Capítulo 16

 

Mostrando rostro de satisfacción y a la vez de sorpresa, el coronel se dirigió a Peter Murray al instante que giró su cuerpo para esconderlo entre un gran tronco que pertenecía a un frondoso pino, que lucía blancuzco por la gran cantidad de nieve que había quedado atrapada entre sus ramificaciones. Buena parte de la noche anterior, había nevado con moderada intensidad en esa zona de las afueras de Moscú. El paisaje en general era dominado por el color blanquecino de la nevisca, parcialmente se asomaban con timidez los colores verde y café de las ramas de los árboles y de algunas hierbas que habían crecido lo suficiente para superar en altura el espesor de la capa nevosa. El factor de congelamiento hacía que la sensación térmica fuera de -8 grados centígrados, pues el viento soplaba con cierta fuerza.

— ¡Camarada Peter!

—Coronel… no sabía que… no pensé… —dijo el inglés girando su rostro de inmediato comprendiendo lo que sucedía.

—El vodka ya fue procesado por mis riñones camarada… y… lo siento… me dio pena con tu compañera, así que…

—Está bien coronel, no se disculpe. Sólo que bajamos a toda prisa del automóvil pensando que quizá…

— ¿Que quizá les tendí un trampa?, ¿eso ibas a decir?

—Sí… lo siento, estamos nerviosos y ansiosos, y debe comprender que su actitud por un instante nos hizo sospechar algo malo.

—Concluyo entonces camarada Peter, que no confías en mí.

—Le repito que…

—De los que debemos desconfiar camarada, es de los ocupantes del vehículo que nos viene siguiendo desde que los recogí a ustedes frente a la plaza roja —lo interrumpió para informarle, al mismo tiempo que terminó de subir el zipper de su pantalón y acomodar éste, levantando también la cara y con los ojos desorbitados, tratando de señalarle la ubicación del automóvil color gris al cual se refería—. Los he venido vigilando desde hace largo rato, y es indudable que nos siguen, también por eso realicé esta parada técnica

Rápidamente Peter giró su cabeza tratando de localizar sin obtener éxito al automóvil gris.

—No lo veo coronel, ¿dónde…

—Se detuvo como a doscientos metros por detrás de nosotros —dijo el militar sin permitir terminar la pregunta del impaciente agente británico.

— ¿Qué sucede Peter? —indagó Jessica, quien se acercó al lugar caminado con cierta dificultad, si bien llevaba puestas las botas adecuadas para combatir el invierno ya inminente, además de estar hasta cierto punto acostumbrada a caminar entre la nevisca después de una tormenta en su natal Londres. El escenario esta vez era más complejo, se situaban en una zona boscosa en donde el espesor de la nieve produce la sensación de que en cada paso que se da se hunde el cuerpo, sin olvidar la hierba que obstaculiza el andar.

—Regresemos al coche, y vayamos de aquí —intervino el coronel, quien ya tenía los labios amoratados y temblorosos debido al crudo clima.

Peter tomó del brazo a su compañera, y la miró con dulzura. El verla con esa cara de duda, de desconfianza, incluso de temor, hizo que emergiera en él su instinto protector. Sus miradas se cruzaron por un muy breve instante, suficiente para que Jessica percibiera un choque visual distinto, especial; nunca había sentido esa intensidad en esos ojos masculinos, ni siquiera el día anterior cuando sus labios se entrelazaron. Por su parte, el protector hombre se sintió responsable de la integridad física de la mujer, por lo que decidió abrazarla y ayudarla para dirigirse con mayor rapidez al interior del automotor.

Casi al instante de que ingresaban nuevamente al arcaico automóvil, Peter por fin pudo localizar al sospechoso coche gris. En efecto, no muy lejos se había detenido el mismo; se alcanzaban a percibir un par de figuras humanas en su interior. Lo que no sabían ninguno de los involucrados es que también se había estacionado por detrás de todos ellos el auto color verde olivo, que siempre se había mantenido a discreta distancia de ambos vehículos.

—Coronel, la paciencia ya se me está terminando, lo siento pero debo lograr hacer mi trabajo, dígame usted lo que sabe, tengo algunas preguntas que deseo me responda sin miramientos. La primera de ellas: ¿Dónde se encuentra el padre de Sasha?, sabemos que trabaja para alguien, ¿dígame para quién lo hace? Y la segunda, creo que usted sabe si en realidad SURA y HAARP tienen la capacidad destructiva de la que tanto se rumora ¿Es así?

