Capítulo 12

12

Después de la batalla alrededor de la Torre de Hoeth, Eldain tuvo poco tiempo para procesar el hecho de que Caelir estuviera vivo. Con el restablecimiento de los hechizos que canalizaban la magia de Saphery a través de la torre, la paz se había asentado una vez más en la tierra de la magia.

Los incendios seguían humeando y oscuras cicatrices marcaban el bosque donde la potencia mágica había arrasado los árboles. Los maestros de la espada recogieron los cuerpos de los caídos y cubrieron a cada guerrero con sus propias capas manchadas de sangre. Lágrimas y canciones de dolor resonaron por todo el bosque violado cada vez que encontraban un nuevo cadáver, y Eldain ayudó en lo que pudo.

Se mantuvo ocupado para evitar pensar en lo que había visto, incapaz de creer que su hermano menor estuviera, en efecto, vivo. Juntos, Yvraine y él llevaron el cuerpo de un maestro de la espada a la torre mientras que Rhianna se quedaba sentada en la linde del bosque donde Caelir había desaparecido. Tenía la cabeza gacha y Eldain no podía ni imaginar qué sentía.

—Deberías ir con ella —dijo Yvraine.

—¿Y decirle qué?

—No tienes que decirle nada.

Eldain asintió y la ayudó a colocar el cadáver que llevaban junto a los demás.

Un escalofrío penetró el alma de Eldain cuando advirtió el verdadero coste de la batalla.

«Tantos muertos…»

Fila tras fila de magos y maestros de la espada muertos, tantos que resultaba inconcebible. Los maestros de la espada se contaban entre los mejores guerreros de Ulthuan, y ver a tantos de ellos muertos conmocionaba profundamente a Eldain.

—Discúlpame —dijo, y se dio media vuelta y se dirigió hacia Rhianna con pasos pesados.

Su esposa parecía más pequeña, como si una parte de ella se hubiera marchado a lomos de Lotharin con Caelir. Eldain se preguntó si Caelir había elegido el caballo deliberadamente o si fue simplemente que el destino había decidido burlarse de él haciendo que su hermano escapara a lomos del caballo del que lo había traicionado.

Se arrodilló junto a ella y le puso una mano en el hombro.

—¿Rhianna?

—Está vivo, Eldain —dijo ella sin volverse—. ¿Cómo es posible?

—No lo sé —replicó Eldain, inseguro de qué respuesta buscaba ella.

Rhianna se volvió a mirarlo y vio lágrimas en sus ojos.

—Me dijiste que estaba muerto, Eldain —dijo. Él buscó algún reproche en su tono, pero no encontró ninguno, simplemente una necesidad de respuestas. Respuestas que no podía dar.

Sabía que tenía que hablar, así que lo hizo.

—Yo… creía que lo estaba. Sucedió tan rápido… Salimos cabalgando de Clar Karond y mataron a su caballo. Volví grupas para recogerlo, pero lo alcanzaron los virotes de las ballestas druchii y cayó.

—Pero ¿lo viste morir?

Eldain negó con la cabeza y cerró los ojos, reviviendo aquella noche maldita en que cargaron contra los muelles de Clar Karond y quemaron docenas de barcos druchii atracados. Las llamas arañaban el cielo y el humo cubría la luna mientras el fuego se extendía por los muelles. Recordó la mano de Caelir extendida hacia él, el resplandor del fuego en el anillo de compromiso que Rhianna le había dado.

—Los druchii estaban por todas partes —dijo—. Vi caer a Caelir atravesado por los virotes. Quise auxiliarlo, pero si me hubiera quedado me habrían matado a mí también.

Rhianna oyó el dolor de su voz y los agobiantes recuerdos de esa noche. Le cogió la mano y la fuerza de la culpa que se alzaba en él le hizo querer apartarla. Pues la pena que veía en sus ojos no era sólo por ella misma: lo incluía a él.

Una abrumadora urgencia por confesar su crimen surgió en su interior, pero resistió la necesidad de contarle la verdad. Por mucho que pesara la culpa, aún deseaba lo que su traición le había conseguido, y se odiaba a sí mismo por esa debilidad.

No se había dado la vuelta para recoger a Caelir, sino que lo había abandonado a los druchii…

Prácticamente había asesinado a Caelir para recuperar a la mujer que amaba.

