Noticias desde los edificios de la muerte

 

 

NOS DEJAN MORIR DE HAMBRE DISCRETAMENTE

 

El 3 de septiembre de 1943, Ernst Putzki, de 41 años, escribió a su madre desde el establecimiento mortífero de Weilmünster, en Hesse. La carta fue interceptada y archivada en su historial médico. El 9 de enero de 1945, Ernst Putzki fue asesinado en Hadamar.

 

¡¡¡Correo, por fin!!! ¡Querida madre! Hoy es 3 de septiembre de 1943 y ya llevamos cuatro años de guerra. ¡Últimas noticias! Vuestra carta llegó el domingo, 22 de agosto. No he recibido las grosellas. El paquete anunciado no llegó hasta ayer, probablemente lo trajeron a pie. El contenido, dos libras de manzanas y una masa pastosa y podrida de puré de peras que olía mal, me lo comí con un hambre atroz. Algunos candidatos a morir se han peleado por un puñado de comida pasada. Nadie creyó lo que expliqué de Wunstorf, pero hay que creerlo para que todos se puedan convencer de la verdad. Veamos: después de escribir dos cartas a Paul y una a Paula desde Warstein, seis días antes del transporte te mandé la noticia de nuestro traslado hacia aquí y te pedí que vinieras a visitarme. El transporte fue el 26 de julio y el lunes hizo dos semanas justas que estoy aquí. No nos trasladaron por los ataques aéreos, sino para dejarnos morir de hambre discretamente en esta región inhóspita. De los pacientes de Warstein que vinieron conmigo a esta unidad de enfermos crónicos solo quedamos vivos unos pocos. La gente se queda en los huesos y muere como moscas. Cada semana mueren treinta personas y entierran los pellejos rellenos de huesos sin ataúd. Me vienen a la memoria aquellas imágenes de gente que muere de hambre en Rusia o India. El rancho diario son dos rebanadas de pan con mermelada, a veces con margarina, o también solo. A mediodía y por la noche nos dan tres cuartos de litro de agua con patata rallada y restos de col fibrosa. Las personas se vuelven animales y comen todo lo que puedan robar a los demás, también patata y remolacha crudas. Seríamos capaces de comer incluso lo que dan en las cárceles rusas. La muerte por inanición nos acecha, nadie sabe quién será el siguiente. Antes, en esta región mataban a la gente más pronto y la incineraban al alba, pero desde que encuentran resistencia entre la población, simplemente nos dejan morir de hambre. Vivimos en edificios que se desmoronan, sin radio, prensa ni libros y sin ninguna ocupación. Cómo echo de menos mis chapuzas. Comemos en platos rotos y nos visten con harapos con los que he pasado más frío que en todo un invierno en Hagen. Me bañé por última vez hace cinco semanas y no sabemos si este año nos podremos bañar otra vez. Cada dos semanas nos dan una camisa y calcetines limpios. ¡Esto es socialismo real! Vuestro, Ernst.448
NO VUELVE ABSOLUTAMENTE NADIE

 

Theophil Hennings fue trasladado en 1942 de los alrededores de Bremen a Hadamar, donde trabajó en la finca del establecimiento. En los expedientes del juicio de Hadamar se ha conservado una copia de la carta que Hennings escribió el 8 de diciembre de 1942. Su destinatario, el técnico electricista de Wesermünde Gustav Gerdes, la remitió en 1947 al tribunal de Frankfurt que juzgaba a los asesinos de Hadamar. En 1943, la administración del establecimiento anotó «¡Devolver! Fallecido» en la última carta que Gerdes envió a Theophil Henning. Fue asesinado el 25 de mayo.449

 