—Mira camarada Peter… En realidad estoy al margen de muchas cosas, mi jerarquía militar es secundaria, tan sólo tengo un mando medio, además he sido desplazado por personal más joven y más capacitado.

Peter lo escuchó con atención, y de inmediato se dirigió a Jessica quien atenta estaba a la conversación en el asiento trasero.

—Jessica, por favor, ¿podrías ayudarme con el pequeño maletín negro que te di a guardar?

—Sí Peter, por supuesto —dijo al instante que abrió el maletín, y del interior del mismo extrajo un gran fajo de billetes, el cual se lo entregó a su compañero. Éste a su vez le sonrió a ella con complicidad, miró los billetes y los acarició brevemente como si se tratase de una mascota, los olio por un par de segundos, luego los comenzó a contar uno a uno. Sus intenciones eran obvias, aprovechar una de las grandes debilidades humanas; la avaricia, al igual que la lujuria, la envidia y la gula brotan con facilidad desde el interior de la mayoría de las personas. El agente británico comenzó a notar que los ojos del coronel Zavarov bailotearon al son que el fajo de los billetes de cien libras le tocaba.

—Son doscientos billetes de cien, es decir, veinte mil libras esterlinas coronel. Quizá esto lo anime a ser… digamos… más comunicativo.

—Peter ¿Qué pretendes?, me estás tratando de comprar a cambio de tan poco dinero. Quiero informarte que…

— ¿Poco dinero?, aquí tienes otro fajo con otras veinte mil libras Peter —intervino Jessica muy seriamente, ante la mirada de sorpresa del coronel Zavarov, quien a estas alturas su rostro ya era de frenesí, de codicia; el hambre se había despertado en él sin ninguna duda. Ambos agentes habían recurrido a uno de los más viejos y eficaces métodos para obtener alguna información, la compra de voluntades. Parecía inminente la transacción, donde siempre existen las dos caras de la prostitución, la parte que está dispuesta a comprar alguna voluntad y la parte que finalmente cede y se vende debido a sus propias ambiciones, debilidades y necesidades.

—Gracias Jessica —dijo sarcásticamente Peter, al mismo tiempo que colocó el par de fajos de billetes en las piernas del coronel.

—Peter, yoo… —dijo el coronel aparentando una confusión, o quizá indignación en su interior, la cual de ninguna manera existía. Estaba completamente seguro de tomar ese dinero entre sus manos, tenía ganas de acariciar sus mejillas con aquellos billetes, quería besarlos, estaba realizando un esfuerzo mayor porque no se dibujara una sonrisa en su rostro que mostrara su gran alegría, sin embargo, la luz de sus ojos lo estaban delatando. La felicidad de tener entre sus manos esas cuarenta mil libras lo estaban haciendo sentir como a un niño en el momento que está abriendo algún regalo de cumpleaños, con la ilusión que provoca en el infante hacer rodar aquel nuevo balón, o quizá un carrito de juguete que había anhelado tener. La situación había sido planeada por ambos agentes, conocedores de la gran corrupción que existían y existen en la antigua Unión Soviética y en la nueva Rusia, posicionando a este país en la no muy decorosa lista de las naciones más corruptas del mundo.

La gran fama que tenían los militares en retiro, o próximo a estarlo, a ser seducidos por el dinero estaba siendo comprobado en ese momento. Problema que se acrecentó, debido a los bajos salarios existentes en esa nación y de la occidentalización de la moderna Rusia.

—Tómelos coronel, ¡son cuarenta mil libras!, no son fáciles de tenerlas juntas. Con ellas puede pensar en un retiro más digno, incluso por qué no pensar en irse de Rusia para siempre. Quizá mañana usted podría estar en alguna paradisiaca playa caribeña, paseando con algún par de voluptuosas mulatas. Si usted desea, yo podría darle una nueva identidad, y me encargaría de hacer que mañana tenga un pasaporte británico, incluso tendría un empleo seguro en Londres. Es un hombre solo ¿No es así?, es viudo, así que… usted dirá… quizá no vuelva a tener otra oportunidad así, o ¿prefiere recibir el equivalente a sólo doscientos o trescientos dólares mensuales por su pensión una vez que se retire?

El coronel comenzó a guardarse dentro de sus bolsillos las cuarenta mil libras, esbozando alguna mueca que parecía de vergüenza, y sin más comenzó a hablar.

—El padre de Sasha fue mi compañero por varios años en las instalaciones del SURA.

—Diga algo que no sepamos —intervino Jessica con firmeza.