La mujer que su hermano le había robado.

Ese autoengaño había mantenido a raya la mayor parte de la culpa, pero enfrentado a la realidad de su crimen descubrió que no podía justificar lo que había hecho, no importaba cuántas veces se dijera a sí mismo que había actuado por amor.

Alzó la cabeza al oír acercarse pasos, medio esperando ver a Caelir venir hacia él clamando venganza con una hoja desnuda.

En cambio, vio a un alto mago de largo pelo dorado sujeto por un aro de plata y una gema en la frente. Su túnica era de color azul cobalto y llevaba un cinturón de oro y gemas. Tras el mago se hallaba Yvraine, la gran espada envainada a su espalda una vez más.

Eldain lo saludó con la cabeza al reconocerlo y se puso en pie ante el mago.

—Me alegra el corazón verte, Eldain —dijo el mago.

Él inclinó la cabeza.

—Me honras, maestro Ciervo de Plata.

El mago se volvió hacia Rhianna, y ella se puso en pie y nuevas lágrimas le corrieron por las mejillas.

—Padre —dijo Rhianna.

* * *

Tras dejar el bosque atrás, Caelir se dirigió al norte, consciente de que podrían estar persiguiéndolo. Después de la inicial huida a lo loco, había tenido más cuidado ocultando su ruta, pero había poca necesidad: el corcel negro que montaba era tan firme y ansioso como no podía recordar y no dejaba virtualmente ningún signo de su paso.

El camino lo llevó a través de las rocosas llanuras al pie de las Montañas Annulii, por estrechos senderos y peligrosos desfiladeros repletos de ramas espinosas y plantas floridas de todos los colores y aspectos. Tan cerca de las montañas, incluso la maleza estaba preñada de energías mágicas, y Caelir comprendió por qué a Anurion le fascinaba tan fecundo crecimiento.

«Anurion…»

Las lágrimas corrieron una vez más por el rostro de Caelir al pensar en los terribles y sangrientos acontecimientos de la Torre de Hoeth.

Kyrielle Verdetez estaba muerta y él la había matado.

Si no por su propia mano, al arrastrarla al desastre que era su vida.

La imagen de sus rasgos derretidos mientras se le escapaba la vida acecharía sus sueños mientras viviera, y supo que nunca podría compensar haber privado al mundo de su alegre espíritu.

Los jardines de Anurion el Verde florecerían con menos brillo sin ella, y juró plantar una flor en su memoria cuando llegara a su destino.

Avelorn.

El reino de la Reina Eterna era ahora su única esperanza, pues su magia estaba unida al ciclo mágico de curación y renovación de Ulthuan. Cuando la Reina Eterna reía, el sol brillaba más, y cuando lloraba los truenos resonaban en los cielos.

Lo que la magia de Teclis había liberado, la suya sin duda podría deshacerlo…

Pasó el tiempo, aunque no pudo decir cuánto, pues no tenía derecho a alzar la cabeza para mirar el rostro del sol. Las montañas quedaron a su derecha y las nubes se congregaban sobre el Mar de los Sueños a su izquierda, y aunque sin duda estaba más allá del horizonte, le parecía poder ver una fina línea de bosque verde esmeralda ante él.

Continuó cabalgando como si la flecha de la mismísima Morai-heg le estuviera apuntando al corazón, esperando poner tanta distancia como fuera posible con la Torre Blanca.

La matanza había sido terrible, pero eso no fue lo peor de todo.

Ver al guerrero elfo que podía haber sido su gemelo lo había sacudido hasta lo más hondo, pues ¿de quién podía tratarse? ¿Era real? ¿Era Caelir? ¿Podría «Caelir» ser algún doble maligno de este valiente héroe que luchaba por defender la torre de los señores del conocimiento?

¿Podría Caelir ser alguna creación mágica diseñada para infiltrarse en los santuarios secretos de los asur y provocar allí la destrucción? Por mucho que le horrorizara la idea e indicaran las pruebas, no le parecía probable, pues había muchas imágenes quemadas en su mente que resultaban demasiado reales, demasiado consistentes para ser otra que recuerdos genuinos.

¿Quién era entonces ese guerrero? ¿Su hermano…?

