Capítulo 6

 

Cerca de las diez de la mañana, Aleksandra ya esperaba a Peter con entusiasmo para llevarlo a los dos últimos sitios que le revelaría, eran sin duda dos lugares que mostrarían parte de sus orígenes, y el porqué de su sensibilidad.

—Ven, vayamos al último recorrido turístico que te mostraré —sin decir más, lo tomó de la mano, a lo que Peter respondió abrazándola por encima de los hombros, Aleksandra no se opuso en ningún momento, al contrario, pareció disfrutar el detalle, cruzó la mirada con la de él, sonriéndole y estirando un poco su cuello para rozar la nariz de éste, lo que continuó con un suave y breve roce de labios que precedió a un largo beso pasional. Se sentían como dos imanes que no podían más estar separados, se detuvieron un momento para disfrutar del ósculo a la vista de todos, como para presumirles a las demás personas que en ese momento los miraban, que estaba naciendo un noviazgo entre una joven rusa llamada Aleksandra Sokolova y un joven extranjero de origen inglés llamado Peter Murray. Con el corazón a todo latir, se separaron, se sonrieron mutuamente y recordó ella:

—El lugar al que te llevaré es muy especial para mí.

— ¿De qué lugar se trata? —preguntó con gran curiosidad.

—No te desesperes —respondió mientras hacía la parada a un taxi al cual subieron, indicándole al conductor que los llevara al otro lado del río Neva, al Noreste de la ciudad, concretamente al cementerio Piskarevsky. El taxista simplemente obedeció y condujo su unidad hasta el sitio indicado.

— ¿A un cementerio?

—Sí —confirmó fría y secamente.

Tardaron sólo media hora en llegar al lugar, habían contado con algo de suerte y no fueron presas del tráfico atroz que en muchas ocasiones hace desesperar a los acostumbrados ciudadanos peterburgueses, ya que en ciertos horarios, los puentes vehiculares se levantan para darles paso a los barcos, causando así una gran congestión vehicular.

El auto se detuvo en la entrada principal del cementerio, sobre el estacionamiento propio del lugar, Aleksandra pagó la tarifa al conductor del taxi, bajaron del mismo y caminaron con rumbo al acceso por en medio de lo que parecían ser a primera vista 2 museos conmemorativos. Peter volteó la mirada en todas direcciones, apreció que el camposanto se encontraba en medio de una gran cantidad de árboles gigantes de variadas especies que se perdían hasta el horizonte, el paisaje se asemejaba bastante a un gran bosque sólo interrumpido por una muy ancha avenida por la cual habían llegado recientemente.

Con mirada exploradora, el futuro agente no perdía detalle alguno de lo que sus ojos iban encontrando al ritmo de sus lentos pasos… Apareció a pocos metros de la entrada una gran llama encendida entre piedras de mármol gris. —La llama eterna —dijo ella solemnemente sin dejar de caminar; bajaron una serie de escalones para llegar al inicio de un pasillo de piedra de trescientos metros de largo por siete de ancho aproximadamente, al fondo se alcanzaba a ver una gran estatua de una mujer. El lugar se sentía sereno, quieto, se podía escuchar cómo el viento golpeaba los árboles y un ligero silbido a lo lejos, las aves emitían sus sonidos característicos. Algunas personas que parecían ser turistas caminaban en ambas direcciones, otras se detenían para obtener una imagen fotográfica que serviría de recuerdo del sitio; sin embargo, en esa mañana no había tantas personas como en otras ocasiones en donde el recinto está repleto de visitantes.

Peter seguía expectante por la misteriosa visita, con un poco de cautela esperaba que Aleksandra pronunciará alguna palabra más; sin embargo no era así, por lo que continuó con su pausada marcha inspeccionando cada detalle mientras se acercaba a la gran estatua de fondo… De pronto, apreció unos enormes montículos, cubiertos de espeso, nutrido y muy bien conservado pasto de un verde profundo que flanqueaban al largo camino, y al pie de cada uno de los montículos estaba escrita en una piedra tallada (algunas de ellas con claveles y tulipanes rojos y blancos colocados en su parte superior), una fecha debajo del antiguo símbolo soviético de la hoz y el martillo que Peter fue leyendo en voz alta:

—1941, 1942…1945.

