La eutanasia en el día a día de una clínica
infantil
«EL NIÑO ES APTO PARA EL TRATAMIENTO»
Por iniciativa propia, el senado de la
Ciudad Libre y Hanseática de Hamburgo creó en enero de 1941 dos
unidades destinadas al asesinato de niños discapacitados: una en el
establecimiento de curación y cuidados de Langenhorn y otra en la
clínica infantil privada de Rothenburgsort. En uno como en otra,
los médicos intentaban averiguar de forma indirecta si los padres
asumían, rechazaban rotundamente o, incluso, deseaban la muerte de
su hijos. Sin embargo, de Langenhorn se deportaba a niños
discapacitados a otras unidades de observación y asesinato del
Comité del Reich sin el consentimiento aparente de los
progenitores. Había Unidades Especializadas de Pediatría
relativamente cercanas a Hamburgo en Schleswig-Stadtfeld, Lüneburg,
Schwerin, Uchtspringe bei Stendal y Blankenburg im Harz.
La persona encargada en Langenhorn de
dictaminar y asesinar era el psiquiatra Hermann Knigge, alumno de
Max Nonne y Oswald Bumke. En el hospital infantil de
Rothenburgsort, el responsable de administrar las inyecciones
letales era el jefe médico Wilhelm Bayer. Está judicialmente
demostrada la muerte violenta de al menos 56 niños en
Rothenburgsort y doce en Langenhorn. Desde las administraciones
sanitarias, el senador de Salud Pública de Hamburgo Ofterdinger y
su ayudante principal, el director del senado Kurt Struve, dieron
su beneplácito a las prácticas homicidas. Además, el oficial médico
superior de Hamburgo, profesor Hermann Sieveking, visitaba
regularmente a los llamados «niños del Comité del Reich» —a los que
Knigge y Bayer inscribían en el registro mortal de la oficina
central de Berlín— y se aseguraba personalmente de la correcta
aplicación de la medida mortífera prevista. Para dar la orden
conveniente se empleaba una fórmula disimulada pero médicamente
inequívoca: «El niño XY es apto para el tratamiento.» Además,
Ofterdinger, Struve y Sieveking informaron del procedimiento del
Comité del Reich a todos los oficiales médicos de Hamburgo en el
marco de una reunión conjunta. En 1940, antes de inaugurar las
Unidades Especializadas de Pediatría hamburguesas, los futuros
directores Knigge y Bayer viajaron a Berlín para recibir una
formación impartida por los trabajadores del Comité del
Reich.
Wilhelm Bayer (1900-1972) fue médico
auxiliar en la clínica infantil de Eppendorf de 1932 a 1934 y jefe
médico del hospital infantil de Rothenburgsort a partir de 1934. Se
había hecho cargo de la clínica cuando esta estaba en plena
decadencia y la convirtió en un centro de prestigio. Bajo su
dirección, la cifra de camas aumentó enseguida de 210 a más de 450
y el establecimiento vivió un periodo de apogeo. Bayer fundó un
consultorio para embarazadas en el barrio obrero de Hammerbrook,
llevó a cabo la construcción de edificios hospitalarios y fundó un
ciclo de formación para puericultoras. Durante la guerra, consiguió
que las mujeres encintas recibieran dosis extra de mantequilla. No
falto de razón, en 1945 declaró ante los funcionarios que
investigaban su caso: «Durante estos once años me he dedicado con
todas mis fuerzas al mantenimiento de la salud de nuestra
descendencia». Bayer habló de «mantener la salud», pero con ello no
acabó de explicar cómo actuó con los niños a los que había
diagnosticado como crónicamente perjudicados.