Sólo pensar en esa idea hizo que pareciera real, y cuanto más vueltas le daba más probable le parecía. Aunque se le antojaba la explicación más probable, no explicaba el temor y la furia que se acumulaban en su interior al pensar que aquel guerrero podía ser su hermano. ¿Por qué pensar en un hermano causaba emociones conflictivas en su interior?

Y la mujer…

No tenía ningún conocimiento consciente de ella, pero le había visto la cara cuando le hablaba a Kyrielle y sintió hacia ella una sacudida de atracción. Miró el anillo de compromiso que brillaba en su dedo. ¿Era ella la doncella que le había dado esta prenda de amor?

Los pensamientos eran demasiado dolorosos y los descartó mientras se concentraba en la cabalgada. Tenía un largo viaje por delante y aún le quedaba un último obstáculo por vencer.

El campo de batalla de la llanura Finuval.

* * *

Los aposentos de Mitherion Ciervo de Plata dentro de la Torre de Hoeth habían escapado a la destrucción desatada en la cima. Llena de largos bancos cubiertos de astrolabios, ruedas de lentes y todo tipo de instrumentos para la observación celestial, la cámara parecía más un taller que un lugar de estudio místico. Gruesos tomos de magia yacían abiertos, aparentemente al azar, por todo el laboratorio, y un centenar o más de pergaminos estaban desperdigados por la sala junto con docenas de tinteros.

Cartas de movimientos y fenómenos astronómicos colgaban de las paredes como estandartes de guerra, cada una de ellas mostrando una masa de espirales y bucles de pautas orbitales.

Aunque no se hallaban en la cima de la torre, un gran techo de cristal ondulaba sobre ellos como la superficie de un lago. Era impresionante, pero Eldain advirtió que no podía tratarse de una ventana, pues mostraba un cielo nocturno cuajado de estrellas.

Mitherion se dirigió hacia una larga mesa donde había un objeto de plata que parecía un globo hecho con cientos de finos lazos de cable de plata unidos con docenas de lentes con el borde de latón. El objeto flotaba sobre un disco cóncavo de oro y giraba suavemente sobre su eje mientras las lentes se deslizaban sobre los cables de plata, aparentemente al azar.

Eldain y Rhianna lo siguieron al interior de la cámara, y Eldain no pudo dejar de sentir la distancia entre ambos ahora que ella sabía que Caelir estaba vivo. La caricia que le había hecho fuera de las murallas de la torre no se había repetido, y aunque él anhelaba abrazarla, sospechaba que el gesto no sería devuelto.

—Padre —dijo Rhianna—. ¿Qué ha pasado aquí?

—Ojalá lo supiera —contestó Mitherion.

—¿Tiene algo que ver con el hecho de que nos mandaras llamar? —preguntó Eldain, apartando una pila de libros para hallar un sitio donde sentarse.

Mitherion asintió mientras comprobaba el globo de plata.

—Tal vez —dijo—. No estoy seguro, pero el hecho de vuestra llegada justo cuando nos golpea el desastre parece bastante auspicioso.

—¿Auspicioso? ¡Casi nos matan!

—Cierto —dijo Mitherion, agitando un dedo ante Eldain—. Pero estáis vivos todavía. Y el pobre desgraciado que llegó con Anurion el Verde dijo que se llamaba Caelir. Toda una coincidencia, ¿no os parece? Pero no puede haber sido el Caelir que yo conocí una vez.

Eldain se puso en pie y empezó a caminar por el desorden de la habitación de Mitherion.

—Lo vimos. Ante la torre. Era él.

—Caelir Éadaoin. Tu hermano —dijo Mitherion, mirando a su hija—. ¿Estáis seguros?

—Era él, padre —asintió Rhianna—. Lo vi con mis propios ojos.

—Pero ¿cómo puede estar vivo? Tenía entendido que murió en Naggaroth.

—Igual que todos nosotros —dijo Rhianna, y Eldain dio un respingo ante la naciente acusación no expresada en voz alta.

Mitherion devolvió su atención al globo de plata y ajustó varias de las lentes antes de concentrarse en un libro abierto que tenía al lado.

—De lo más curioso…

—¿De qué se trata? —preguntó Eldain.

—El aspecto de Caelir, si realmente es tu hermano, puede que tenga algo que ver con nuestros problemas actuales.