¡Querido Gustav! He recibido tu ansiada carta junto con la tarjeta. El error estaba en que olvidaste escribir Establecimiento de Curación Regional, ya que en Hadamar no tengo vivienda propia y tuvieron que devolver la carta. Además, aquí tampoco soy tan conocido como lo era en Bremen-Ellen o en Wesermünde. Llevo en Hadamar más de un trimestre y no vivo con ninguna familia de acogida, como lo estuve al principio en Ellen. Allí era más famoso que mis tutores, todos los niños me conocían, al igual que en Bremerhaven o también en Wesermünde. Yo no vendría a Hadamar. No me gustaría nada ser cartero en Hadamar, siempre subiendo y bajando miles de escalones, no debe ser nada divertido. De las 127 personas que llegaron aquí desde Ellen, ya hay 82 en el cementerio del establecimiento, es decir, quedan 45. Si esto sigue así, nadie más volverá. Aquí te mueres antes que un soldado en el frente. Las cifras son solo de hombres, la cantidad de mujeres y niñas es, como mínimo, la misma. De esos 82, muchos se ocupaban de cavar las fosas y llevar los cadáveres. Te equivocas si piensas que trabajas demasiado. Aquí solo hay 5 o 6 cuidadores. El trabajo lo hacen los pacientes. Los únicos empleados que hay aquí son un zapatero, un cochero para la finca, un cerrajero y un carpintero que también hace de camionero. Y un jardinero, un administrador y media docena de cuidadoras que también cocinan, hacen la colada y planchan. En todo Hadamar no hay ningún otro herrero o cerrajero. Muchos recurren a nosotros para ayudarles, también los agricultores de la comarca. Aquí hacemos de todo, lo único que todavía no hemos hecho son herraduras. También nos llegan aparatos de radio para reparar, es decir, cuando ya casi han quedado inservibles, nosotros hacemos alguna chapuza. Hago de zapatero, sastre, escobero e, incluso, poeta. Creo que tu cumpleaños también es por estas fechas. Te felicito por adelantado. Mi hermana Ulli, o sea, la madre de Emil, también se ha quedado viuda y está con Emil en Mandel, en Bad Kreuznach. Me ha enviado algunos panecillos y pasteles por mi cumpleaños. Os mando muchos saludos a vosotros y a todos los amigos de por allí, de los que todavía me acuerdo. Vuestro, Theophil Henning. Toda vida emana de Él, el único y verdadero Dios y padre de nuestro señor Jesucristo. Alabado sea, por los siglos de los siglos. Amén.
UN SUPERVIVIENTE INFORMA DESDE HADAMAR EN EL OTOÑO DE 1945

 

Karl Reich fue confinado en Hadamar en 1941. Allí trabajó en los campos de la finca y sobrevivió. Cuando se enteró del inminente proceso penal contra los asesinos en masa de Hadamar —médicos, cuidadores y administrativos—, escribió la siguiente carta a la fiscalía de Wiesbaden el 2 de octubre de 1945, siendo aún interno del establecimiento.

 

Me he enterado de que el 8 de octubre del presente se celebra el juicio contra Wahlmann, antiguo director del establecimiento regional de Hadamar, y su ex empleado administrativo Klein. En calidad de testigo y como paciente todavía allí ingresado, quisiera informarle de lo siguiente. En el año 1941 (abril), a pesar de las protestas de mi hermano, el médico veterinario de Ülzen Dr. O. Reich, fui trasladado del establecimiento de Lüneburg a Herborn y Hadamar. Pronto me di cuenta de que el objeto del traslado no era otro que el de matar a los pacientes (mediante eutanasia). Después vi que estaba todo preparado; el alojamiento, la comida y el tratamiento eran los peores imaginables. El señor Klein anunciaba cada semana el menú en una nota, casi siempre una sopa de col con pieles de patata flotando y, los domingos, patata sin pelar cocida con una pizca de salsa fría. Los pacientes solían padecer molestos dolores intestinales a causa de la comida. A menudo iban a buscar a pacientes de la finca para matarlos en el establecimiento. También repartían golpes y puntapiés; yo mismo fui maltratado en una ocasión por un cuidador porque un lumbago no me permitía trabajar. Una vez, por decirle al señor Klein que parecía que estaban haciendo lo mismo que el administrador Huller, del hospital de Diez, que fue condenado a muerte por suprimir alimentos, tuve que cumplir un arresto de seis semanas en el edificio. A los enfermos que, por falta de alimentación, solían salir los domingos a pedir comida a extraños por los alrededores, les obligaban a guardar cama ese día de la semana, a veces durante meses. (...) Klein era salvaje y despiadado. Por suerte, los americanos nos salvaron de la locura de Hitler. Ahora me gustaría salir de aquí. Ya se lo he pedido en repetidas ocasiones al actual director, el señor Altvater, pero o no lo hace o no quiere hacerlo, a pesar de que solamente estuve enfermo una única vez y ya llevo 33 años en distintos centros. Me trasladaron al establecimiento de Lüneburg en 1912, voluntariamente y por petición de mi madre ya fallecida, a causa de una sordera que contraje debido a una enfermedad infantil. Aunque el problema del espacio y la alimentación es actualmente prioritario, en el establecimiento de Lüneburg, donde quisiera alojarme este año, me volverían a admitir inmediatamente. Me gustaría que el tribunal me ayudara e hiciera justicia, en la medida de lo posible, con lo que he padecido aquí. Respetuosamente, Karl Reich (nacido el 6 de abril de 1885 en Hannover).450
NO QUIERO QUE ME INCINEREN

 

Maria Anazka cumplió trabajos forzados para un agricultor del Allgäu, se escapó, fue capturada y en junio de 1944 ingresó en el establecimiento psiquiátrico de Kaufbeuren en un estado de alteración mental. El 2 de marzo de 1945, tras meses de torturas a base de electroshocks, el médico de la unidad le administró la jeringuilla letal. En el diagnóstico de ingreso consta lo siguiente.