Mientras asesinaba por encargo del Comité
del Reich, Bayer intentó acceder a una cátedra. El psiquiatra
berlinés Max de Crinis intercedió expresamente a su favor y comentó
lo mucho que estaba «interesada en él la dirección de la Salud del
Reich». Sin embargo, esta intercesión fracasó a causa de un
conservador contrario al nacionalsocialismo, el profesor hamburgués
Rudolf Degkwitz. De Crinis ocupaba muchos cargos influyentes, entre
ellos el de consejero médico en el Ministerio de Ciencia y
Educación del Reich, sin embargo, no logró obtener ningún favor de
la facultad de Medicina de la Universidad de Hamburgo.213
Después de la guerra, Bayer publicó el
manual Das erste Lebensjahr unseres
Säuglings («El primer año de vida de nuestro lactante»), del
que se publicaron más de cien mil ejemplares.214
Sorprendentemente, muchos otros ex médicos del Comité del Reich
también publicaron este tipo de guías después del nazismo. Las
minusvalías no aparecían en estos libros. Sus autores elogiaban la
leche materna, condenaban los alimentos preparados, fomentaban un
crecimiento sin trabas y lo menos alterado posible para el recién
nacido y paraban los pies a los padres ambiciosos a quienes les
asaltaba la necesidad de rodear a sus hijos de estímulos. Por lo
demás, los médicos que habían participado en los asesinatos por
eutanasia estaban a favor de las camisetas de lana, la tranquilidad
y el sol. Los autores de este tipo de guías asesinaron a niños
discapacitados porque estos no habían superado una determinada
puntación en los tests de inteligencia, tenían síndrome de Down o
padecían parálisis espástica.
Los organizadores del Comité del Reich y
altos funcionarios de los organismos sanitarios municipales habían
evitado a propósito al mencionado profesor de Pediatría Rudolf
Degkwitz, quien no supo de los asesinatos de niños discapacitados
hasta finales de 1942, cuando habló con unos padres cuyo hijo había
sido operado ya dos veces a causa de una hidrocefalia. Estos
dijeron al profesor que el oficial médico había ingresado a su hijo
en el hospital infantil de Rothenburgsort porque allí existía la
posibilidad «de tratar a este tipo niños con unas perspectivas de
éxito extraordinarias». Los padres adivinaron el engaño y
comentaron indignados que «todos saben lo que pasa allí con los
niños». Tras esta conversación, Degkwitz llamó a Fritz Janik,
oficial médico responsable en Hamburgo-Harburg, y le preguntó
insistentemente qué sucedía. En junio de 1945 redactó un informe
sobre la conversación telefónica mantenida: «El Dr. Janik me
explicó que no me lo podía explicar por teléfono y me aconsejó que
llamara al senador Ofterdinger, quien tampoco me lo pudo decir
telefónicamente y afirmó que yo ya debería estar al corriente de lo
que sucedía. Entonces recabé información por mi cuenta y me enteré
de que el sr. Bayer mandaba asesinar a niños mentalmente
disminuidos en Rothenburgsort con la aprobación del Sr.
Ofterdinger».215
Todo esto llegó a oídos del senador
corresponsable Ofterdinger, quien se dirigió a toda una autoridad
en el campo de la neurología en Hamburgo, el profesor emérito de
Eppendorf Max Nonne (1861-1959), cuyos servicios habían sido
requeridos en varias ocasiones para asistir a un convaleciente
Lenin en 1923. Por lo visto, el senador, irritado por las pesquisas
de Degkwitz, solicitó al profesor una opinión experta que apoyara
la actuación homicida. Nonne aceptó encantado. En su dictamen
planteó en primer lugar el tema de la muerte asistida por petición
de un paciente enfermo de gravedad y, seguidamente, la cuestión del
«exterminio de la vida indigna de ser vivida»: «Un segundo grupo es
el formado por los enfermos mentales incurables —con independencia
de si han nacido así o si, como muchos paralíticos o
esquizofrénicos, se hallan en la última fase de su dolencia—. Tales
enfermos no disponen de la voluntad de vivir ni de morir. Por
consiguiente, el consentimiento para el sacrificio apenas existe
por su parte y, por otro lado, este sacrificio no concurre con
ninguna voluntad de vivir que pudiera verse coartada. Su vidas son
absolutamente inútiles y no las perciben como insoportables. Para
sus familiares y para la sociedad, son una carga terriblemente
pesada. Su muerte no deja el más mínimo vacío. Como requieren
enormes cuidados, dan pie a que se cree una actividad humana
dedicada exclusivamente a prolongar durante años y décadas unas
vidas absolutamente indignas de ser vividas».