—¿En qué sentido? —inquirió Rhianna, colocándose junto a su padre.

—En todas las lecturas de las estrellas vi símbolos que hablaban de una figura sin nombre ni rostro, un fantasma si queréis. No sabía a quién se refería, pero Caelir parece encajar en esta descripción, llegando como lo hizo sin ningún recuerdo excepto el de su nombre.

—¿No tiene memoria? —preguntó Eldain.

—Eso dijo Anurion. Al parecer, intentó restaurarla, pero no tuvo éxito. De ahí que lo trajera a presencia del Señor del Conocimiento Teclis. Un error, en retrospectiva…

—¿Y qué ocurrió? —quiso saber Rhianna—. ¿Vio Caelir a Teclis?

—Lo hizo —asintió Mitherion—. Otro error según mi opinión, pero al Señor del Conocimiento le encanta buscar respuestas donde la ignorancia podría ser preferible. No sé qué sucedió entre Teclis y Caelir, pero fuera lo que fuese, desató una terrible magia oscura y trastornó el equilibrio de poder que fluye por la torre. Y, bueno, ya visteis el resultado…

Permanecieron un momento en silencio mientras pensaban en los muertos tendidos bajo sus capas ensangrentadas en la base de la torre.

—¿Tiene esto algo que ver con que nos llamaras? —insistió Eldain.

—Puede que tenga todo que ver —respondió Mitherion, levantándose y sacando más libros de las sobrecargadas estanterías.

—¿Y cómo es eso? —preguntó Eldain, su frustración convirtiéndose en ira.

Mitherion abrió los libros, revelando página tras página de notas garabateadas, diagramas cosmológicos y cálculos incomprensibles.

—Son las adivinaciones que copié de los cielos nocturnos en el lejano norte del Viejo Mundo.

—¡Los desiertos del norte! —dijo Rhianna—. Padre, sabes que eso es peligroso.

—Lo sé, pero había visto mucha oscuridad en vuestros futuros. Y yo tenía que saber más.

—¿Y qué viste? —preguntó Eldain.

—Vi que un peligro terrible descendía sobre Ellyr-charoi. Muerte, destrucción y el fuego de la guerra.

—Entonces ¿por qué nos mandaste llamar? —exclamó Eldain—. ¿Por qué no nos advertiste? Si nuestro hogar está en peligro, deberíamos estar allí para defenderlo.

—Contra este peligro no hay ninguna defensa —dijo Mitherion—. Y si os hubiera dicho que Ellyr-charoi corría peligro, ¿qué habríais hecho?

—Nos habríamos quedado —concluyó Rhianna.

—Exactamente.

Eldain quiso discutir, pero supo que tenía razón.

Suspiró.

—¿Qué es este peligro?

—No lo sé, pero las corrientes de la magia hablan de oscuros tiempos que han de venir, Eldain —continuó Mitherion—. Sea cual sea el destino que nos espera, Rhianna y tú estáis atados a él. Los druchii atacan nuestros barcos y los cuervos de Avelorn traen noticias de presagios vistos por toda la tierra. Algo maligno viene de camino, de eso no me cabe la menor duda.

—Te equivocas, Mitherion Ciervo de Plata —dijo una voz cascada tras ellos.

Eldain y Rhianna se volvieron y se quedaron boquiabiertos al ver a un elfo terriblemente malherido a quien traían cuatro maestros de la espada en una camilla.

La carne del rostro de Teclis estaba quemada y despellejada, y vendajes humedecidos en emplastos envolvían su piel y cubrían su delgado pecho y su cuello. La túnica se le había quemado y ahora sólo llevaba una sencilla bata blanca.

—El mal del que hablas —afirmó Teclis—, ya está aquí.

* * *

El cónclave se reunió en las ruinas de la cámara superior de la Torre de Hoeth. El fuerte viento traía el aroma de la magia liberada, pero los encantamientos de la torre impedían que su fuerza perturbara a quienes se habían congregado para oír las palabras del Señor del Conocimiento.

Sólo quedaban restos ennegrecidos de las paredes superiores de la torre y las nubes desplazadas por el viento en el cielo claro producían en Eldain la sensación mareante de estar volando, ya que no podía ver el suelo.

Sentado en su camilla acolchada, Teclis los había convocado y era atendido por sus maestros de la espada. La voz del Señor del Conocimiento era débil y Eldain percibía el esfuerzo que le suponía dirigirse a ellos.

