La eutanasia en el día a día de una clínica infantil

 

 

«EL NIÑO ES APTO PARA EL TRATAMIENTO»

 

Por iniciativa propia, el senado de la Ciudad Libre y Hanseática de Hamburgo creó en enero de 1941 dos unidades destinadas al asesinato de niños discapacitados: una en el establecimiento de curación y cuidados de Langenhorn y otra en la clínica infantil privada de Rothenburgsort. En uno como en otra, los médicos intentaban averiguar de forma indirecta si los padres asumían, rechazaban rotundamente o, incluso, deseaban la muerte de su hijos. Sin embargo, de Langenhorn se deportaba a niños discapacitados a otras unidades de observación y asesinato del Comité del Reich sin el consentimiento aparente de los progenitores. Había Unidades Especializadas de Pediatría relativamente cercanas a Hamburgo en Schleswig-Stadtfeld, Lüneburg, Schwerin, Uchtspringe bei Stendal y Blankenburg im Harz.
La persona encargada en Langenhorn de dictaminar y asesinar era el psiquiatra Hermann Knigge, alumno de Max Nonne y Oswald Bumke. En el hospital infantil de Rothenburgsort, el responsable de administrar las inyecciones letales era el jefe médico Wilhelm Bayer. Está judicialmente demostrada la muerte violenta de al menos 56 niños en Rothenburgsort y doce en Langenhorn. Desde las administraciones sanitarias, el senador de Salud Pública de Hamburgo Ofterdinger y su ayudante principal, el director del senado Kurt Struve, dieron su beneplácito a las prácticas homicidas. Además, el oficial médico superior de Hamburgo, profesor Hermann Sieveking, visitaba regularmente a los llamados «niños del Comité del Reich» —a los que Knigge y Bayer inscribían en el registro mortal de la oficina central de Berlín— y se aseguraba personalmente de la correcta aplicación de la medida mortífera prevista. Para dar la orden conveniente se empleaba una fórmula disimulada pero médicamente inequívoca: «El niño XY es apto para el tratamiento.» Además, Ofterdinger, Struve y Sieveking informaron del procedimiento del Comité del Reich a todos los oficiales médicos de Hamburgo en el marco de una reunión conjunta. En 1940, antes de inaugurar las Unidades Especializadas de Pediatría hamburguesas, los futuros directores Knigge y Bayer viajaron a Berlín para recibir una formación impartida por los trabajadores del Comité del Reich.
Wilhelm Bayer (1900-1972) fue médico auxiliar en la clínica infantil de Eppendorf de 1932 a 1934 y jefe médico del hospital infantil de Rothenburgsort a partir de 1934. Se había hecho cargo de la clínica cuando esta estaba en plena decadencia y la convirtió en un centro de prestigio. Bajo su dirección, la cifra de camas aumentó enseguida de 210 a más de 450 y el establecimiento vivió un periodo de apogeo. Bayer fundó un consultorio para embarazadas en el barrio obrero de Hammerbrook, llevó a cabo la construcción de edificios hospitalarios y fundó un ciclo de formación para puericultoras. Durante la guerra, consiguió que las mujeres encintas recibieran dosis extra de mantequilla. No falto de razón, en 1945 declaró ante los funcionarios que investigaban su caso: «Durante estos once años me he dedicado con todas mis fuerzas al mantenimiento de la salud de nuestra descendencia». Bayer habló de «mantener la salud», pero con ello no acabó de explicar cómo actuó con los niños a los que había diagnosticado como crónicamente perjudicados.
Mientras asesinaba por encargo del Comité del Reich, Bayer intentó acceder a una cátedra. El psiquiatra berlinés Max de Crinis intercedió expresamente a su favor y comentó lo mucho que estaba «interesada en él la dirección de la Salud del Reich». Sin embargo, esta intercesión fracasó a causa de un conservador contrario al nacionalsocialismo, el profesor hamburgués Rudolf Degkwitz. De Crinis ocupaba muchos cargos influyentes, entre ellos el de consejero médico en el Ministerio de Ciencia y Educación del Reich, sin embargo, no logró obtener ningún favor de la facultad de Medicina de la Universidad de Hamburgo.213
Después de la guerra, Bayer publicó el manual Das erste Lebensjahr unseres Säuglings («El primer año de vida de nuestro lactante»), del que se publicaron más de cien mil ejemplares.214 Sorprendentemente, muchos otros ex médicos del Comité del Reich también publicaron este tipo de guías después del nazismo. Las minusvalías no aparecían en estos libros. Sus autores elogiaban la leche materna, condenaban los alimentos preparados, fomentaban un crecimiento sin trabas y lo menos alterado posible para el recién nacido y paraban los pies a los padres ambiciosos a quienes les asaltaba la necesidad de rodear a sus hijos de estímulos. Por lo demás, los médicos que habían participado en los asesinatos por eutanasia estaban a favor de las camisetas de lana, la tranquilidad y el sol. Los autores de este tipo de guías asesinaron a niños discapacitados porque estos no habían superado una determinada puntación en los tests de inteligencia, tenían síndrome de Down o padecían parálisis espástica.