 

28-6-1944: No pone dificultades durante el traslado a la unidad. Se ha dejado bañar de buena gana. Tenía todo el cuerpo sucio, especialmente los pies. Dice: «Soy ucraniana, he estado en la finca del agricultor Stetter». No recuerda la localidad. «Ocho años en la escuela. No sé dónde viven mis padres, probablemente en Ucrania. Tengo veinte años. Ahora estoy en el hospital.» Habla un alemán imperfecto. Por la tarde estaba algo intranquila y ruidosa. Le gustaría trabajar y volver a casa, no quiere que la incineren. Ha dormido toda la noche sin medicamentos. Por la mañana no ha necesitado ninguna ayuda.
29-6-1944: Angustiada, se queja de vez en cuando, pero se deja examinar de buena gana. A veces muy alterada, se excita con angustia. Se sale de la cama; hay que atarla. Buena ingestión.
30-6-1944: Empieza una cura de electroshock. Angustiada, se pone a gritar de repente, se esconde bajo la colcha, apenas reacciona.451
NO SABEMOS LO QUE ES EL AMOR

 

Frieda Fiebinger fue deportada a Viena el 16 de agosto de 1943 desde el establecimiento de Alsterdorf, en Hamburgo, junto con otras 227 mujeres. Solo cinco de ellas sobrevivieron. Frieda Fiebinger murió de desnutrición y debilitamiento el 10 de junio de 1945 en Viena. En noviembre de 1943 consiguió enviar la siguiente carta a la enfermera de Alsterdorf Alwine Wagener desde el establecimiento mortífero vienés Am Spiegelgrund.

 

Querida tía Alwine. Quería escribirte y explicarte en secreto todo lo que he vivido aquí hasta hoy. Llegamos una noche a Viena, y esa misma noche nos repartieron. Nosotras fuimos al edificio 21, donde nos localizaste a la mañana siguiente. Seguimos allí. Nos recibieron de muy mala manera. Nos tendieron en el suelo. La tierra estaba muy sucia. Las enfermeras nos arrancaron la ropa y, a la mañana siguiente, nos cortaron el pelo. Bueno, ya sabes qué aspecto tengo ahora, ya me has visto. Todas tenemos el mismo aspecto. Todas lloramos. Al principio, las enfermeras se burlaban de nosotras porque éramos de Hamburgo. Decían que teníamos que volver al lugar de donde veníamos y cosas así. Si estamos vivas es gracias a lo que nos envían desde Hamburgo. Cuánta miseria. Siempre estamos sucias y tenemos que soportar de todo. Nos tratan con tan poco cariño que ya no sabemos lo que es el amor. Sí, es muy triste. Cada mañana nos sientan en una bañera y nos limpian. Solo la cara y las manos. ¿Y sabes con qué nos limpian? Con una funda de almohada sucia. Y nos cepillan los dientes con un único cepillo que va de boca en boca. Eso no está bien, me pone enferma. Y no te lo explico todo porque también tú te pondrías enferma. Las chicas de labores no cobran. Nos despertamos a las cuatro y media de la mañana. Las chicas de labores no hacen pausa a mediodía. Las hijas (en Alsterdorf llamaban «hijos» e «hijas» a los pacientes) trabajan todo el día hasta las ocho de la tarde y la comida se sirve aquí a las ocho de la mañana. Nos dan únicamente una rebanada de pan seco y a mediodía nos dan un poco de comer, y por la tarde, lo mismo que por la mañana. Por la noche nos dan algo caliente, pero muy poco. Algún día nos gustaría hartarnos de comer. Estamos muy delgadas y Trudel siempre está pidiendo comida. A Trudel la están tratando muy mal. A mí también me tratan igual. Echamos mucho de menos Alsterdorf. Ojalá llegue pronto el día. Según una enfermera de Alsterdorf que escribió a una chica, ya no volveremos a Alsterdorf. Ahora tenemos miedo de caer todas enfermas. Elfi echa mucho de menos a su padre. Quisiera explicarte el estado de Elfi. Desde el 10 de septiembre tiene temblores y cada vez está peor. Una vez, de repente, dijo: «Oh, Frieda, ya no puedo comer sola». Siempre tiene miedo. Cuando suena una alarma, abren todas las ventanas y nos dejan solas en nuestras camas. Solamente van al sótano las que pueden correr. Te manda un saludo tu amada Fritzi. Pronto volveré a escribir.452
EL REPORTAJE DE UNA NOCHE DE EXTERMINIO

