NICK DUNNE

Ocho días ausente

Me pegué un cubito de hielo a la mejilla mientras veía salir el sol. Horas más tarde todavía podía sentir el mordisco: dos pequeñas muescas en forma de grapa. No podía ir tras Andie —un riesgo peor que su ira—, así que al final la llamé. Saltó el contestador.

«Contenlo, debes contener esto».

—Andie, lo siento muchísimo, no sé qué hacer, no sé qué está pasando. Por favor, perdóname. Por favor.

No debería haberle dejado un mensaje, pero después pensé: «Por lo que yo sé, bien puede tener cientos de mensajes míos guardados». Por el amor de Dios, si hacía pública una lista de grandes éxitos con los más cerdos, lascivos y obsesivos… cualquier mujer en cualquier jurado me enviaría a la sombra solo por eso. Una cosa es saber que soy un marido infiel y otra oír mi grave voz de profesor hablándole a mi joven alumna sobre mi enorme y durísima…

Me sonrojé a la luz del amanecer. El cubito se fundió.

Me senté en la escalera de entrada de casa de Go y me puse a telefonear a Andie cada diez minutos, sin resultado. Estaba insomne y con los nervios tensos como alambre de espino cuando Boney internó su coche por el camino de entrada a las 6.12 de la mañana. No dije nada mientras se acercaba a mí con dos vasos de poliestireno.

—Eh, Nick, le he traído un café. Solo venía a ver qué tal estaba.

—Seguro que sí.

—Sé que probablemente estará aturdido. Tras las noticias sobre el embarazo. —Hizo el deliberado teatro de verter dos cápsulas de leche en polvo en mi café, tal como a mí me gusta, y después me lo tendió—. ¿Qué es eso? —preguntó, señalándome la mejilla.

—¿A qué se refiere?

—Me refiero, Nick, a ¿qué le ha pasado en la cara? Tiene una enorme marca rosa… —Se acercó más, me agarró de la barbilla—. Parece una mordedura.

—Debe de ser urticaria. Me da la urticaria cuando estoy estresado.

—Mm-hmmm. —Boney removió su café—. Sabe que estoy de su parte, ¿verdad, Nick?

—Claro.

—Lo estoy. En serio. Desearía que confiase en mí. Simplemente… estamos llegando a un punto en el que ya no seré capaz de ayudarle si no confía en mí. Sé que suena a típica frase de poli, pero es la verdad.

Permanecimos sentados en un extraño silencio de semicamaradería, sorbiendo café.

—Eh, quería que lo supiese antes de que se entere por otros medios —dijo Boney alegremente—. Hemos encontrado el bolso de Amy.

—¿Qué?

—Sí, no contenía dinero, pero sí su carné y el móvil. En Hannibal, imagínese. A la orilla del río, un poco más abajo del amarradero del vapor. Nuestra suposición es que alguien quiso hacer que pareciera que había sido arrojado al río por el criminal cuando salía de la ciudad, cruzando el puente en dirección a Illinois.

¿Hacer que pareciera?

—No ha llegado a estar completamente sumergido en ningún momento. Todavía conserva huellas dactilares en la parte superior, cerca de la cremallera. En ocasiones las huellas pueden preservarse incluso bajo el agua, pero… le ahorraré los detalles científicos y me limitaré a decir que la teoría es que el bolso fue depositado intencionadamente en la orilla para asegurarse de que era hallado.

—Parece que me lo estuviera contando por un motivo —dije yo.

—Las huellas que hemos hallado son las suyas, Nick. Lo cual tampoco es tan descabellado, los hombres trastean en los bolsos de sus esposas continuamente. Pero aun así… —Se echó a reír como si se le hubiera ocurrido una idea genial—. Tengo que preguntárselo: no habrá estado en Hannibal recientemente, ¿verdad?

Lo dijo con una seguridad tan despreocupada que tuve una imagen mental: la de un transmisor de la policía oculto en algún rincón del chasis de mi coche, devuelto a mi custodia precisamente la mañana que fui a Hannibal.

—¿Por qué, exactamente, iría hasta Hannibal para librarme del bolso de mi esposa?