 

Los organizadores del Comité del Reich y altos funcionarios de los organismos sanitarios municipales habían evitado a propósito al mencionado profesor de Pediatría Rudolf Degkwitz, quien no supo de los asesinatos de niños discapacitados hasta finales de 1942, cuando habló con unos padres cuyo hijo había sido operado ya dos veces a causa de una hidrocefalia. Estos dijeron al profesor que el oficial médico había ingresado a su hijo en el hospital infantil de Rothenburgsort porque allí existía la posibilidad «de tratar a este tipo niños con unas perspectivas de éxito extraordinarias». Los padres adivinaron el engaño y comentaron indignados que «todos saben lo que pasa allí con los niños». Tras esta conversación, Degkwitz llamó a Fritz Janik, oficial médico responsable en Hamburgo-Harburg, y le preguntó insistentemente qué sucedía. En junio de 1945 redactó un informe sobre la conversación telefónica mantenida: «El Dr. Janik me explicó que no me lo podía explicar por teléfono y me aconsejó que llamara al senador Ofterdinger, quien tampoco me lo pudo decir telefónicamente y afirmó que yo ya debería estar al corriente de lo que sucedía. Entonces recabé información por mi cuenta y me enteré de que el sr. Bayer mandaba asesinar a niños mentalmente disminuidos en Rothenburgsort con la aprobación del Sr. Ofterdinger».215
Todo esto llegó a oídos del senador corresponsable Ofterdinger, quien se dirigió a toda una autoridad en el campo de la neurología en Hamburgo, el profesor emérito de Eppendorf Max Nonne (1861-1959), cuyos servicios habían sido requeridos en varias ocasiones para asistir a un convaleciente Lenin en 1923. Por lo visto, el senador, irritado por las pesquisas de Degkwitz, solicitó al profesor una opinión experta que apoyara la actuación homicida. Nonne aceptó encantado. En su dictamen planteó en primer lugar el tema de la muerte asistida por petición de un paciente enfermo de gravedad y, seguidamente, la cuestión del «exterminio de la vida indigna de ser vivida»: «Un segundo grupo es el formado por los enfermos mentales incurables —con independencia de si han nacido así o si, como muchos paralíticos o esquizofrénicos, se hallan en la última fase de su dolencia—. Tales enfermos no disponen de la voluntad de vivir ni de morir. Por consiguiente, el consentimiento para el sacrificio apenas existe por su parte y, por otro lado, este sacrificio no concurre con ninguna voluntad de vivir que pudiera verse coartada. Su vidas son absolutamente inútiles y no las perciben como insoportables. Para sus familiares y para la sociedad, son una carga terriblemente pesada. Su muerte no deja el más mínimo vacío. Como requieren enormes cuidados, dan pie a que se cree una actividad humana dedicada exclusivamente a prolongar durante años y décadas unas vidas absolutamente indignas de ser vividas».
Nonne citó explícitamente el libro de Karl Binding y Alfred Hoche publicado en 1920 Die Vernichtung lebensunwerten Lebens («El exterminio de la vida indigna de ser vivida») y añadió: «Para estos casos, Binding —y Hoche comparte la misma opinión— dice que, “desde el punto de vista legal, social o religioso” no ve “ningún motivo para no liberar estas vidas humanas que constituyen la espantosa antítesis del ser humano”. Al ver lo mucho que, en ocasiones, los familiares quieren a estas personas y ven sus vidas tan gravemente lastradas por el sufrimiento del infeliz, incluso si este está ingresado en un establecimiento, pienso que habría que conceder a estos parientes el derecho de protestar. Desde hace un año y medio hasta hoy, en Alemania se está actuando activamente. Ello ha causado una considerable inquietud en amplios sectores de la sociedad y, principalmente, también entre los psiquiatras. Para un médico es muy difícil abstraerse de la idea que expresó Hipócrates en su juramento médico, a saber, que el galeno no debe destruir la vida humana, sino conservarla, y existe la posibilidad o el peligro de que la opinión pública desconfíe de los psiquiatras y los califique de “verdugos” de sus enfermos. Pienso que, a raíz de esta preocupación, ya casi en ninguna parte de Alemania se aceptan las “clínicas psiquiátricas”, sino únicamente las “clínicas neurológicas”. En la primavera de 1941 debía celebrarse la reunión anual de neurólogos y psiquiatras alemanes en Viena con la cuestión “Medidas modernas en el tratamiento de enfermedades mentales” como objeto de debate. Por lo visto, en Berlín temieron que la discusión acerca de un tema aún no meditado lo suficiente ni todavía depurado levantara ampollas y mandaron suspender el congreso».
Nonne distinguió entre dos categorías de «intelectualmente muertos»: los que nacían así y los que se volvían así a consecuencia de enfermedades o accidentes. Según Nonne, estos últimos eran los que mayor aprecio recibían por parte de los familiares, mientras que los discapacitados de nacimiento no disfrutaban de este cobijo emocional de sus parientes cercanos. De ello dedujo el profesor lo siguiente: «Los intelectualmente muertos desde su nacimiento o desde el primer o segundo año de vida todavía pueden vivir más. He presenciado estos casos de idiocia completa causada por transformaciones prematuras. En ellos, los cuidados necesarios se prolongan a lo largo de toda su vida y, externamente, requieren la atención de dos generaciones de cuidadores, o más. Por ello, la supervivencia de tales idiotas completos supondría el mayor de los lastres para la comunidad. La dificultad que entraña un intento de resolver estas cosas por la vía legislativa es grande. De momento, la idea librar a nuestra nación de este peso legalizando el exterminio de los intelectualmente muertos, que son completamente inútiles, todavía encuentra rechazo en muchos lugares. Al principio, y quizás durante algún tiempo, pueden existir reparos principalmente emocionales y, también, religiosos. También hoy, entre el público debe imperar todavía el convencimiento de que los médicos y, especialmente, los psiquiatras nunca dejarán de ofrecer tratamiento a los corporal y mentalmente enfermos mientras exista una transformación de su estado a mejor. Sin embargo, sería más razonablemente aclarador plantear la tarea de promover entre la opinión pública la idea de que la eliminación de los intelectualmente muertos no es ningún crimen, ningún acto inmoral, ninguna barbarie emocional, sino un acto permitido y útil».216
INYECCIONES LETALES EN LA FORMACIÓN DE ESPECIALISTAS