Nonne citó explícitamente el libro de Karl
Binding y Alfred Hoche publicado en 1920 Die
Vernichtung lebensunwerten Lebens («El exterminio de la vida
indigna de ser vivida») y añadió: «Para estos casos, Binding —y
Hoche comparte la misma opinión— dice que, “desde el punto de vista
legal, social o religioso” no ve “ningún motivo para no liberar
estas vidas humanas que constituyen la espantosa antítesis del ser
humano”. Al ver lo mucho que, en ocasiones, los familiares quieren
a estas personas y ven sus vidas tan gravemente lastradas por el
sufrimiento del infeliz, incluso si este está ingresado en un
establecimiento, pienso que habría que conceder a estos parientes
el derecho de protestar. Desde hace un año y medio hasta hoy, en
Alemania se está actuando activamente. Ello ha causado una
considerable inquietud en amplios sectores de la sociedad y,
principalmente, también entre los psiquiatras. Para un médico es
muy difícil abstraerse de la idea que expresó Hipócrates en su
juramento médico, a saber, que el galeno no debe destruir la vida
humana, sino conservarla, y existe la posibilidad o el peligro de
que la opinión pública desconfíe de los psiquiatras y los califique
de “verdugos” de sus enfermos. Pienso que, a raíz de esta
preocupación, ya casi en ninguna parte de Alemania se aceptan las
“clínicas psiquiátricas”, sino únicamente las “clínicas
neurológicas”. En la primavera de 1941 debía celebrarse la reunión
anual de neurólogos y psiquiatras alemanes en Viena con la cuestión
“Medidas modernas en el tratamiento de enfermedades mentales” como
objeto de debate. Por lo visto, en Berlín temieron que la discusión
acerca de un tema aún no meditado lo suficiente ni todavía depurado
levantara ampollas y mandaron suspender el congreso».
Nonne distinguió entre dos categorías de
«intelectualmente muertos»: los que nacían así y los que se volvían
así a consecuencia de enfermedades o accidentes. Según Nonne, estos
últimos eran los que mayor aprecio recibían por parte de los
familiares, mientras que los discapacitados de nacimiento no
disfrutaban de este cobijo emocional de sus parientes cercanos. De
ello dedujo el profesor lo siguiente: «Los intelectualmente muertos
desde su nacimiento o desde el primer o segundo año de vida todavía
pueden vivir más. He presenciado estos casos de idiocia completa
causada por transformaciones prematuras. En ellos, los cuidados
necesarios se prolongan a lo largo de toda su vida y, externamente,
requieren la atención de dos generaciones de cuidadores, o más. Por
ello, la supervivencia de tales idiotas completos supondría el
mayor de los lastres para la comunidad. La dificultad que entraña
un intento de resolver estas cosas por la vía legislativa es
grande. De momento, la idea librar a nuestra nación de este peso
legalizando el exterminio de los intelectualmente muertos, que son
completamente inútiles, todavía encuentra rechazo en muchos
lugares. Al principio, y quizás durante algún tiempo, pueden
existir reparos principalmente emocionales y, también, religiosos.
También hoy, entre el público debe imperar todavía el
convencimiento de que los médicos y, especialmente, los psiquiatras
nunca dejarán de ofrecer tratamiento a los corporal y mentalmente
enfermos mientras exista una transformación de su estado a mejor.