Y entonces comprendió… Se encontraban frente a unas fosas comunes. Se quedó mudo, ya no dijo más una palabra, sintió un calambre en todo su cuerpo, sabía que ahí yacían seguramente miles de cuerpos, víctimas de la segunda guerra mundial. Se detuvo unos instantes, y en señal de luto y respeto bajó la mirada, recogió ambas manos y las entrelazó al frente de él mismo.

Aleksandra por fin articuló palabra:

—Aquí descansan más de medio millón de habitantes de lo que fue Leningrado, aunque durante el sitio murieron casi un millón.

Peter volteó súbitamente para mirarla, y preguntó incrédulo:

— ¿Un millón?

—Sí, la mayoría murió sobre todo a causa del hambre durante el sitio Nazi a esta ciudad —y agregó—, como puedes apreciar, algunas piedras tienen el símbolo de la hoz y el martillo… en esas fosas enterraron a los civiles, y en las que tienen la estrella del ejército rojo, a los militares.

—Lo sé, Hitler sitió la ciudad durante mucho tiempo —comentó Peter y añadió—, mientras bombardeaba Londres… —realizó una pausa recordando que su país también había sufrido las consecuencias de aquella brutal guerra.

—Sí,… Esta ciudad fue sitiada y abrumada por el hambre por casi novecientos días, casi dos años y medio. Además, de ser bombardeada inclementemente por más de ¡¡¡¡cien mil bombas!!!! —la voz de Aleksandra se escuchaba ya entrecortada, sin embargo hacía el esfuerzo por mostrarse entera, por lo que contenía la respiración y hablaba cada vez más pausadamente.

Reanudaron su caminar en silencio hasta llegar por fin al fondo del pasillo que remata en una plazoleta, casi en el centro del cementerio. La escena la dominó un muro con algunas leyendas conmemorativas y una serie de coronas de flores colocadas al pie de éste, en medio de la plaza y por encima de una gran base de piedra, la majestuosa escultura de bronce de una mujer que representa a la madre Patria, y detrás de ella grabado sobre la piedra, un poema de la poeta soviética Olga Bergholz.

Intervino esta vez Aleksandra para leerla:

 

 

Aquí yacen los Leningradenses
Aquí están sus ciudadanos-hombres, mujeres y niños

Y junto a ellos, los soldados del Ejército Rojo.
Con sus propias vidas te defendieron, Leningrado,
La cuna de la Revolución
No podemos contar sus nobles nombres aquí
Muchos descansan bajo la protección eterna del granito.
Pero ustedes que fijan su atención en estas piedras, sepan esto:
Nadie es olvidado, nada es olvidado.

 

 

Y efectivamente aquí yace Leningrado —repitió serenamente.

—Más de un millón de muertos, ¿cuantos habitantes había en ese entonces? —cuestionó él.

—Aproximadamente tres millones, por lo que desapareció casi la tercera parte.

—Ufff.

—Sí, uffff —continuó ella diciendo—, como te dije, la mayor parte de los muertos fue por hambre, otros por la evacuación de los civiles muy a destiempo por parte de nuestro ejército.

— ¿Por qué a destiempo?