 

En Hamburgo no fueron nazis, racistas ni ideólogos de la etnia nacional cualesquiera quienes decretaron los asesinatos de niños discapacitados. Fueron más bien autoridades médicas locales, un profesor de psiquiatría y neurología de fama internacional y altos cargos y funcionarios responsables los que llevaron a cabo, de común acuerdo, la práctica denominada «eutanasia». En 1945, juristas militares británicos calificaron dicha acción como ejecuciones clínicas en masa cometidas sobre personas completamente indefensas.
Rudolf Degkwitz fue la única excepción significativa en la ciudad del Elba. En 1943 fue arrestado preventivamente por la Gestapo a raíz de una denuncia presentada por Paul Mulzer, director de la clínica dermatológica de Eppendorf. En 1945 interpuso una querella contra Bayer y Knigge y, décadas después, desde Nueva York, intentó en repetidas ocasiones llevar ante el juez a su colega Werner Catel. Degkwitz formuló sus acusaciones contra Catel con el apoyo del Frankfurter Allgemeine Zeitung y el bufete de abogados del entonces futuro presidente de la RFA, Gustav Heinemann. No obstante, no inició su campaña hasta que murió Max Nonne, casi centenario, en 1959. En una carta dirigida al superior del profesor Catel en Kiel, Degkwitz escribió en 1960 que primero acusaría al citado Catel porque su caso estaba conectado con otros —también con los de Hamburgo, sobre los cuales había tenido que guardar silencio para proteger a Nonne—.
El 29 de mayo de 1945, tres estudiantes de medicina en prácticas de la clínica infantil de Rothenburgsort presentaron una denuncia contra su jefe médico Wilhelm Bayer, a quien culpaban, así como a algunas doctoras de unidad y enfermeras, de haber asesinado a niños discapacitados en los años precedentes. Además, Rudolf Degkwitz, entonces senador de Sanidad nombrado por la potencia ocupante británica, solicitó una investigación judicial por los mismos sucesos; un órgano jurídico-militar británico se encargó de instruir las causas. Así, en junio de 1945 fue posible incoar un procedimiento penal por los infanticidios de Hamburgo. Desde el punto de vista historiográfico, las declaraciones registradas en este proceso tienen la ventaja de que los interrogados testificaron al poco tiempo de haber sucedido los hechos y —tal como confirmó la conducta del experto Nonne— las estrategias de declaración todavía no se habían pactado.
La reacción de Max Nonne fue curiosa. En 1946, en el proceso contra los médicos Bayer y Knigge, acusados de diversos crímenes capitales, el juez pidió a Nonne que elaborara un informe. Este cumplió la petición del magistrado y presentó el dictamen ya citado con el que, cuatro años antes, había justificado la actividad de los asesinos. En el escrito, Nonne calificó en 1946 a los niños asesinados no de personas, sino de casos y material médico y comentó a modo de resumen: «Los casos del señor Dr. Knigge eran directamente idiotas profundos. En los casos del señor Dr. Bayer se trataba exactamente del mismo material. Todos son casos para los que, ya desde muchos años atrás, yo había pedido una interrupción de la vida».217
El imputado Hermann Knigge murió durante la instrucción del caso, así que solo quedó Wilhelm Bayer como acusado principal. Sus doctoras ayudantes también fueron interrogadas en calidad de sospechosas. Casi todas habían iniciado su formación en la clínica de Rothenburgsort en 1940. De las doce principiantes, diez habían participado en los asesinatos sin protestar. Ninguna de ellas había experimentado ningún remordimiento ni había pertenecido al NSDAP. Las jóvenes habían aprendido la técnica asesina como parte de la rutina médica. Entre 1941 y 1945 «administraron la muerte asistida» por orden del jefe médico, pero sin recibir presión alguna, las siguientes facultativas de Hamburgo: Freiin Ortrud von Lamezan (nacida en 1918), Ursula Bensel (1921), Emma Lüthje (1912), Ursula Petersen (1912), Ingeborg Wetzel (1912), Gisela Schwabe (1917), Helene Sonnemann (1911), Lotte Albers (1911), Maria Lange de la Camp (1906), Ilse Breitfort (1910) y la Dra. Bauer.
En el año 1943, el promedio de edad de estas mujeres implicadas activamente en el asesinato era de 30 años. Las únicas que no participaron fueron las doctoras ayudantes Rawie y Fontana. Ambas dijeron después que ello les había ocasionado inconvenientes. Desde el principio, el jefe médico Bayer había insistido en el hecho de que los homicidios «se ejecuten completamente en el marco del resto de actividades habituales de la unidad». Al acabar la guerra, las doctoras participantes describieron este procedimiento en sus declaraciones.

 