Sin embargo, sería más razonablemente aclarador plantear la tarea
de promover entre la opinión pública la idea de que la eliminación
de los intelectualmente muertos no es ningún crimen, ningún acto
inmoral, ninguna barbarie emocional, sino un acto permitido y
útil».216
INYECCIONES LETALES EN LA FORMACIÓN DE ESPECIALISTAS
En Hamburgo no fueron nazis, racistas ni
ideólogos de la etnia nacional cualesquiera quienes decretaron los
asesinatos de niños discapacitados. Fueron más bien autoridades
médicas locales, un profesor de psiquiatría y neurología de fama
internacional y altos cargos y funcionarios responsables los que
llevaron a cabo, de común acuerdo, la práctica denominada
«eutanasia». En 1945, juristas militares británicos calificaron
dicha acción como ejecuciones clínicas en masa cometidas sobre
personas completamente indefensas.
Rudolf Degkwitz fue la única excepción
significativa en la ciudad del Elba. En 1943 fue arrestado
preventivamente por la Gestapo a raíz de una denuncia presentada
por Paul Mulzer, director de la clínica dermatológica de Eppendorf.
En 1945 interpuso una querella contra Bayer y Knigge y, décadas
después, desde Nueva York, intentó en repetidas ocasiones llevar
ante el juez a su colega Werner Catel. Degkwitz formuló sus
acusaciones contra Catel con el apoyo del Frankfurter Allgemeine Zeitung y el bufete de
abogados del entonces futuro presidente de la RFA, Gustav
Heinemann. No obstante, no inició su campaña hasta que murió Max
Nonne, casi centenario, en 1959. En una carta dirigida al superior
del profesor Catel en Kiel, Degkwitz escribió en 1960 que primero
acusaría al citado Catel porque su caso estaba conectado con otros
—también con los de Hamburgo, sobre los cuales había tenido que
guardar silencio para proteger a Nonne—.
El 29 de mayo de 1945, tres estudiantes de
medicina en prácticas de la clínica infantil de Rothenburgsort
presentaron una denuncia contra su jefe médico Wilhelm Bayer, a
quien culpaban, así como a algunas doctoras de unidad y enfermeras,
de haber asesinado a niños discapacitados en los años precedentes.
Además, Rudolf Degkwitz, entonces senador de Sanidad nombrado por
la potencia ocupante británica, solicitó una investigación judicial
por los mismos sucesos; un órgano jurídico-militar británico se
encargó de instruir las causas. Así, en junio de 1945 fue posible
incoar un procedimiento penal por los infanticidios de Hamburgo.
Desde el punto de vista historiográfico, las declaraciones
registradas en este proceso tienen la ventaja de que los
interrogados testificaron al poco tiempo de haber sucedido los
hechos y —tal como confirmó la conducta del experto Nonne— las
estrategias de declaración todavía no se habían pactado.
La reacción de Max Nonne fue curiosa. En
1946, en el proceso contra los médicos Bayer y Knigge, acusados de
diversos crímenes capitales, el juez pidió a Nonne que elaborara un
informe. Este cumplió la petición del magistrado y presentó el
dictamen ya citado con el que, cuatro años antes, había justificado
la actividad de los asesinos. En el escrito, Nonne calificó en 1946
a los niños asesinados no de personas, sino de casos y material
médico y comentó a modo de resumen: «Los casos del señor Dr. Knigge
eran directamente idiotas profundos. En los casos del señor Dr.