Las historias hablaban de lo enfermizo que era Teclis de joven, y Eldain se maravillaba de que pudiera permanecer erguido después de las graves heridas que había sufrido. La magia oscura había asolado su cuerpo, fundiendo la carne de sus huesos, y ahora parecía un esqueleto envuelto en carne floja y vestido como para aparecer en alguna feria de rarezas.

A pesar del terrible aspecto del Señor del Conocimiento, hallarse en tan ilustre compañía era un honor y un terror para Eldain, y mantenía la cabeza gacha, sumiso y no poco asustado ante la presencia de tantos poderosos individuos. ¿Qué destino podría imponerle Teclis? ¿Sabía lo que había hecho en Naggaroth?

¿Podría ser esto alguna especie de pantomima ritual para humillarlo y castigarlo?

Rhianna se hallaba a su derecha, con una sutil distancia entre ambos, y Mitherion Ciervo de Plata tenía un brazo paternal echado por encima de su hombro. Yvraine se encontraba a su izquierda, la ropa aún manchada con la sangre de sus camaradas.

Un mago encorvado vestido con una destrozada túnica verde se hallaba junto a Teclis, y Eldain se preguntó qué horrores habría soportado, pues su rostro era una máscara de angustia. Otros magos, cuyos nombres Eldain desconocía, se reunían en torno a Teclis, aunque mantenían una discreta distancia con su compañero de la túnica verde, como si no desearan asociarse a su pesar.

Al mirar al grupo, Eldain no podía ver a nadie que pareciera tranquilo, pues una corriente de magia oscura todavía flotaba en el aire, un sabor grasoso y ceniciento en el fondo de la garganta que sabía a metal.

Teclis golpeó con su báculo en el suelo y todos los ojos se volvieron hacia él.

—Hemos sufrido un daño doloroso en este día —dijo Teclis, y Eldain consideró que se había quedado muy corto.

Murmullos de asentimiento se esparcieron por la sala mientras Teclis continuaba.

—Uno que creíamos perdido regresa, pero en vez de una alegre reunión, trae muerte y traición. Hablo del llamado Caelir y su aparente regreso de entre los muertos.

Un jadeo de sorpresa siguió a esta declaración, pues nadie había considerado que una temible hechicería de resurrección pudiera haber formado parte en el horror de hoy.

Teclis calmó esos temores.

—Pero tranquilos, amigos míos, no hablo de necromancia. Pero tal vez lord Éadaoin quiera explicarnos la historia de Caelir.

Eldain sintió que todas las cabezas se volvían hacia él y alzó la mirada para ver que Teclis lo observaba con sus ojos hundidos y una expresión de piedad. Notó la boca seca y supo que esperaban que hablara, pero en su mente no se formó ninguna palabra salvo las de su confesión.

—Lord Éadaoin —dijo Teclis, viendo su vacilación—. Cuando quieras.

Eldain asintió y se aclaró la garganta. Inspiró profundamente antes de empezar.

—Sí, mi señor, por supuesto.

Miró la sala, recordando la escena en que Caelir y él subían a bordo del navío que habría de llevarlos a su destino en Naggaroth.

—Zarpamos de Lothern con viento a favor —comenzó Eldain, y pasó a contar cómo Caelir y él, junto con una compañía de los mejores soldados de Ellyrion, cruzaron el gran océano hasta Naggaroth para vengar la muerte de su padre.

Habló con elocuencia del frío que descendió cuando se aproximaban a la costa maldita de la tierra de los druchii y la ominosa sensación que se apoderó de la compañía.

La voz de Eldain se hizo más fuerte al hablar del maligno río sulfuroso que habían remontado para acercarse lo máximo posible a la ciudad druchii de Clar Karond, y de cómo luego continuaron a caballo. Habló con orgullo de cómo las capacidades de los jinetes habían sido puestas a prueba al máximo mientras evitaban las patrullas y combatían la pesadumbre que la tierra natal de los druchii proyectaba sobre sus almas.