Maria Lange de la Camp explicó: «En las visitas oí hablar por primera vez a las compañeras de los llamados niños del Comité del Reich. Durante todo el tiempo que estuve en la unidad de escarlatina solamente tuve un niño con idiocia. (...) Yo no lo inscribí en el Comité del Reich; lo habían hecho unos meses atrás. El niño ya llevaba en mi unidad varias semanas en estado totalmente estable, cuando, un día, recibí una nota del Dr. Bayer donde solamente había escrito el nombre del niño. Mis compañeras me explicaron el significado de aquel papel. El frasco de Luminal siempre lo custodiaba la última doctora que había puesto una inyección. Yo sabía quien era por nuestras visitas y reuniones. (...) Preparé la jeringuilla con diez centímetros cúbicos de Luminal y a mediodía me dirigí a la unidad, donde solo estaba la enfermera. Yo ya había informado a la enfermera W. de que iba a administrar al niño la inyección de muerte asistida. Entonces me dirigí con ella hacia él. (...) Nunca había puesto una inyección sin que me ayudaran a sujetar al niño. No anoté la inyección en la hoja médica, ya que las compañeras me habían dicho que no había que hacerlo. En el certificado de defunción indiqué neumonía como causa de muerte. Las compañeras me habían dicho que debía anotar neumonía como causa de muerte. (...) De entre todas las doctoras ayudantes, solo una se pronunció en una ocasión en contra de la eutanasia. Fue la doctora Fontana, que nos dijo que se negaría a administrar la eutanasia si alguna vez se lo pedían. Mientras yo estuve allí, la doctora Fontana no practicó ninguna muerte asistida».
Ursula Bensel: «Estaba en el hospital para aprender. Sabía que allí tenían un punto de vista distinto sobre la eutanasia, allí la defendían. (...) Entonces yo tenía 33 años y era una principiante. El jefe médico estaba tan por encima de nosotras que no me atrevía a exponerle mis dudas». El 7 de marzo de 1945 ingresó la paciente de dos años Hannelore S. con una paresia cerebral grave. Cuatro semanas después, el 5 de abril, Ursula Bensel mató a la pequeña Hannelore. En su declaración posterior explicó: «Pocos días antes de la muerte de la niña, el doctor Bayer se dirigió a mí y me dijo que el Comité del Reich había enviado a la niña y que yo ya sabía lo que pasaba en esos casos. El doctor Bayer me dijo que debía administrarle una inyección de Luminal y también me indicó la dosis en centímetros cúbicos». La joven doctora guardó silencio. Presa de un dilema moral, fue a hablar con la madre de la niña. Esta le dijo que había hablado con el doctor Bayer y este que le había dicho que quería someter a su hija a un tratamiento con una probabilidad de muerte del 95 por 100. La doctora pidió a la madre que se llevara a la niña a casa. La madre se negó y, después, la facultativa administró la inyección letal.
Ingeborg Wetzel explicó el procedimiento y su papel en el mismo: «El profesor Sieveking (del Senado de Hamburgo) se dirigió a mí y me pidió ver al “niño del Comité del Reich” tal (él tenía el nombre del niño). Tras delatar al niño, el profesor Sieveking dijo algo en tono compasivo. No se habló de incluir al niño en la eutanasia, pero entre las doctoras ayudantes no existía la menor duda de que el profesor Dr. Sieveking estaba informado de la práctica eutanásica, ya que, según tengo entendido, él también escribía informes para el Comité del Reich. Pocas semanas después de que Sieveking pasara revista a los niños, llegaba desde Berlín la autorización para la eutanasia. El Dr. Bayer no demostraba ningún tipo sentimiento ante las ayudantes y era una persona inaccesible. (...) Cuando alguien le llevaba la contraria, se volvía irónico, mordaz y enérgico. Yo suponía que todas las doctoras ayudantes estábamos positivamente a favor de la práctica de la eutanasia en niños enfermos mentales. En cualquier caso, nunca noté que ninguna de nosotras se opusiera».218
Lieselotte Albers explicó cómo mató por primera vez a un niño: «Poco después de mi incorporación al hospital infantil de Rothenburgsort, ingresó en la unidad un niño con idiocia. Hablé alguna vez con la madre y me dijo que no se lo quería llevar a casa. Trasladé al Dr. Bayer las palabras de la madre y me dijo que el asunto estaba controlado. Según recuerdo, el Dr. Bayer ya me dijo en esa misma visita que en tales casos se practicaba la eutanasia. Recuerdo que el Dr. Bayer me preguntó si estaba dispuesta a administrar yo misma la inyección de muerte asistida o si tenía algún reparo. Le respondí que no».219
LAS ALUMNAS DE ENFERMERÍA TAMBIÉN ESTABAN AL CORRIENTE

 