Bayer se trataba exactamente del mismo material. Todos son casos
para los que, ya desde muchos años atrás, yo había pedido una
interrupción de la vida».217
El imputado Hermann Knigge murió durante la
instrucción del caso, así que solo quedó Wilhelm Bayer como acusado
principal. Sus doctoras ayudantes también fueron interrogadas en
calidad de sospechosas. Casi todas habían iniciado su formación en
la clínica de Rothenburgsort en 1940. De las doce principiantes,
diez habían participado en los asesinatos sin protestar. Ninguna de
ellas había experimentado ningún remordimiento ni había pertenecido
al NSDAP. Las jóvenes habían aprendido la técnica asesina como
parte de la rutina médica. Entre 1941 y 1945 «administraron la
muerte asistida» por orden del jefe médico, pero sin recibir
presión alguna, las siguientes facultativas de Hamburgo: Freiin
Ortrud von Lamezan (nacida en 1918), Ursula Bensel (1921), Emma
Lüthje (1912), Ursula Petersen (1912), Ingeborg Wetzel (1912),
Gisela Schwabe (1917), Helene Sonnemann (1911), Lotte Albers
(1911), Maria Lange de la Camp (1906), Ilse Breitfort (1910) y la
Dra. Bauer.
En el año 1943, el promedio de edad de estas
mujeres implicadas activamente en el asesinato era de 30 años. Las
únicas que no participaron fueron las doctoras ayudantes Rawie y
Fontana. Ambas dijeron después que ello les había ocasionado
inconvenientes. Desde el principio, el jefe médico Bayer había
insistido en el hecho de que los homicidios «se ejecuten
completamente en el marco del resto de actividades habituales de la
unidad». Al acabar la guerra, las doctoras participantes
describieron este procedimiento en sus declaraciones.
Maria Lange de la Camp explicó: «En las
visitas oí hablar por primera vez a las compañeras de los llamados
niños del Comité del Reich. Durante todo el tiempo que estuve en la
unidad de escarlatina solamente tuve un niño con idiocia. (...) Yo
no lo inscribí en el Comité del Reich; lo habían hecho unos meses
atrás. El niño ya llevaba en mi unidad varias semanas en estado
totalmente estable, cuando, un día, recibí una nota del Dr. Bayer
donde solamente había escrito el nombre del niño. Mis compañeras me
explicaron el significado de aquel papel. El frasco de Luminal
siempre lo custodiaba la última doctora que había puesto una
inyección. Yo sabía quien era por nuestras visitas y reuniones.
(...) Preparé la jeringuilla con diez centímetros cúbicos de
Luminal y a mediodía me dirigí a la unidad, donde solo estaba la
enfermera. Yo ya había informado a la enfermera W. de que iba a
administrar al niño la inyección de muerte asistida. Entonces me
dirigí con ella hacia él. (...) Nunca había puesto una inyección
sin que me ayudaran a sujetar al niño. No anoté la inyección en la
hoja médica, ya que las compañeras me habían dicho que no había que
hacerlo. En el certificado de defunción indiqué neumonía como causa
de muerte. Las compañeras me habían dicho que debía anotar neumonía
como causa de muerte. (...) De entre todas las doctoras ayudantes,
solo una se pronunció en una ocasión en contra de la eutanasia. Fue
la doctora Fontana, que nos dijo que se negaría a administrar la
eutanasia si alguna vez se lo pedían. Mientras yo estuve allí, la
doctora Fontana no practicó ninguna muerte asistida».
Ursula Bensel: «Estaba en el hospital para
aprender. Sabía que allí tenían un punto de vista distinto sobre la
eutanasia, allí la defendían. (...) Entonces yo tenía 33 años y era
una principiante. El jefe médico estaba tan por encima de nosotras
que no me atrevía a exponerle mis dudas». El 7 de marzo de 1945
ingresó la paciente de dos años Hannelore S. con una paresia
cerebral grave. Cuatro semanas después, el 5 de abril, Ursula
Bensel mató a la pequeña Hannelore. En su declaración posterior
explicó: «Pocos días antes de la muerte de la niña, el doctor Bayer
se dirigió a mí y me dijo que el Comité del Reich había enviado a
la niña y que yo ya sabía lo que pasaba en esos casos. El doctor
Bayer me dijo que debía administrarle una inyección de Luminal y
también me indicó la dosis en centímetros cúbicos». La joven
doctora guardó silencio. Presa de un dilema moral, fue a hablar con
la madre de la niña. Esta le dijo que había hablado con el doctor
Bayer y este que le había dicho que quería someter a su hija a un
tratamiento con una probabilidad de muerte del 95 por 100. La
doctora pidió a la madre que se llevara a la niña a casa. La madre
se negó y, después, la facultativa administró la inyección
letal.