—En algún momento, y aprovechando la caída del gobierno soviético, como ustedes sabrán, emigraron cientos de científicos rusos a otros países, seducidos por los grandes salarios ofrecidos, sobre todo en Medio Oriente y de Occidente. Te confieso que yo también fui tentando, pero en ese momento era un idealista, creía que abandonar mi país era como traicionar mis ideales; mi mente estaba únicamente enfocada en ayudar a la reconstrucción de Rusia…

—Al grano coronel, no le dimos ese dinero para saber de su vida —dijo Peter levantando la voz y denotando ansiedad. El coronel lo miró a los ojos por un instante, y bajó de inmediato la mirada, mostrándose sumiso ante el hombre que estaba pagando sus servicios, hizo de tripas corazón y continuó hablando:

—Está bien, el padre de Sasha aceptó unirse al gobierno de Irán en un principio, sé que estuvo un poco más de un año en un proyecto para ayudar a ese país a desarrollar plantas de energía nuclear. Sin embargo, después fue contactado y deslumbrado por algún grupo criminal y recibió, hasta donde tengo entendido, una muy fuerte cantidad de dinero a cambio de que trabajara para ellos. Fue en esos tiempos cuando adquirió un departamento en San Petersburgo para su esposa Irina y su hija Sasha. Tenía la gran ilusión de darles una vida más digna y sobretodo, quería que su Sasha estudiara una carrera universitaria.

— ¿Quién es ese grupo criminal y para que contrataron sus servicios? —preguntó Jessica.

—No sé exactamente, sé que son de varias nacionalidades… hay chechenos, daguestanos, iraquíes, iranís, incluso tienen contacto con Al Qaeda.

— ¡¿Al Qaeda?! —exclamaron al unísono ambos agentes.

—Sí, Al Qaeda —confirmó el coronel Zavarov y continuó diciendo—. Desde ese momento la comunicación entré él y yo comenzó a disminuir; sin embargo, supe que se las ingenió para tener una participación discreta dentro del grupo, no quería meterse en mayores problemas. Se limitó, junto con otros científicos al servicio de los terroristas, únicamente a desarrollar tecnologías de espionaje y armas de menor impacto. Sin embargo, todo cambió desde la tragedia del teatro Dubrovka. Peter, tú fuiste testigo de lo sucedido, tú mejor que nadie sabes el odio que se formó en el interior de Sergei Sokolov. Para él, la muerte de Irina fue culpa del gobierno de Rusia, ¿recuerdas la escena? —preguntó dirigiéndose a Peter.

—Sí… cómo olvidarlo… —respondió con solemnidad.

—Muy bien, pues después de los funerales de Irina. Se reunió con sus nuevos jefes, y les expuso que él podría desarrollar un arma capaz de hacer daño a Rusia sin necesidad de exponer a sus hombres. Vio a su propio país como su gran enemigo, no importó que sus hijos vivieran en esta misma nación. Desde ese momento se alejó casi por completo de Sasha, y más aún de su hijo mayor, del cual se desentendió casi por completo, quizá por ser militar. Y con sentimientos encontrados, lo veía con amor de padre, pero con la camiseta del enemigo… La muerte de Irina lo cegó, lo llenó de odio, de rabia…

—Estamos hablando de un arma parecida al HAARP y al SURA ¿verdad coronel? —cuestionó Jessica.

—Sí señorita —confirmó volteando la mirada al asiento trasero y aprovechó el momento para vigilar el auto que los había seguido, éste seguía inmóvil estacionado. Hizo una señal a Peter con los ojos para que también atestiguará que aquellos sospechosos ocupantes continuaban ahí, como esperando que reiniciaran la marcha. El coronel Zavarov giró nuevamente la cabeza y siguió con su relato—. El teniente Sokolov se puso inmediatamente a trabajar en ese proyecto, los terroristas financiaron todo, ansiosos y complacidos le dieron todo cuanto él pidió. Era cuestión de tiempo para el desarrollo de esa arma. —finalizó.

—Coronel, esto responde a la pregunta más importante por ahora. Los rusos no fueron los causantes de la tragedia del “Katrina”, pero inmediatamente viene otra, ¿en dónde construyó este grupo terrorista su propio HAARP, por llamarlo de alguna manera? —cuestionó Peter.

—Eso no lo sé camarada, lo único que sé, se los acabo de comunicar en este momento. —respondió el militar ruso bajando la mirada al mismo tiempo que con su mano derecha rascaba su propia rodilla.

—Coronel, algo me dice que usted conoce más al respecto. ¡Hable de una buena vez!

En ese instante el vehículo color gris comenzó a avanzar hacia ellos lentamente. Jessica, quién atenta estaba a la situación alertó a ambos hombres de inmediato:

— ¡Creo que vienen hacia a nosotros!