Una de las enfermeras de Hamburgo declaró ante el juez instructor: «Entre las enfermeras de la unidad se decía que a los niños enfermos mentales incurables se les administraba la muerte asistida. El Dr. Bayer, el Dr. Albers o el Dr. Petersen me dijeron que la muerte asistida se suministraba en determinados casos administrando una inyección. En todos esos años, calculo que en la sección de la que yo fui responsable se aplicó la muerte asistida en diez ocasiones».220 En 1948, la alumna de enfermería Gisela Riecke declaró que ella y las otras estudiantes sabían en 1943 «que en el hospital de Rothenburgsort se practicaba la muerte asistida en niños enfermos mentales». Un día, la enfermera de la unidad le mostró a la pequeña Renate y le comentó que era una «niña del Comité del Reich»: «Me enseñó los formularios oficiales que los médicos debían rellenar para informar al Comité del Reich». Entonces, la alumna le preguntó: «¿De qué manera se aplica la muerte asistida a los niños? ¿Se les administran pastillas, polvos o inyecciones?». La enfermera de la unidad respondió: «Usted todavía es alumna, ya lo sabrá cuando sea enfermera». En cualquier caso, el precepto homicida formaba parte de la formación para las enfermeras de ese hospital: «Las alumnas también sabíamos que, a mediodía, la doctora y la enfermera de la unidad se iban a administrar la muerte asistida a los niños del Comité del Reich».221

 