Ingeborg Wetzel explicó el procedimiento y
su papel en el mismo: «El profesor Sieveking (del Senado de
Hamburgo) se dirigió a mí y me pidió ver al “niño del Comité del
Reich” tal (él tenía el nombre del niño). Tras delatar al niño, el
profesor Sieveking dijo algo en tono compasivo. No se habló de
incluir al niño en la eutanasia, pero entre las doctoras ayudantes
no existía la menor duda de que el profesor Dr. Sieveking estaba
informado de la práctica eutanásica, ya que, según tengo entendido,
él también escribía informes para el Comité del Reich. Pocas
semanas después de que Sieveking pasara revista a los niños,
llegaba desde Berlín la autorización para la eutanasia. El Dr.
Bayer no demostraba ningún tipo sentimiento ante las ayudantes y
era una persona inaccesible. (...) Cuando alguien le llevaba la
contraria, se volvía irónico, mordaz y enérgico. Yo suponía que
todas las doctoras ayudantes estábamos positivamente a favor de la
práctica de la eutanasia en niños enfermos mentales. En cualquier
caso, nunca noté que ninguna de nosotras se opusiera».218
Lieselotte Albers explicó cómo mató por
primera vez a un niño: «Poco después de mi incorporación al
hospital infantil de Rothenburgsort, ingresó en la unidad un niño
con idiocia. Hablé alguna vez con la madre y me dijo que no se lo
quería llevar a casa. Trasladé al Dr. Bayer las palabras de la
madre y me dijo que el asunto estaba controlado. Según recuerdo, el
Dr. Bayer ya me dijo en esa misma visita que en tales casos se
practicaba la eutanasia. Recuerdo que el Dr. Bayer me preguntó si
estaba dispuesta a administrar yo misma la inyección de muerte
asistida o si tenía algún reparo. Le respondí que no».219
LAS ALUMNAS DE ENFERMERÍA TAMBIÉN ESTABAN AL CORRIENTE
Una de las enfermeras de Hamburgo declaró
ante el juez instructor: «Entre las enfermeras de la unidad se
decía que a los niños enfermos mentales incurables se les
administraba la muerte asistida. El Dr. Bayer, el Dr. Albers o el
Dr. Petersen me dijeron que la muerte asistida se suministraba en
determinados casos administrando una inyección. En todos esos años,
calculo que en la sección de la que yo fui responsable se aplicó la
muerte asistida en diez ocasiones».220
En 1948, la alumna de enfermería Gisela Riecke declaró que ella y
las otras estudiantes sabían en 1943 «que en el hospital de
Rothenburgsort se practicaba la muerte asistida en niños enfermos
mentales». Un día, la enfermera de la unidad le mostró a la pequeña
Renate y le comentó que era una «niña del Comité del Reich»: «Me
enseñó los formularios oficiales que los médicos debían rellenar
para informar al Comité del Reich». Entonces, la alumna le
preguntó: «¿De qué manera se aplica la muerte asistida a los niños?
