NICK DUNNE
Treinta días tras el regreso
Amy cree que tiene el control, pero está muy equivocada. O mejor dicho: lo estará.
Boney, Go y yo estamos trabajando juntos. La policía, el FBI… nadie más ha seguido mostrando demasiado interés. Pero ayer Boney me llamó de manera inesperada. No se identificó cuando descolgué, simplemente empezó como una vieja amiga: «¿Le apetece un café?». Recogí a Go y nos reunimos con Boney en el Pancake House. Cuando llegamos ya estaba allí, sentada a una mesa. Se levantó y mostró una débil sonrisa. La prensa la había estado linchando. Representamos el incómodo número del abrazo o apretón de manos hasta que Boney se decidió por un asentimiento de cabeza.
Lo primero que me dijo una vez que nos hubieron servido la comida:
—Tengo una hija. Tiene trece años. Mia. Por Mia Hamm. Nació el día que ganamos la Copa del Mundo. Pues bien, esa es mi hija.
Alcé las cejas: «Qué interesante. Cuénteme más».
—Me lo preguntó aquel día y yo no… Fui grosera. Había estado segura de que era usted inocente y después… todo indicaba que no lo era, así que estaba cabreada. Por haberme dejado engañar hasta tal punto. Así que no quise ni mencionar el nombre de mi hija cerca de usted. —Nos sirvió un café del termo—. Pues bien, es Mia.
—Vaya, gracias —dije.
—No, lo que quiero decir… Mierda. —Exhaló hacia arriba, un fuerte soplo que hizo aletear su flequillo—. Lo que quiero decir es que sé que Amy le incriminó. Sé que asesinó a Desi Collings. Lo sé. Simplemente no puedo demostrarlo.
—¿Qué están haciendo los demás mientras usted investiga el caso? —preguntó Go.
—No hay caso. Han pasado página. Gilpin no tiene el más mínimo interés. Desde arriba básicamente me han transmitido el mensaje: Cierre esta lata de gusanos. Ciérrela. Hemos quedado como paletos y acémilas en la prensa nacional. No puedo hacer nada a menos que usted me dé algo, Nick. ¿Tiene algo? ¿Lo que sea?
Me encogí de hombros.
—Tengo lo mismo que usted. Me lo confesó todo, pero…
—¿Confesó? —dijo ella—. Porras, Nick, le pondremos un micro.
—No servirá de nada. No servirá de nada. Amy piensa en todo. Se conoce los procedimientos policiales al dedillo. Estudia continuamente, Rhonda.
Boney derramó un sirope azul eléctrico sobre sus gofres. Yo clavé los dientes de mi tenedor en la bulbosa yema del huevo y la agité, nublando el sol.
—Me vuelve loca que me llame Rhonda.
—Amy estudia continuamente, señora inspectora Boney.
Boney suspiró hacia arriba, haciendo aletear nuevamente su flequillo. Le dio un mordisco a un gofre.
—De todos modos, a estas alturas no me autorizarían para usar un micro.
—Vamos, tiene que haber algo que podamos hacer —saltó Go—. Nick, ¿por qué demonios sigues en esa casa si crees que no vas a obtener nada?
—Lleva su tiempo, Go. Tengo que conseguir que vuelva a fiarse de mí. Si empieza a contarme cosas de manera casual, sin necesidad de ponernos los dos en cueros…
Boney se restregó los ojos y se dirigió a Go:
—No sé si quiero preguntar.
—Mantienen sus charlas desnudos en la ducha con el grifo abierto —dijo Go—. ¿No hay manera de instalar algún micro en la ducha?
—Además de abrir el grifo, me susurra al oído —dije yo.
—Pues sí que estudia —dijo Boney—. Ya lo creo que sí. Registramos el coche en el que regresó, el Jaguar de Desi. Pedí que inspeccionaran el maletero en el que Amy había jurado que la había metido Desi cuando la raptó. Supuse que no encontrarían nada, que la sorprenderíamos en una mentira. Amy se había revolcado por el maletero, Nick. Nuestros perros detectaron su olor. Y encontramos tres cabellos rubios. Tres cabellos rubios y largos. Suyos, de antes de que se lo cortara. ¿Cómo pudo…?