En la clínica de Rothenburgsort, la doctora de unidad responsable en cada momento según el horario de servicio era la encargada de ejecutar los asesinatos de los niños para los que el Comité del Reich había concedido la autorización de «tratamiento». No había unidades especializadas ni médicos especiales. El asesinato formaba parte de la rutina hospitalaria junto con el resto de actividades terapéuticas y asistenciales habituales aplicadas para curar a los niños ingresados en el centro. Esta forma evidente de homicidio clínico era el objetivo a largo plazo que los actores del Comité del Reich, y también los de la Acción T4, perseguían para su política sanitaria. Sin embargo, hasta 1945, los responsables obraron disimuladamente en la mayoría de Unidades Especializadas de Pediatría, las cuales solían estar aisladas del resto de procesos clínicos. Pero, en Rothenburgsort, el jefe médico y sus doctoras ayudantes y enfermeras ensayaron el procedimiento que estaba previsto aplicar en un futuro para llevar a cabo los asesinatos por eutanasia en general, es decir, como parte del funcionamiento normal del establecimiento.
La doctora Hildegard Wese y su marido, el médico Hermann Wese, trabajaron en distintas Unidades Especializadas de Pediatría, donde asesinaron a los niños y niñas ingresados y evaluados por el Comité del Reich. En el año 1943, ambos superaron un curso de capacitación en la clínica infantil universitaria de Leipzig. Posteriormente, Hildegard Wese explicó en un interrogatorio cómo el jefe médico local y experto del Comité del Reich, Werner Catel, trataba la cuestión de la eutanasia en la actividad rutinaria del centro: «Recuerdo que, una vez, en una reunión con todos les médicos de la clínica infantil universitaria para una exposición clínica de los casos infantiles, el profesor Catel le dijo al médico que hacía la presentación: “¿No ve que es un niño idiota? Yo propondría un tratamiento por otra vía.” Se refería a inscribirlo en el Comité del Reich. Aquello me dejó muy sorprendida y, después, le dije a mi marido: “Parece que aquí todos los médicos ya conocen el procedimiento del Comité del Reich.” Me impresionó que allí se hablara tan abiertamente del procedimiento».222
En la clínica infantil universitaria de Berlín se actuaba de manera similar bajo la dirección de Georg Bessau, profesor de Catel. En 1943, Bessau inscribió al niño discapacitado profundo de dos años Jürgen Plith en la oficina de Sanidad de Neukölln. En el cuestionario escribió su conclusión: «Considero urgente su traslado a un establecimiento». Los responsables entendieron la carta de Bessau tal como él había querido y anotaron en el margen: «¿Comité del Reich? ¿Görden?». Pero los progenitores se opusieron y el padre, Kurt Plith, de profesión catedrático de instituto, escribió al oficial médico: «He decidido que Jürgen se quedará provisionalmente en casa, ya que el pequeño no supone de momento ninguna carga para su familia ni para el Estado». Y añadió que si la situación cambiaba, entregaría al niño a una residencia privada. La ciudadora de la oficina territorial intentó persuadir a los padres para que ingresaran a su hijo profundamente discapacitado en Brandeburgo-Görden. En cambio, la pediatra Marie-Therese Lassen desaconsejó enérgicamente —«por motivos cristianos»— dar semejante paso. Jürgen Plith falleció en 1952 de muerte natural.223
Los médicos de la clínica infantil universitaria de Heidelberg participaron en los homicidios haciendo gala del mismo compromiso demostrado por el profesor Bessau. Presentaron solicitudes, trasladaron a pacientes a destinos inequívocos e intentaron influir y manejar a los padres para que vieran la muerte de su hijo como una redención. El profesor Johann Duken dirigía la clínica y su jefe médico se llamaba Gottfried Bonell. Describiré la forma de actuar de estos dos doctores sirviéndome de un ejemplo.