—Arranque el motor, y vámonos de aquí —gritó Peter dirigiéndose al coronel Zavarov, quien de inmediato intento dar marcha al automóvil pero éste no respondía, el motor parecía estar fallando. El coronel realizó un segundo intento, pero una vez más fue en vano, Peter giró su cabeza y atestiguó que el sospechoso coche gris ya estaba a tan sólo cincuenta metros de distancia, podía ya distinguir a las dos figuras masculinas que lo ocupaban, alcanzó a mirar parcialmente el rostro de ambos pues las gafas oscuras que llevaban no develaban el cien por ciento de sus caras. El copiloto, quien además llevaba un bigote y barba bastante crecidas y nutridas se asomó por fuera del automóvil, entre su manos sostenía una ametralladora automática mini Uzi de fabricación Israelí, y haciendo gala de malabarismo se sentó sobre la puerta con el vehículo en marcha y con mirada decidida apuntó hacía el Volga ocupado por los ingleses.

—¡¡¡Cuidado!!! Arranque este vejestorio de auto coronel, ¡¡¡encienda esta porqueríaaaa!!!—advirtió Jessica aterrorizada, quien también percibió el arma apuntándoles.

—¡¡¡Jessicaaaaaa!!! —gritó Peter al mismo tiempo que con reacción felina saltó al asiento de atrás cubriendo con todo su cuerpo a su compañera, acostándola sobre el asiento para abalanzarse sobre ella con la intención de protegerla, casi al mismo tiempo que comenzó a escucharse una ráfaga de balas desde el exterior, el coche estaba siendo atacado sin piedad por aquel par de incógnitos hombres.

 

 

Diez minutos antes, en el interior del departamento de Sasha en San Petersburgo…

 

—Sí, te diré quiénes somos Sasha —dijo Dimitri una vez más y continuó— Somos personas que han visto morir a sus padres, asesinados por los soldados rusos, hemos visto cómo nuestros hermanos sucumben ante las balas rusas, otros hemos visto cómo nuestras madres, esposas y hermanas han sido ultrajadas, violadas una y otra vez por esos hijos de puta…

El rostro de Dimitri se transformó en un volcán a punto de hacer erupción, se enrojeció, las venas del cuello parecían explotarle, sus ojos eran unos puñales que querían penetrar a los hombres que años antes habían violado a su madre y a su hermana. Sasha lo escuchaba con atención, pero al mismo tiempo con temor, y hasta con compasión al percibir el odio mezclado con el dolor que sentía Dimitri. Éste siguió recordando en voz alta, con su voz cada vez más ronca. Las palabras salían del fondo de sus recuerdos, extraídas de un abismo, de un negro pasado, de un alma presa y atormentada.

—Tenía yo tan sólo doce años cuando las tropas rusas entraron en mi aldea, en Chechenia. Tuve la mala suerte de que en ese momento no estaba en mi choza, había salido a llevar a pastorear a las cabras, y digo mala suerte porque hubiese preferido estar en casa, para morir en ese instante. Escuche a los lejos gritos, ráfagas de fuego, algunas ametralladoras, me asusté y corrí rumbo a mi morada, con sigilo me acerqué, visualicé a los soldados que recorrían las calles de mi aldea con sus poderosos tanques, irrumpiendo en todas y cada una de las viviendas, los gritos y balas se escuchaban por doquier, mataban a cuanto hombre, joven o incluso niño habitara. Me asomé por una ventana a mi casa, mi padre estaba siendo arrastrado por un par de desgraciados hacia el exterior, el que parecía ser el jefe, con tan sólo una mirada a su subalterno ordenó que lo mataran… lo vi morir, vi como asesinaban a mi padre. Yo preso de miedo, ahogué en mis propias manos los gritos de horror y de angustia…

—Dimitri… —dijo Sasha en voz muy baja—, no sé qué decir…

—Pero eso no fue todo, comencé a escuchar a mi madre y mi hermana de trece años gritar… seguí asomándome por la ventana… las estaban violando un par de militares —continuó Dimitri relatando sin prestar atención a las palabras de Sasha. Empuñó su mano derecha y la golpeó con gran fuerza tres veces contra la palma de su otra mano, y con la mirada fija en la pared—. Vi todo, esos malnacidos arrancaban las ropas de mi madre que indefensa sólo pataleaba, ante la risa burlona de ellos. Mi hermana intentó salir corriendo y fue de inmediato interceptada por otro soldado quien con sólo una mano la cargó como si fuera una muñeca, la azotó contra la pared, golpeándola en su cabeza, y de inmediato abusó de ella, no le importó que estuviera inconsciente… ¡¡¡Malditos!!! ¡¡¡Malditos hijos de puta!!!