¿Se les administran pastillas, polvos o inyecciones?». La enfermera
de la unidad respondió: «Usted todavía es alumna, ya lo sabrá
cuando sea enfermera». En cualquier caso, el precepto homicida
formaba parte de la formación para las enfermeras de ese hospital:
«Las alumnas también sabíamos que, a mediodía, la doctora y la
enfermera de la unidad se iban a administrar la muerte asistida a
los niños del Comité del Reich».221
En la clínica de Rothenburgsort, la doctora
de unidad responsable en cada momento según el horario de servicio
era la encargada de ejecutar los asesinatos de los niños para los
que el Comité del Reich había concedido la autorización de
«tratamiento». No había unidades especializadas ni médicos
especiales. El asesinato formaba parte de la rutina hospitalaria
junto con el resto de actividades terapéuticas y asistenciales
habituales aplicadas para curar a los niños ingresados en el
centro. Esta forma evidente de homicidio clínico era el objetivo a
largo plazo que los actores del Comité del Reich, y también los de
la Acción T4, perseguían para su política sanitaria. Sin embargo,
hasta 1945, los responsables obraron disimuladamente en la mayoría
de Unidades Especializadas de Pediatría, las cuales solían estar
aisladas del resto de procesos clínicos. Pero, en Rothenburgsort,
el jefe médico y sus doctoras ayudantes y enfermeras ensayaron el
procedimiento que estaba previsto aplicar en un futuro para llevar
a cabo los asesinatos por eutanasia en general, es decir, como
parte del funcionamiento normal del establecimiento.
La doctora Hildegard Wese y su marido, el
médico Hermann Wese, trabajaron en distintas Unidades
Especializadas de Pediatría, donde asesinaron a los niños y niñas
ingresados y evaluados por el Comité del Reich. En el año 1943,
ambos superaron un curso de capacitación en la clínica infantil
universitaria de Leipzig. Posteriormente, Hildegard Wese explicó en
un interrogatorio cómo el jefe médico local y experto del Comité
del Reich, Werner Catel, trataba la cuestión de la eutanasia en la
actividad rutinaria del centro: «Recuerdo que, una vez, en una
reunión con todos les médicos de la clínica infantil universitaria
para una exposición clínica de los casos infantiles, el profesor
Catel le dijo al médico que hacía la presentación: “¿No ve que es
un niño idiota? Yo propondría un tratamiento por otra vía.” Se
refería a inscribirlo en el Comité del Reich. Aquello me dejó muy
sorprendida y, después, le dije a mi marido: “Parece que aquí todos
los médicos ya conocen el procedimiento del Comité del Reich.” Me
impresionó que allí se hablara tan abiertamente del
procedimiento».222
En la clínica infantil universitaria de
Berlín se actuaba de manera similar bajo la dirección de Georg
Bessau, profesor de Catel. En 1943, Bessau inscribió al niño
discapacitado profundo de dos años Jürgen Plith en la oficina de
Sanidad de Neukölln. En el cuestionario escribió su conclusión:
«Considero urgente su traslado a un establecimiento». Los
responsables entendieron la carta de Bessau tal como él había
querido y anotaron en el margen: «¿Comité del Reich? ¿Görden?».
Pero los progenitores se opusieron y el padre, Kurt Plith, de
profesión catedrático de instituto, escribió al oficial médico: «He
decidido que Jürgen se quedará provisionalmente en casa, ya que el
pequeño no supone de momento ninguna carga para su familia ni para
el Estado». Y añadió que si la situación cambiaba, entregaría al
niño a una residencia privada. La ciudadora de la oficina
territorial intentó persuadir a los padres para que ingresaran a su
hijo profundamente discapacitado en Brandeburgo-Görden. En cambio,
la pediatra Marie-Therese Lassen desaconsejó enérgicamente —«por
motivos cristianos»— dar semejante paso. Jürgen Plith falleció en
1952 de muerte natural.223
Los médicos de la clínica infantil
universitaria de Heidelberg participaron en los homicidios haciendo
gala del mismo compromiso demostrado por el profesor Bessau.
Presentaron solicitudes, trasladaron a pacientes a destinos
inequívocos e intentaron influir y manejar a los padres para que
vieran la muerte de su hijo como una redención. El profesor Johann
Duken dirigía la clínica y su jefe médico se llamaba Gottfried
Bonell. Describiré la forma de actuar de estos dos doctores
sirviéndome de un ejemplo.