Llegaron por fin a las afueras de Clar Karond y vieron el objetivo de la incursión, los astilleros donde los esclavos trabajaban en la construcción de los barcos de la flota druchii. No existía mejor fuerza de choque que los jinetes de Ellyrion, y la voz de Eldain se animó al hablar de cómo sus soldados y él causaron el caos en los astilleros, quemando naves con las flechas encantadas que las había proporcionado Mitherion Ciervo de Plata.

Eldain describió con viveza cómo Caelir y él habían volcado un poderoso bajel construido en el lomo de un gran dragón marino, y pudo sentir que las emociones de los que le rodeaban se henchían ante este relato de valor y heroísmo. Tan inmerso estaba en la narración que Eldain casi podría haberse convencido a sí mismo de que así habían sucedido los hechos, pero su voz vaciló cuando describió cómo la fuerza de choque, tras haber causado tanto daño como fue posible sin ser derrotada, se marchó al galope.

Vaciló al llegar al nudo de su historia, y se pasó la lengua por los labios mientras reflexionaba sobre sus próximas palabras.

—Cuando Caelir y yo atravesamos a caballo las puertas del astillero nos recibió una andanada de virotes. Caelir fue alcanzado y su caballo murió. Cayó…

La voz de Eldain se quebró mientras recordaba lo que había sucedido a continuación y vio que su público creía que era angustia al pensar en la «muerte» de su hermano.

—Corrió hacia mí, pero… otra flecha lo alcanzó y él… cayó. Yo… no pude salvarlo. Lo intenté, pero los druchii estaban por todas partes y yo…

—Habrías muerto intentándolo —dijo Teclis.

—Sí —asintió Eldain. Lágrimas de culpa le corrían por las mejillas. El hecho de que las confundieran con lágrimas de pesar las hacía más difíciles de soportar, pero reprimió el asco que sentía hacia sí mismo y continuó.

—No hubo nada que pudiera hacer, que Isha me ayude, y escapé al galope… Lo dejé allí. Creí que había muerto, pero…

—Habría sido mejor para todos nosotros si hubiera muerto ese día —dijo el mago de la ajada túnica verde. El Señor del Conocimiento colocó una mano marchita sobre el brazo del mago, la pena que marcaba su rostro macilento igualaba la de su compañero.

—Anurion el Verde dice una triste verdad —afirmó Teclis—, pues ahora está claro que Caelir no murió ese día, sino que los druchii lo capturaron con vida. Un destino que ninguno de los que estamos aquí reunidos puede imaginar.

—Maldigo el día en que Caelir llegó a mi casa —lloró Anurion, y Eldain sintió que la pena del mago marcaba líneas de fuego en su alma—. Mi querida hija todavía estaría viva…

Eldain se estremeció al sentir el eco de un alma difunta, oyó sus gritos y sintió la agonía de sus últimos momentos. Vio por las reacciones de los que lo rodeaban que también ellos sentían su óbito.

La tristeza de su muerte era como un veneno en el aire, aunque ninguno se apartó de ella.

Nadie habló durante muchos minutos, hasta que Rhianna preguntó:

—¿Cómo pudo llegar Caelir hasta la Torre de Hoeth? ¿Escapó de las mazmorras de Naggaroth? ¿Es posible una cosa así?

Teclis negó con la cabeza.

—No, nadie ha escapado de ese cautiverio.

—Entonces ¿cómo? —insistió Rhianna.

—Anurion dice que su hija encontró a Caelir naufragado en las playas de Yvresse, sin memoria, y murmurando mi nombre.

—¿Cómo pudo suceder algo así? —susurró Eldain.

—No lo sé —respondió Teclis—, pero parece claro que los druchii debieron de haber lanzado a Caelir al océano de las Islas Cambiantes, sabiendo que las aguas llevarían a casa a un auténtico hijo de Ulthuan. La hija del maestro Anurion, Kyrielle, lo descubrió y lo cuidó en el hogar de su padre. Caelir recuperó la salud, y cuando la magia de Anurion no pudo abrir su memoria, lo trajo hasta mí.

—¿Ves? Auspicioso —susurró Mitherion inclinándose hacia Eldain—. Dos hermanos, divididos por la pérdida, reunidos casi en el momento exacto…

Eldain no respondió, pues Teclis continuó hablando.

—Cuando Caelir se plantó ante mí miré en su mente, pero no vi ningún mal en él. He pensado por qué ha sido así, y creo que la bondad de su alma me cegó a la oscuridad colocada en su interior.