Dimitri se dejó caer al suelo y comenzó a llorar. Ese hombre que parecía un monstruo sin sentimientos estaba sucumbiendo ante sus recuerdos. Sasha pasmada y temblorosa por la escena, se quedó inmóvil ante lo que estaba presenciando; Dimitri gimoteaba y lloriqueaba con gran intensidad, la habitación parecía no ser suficiente para ahogar esos alaridos emitidos por la voz ronca y estruendosa.

— ¡Malditos! ¡Bastardos! —gritó con fuerza—. No les fue suficiente violarlas, al terminar de hacerlo sacaron sus fusiles y las mataron como si fueran animales… me quedé mudo, escondido detrás de una gran roca durante casi media hora, sin llorar en ese momento, después habría mucho tiempo para hacerlo. En ese instante se encendió el fuego que cocinaría mi odio. Finalmente se fueron satisfechos y extasiados por su obra, juré entonces vengarme de Rusia y de sus gobernantes, lo único que me mantiene en vida es la sed de venganza, quiero ver destruidos a Rusia y a Norteamérica juntos… quiero que nos dejen en paz, quiero a una Chechenia independiente, libre de los opresores, de los imperialistas que sólo quieren nuestro petróleo, nuestro gas, nuestras riquezas.

—Dimitri… —dijo Sasha en otro vano intento por dialogar, pero el hombre no la dejó hablar, convirtiendo el momento en un simple monólogo.

—Tiempo después se acercaron a nuestras tierras los norteamericanos para ayudarnos. Nos instruyeron militarmente, nos capacitaron y comenzamos a organizarnos mejor para intentar independizarnos por fin de Rusia —suspiró, hizo una breve pausa y prosiguió—, para ese entonces yo había crecido y me uní a los rebeldes. Con el tiempo nos dimos cuenta que los yanquis tan sólo nos estaban usando, también ellos querían y quieren aprovecharse de la situación en el Cáucaso para el bien de sus propios intereses. Quieren únicamente que nos independicemos de Rusia para poner un gobierno amigo o títere y poder saquear nuestras riquezas, como lo hacen en otros tantos lugares, sobra decir que lo mismo hicieron en la antigua Yugoslavia, lo hacen en América Latina, en Irak, en Kuwait… en fin… la lista es larga. Pero lucharemos para que no sea así, estamos dispuestos a dar nuestras vidas si es necesario, somos mártires de Alá, y los infieles deberán morir…

—Dimitri —insistió Sasha— comprendo todo lo ocurrido, sé lo que estás sintiendo, pero…

— ¡Cállate maldita!, tú qué sabes de dolor, tu posición es otra, no sabes lo que es ver morir a un ser querido —dijo al momento que se reincorporó, limpió sus lágrimas con su vestimenta y de nuevo se colocó en posición altiva, con el mismo odio y sed de venganza que fulguraban sus ojos minutos antes.

—Te equivocas Dimitri, yo también vi morir a mi madre, falleció ante mis pies en el ataque que ustedes los rebeldes chechenos ejecutaron en el teatro Dubrovka. Sé qué sientes, y entiendo tu dolor, y sin embargo mi alma no les tiene rencor.

—Quizá porque estás del lado de los poderosos, porque no han sufrido lo que Chechenia.

—Deja tu odio a un lado Dimitri, podríamos llegar a un acuerdo, libera a mi padre, deja que Peter regresé a Londres, yo te prometo interceder ante mí gobierno para una amnistía, quizá…

—Ja, ja, ja, insolente —sonrió Dimitri mientras abofeteó a la mujer con rencor—. Ya no hay marcha atrás, Alá nos lo agradecerá, los infieles deben morir, y tu novio será el primero, después tu padre, y finalmente mataremos millones de infieles en América y en Rusia. Te lo demostraré ahora mismo —de su bolsillo izquierdo de su pantalón extrajo un teléfono celular color negro, escribió una palabra e inmediatamente apretó la orden de enviar—. ¡Listo! Peter morirá en unos instantes, acabo de dar la orden.

Segundos después el mensaje lo recibiría en las afueras de Moscú el conductor del automóvil color gris, quien de inmediato le dijo al copiloto:

—Vamos por ellos, tenemos la orden —el copiloto de inmediato alistó la metralleta al tiempo que arrancaron con la única intención de atacar el vehículo dónde Jessica y Peter escuchaban al coronel Zavarov.