Christel Noé nació del 14 de febrero de
1940. Padecía una hidrocefalia interna y un retraso mental
considerable. La pequeña ingresó en la clínica por recomendación
del médico de familia a la edad de tres años. Cuatro días después
de su admisión, el jefe médico Gottfried Bonell escribió al médico
de familia en Neustadt an der Weinstrasse: «Debido al estado de
idiocia completa de la niña y según el diagnóstico cerebral,
consideramos adecuado que los padres la lleven al establecimiento
de curación y cuidados de Eichberg bei Wiesbaden, donde ya hemos
solicitado su admisión». En el informe médico, Bonell anotó el
mismo día: «Parece que los padres están de acuerdo con el traslado
a la residencia de Eichberg». Dos días después, el 24 de junio, el
Dr. Walter Schmidt respondió desde el establecimiento de Eichberg:
«La niña puede ingresar cualquier día, excepto sábados y
domingos».
Entretanto, Duken, el director de la
clínica, había hablado con la madre de Christel. Esta le escribió
el 23 de junio: «Después de tomar la decisión de seguir su consejo
y trasladar ya mismo a Christel a un establecimiento desde
Heidelberg, hoy quisiera dirigirme a usted para pedirle un favor.
El viernes por la mañana, a las nueve, me pasaré por la clínica
para recoger a la niña. ¿Sería usted tan amable de anunciar mi
llegada a Eichberg con mi hija?».
El 6 de julio, la madre de Christel se
dirigió una vez más al profesor Duken: «Nuestra pequeña Christel
falleció el 30 de junio después de cinco días de estancia en el
sanatorio de Eichberg. La noticia de la súbita muerte me espantó y
lo primero que pensé fue que no la habían atendido bien, ya que
cuando la traje desde Heidelberg se la veía muy contenta. Si
hubiera pensado que su vida se apagaría tan pronto, nunca habría
emprendido ese agotador viaje y habría dejado a la niña en
Heidelberg. ¿Usted había pensado entonces que la pequeña moriría
tan rápidamente? Pienso en lo que me dijo, que la niña no llegaría
a adulta y que nunca se curaría, y me consuela saber que se ha
redimido de su profundo sufrimiento. Para nosotros, como padres,
supone el final de una gran preocupación para el futuro».
El profesor Duken contestó inmediatamente:
«Estaba seguro de que la niña no viviría mucho más, pero no
esperaba que muriera tan pronto. Comparto con usted la idea de que
era bueno que esta pequeña criatura se viera liberada rápidamente
de su pena. Sin embargo, para usted debe ser duro, porque, al fin y
al cabo, ha volcado mucho amor y preocupación en ella. Espero que
la bondadosa fortuna le obsequie pronto con otro pequeñín». Al
afectuoso apelativo de «pequeñín» le siguió un frío «Heil Hitler!».
El mismo hombre que, por el procedimiento aquí descrito, no solo
había organizado este asesinato, sino varios más, utilizó al final
de la carta la siguiente fórmula de despedida con una madre que,
desde su punto de vista, había tenido una actitud colaboradora:
«Con mis más afectuosos deseos, le saluda su atento servidor,
Johann Duken».224
Después de la guerra, ya entrado en años,
Gottfried Bonell fue uno de los médicos de Berlín occidental
encargados de dictaminar sobre discapacidades infantiles. Como tal,
también examinó a mi hija Karline demostrando gran cordialidad y
defendió la instauración de ayudas económicas generosas para los
más desfavorecidos. En cuanto a Duken, que además ejerció de espía
para el Sicherheitsdienst, los especialistas de propaganda bélica
británicos le habían seguido la pista y, en el otoño de 1941,
divulgaron la noticia «Limpieza racial en Heidelberg» a través de
octavillas lanzadas desde el aire sobre Alemania. En estos
pasquines se podía leer: «El profesor Duken, de la clínica infantil
de la Universidad de Heidelberg, es un nacionalsocialista
implacable. Piensa que los niños enfermos y débiles incurables o
los disminuidos mentales no tienen derecho a la vida. Cuando
ingresan a niños así en su clínica, él los mata».225