—¿Quién pudo haber colocado esa oscuridad? —inquirió Anurion.

—Sólo hay uno entre los druchii con el poder de robar a alguien su memoria y ocultar de manera tan astuta una trampa tan mortífera —afirmó Teclis.

—La Hechicera Bruja… —aventuró Anurion, agarrando un delicado colgante de plata de su pecho.

—Sí, Morathi —asintió Teclis.

Al mencionar a aquella que una vez fue consorte de Aenarion, un visible escalofrío recorrió la asamblea, pues su maestría en las artes negras era el terror de aquellos que se alzaban contra los druchii. Ningún otro ser había abierto las puertas de los infiernos del Caos y emergido tan poderoso como ella. Viles e innaturales ritos de sangre la mantenían tan juvenil como el día que partió de las costas de Ulthuan, hacía más de cinco mil años, e incluso el héroe de mayor voluntad había sido reducido a la categoría de necio sin cerebro por su embrujador poderío.

—Creo que Caelir fue capturado por la Hechicera Bruja —declaró Teclis—, y torturas inhumanas rompieron su mente.

—No —intervino Anurion—. Lo examiné a conciencia antes de intentar abrir sus recuerdos. No vi ninguna prueba de tortura.

—Hay otras formas de tortura aparte de las que se infligen en el cuerpo, Anurion. La Hechicera Bruja tiene formas de llegar a las profundidades más lejanas de la mente para extraer sus peores temores, sus deseos más oscuros y sus ansias más secretas. Hay formas de romper una mente que no dejan marca.

Eldain combatió las lágrimas mientras trataba de imaginar los tormentos que Caelir debía de haber soportado a manos de los druchii. Mejor haberle cortado la garganta mientras dormía que permitir que sufriera ese dolor.

—Morathi no tiene rival en su dominio de los placeres oscuros —dijo Teclis—. No hay ninguno entre nosotros que pudiera resistir sus artimañas, ni siquiera yo. No deberíamos odiar a Caelir, amigos míos, debemos tenerle lástima y debemos ayudarlo, pues está claro que no hizo esto a sabiendas ni voluntariamente. Estará asustado y desesperado por encontrar respuestas, pero su destino final está más allá de mis poderes y no puedo verlo.

»Debemos encontrarlo y deshacer lo que le han hecho, pues temo que aún tenga que intervenir en acontecimientos por venir. Siento la presencia de los druchii en algún lugar de nuestras orillas y una arca negra acecha nuestra costa al sur. La destrucción causada aquí no es sino el primer paso de un plan mayor, amigos míos, un plan que pretende destruirnos a todos.

—¿Cómo encontraremos a Caelir? —preguntó Eldain—. Es mi hermano, y si alguien debe buscarlo, soy yo.

—En efecto, deberías hacerlo, lord Éadaoin —reconoció Teclis—. Como dice el maestro Ciervo de Plata, es más que mera coincidencia que llegaras aquí el mismo día que tu hermano. El destino os ha traído a ambos, y está claro que hay un lazo entre Caelir y tú que va más allá de la hermandad. Pero no lo buscarás solo.

Teclis se volvió hacia Rhianna y entornó los ojos al hablar.

—Entre la confusión de la mente de Caelir, vi una cosa más brillante que todas las demás. Vi tu rostro, lady Rhianna. Más claro que ninguna otra cosa en su cabeza, aunque no es plenamente consciente de ello.

Rhianna mantuvo la cabeza alta mientras decía:

—Caelir y yo estuvimos prometidos.

Teclis asintió, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Sí, y por eso debes acompañar a Eldain. Juntos debéis encontrar a Caelir y salvarlo.

—Caelir monta un caballo de Ellyrion —señaló Eldain—. No dejará ningún rastro de su paso. Podría estar ya en cualquier parte.

—¿Cómo lo encontraremos? —preguntó Rhianna—. ¿Puede localizarlo tu magia, mi señor?

—No —respondió Teclis—. La clave para encontrar a Caelir está en ti, Rhianna, hija de Mitherion. No puedo sondear los misterios prohibidos de una hija de Ulthuan, pero las sacerdotisas de la Diosa Madre sí.

»Debéis viajar al altar de la Madre Tierra del Valle Gaen. Ella os dirá lo que necesitáis saber.