—Digamos que hubiese matado a su esposa y diseñado la escena del crimen en su casa para intentar hacernos creer que había sido atacada por un desconocido, pero luego se hubiese dado cuenta de que estábamos empezando a sospechar de usted, de modo que quisiera crear una distracción que nos hiciera volver a mirar en otra dirección. Esa es la teoría. Pero llegados a este punto, algunos de mis chicos están tan convencidos de que lo hizo usted que podrían hacer que cualquier teoría encajase. Así que déjeme ayudarle: ¿ha estado en Hannibal recientemente?

Negué con la cabeza.

—Tendrá que hablar con mi abogado. Tanner Bolt.

¿Tanner Bolt? ¿Está seguro de que esa es la vía que quiere seguir, Nick? Considero que hemos sido bastante ecuánimes con usted, muy abiertos. Bolt es… es un último recurso. Es el tipo al que recurren los culpables.

—Ajá. Bueno, es evidente que soy su principal sospechoso, Rhonda. Tengo que cuidar de mí mismo.

—Reunámonos en cuanto llegue, ¿de acuerdo? Hablaremos de todo esto.

—Desde luego. Esa es nuestra intención.

—Un hombre con intención —dijo Boney—. Esperaré impaciente. —Se levantó y, mientras se alejaba, se volvió para gritarme—: ¡El hamamelis es bueno para la urticaria!

Una hora más tarde, sonó el timbre de la puerta y Tanner Bolt estaba allí vestido con un traje azul celeste. Algo me dijo que aquello era lo que se ponía siempre que debía «bajar al Sur». Estaba inspeccionando el barrio, observando con atención los coches aparcados en los caminos de entrada, valorando las casas. Me recordó a los Elliott, en cierto modo, examinando y analizando en todo momento. Un cerebro sin interruptor de apagado.

—Enséñemelo —dijo Tanner antes de que pudiera saludarle—. Indíqueme el camino hacia el cobertizo. No me acompañe y no vuelva a acercarse a él. Después me lo contará todo.

Nos acomodamos frente a la mesa de la cocina: yo, Tanner y una recién levantada Go, encorvada sobre su primera taza de café. Extendí todas las pistas de Amy como un adivino torpe echando las cartas del tarot.

Tanner se inclinó hacia mí, con los músculos del cuello tensos.

—De acuerdo, Nick, plantee su defensa —dijo—. Su esposa ha orquestado todo esto. ¡Plantee su defensa! —Clavó el índice sobre la mesa—. Porque no pienso seguir adelante con la polla en una mano y una absurda historia sobre montajes en la otra. A menos que me convenza. A menos que tenga posibilidades.

Respiré hondo e intenté ordenar mis pensamientos. Siempre se me había dado mejor escribir que hablar.

—Antes de empezar —dije—, tiene que comprender un aspecto clave en la personalidad de Amy: es jodidamente brillante. Su cerebro es tan complejo que nunca trabaja únicamente a un nivel. Es como un yacimiento arqueológico interminable: cuando crees que has alcanzado la última capa y dejas caer el pico por última vez, descubres que hay otra mina entera debajo. Con un laberinto de túneles y pozos sin fondo.

—Bien —dijo Tanner—. Entonces…

—Lo segundo que debe saber sobre Amy es que es muy moralista. Es una de esas personas que nunca se equivocan y le encanta dar lecciones, impartir castigos.

—De acuerdo, bien, entonces…

—Permita que le cuente una historia, una muy rápida. Hará unos tres años, fuimos en coche a Massachusetts. Había un tráfico infernal y un camionero le hizo un corte de mangas a Amy porque no le dejaba hueco en nuestro carril, después aceleró y se coló cortándonos el paso. Nada peligroso, pero por un segundo nos asustamos mucho. ¿Sabe esos carteles que llevan los camiones en la parte trasera? «¿Qué tal conduzco?». Amy me hizo llamar y darles la matrícula. Pensé que ahí había acabado todo. Dos meses más tarde, dos meses más tarde, entro en nuestro dormitorio y me encuentro a Amy al teléfono, repitiendo aquella misma matrícula. Se había inventado toda una historia. Iba con su hijo de dos años en el coche y el conductor había estado a punto de sacarla de la carretera. Me dijo que era su cuarta llamada. Dijo que incluso había investigado las rutas de la empresa para poder elegir las carreteras correctas para sus falsas infracciones. Había pensado en todo. Se sentía muy orgullosa. Iba a hacer que despidieran a aquel tipo.