—La ciudad no estaba preparada para la guerra, y lo estaba menos aún para ser bloqueada. Stalin nunca creyó los informes sobre la inminente invasión alemana, pensó en ese momento que se trataba más de una campaña propagandista por parte de occidente, aunado a esto, se sentía con la confianza del pacto de no agresión que existía en ese entonces entre la Unión Soviética y la Alemania Nazi; pensó que sería respetado y se negó a permitir que las tropas soviéticas respondieran de inmediato, sin embargo ese pacto fue roto por Hitler, el cual lanzó a mediados de 1941 la “operación Barbarroja”, que no era más que el inicio de la invasión a este país. Nuestros militares tardaron mucho en darse cuenta de la gravedad del asunto, confiados también en el adoctrinamiento interno de la invencibilidad de la URSS, y así se perdió tiempo muy valioso que se pudo aprovechar en la evacuación de los habitantes que quedaron aislados, y condenados a sufrir la hambruna.

— ¡Que tragedia!

—Sí —continuó ella—, en poco tiempo el ejército invasor cerró el círculo alrededor de la urbe de manera muy fácil, quizá en su momento la campaña militar alemana más sencilla en cualquier ciudad de esta nación. Los cañonazos y bombardeos se escuchaban muy cerca, y aquí se tuvo que sufrir la mayor saña de Hitler, existen reportes oficiales que dicen que las pretensiones del líder Nazi eran borrarla del mapa por completo. A ese nivel llegó el odio de ese monstruo —realizó un gesto de coraje y un par de pequeñas lágrimas recorrieron su faz, mientras tanto, Peter se mantenía muy atento, y sólo le extendió un pequeño pañuelo que sacó de entre uno de sus bolsillos.

— ¿Cuál era el interés de Hitler por Leningrado? —cuestionó él.

—Esta ciudad era un gran punto estratégico desde el punto de vista económico, industrial, social y militar, pues aquí estaban las grandes fábricas que producían las armas, la sede de la flota soviética del Báltico, muchas industrias. Sólo algunas fábricas se salvaron, las desmontaron y se las llevaron detrás de los montes Urales. Así poco a poco comenzó el hambre generalizada, la cual se agravó con el bombardeo a los depósitos de alimentos de la ciudad.

—Lo mismo nos hizo a nosotros; Londres fue bestialmente bombardeada, día y noche sin descanso, según me cuentan mis abuelos que se escondían en la estaciones del metro londinense.

—Lo sé Peter, pero ¿te imaginas lo que es morir de hambre?, ¿sabes lo que hicieron algunos de mis parientes para sobrevivir?

— ¿Qué hicieron?

—Se hacían largas y tediosas filas con horas y horas de espera para tan sólo una pequeña ración de pan, por lo que algunos vendieron o cambiaron sus pocas pertenencias para obtener un poco de más alimento, así hasta acabar con todo… después al no haber más que canjear… pues hicieron lo que los demás… los caballos, perros y gatos desaparecieron de aquí, fueron comida por algún tiempo... posteriormente siguieron las ratas…

—¡¡¡¡Ratas!!!! —exclamó Peter entrecerrando los ojos y apretando fuertemente la mandíbula.

—Cuando se terminaron los roedores, siguió la corteza de los árboles y algunas hierbas, y después… —Aleksandra hizo una larga pausa y suspiró profundamente—, después… sobrevino… el canibalismo… —las lágrimas saltaron nuevamente de sus ojos pero ahora con mayor intensidad al pronunciar la palabra—, miles de cadáveres desaparecían antes de traerlos hasta aquí, a las fosas comunes. Me cuenta mi madre que lo vivió en carne propia, que durante el bloqueo, en ocasiones mi abuelo llegaba con trozos de carne fresca en forma de bistec, y nadie se molestaba en indagar su origen, sólo comían en silencio, el hambre sin duda era más fuerte que sus escrúpulos, quizá se estaban comiendo al vecino, al de la tienda de la esquina, al carpintero, al soldado, o a cualquier cadáver tirado por ahí.