—Previsión. Estoy seguro de que conservaba unos cuantos en una bolsa por si surgía la necesidad de dejarlos en algún lugar para incriminarme.
—Por el amor de Dios, ¿pueden imaginar lo que sería tenerla por madre? Sería imposible contarle ni una mentirijilla. Iría tres pasos por delante, siempre.
—Boney, ¿puede imaginarse lo que sería tenerla por esposa?
—Cometerá algún error —dijo ella—. En algún momento, acabará por cometer algún error.
—No lo hará —dije yo—. ¿No podría simplemente testificar en su contra?
—No tiene usted credibilidad alguna —dijo Boney—. La única credibilidad que tiene es la que le ha aportado Amy. Ella sola le ha rehabilitado. Y ella sola se bastaría para deshacerlo. Si se le ocurriese contar la historia del anticongelante…
—Tengo que encontrar el vómito —dije—. Si me librase del vómito y desvelásemos sus mentiras…
—Deberíamos repasar el diario —dijo Go—. ¿Siete años de entradas? Tiene que haber algunas discrepancias.
—Les pedimos a Rand y a Marybeth que lo revisaran, a ver si encontraban algo que les resultara llamativo —dijo Boney—. Podrán imaginar cómo acabó la cosa. Creí que Marybeth me iba a sacar los ojos.
—¿Y qué pasa con Jacqueline Collings o Tommy O’Hara o Hilary Handy? —dijo Go—. Los tres conocen a la Amy real. Tiene que haber algo ahí que podamos aprovechar.
Boney negó con la cabeza.
—Créame, no es suficiente. Ninguno resulta tan creíble como Amy. Es un asunto de opinión pública, lisa y llanamente, pero ahora mismo eso es precisamente lo que le preocupa al departamento: la opinión pública.
Tenía razón. Jacqueline Collings había intervenido en un par de programas de televisión por cable, insistiendo en la inocencia de su hijo. Siempre empezaba con cautela, pero su amor de madre jugaba en su contra. Daba la imagen de una mujer afligida, desesperada por pensar lo mejor de su hijo, y cuanto más la compadecían las presentadoras, más se alteraba y despotricaba y más antipática parecía. Rápidamente se olvidaron de ella. Tanto Tommy O’Hara como Hilary Handy me habían llamado, furiosos al ver que Amy se había librado sin castigo alguno, decididos a contar sus respectivas historias, pero nadie quiso saber nada de dos perturbados ex algo. Tened paciencia, les dije, estamos en ello. Hilary y Tommy, Jacqueline y Boney, Go y yo, tendríamos nuestro momento. Me dije a mí mismo que así lo creía.
—¿Y si al menos contáramos con Andie? —pregunté—. ¿Y si testificara que todos los lugares en los que Amy escondió pistas eran sitios en los que, ya sabe, nos habíamos acostado juntos? Andie es creíble; la gente la adora.
Tras el regreso de Amy, Andie había recuperado su alegre personalidad de siempre. Lo sé únicamente a partir de las instantáneas que aparecen ocasionalmente en la prensa rosa. Gracias a ellas, supe que estaba saliendo con un chico de su edad, un chaval majo y desastrado, siempre con unos auriculares colgados del cuello. Se les veía bien juntos, jóvenes y saludables. La prensa los adoraba. El mejor titular: «¡El amor encuentra a Andie Hardy!». Una referencia chistosa a una película de Mickey Rooney de 1938 que solo una veintena de personas pillaría. Le envié un mensaje de texto: «Lo siento. Por todo». No obtuve respuesta. Bien por ella. Lo digo con toda sinceridad.