—Jesús, Nick —murmuró Go.

—Es una historia muy… esclarecedora, Nick —dijo Tanner.

—Solo era un ejemplo.

—Bueno, ahora ayúdeme a encontrarle el sentido a todo esto —dijo—. Amy descubre que la está engañando. Finge su muerte. Crea una supuesta escena del crimen lo suficientemente sospechosa para despertar algunos recelos. Le tiene jodido con lo de las tarjetas de crédito y el seguro de vida y su pequeña cueva de caprichos de ahí atrás…

—Entabla una discusión conmigo la noche antes de desaparecer y lo hace cerca de una ventana abierta para que nuestra vecina pueda oírla.

—¿Sobre qué versó la discusión?

—Soy un gilipollas egoísta. Básicamente, la misma de siempre. Lo que nuestra vecina no oye son las disculpas posteriores de Amy, porque Amy no quiere que las oiga. De hecho, recuerdo haberme sentido asombrado, porque fue la reconciliación más rápida de nuestra vida. A la mañana siguiente me estaba preparando crepes, por el amor de Dios.

Volví a verla frente al fogón, lamiéndose el azúcar glas del pulgar, tarareando. Me imaginé acercándome a ella y zarandeándola hasta que…

—De acuerdo, ¿y la caza del tesoro? —dijo Tanner—. ¿Cuál es la teoría?

Tenía todas las pistas desplegadas sobre la mesa. Tanner cogió un par de ellas y las dejó caer.

—Son solo maneras adicionales de decirme que me joda —dije—. Conozco a mi esposa, créame. Sabía que tenía que organizar una caza del tesoro o parecería sospechoso. Así que la organiza y por supuesto tiene dieciocho significados distintos. Mire la primera pista.

Siendo tu alumna me imagino a diario,

con un maestro tan atractivo y sabio

mi mente se abre (¡por no decir mis labios!).

Si fuera estudiante no necesitaría flores a destajo,

solo una cita traviesa durante tus horas de trabajo.

Así que date prisa, ponte en marcha, por favor,

y esta vez te enseñaré una cosa o dos.

—Es puro Amy. Cuando la leí, pensé: «Eh, mi esposa está coqueteando conmigo». No. En realidad se está refiriendo a mi… infidelidad con Andie. Jódete número uno. De modo que acudo a mi despacho, con Gilpin, ¿y qué es lo que me está esperando allí? Unas bragas de mujer. Que ni se acercan a la talla de Amy. La policía no hacía más que preguntarme por su talla y yo sin comprender por qué.

—Pero Amy no tenía manera de saber que Gilpin estaría con usted —dijo Tanner, frunciendo el ceño.

—Las probabilidades eran condenadamente altas —interrumpió Go—. La pista uno formaba parte de la escena del crimen, así que la policía estaría al tanto de su existencia, y Amy incluyó las palabras «horas de trabajo» en ella. Es lógico que acudieran allí, con o sin Nick.

—¿Y de quién son las bragas? —preguntó Tanner.

Go arrugó la nariz al oír la palabra «bragas».

—¿Quién sabe? —dije yo—. Había asumido que serían de Andie, pero… Amy probablemente las comprara. Lo importante es que no son de su talla y por lo tanto llevarían a cualquiera a pensar que algo inapropiado había tenido lugar en mi despacho con una mujer que no era mi esposa. Jódete número dos.

—¿Y si la policía no le hubiera acompañado a su despacho? —preguntó Tanner—. ¿O si nadie se hubiera percatado de la presencia de las bragas?

—¡A ella le da igual, Tanner! Esta caza del tesoro existe principalmente para su propia diversión. No la necesita. Ha ido más allá de lo necesario solo para asegurarse de que haya un millón de pequeñas pistas condenatorias en circulación. Una vez más, ha de conocer a mi esposa: es de las que llevan cinturón y tirantes a la vez.