Al mismo tiempo de escuchar esto último, Peter miraba con atención a una octogenaria que lloriqueaba solitaria de manera desconsolada frente al muro, seguramente por el recuerdo de su difunto marido, encorvada y con un pañuelo rojo en la cara. No supo si la escena fúnebre de la viejecita que tenía frente a él, o las espeluznantes palabras de Sasha lo habían contagiado; sin embargo, tampoco pudo soportar y se hincó en una sola rodilla, agachó la cabeza y sollozó como un niño, estaban compartiendo lazos que sólo quien fue víctima directa o indirectamente de uno de los episodios más oscuros y crueles en la historia de la humanidad podría comprender. Su mente viajaba para recordar los sucesos que su padre y abuelo también le platicaban sobre lo que sufrió Londres, sin embargo esta historia terrorífica de hambre y canibalismo lo sobrepasó. Así, sollozaron durante algunos minutos cada uno en su propia trinchera, en sus propios recuerdos, desahogaron sus corazones y vaciaron sus almas.

Aleksandra no sabía cuántos de sus familiares reposaban en esas fosas, no tenía idea ni quería saber. Ni siquiera supo que alguna tía alguna vez tuvo que entrar a hurtadillas a un depósito de alimentos, para extraer tierra que había sido mezclada con el azúcar debido a los bombardeos, después la separaría y la combinaría con algo de harina para intentar hacer algunos panecillos, los cuales acompañaría con una compota de ciruela que había adquirido en el mercado negro a cambio de su propio cuerpo, el cual ofreció en su momento a un lujurioso con tal de tener que llevar de comer a sus hijos.

Otros familiares habían llegado a tal grado de desesperación que incluso hirvieron artículos de cuero, como chamarras, maletines, cinturones, para ser usados como alimentos, los habían convertido en algo parecido a una jalea, o al menos eso creían ellos.

Algunos más arrancaban de entre la pared el engrudo de algún tapiz para después de hervirlo obtener algo de harina.

No menos penosa fue la manera en que murió un primo de su abuela materna, pues sufrió el ataque a golpes por parte de una de las muchas pandillas que se formaron para salir a las calles a robar alimentos, arrebatándoselos a los más débiles. Sin embargo, el familiar de Sasha intentó defenderse de los asaltantes, y como consecuencia fue salvajemente golpeado hasta que su cráneo se estrelló contra el suelo, y minutos más tarde moriría a causa de un derrame cerebral.

Otros no menos afortunados, en alguno de los crudos inviernos se habían sentado para descansar en cualquier banca de un algún parque que les quedara camino a casa, fatigados y débiles, jamás se volvieron a levantar, morían ahí mismo sentados, como mudas estatuas esperando que alguna brigada con pequeños trineos envolvieran los cuerpos para llevarlos a alguna fosa.

Era mejor que no haya conocido estas historias, la carga y la pena que sentía por lo que ya sabía era suficiente, la losa era tan pesada que no podría con más.

Peter ya un poco más calmado se levantó de nuevo, y a manera de aliviar el momento, y con ganas de salir del lugar le preguntó:

— ¿Y en qué momento cambiaron las cosas?

—Como te dije, Stalin en su momento no daba crédito a la traición de Hitler; sin embargo reaccionó a tiempo, dedujo que si sucumbía Leningrado, ahora toda la furia de los Nazis se concentraría en Moscú, y si esto sucedía era casi un hecho la conquista total y por consecuencia la extinción de la Unión Soviética.

— ¿Y cómo reaccionó entonces?