 

Así describió el médico Gerhard Schmidt su libro Selektion in der Heilanstalt («Selección en el establecimiento de curación») gestado en 1945. Al finalizar la guerra, la potencia de ocupación estadounidense nombró a Schmidt director del manicomio muniqués de Eglfing-Haar en sustitución del Dr. Hermann Pfannmüller, famoso por su brutalidad. El autor encontró a 95 supervivientes en los dos «edificios del hambre» del establecimiento. Habló con ellos y describió la situación.

 

La primera impresión que se llevaba el visitante cuando entraba en el edificio del hambre, todavía en junio y julio de 1945, era la de un asilo de enfermos crónicos. Ningún ruido, ningún movimiento. Todas las voluntades, reprimidas. Es conocido el estado de letargo neutralizador que se consigue a base de desnutrición e inanición en los campamentos de prisioneros, donde «oficiales y tropas se convierten, tanto más cuanto más tiempo pasa, en una masa homogénea que vaga torpemente, (...) que no cambia, que no demuestra espontaneidad ni dinamismo y a la que hay que insistir y arrastrar para que haga algo» (Erich Funk, 1949, Fortschr. Neur. u. Psychiatr.). Los tutelados del establecimiento, esencialmente paralíticos, indolentes y autistas, vegetaban bajo el efecto agotador de la escasez, totalmente apáticos y sin iniciativa. A ello se añadía, cuando los edificios del hambre desempeñaban su función, el efecto de las dosis de somníferos a todas horas. La relación «más gotas para dormir / menos comida» mencionada por una paciente expresa con precisión el efecto subjetivamente placentero y objetivamente abúlico de los narcóticos como agentes patógenos suplementarios. Somáticamente, todos los ocupantes del edificio del hambre presentaban, en general, los mismos dolores y molestias, los cuales, a pesar del estado de necesidad objetiva, se manifestaban desde la astenia y raras veces de forma espontánea. Sin insistencias ni presiones, todo giraba en torno a la cantidad y la calidad de la comida, al peso lastimoso, a la parestesia y la sensación de hambre.

 

Seguidamente, Gerhard Schmidt incluyó en las páginas de su libro la voz de los ocupantes de los edificios del hambre. A los hombres y mujeres calificados por sus asesinos médicos una y otra vez como «vainas humanas vacías» les preguntó por sus sensaciones con respecto a la comida y, después, si sabían por qué les habían querido matar de hambre. Solo uno de cada diez respondió acertadamente a la segunda pregunta.

 

Ese puré de brécol. Con eso no se llena uno. — Con una rebanada de pan tan delgada como una hoja de papel. El agua y el pan solo son para llenar el estómago. — Flojo, flojo, flojo. Falta un plato. Muy poca comida, muy poca. — Paso un hambre atroz, una rebanada de pan para todo el día. — Siempre tengo hambre... El hambre es lo peor. Tengo el corazón en un puño. — A veces no puedo dormir del hambre que tengo. No sabemos por qué nos dan tan poca comida. He adelgazado 25 kilos, pero no menos que otros. — No puedo explicarme el motivo. Nos dejan aquí, nos hacen adelgazar y no nos dicen por qué. No le doy vueltas. Piense lo que piense, me equivocaré. — Estamos en guerra, no se puede pedir más. — Ya vendrán las cosechas cuando acabe la guerra. — Será por culpa de la guerra. — ¿Qué quieren de mí? ¡Me quedan cuatro días y no me dan de comer! Solo peso 36 kilos. Pero ya no dan nada, hay demasiados militares en el hospital y todo es para ellos. — Sí, tengo hambre y solo quiero morirme pronto. Ya me da igual parecer un cadáver... Vamos a morir de hambre lentamente. — ¡Llegué aquí con 59 kilos y ahora solo peso 44, sin salir de este edificio! Aquí no te dan nada porque aquí no se hace nada. — Soy un mal trabajador, he hecho papeleo, y siempre me tocan las patatas malas, la peor comida que hay. Me dicen que no trabajo. — Los parásitos de la nación no merecemos ninguna comida mejor, decían. — ¡Quiero irme! No puedo aguantarlo. Me quieren matar de hambre. — No necesitas nada. Dicen que necesitas más somníferos y que por ello no necesitas comer tanto. Dicen que soy un presidiario.453