Christel Noé nació del 14 de febrero de 1940. Padecía una hidrocefalia interna y un retraso mental considerable. La pequeña ingresó en la clínica por recomendación del médico de familia a la edad de tres años. Cuatro días después de su admisión, el jefe médico Gottfried Bonell escribió al médico de familia en Neustadt an der Weinstrasse: «Debido al estado de idiocia completa de la niña y según el diagnóstico cerebral, consideramos adecuado que los padres la lleven al establecimiento de curación y cuidados de Eichberg bei Wiesbaden, donde ya hemos solicitado su admisión». En el informe médico, Bonell anotó el mismo día: «Parece que los padres están de acuerdo con el traslado a la residencia de Eichberg». Dos días después, el 24 de junio, el Dr. Walter Schmidt respondió desde el establecimiento de Eichberg: «La niña puede ingresar cualquier día, excepto sábados y domingos».
Entretanto, Duken, el director de la clínica, había hablado con la madre de Christel. Esta le escribió el 23 de junio: «Después de tomar la decisión de seguir su consejo y trasladar ya mismo a Christel a un establecimiento desde Heidelberg, hoy quisiera dirigirme a usted para pedirle un favor. El viernes por la mañana, a las nueve, me pasaré por la clínica para recoger a la niña. ¿Sería usted tan amable de anunciar mi llegada a Eichberg con mi hija?».
El 6 de julio, la madre de Christel se dirigió una vez más al profesor Duken: «Nuestra pequeña Christel falleció el 30 de junio después de cinco días de estancia en el sanatorio de Eichberg. La noticia de la súbita muerte me espantó y lo primero que pensé fue que no la habían atendido bien, ya que cuando la traje desde Heidelberg se la veía muy contenta. Si hubiera pensado que su vida se apagaría tan pronto, nunca habría emprendido ese agotador viaje y habría dejado a la niña en Heidelberg. ¿Usted había pensado entonces que la pequeña moriría tan rápidamente? Pienso en lo que me dijo, que la niña no llegaría a adulta y que nunca se curaría, y me consuela saber que se ha redimido de su profundo sufrimiento. Para nosotros, como padres, supone el final de una gran preocupación para el futuro».
El profesor Duken contestó inmediatamente: «Estaba seguro de que la niña no viviría mucho más, pero no esperaba que muriera tan pronto. Comparto con usted la idea de que era bueno que esta pequeña criatura se viera liberada rápidamente de su pena. Sin embargo, para usted debe ser duro, porque, al fin y al cabo, ha volcado mucho amor y preocupación en ella. Espero que la bondadosa fortuna le obsequie pronto con otro pequeñín». Al afectuoso apelativo de «pequeñín» le siguió un frío «Heil Hitler!». El mismo hombre que, por el procedimiento aquí descrito, no solo había organizado este asesinato, sino varios más, utilizó al final de la carta la siguiente fórmula de despedida con una madre que, desde su punto de vista, había tenido una actitud colaboradora: «Con mis más afectuosos deseos, le saluda su atento servidor, Johann Duken».224
Después de la guerra, ya entrado en años, Gottfried Bonell fue uno de los médicos de Berlín occidental encargados de dictaminar sobre discapacidades infantiles. Como tal, también examinó a mi hija Karline demostrando gran cordialidad y defendió la instauración de ayudas económicas generosas para los más desfavorecidos. En cuanto a Duken, que además ejerció de espía para el Sicherheitsdienst, los especialistas de propaganda bélica británicos le habían seguido la pista y, en el otoño de 1941, divulgaron la noticia «Limpieza racial en Heidelberg» a través de octavillas lanzadas desde el aire sobre Alemania. En estos pasquines se podía leer: «El profesor Duken, de la clínica infantil de la Universidad de Heidelberg, es un nacionalsocialista implacable. Piensa que los niños enfermos y débiles incurables o los disminuidos mentales no tienen derecho a la vida. Cuando ingresan a niños así en su clínica, él los mata».225