—Con una gran estrategia, ordenó de manera inmediata la autodestrucción de todos los puntos importantes tanto de la ciudad como de sus cercanías; así se colocaron explosivos en puentes, fabricas, vías férreas, incluso en un acto sin precedentes deshizo por completo la propia flota del Báltico. Aunque una vez ganada la guerra le pasó toda la factura a Alemania y ¡¡¡al triple!!! —tomó del brazo a Peter para juntos encaminarse rumbo a la entrada del cementerio, mientras continuaba relatando.Hitler que ya se saboreaba la victoria por la toma de la ciudad, se topó con la gran sorpresa de encontrar únicamente escombros y chatarras a los alrededores. ¡¡¡Y por fin llegó el contrataque Soviético!!! —estiró sus brazos y los elevó al cielo sacudiéndolos tres veces—, mientras Hitler ambicionaba aniquilar a la URSS, queriendo conquistar Kiev (actual capital de Ucrania), Stalingrado y Moscú, pensando que aquí ya estaba todo acabado, nuestros militares prepararon la llamada “operación chispa”, ahora sí, mediante una gran astucia militar lograron si bien no romper con el cerco, si al menos echar a los alemanes de los alrededores. Así, mientras los hacíamos retroceder, los alimentos comenzaron a ingresar de manera gradual. Al mismo tiempo también en Moscú y en general en todo el territorio soviético las cosas fueron cambiando, poco a poco los alemanes fueron reculando hasta las fronteras. La fabricación de armamento no paraba, incluso ni los bombardeos alemanes las detenían, los tanques de guerra salían de las cadenas de producción listos para la batalla —se detuvo por un instante para tomar un clavel rojo que estaba tirado a su paso, y lo colocó sobre la laja de piedra que quedaba más cerca no sin antes olerlo levemente, después continuó diciendo—, las mujeres llegaron a asumir un rol de gran relevancia. Mi madre me cuenta que mi abuela junto a muchas otras mujeres cavaron trincheras en la periferia, incluso hubo mujeres que se hicieron cargo de unidades antiaéreas y algunas otras cultivaban verduras en cualquier terreno disponible, no importaba si era en el mismísimo centro de la ciudad. Y así Leningrado nunca cayó, llegaron hasta la antesala pero nunca fue conquistada, por primera vez Hitler se encontró con una ciudad de la Europa continental que no pudo con ella.

—Mi país les tendió la mano.

—Fue de gran ayuda como bien lo dices, tú país, cosa que nunca olvidamos —afirmó ella nuevamente volteando a verlo a la cara perfilando una muy pequeña sonrisa—, en las escuelas siempre nos recuerdan que Gran Bretaña nos ayudó bastante, incluso sacrificó la mayoría de los barcos de un convoy que traían ayuda a esta ciudad, exponiéndose rotundamente a las tropas germanas y abriéndose paso por el Ártico. Claro, Winston Churchill y el presidente americano Roosevelt estaban de acuerdo en esta ayuda hacia nosotros, también con el doble fin de la necesidad de que la URSS los ayudara a vencer al demonio alemán. Mis antepasados estaban decididos a no entregar a los Nazis esta ciudad, Pedro el Grande estaría orgulloso de ellos pues jamás lo hubiera permitido él tampoco. Así, hasta que por fin, en Enero de 1944, casi 900 días después del inicio, en una final contraofensiva contra el desgastado ejército alemán, se pudo romper el bloqueo, e inmediatamente comenzó la reconstrucción de esta ciudad, y mira ahora, me siento orgullosa haber nacido aquí, una ciudad moderna, de las más grandes e importantes de Europa. Si Hitler no nos pudo vencer… ¡Nadie lo podría hacer! —exclamó Aleksandra con orgullo empuñando su mano derecha de manera retadora, segundos después efectuó una larga pausa reflexionando y añadiendo finalmente:

—Pero basta ya de guerras y malos recuerdos, salgamos de aquí, ya se hace tarde y tú no te vas de esta ciudad sin que conozcas a una persona muy especial para mí. Tomemos un taxi de nuevo que regresamos al centro de la ciudad.

Peter un poco aliviado, no objetó la propuesta y ambos salieron rápidamente del luctuoso lugar, había sido suficiente esa sesión de fuerte carga emocional que recién habían experimentado, debían cambiar de aires.

Casi una hora después de abandonar el cementerio se encontraron frente a la puerta de un edificio de departamentos, a tan sólo dos cuadras de la principal Avenida Nevsky. Aleksandra llamó a la puerta y sonrió nerviosa.

— ¿Quién vive aquí? —preguntó él.

