dragón y su abominable jinete aniquilaron sus esfuerzos, aplastándolos y masacrando a sus tripulaciones. Barco tras barco, se astillaron e hicieron pedazos bajo el ataque, y Finlain vio que nada podía alzarse contra una fuerza tan cruda y violenta.

—¡No podemos luchar contra esto! —gritó Finlain—. Meruval, llévanos de vuelta a la Isla Esmeralda.

El Rey Brujo y su rugiente dragón causaron estragos entre la flota de lord Aislin, y el ensañamiento con que destrozaron a cada una de sus víctimas permitió que unos pocos barcos sobrevivientes viraran y regresaran a Ulthuan.

Junto con un puñado de barcos águila, el Orgullo de Finubar huyó de la masacre que volvía rojo el océano, y Finlain comprendió que, sin apoyo, los barcos águila que seguían luchando pronto estarían en el fondo del océano.

A través del humo y las llamas de la batalla, Finlain pudo oír los sangrientos cánticos de victoria de los druchii mientras luchaban en las murallas del faro resplandeciente. La luz en lo alto del faro titiló un momento en la oscuridad de la tormenta, como luchando por seguir viva.

Finlain cerró apenado los ojos cuando la luz chisporroteó y murió.

El Orgullo de Finubar cruzó las grandes murallas arqueadas de la Puerta Esmeralda y su capitán susurró:

—Perdonadnos…

La primera batalla por Lothern se había perdido.