—De acuerdo. Segunda pista —dijo Tanner.

Imagíname: completamente loca por ti.

Mi futuro no es sino brumoso sin ti.

Me trajiste aquí para que oírte hablar pudiera

de tus aventuras juveniles: vaqueros viejos, gorra de visera.

Al diablo con todos los demás, son aburridos sin cesar.

Ahora dame un beso furtivo… como si nos acabáramos de casar.

—Se refiere a Hannibal —dije—. Amy y yo fuimos allí de excursión un día y así lo interpreté, pero también es otro de los sitios en los que tuve… relaciones con Andie.

—¿Y eso no le hizo sospechar? —dijo Tanner.

—No, todavía no, estaba demasiado enternecido por las notas que me había escrito Amy. Dios, me conoce como si me hubiera parido. Sabe exactamente lo que quiero oír. Eres brillante. Eres ingenioso. Y qué satisfacción para ella saber que todavía es capaz de manipularme a su antojo. Incluso a distancia. Quiero decir, que estaba… Dios, prácticamente me estaba enamorando otra vez de ella.

Noté que la garganta se me cerraba por un momento. La tontorrona anécdota sobre el repelente bebé de su amiga Insley. Amy sabía que aquello era lo que más había amado de nosotros cuando estaba enamorado de ella: no los grandes momentos, no los momentos Románticos con R mayúscula, sino nuestras bromas privadas. Y ahora las estaba utilizando todas en mi contra.

—¿Y a ver si adivina? —dije—. Acaban de encontrar el bolso de Amy en Hannibal. Estoy convencido de que alguien podrá situarme en la escena. Joder, pagué el billete de la excursión en barco con mi tarjeta de crédito. Así que, nuevamente, aquí tenemos otra prueba con la que Amy se ha asegurado de que puedan vincularme.

—¿Y si nadie hubiera encontrado el bolso? —preguntó Tanner.

—No importa —dijo Go—. Amy está asegurándose de que Nick siga avanzando en círculos. Se está divirtiendo. Estoy segura de que solo saber el sentimiento de culpa que iba a generar en Nick leer todas estas notas cariñosas, sabiendo que la estaba engañando y que ella había desaparecido, ya bastaba para hacerla feliz.

Intenté evitar una mueca al oír su tono de desagrado: «engañando».

—¿Y si Gilpin hubiera acompañado a Nick hasta Hannibal? —insistió Tanner—. ¿Y si Gilpin hubiera estado con Nick todo el rato, de modo que supiera que Nick no había dejado el bolso?

—Amy me conoce lo suficientemente bien como para saber que me desharía de Gilpin. Sabe que no querría que un desconocido me viese leer sus cartas, midiendo mis reacciones.

—¿En serio? ¿Cómo puede estar usted tan seguro?

—Simplemente lo sé.

Me encogí de hombros. Lo sabía, simplemente lo sabía.

—Pista número tres —dije, poniéndosela a Tanner en la mano.

Quizá te sientas culpable por haberme traído hasta aquí.

Debo confesar que en un principio no me sentí muy feliz,

pero tampoco es que tuviéramos muchas elecciones.

Venir a este lugar fue la mejor de las opciones.

Hasta esta casita marrón trajimos nuestro amor.

¡Sé un esposo benéfico, comparte conmigo tu ardor!

—¿Ve? Lo malinterpreté pensando que con «haberme traído hasta aquí» se estaba refiriendo a Carthage, pero, una vez más, se está refiriendo a la casa de mi padre y…

—¿Es otro de los sitios en los que se folló a la tal Andie? —dijo Tanner. Se volvió hacia mi hermana—. Disculpe la vulgaridad.

Go hizo un gesto con la mano indicando que no le importaba.

Tanner continuó:

—Así pues, Nick. En su despacho, donde se folló a Andie, hay unas inculpadoras bragas de mujer; y en Hannibal, donde se folló a Andie, hay un inculpador bolso; por último, tenemos la inculpadora guarida de compras secretas hechas con las tarjetas de crédito. En el cobertizo, donde se folló a Andie.

—Uh, sí. Sí, eso es.

—Entonces, ¿qué es lo que hay en casa de su padre?