—Ya lo verás…

—Dime ¿acaso aquí vives? —justo en el momento en que Peter preguntaba abrió la puerta una mujer con algunas arrugas en la piel, las canas se mostraban con orgullo en su corto cabello, los ojos azules eran el mismo tono de Aleksandra, se podría decir que era ella misma sólo que quizá con unos treinta, o treinta y cinco años más de edad.

—¡¡¡Madre!!! —exclamó Aleksandra en el idioma inglés para que Peter se sintiera cómodo y pudiera entender perfectamente. La progenitora de la joven dominaba también el idioma, y respondió sorprendida.

—Hija mía, ¿pero qué haces aquí?, me dijiste que no vendrías sino hasta la semana entrante —al tiempo que miraba con curiosidad la figura de Peter como cuestionado la presencia de ese extraño acompañante de su hija.

—Él es Peter madre, es británico, y viene conmigo viajando en el barco —le expuso una nerviosa Sasha, que a su vez continuó la presentación y se dirigió a él—, ¡y ella es mi madre, Irina!

— ¡Un placer! —expresó Peter con enorme respeto y una gran solemnidad al tiempo que tomó una de las manos de la progenitora de Aleksandra para besarla.

—Pero pasen un momento, ¿qué hacemos aquí afuera? —señaló la señora sonriéndole sutilmente al británico y agregó a manera de invitación—. ¿Gustan un té?

—No te molestes madre, venimos muy de rápido, nuestro barco zarpa ya en unas pocas horas y sólo quise venir a presentarte a este caballero que desde ayer es mi novio —le informó una entusiasta Aleksandra, ante la mirada atenta de su madre y la sorpresa y el ligero sonrojo de Peter—, venimos del cementerio del parque Piskarevsky y nos sentimos muy cansados, deseamos descansar unos momentos.

— ¿Del cementerio?, —sorprendida la madre levantó y arqueó las cejas—, ¿pero qué paseos son estos jovencita?, habiendo tantos lugares que mostrarle al joven y tú lo llevas al lugar menos indicado.

—Estuvo muy bien —intervino Peter—, me platicó algo de la historia de esta ciudad y sus calamidades durante la guerra.

Durante unos breves minutos siguieron charlando del cómo se conocieron y de algunas trivialidades del viaje. La señora Irina, comprendió en realidad que su hija tenía la intención de presentarle a ese joven como diciendo, dame el visto bueno madre, lo cual ella perfectamente comprendió.

De pronto Sasha se levantó y dijo:

—Voy al baño, no tardo.

Tiempo que se quedaron solitarios la madre Irina y Peter, y sin más la mujer comentó:

—Hágala feliz joven, seguro que así será, no tengo duda que usted es la persona que mi hija esperaba.

—Sí, es mi intención señora, no tenga cuidado, pero ¿por qué me dice esto?, es decir, ¿por qué tan segura de que soy yo quien ella esperaba?

—Muy sencillo joven, una madre conoce a sus hijos a la perfección, y si usted está aquí sentado frente a mí, es porque es el indicado, mi hija no lo habría traído a esta casa. Además la sonrisa que ella refleja en su rostro tenía mucho tiempo que no la veía, se ha sentido muy vacía desde que su padre se fue de Rusia y su hermano está muy lejos de aquí; y por último, el que lo haya llevado al cementerio Piskarevsky tiene un significado especial para ella, pues es un lugar de recogimiento para mí y para mi esposo, en general para toda la familia, y si a usted lo llevó, seguramente fue para que conociera la esencia de ella, que conozca sus orígenes y su idiosincrasia, cosa que no había hecho con ningún otro hombre. En resumen, se lo digo porque soy su madre, usted es el indicado, y sé que no se equivoca. Le repito, hágala feliz.

Peter agradeció las palabras, y comentó:

—Es una gran mujer, su hija es especial, le juro que no había conocido a alguien así, me he enamorado de ella de una manera loca y especial, seguro no le fallaré ni a usted ni a ella.

—Lo sé joven, no hace falta que me lo diga.