—Coincidencias. —Boney se encogió de hombros—. De acuerdo, coincidencias raras, pero… nada lo suficientemente llamativo para seguir adelante. No en este ambiente. Debe conseguir que su esposa le cuente algo útil, Nick. Es usted nuestra única oportunidad.
Go dejó su café sobre la mesa con un golpetazo.
—No puedo creer que estemos teniendo esta conversación —dijo—. Nick, no quiero que sigas ni un minuto más en esa casa. No eres un agente encubierto, ¿de acuerdo? No es tu trabajo. Estás viviendo con una asesina. Lárgate de una puta vez. Lo siento, pero ¿a quién le importa una mierda que matase a Desi? No quiero que te mate a ti. Ya verás, cualquier día de estos se te quemarán sus tostadas y en menos de lo que canta un gallo recibiré una llamada informándome de que has sufrido una caída fatal desde el tejado o algo así. Márchate.
—No puedo. Todavía no. En realidad nunca me dejará marchar. Le gusta demasiado este juego.
—Entonces deja de jugar.
No puedo. Estoy mejorando mucho. Seguiré pegado a Amy hasta que pueda hacerla caer con todo el equipo. Soy el único que queda capaz de hacerlo. Algún día se irá de la lengua y me contará algo que pueda usar en su contra. Hace una semana volví a nuestro dormitorio. No hacemos el amor, apenas nos tocamos, pero somos marido y mujer en la cama matrimonial, lo cual apacigua a Amy por ahora. Le acaricio el pelo. Agarro un mechón entre el índice y el pulgar y lo tenso y después le doy tironcitos como si estuviera haciendo sonar una campana, y a los dos nos gusta. Lo cual es un problema.
Fingimos estar enamorados y hacemos las cosas que nos gusta hacer cuando estamos enamorados, y en ocasiones casi parece amor de verdad, debido a lo perfectamente que encarnamos nuestros papeles. Reviviendo la memoria muscular del primer romance. Cuando olvido —y en ocasiones puedo olvidar brevemente quién es mi esposa—, lo cierto es que me gusta estar con ella. O con la «ella» que finge ser ahora. El hecho es que mi esposa es una asesina que en ocasiones es muy divertida. ¿Puedo poner un ejemplo? Una noche encargué por correo una langosta, como en los viejos tiempos, y ella hizo como que me perseguía con ella y yo hice como que me escondía, y después los dos al mismo tiempo hicimos un chiste con Annie Hall, y fue tan perfecto, tan como se supone que debería ser, que tuve que salir del cuarto un segundo. Notaba el corazón en las orejas. Tuve que obligarme a repetir mi nuevo mantra: «Amy mató a un hombre y te matará a ti si no te andas con mucho, mucho cuidado». Mi esposa, la divertida y bella asesina, me hará daño si la disgusto. Soy un manojo de nervios en mi propia casa: estoy preparando un sándwich en la cocina a mediodía, lamiendo la mantequilla de cacahuete directamente del cuchillo, y cuando me vuelvo descubro que Amy ha entrado en la habitación con sus silenciosos pies de gato y me echo a temblar. Yo, Nick Dunne, el hombre que tantos detalles solía olvidar, soy ahora el tipo que repasa mentalmente las conversaciones para asegurarse de no haber ofendido, para asegurarme de que nunca hiero sus sentimientos. Anoto a diario todo lo que hace y dice Amy, sus gustos y disgustos, por si acaso pregunta. Soy un marido maravilloso porque me da mucho miedo que pueda matarme.
Nunca hemos hablado sobre mi paranoia, porque fingimos estar enamorados y yo finjo no estar aterrado por ella. Pero Amy la ha mencionado de pasada alguna que otra vez: «¿Sabes, Nick? Puedes dormir en la cama conmigo, dormir de verdad. Todo irá bien. Te lo prometo. Lo que pasó con Desi fue un incidente aislado. Cierra los ojos y duerme».
Pero sé que nunca volveré a dormir. No puedo cerrar los ojos cuando estoy a su lado. Es como dormir con una araña.