Aleksandra regresó del baño, y expuso:

—Nos vamos madre, debemos ir al barco ya, te veo la semana que entra —se despidió dándole un par de besos a su progenitora, después se encaminaron hacia la puerta para salir de la morada, Peter igualmente se despidió, y finalmente ambos salieron del departamento. Un par de pasos después Aleksandra volteó para mirar de reojo a su madre que aún permanecía parada frente a la puerta, ésta le guiño el ojo izquierdo, acompañando el gesto con un movimiento de su cabeza de arriba hacia abajo, señal de aprobación, intercambiaron sonrisas cómplices; el lenguaje corporal propio de ambas mujeres hacían suponer que Irina le había dicho a Sasha que ese hombre era el acertado.

Regresaron al buque, la noche se acercaba ya, y a las diez en punto de la misma saldrían con rumbo a Finlandia, ya en la última parte del crucero, sólo quedaría después la llegada final a Copenhague…

 

 

Damas y caballeros, abrochen sus cinturones de seguridad, comenzamos el descenso, estaremos aterrizando en aproximadamente treinta minutos en el aeropuerto Púlkovo 2, de la ciudad de San Petersburgo, el clima es nublado, nos reportan una temperatura de cinco grados centígrados por lo que recomendamos tomen sus provisiones necesarias. British Airways le agradece su preferencia…

 

 

Se escuchaba en el avión por las bocinas la voz del piloto que ya anunciaba el fin del largo viaje.

—¡¡Por fin llegamos!! —exclamó Jessica con alivio.

— ¡Sí! —Confirmó un cansado y despeinado Peter.

—No deseo más que descansar, apenas lleguemos al hotel —manifestó ella.

—Sí, apenas lleguemos descansamos, de igual manera debo comunicarme con Sasha para avisarle que ya llegamos.

—Por cierto Peter, ¿cuándo iniciaste tus estudios del idioma ruso?

—Si te dijera… —respondió él—, la última noche del viaje, llegando casi a Copenhague, estábamos en mi camarote, hacíamos el amor por primera vez… Y de repente escuche unos fuertes gritos que decían…¡¡¡daaaa!!!, ¡daaaa!, ¡¡¡¡daaaaaaaaaaa!!!!... Yo con gran satisfacción, pero con gran asombro, me quedé expectante. Momentos después ella misma me informó que da significa , en ruso —una gran sonrisa se reflejó en el rostro de Peter quien recordó ese momento con nostalgia y con humor—, y así fue como inicié oficialmente mi conocimiento del idioma.

Jessica fingió una sonrisa, el comentario no le había caído nada bien. Si bien había sido espontáneo, le pareció un poco fuera de lugar, incluso hasta irrespetuoso, por lo que se apresuró a colocarse el cinturón de seguridad esperando el aterrizaje.

Pocos minutos más tarde se escuchó un par de veces un ligero rechinido de unos neumáticos, al instante que se sacudió la nave ligeramente. Los poderosos cuatro motores disminuyeron su potencia, y los frenos se aplicaron a casi toda su capacidad. Por fin los agentes estaban en suelo ruso. El avión acababa de tocar tierra.

Para Peter, San Petersburgo era el inicio de la misión a la cual lo habían encomendado, además de un gran pretexto para ver de nuevo al que consideraba el amor de su vida. Para Jessica era la primera vez que participaba en una encomienda encubierta, pero aparte significaba mucho para ella en lo personal, pues su vida sentimental estaba en juego, y como bien estaba decidida, lucharía contra sí misma para vencer a sus fantasmas y contra el amor de Peter y Sasha, para intentar ganarse el corazón de ese hombre que estaba sentado a su lado. Ella sabía que si bien esas dos personas se amaban, por alguna razón no estaban juntas, y eso era motivo suficiente para sentirse con alguna oportunidad. La ciudad donde recién acababan de aterrizar tendría para los tres personajes en cuestión grandes giros en sus vidas.