Capítulo 1

 

31 de agosto del 2005; Barcelona, España.

 

Por una ventana apenas se asomaban dentro de la habitación los primeros rayos de sol. Sergei Sokolov recién despertaba, yacía acostado boca arriba, se alistaba para dar como todos los días su caminata por la playa, se quedó mirando durante algunos segundos el techo de la habitación, recordando y repasando las imágenes que había visto una noche antes en el noticiario nocturno en el televisor. Tanto la extraviada mirada como la profunda divagación fueron intempestivamente interrumpidas por un suave toc toc que se escuchó desde la puerta de la habitación. Sergei volvió la vista hacia la misma y de inmediato dijo con una voz grave y firme:

— ¿Sí? 

—Su jugo está listo señor, ¿gusta usted tomarlo en su habitación?

—No María… Bajaré a tomarlo en un momento —vaciló por un instante.

María era la mucama, única compañía de Sergei durante algunas horas del día, como cada mañana, llegaba siempre puntual a las siete a.m. al departamento del retirado hombre de ciencias ruso, ella contaba con una copia de la llave que daba entraba a la sencilla pero acogedora morada, realizaba sus quehaceres de limpieza, los cuales siempre duraban tres o cuatro horas y posteriormente se retiraba, cruzaba de vez en cuando algunas palabras con su solitario patrón para romper el silencio que reinaba el ambiente.

—Como usted ordene señor —dijo con voz suave y sumisa.

— ¡María!, ¿ya llegó el diario? —cuestionó Sergei casi gritando.

—Sí señor, desde hace ya casi una hora.

—Muy bien, en un segundo bajo, deja el diario sobre el comedor.

Sergei siguió pensativo, se dispuso a levantarse pero antes miró su reloj de pulsera, la manecillas marcaban las 8:15, tomó su bata hecha de una fina y elegante seda roja que había comprado algunos años antes en una pequeña tienda veneciana, se la colocó encima de su maduro y bien conservado cuerpo que parecía no mostrar sus cincuenta y cinco años de existencia, caminó hacia el ventanal, recorrió las cortinas dejando entrar toda la viveza de la luz del sol que iluminó de manera inmediata toda la habitación, las paredes de tono blanco reflejaron aún más la luz natural, se apreciaba una cama grande con tan sólo unas sábanas y un edredón color verde que hacían contraste perfecto con las paredes, así como con el matiz madera de la cabecera y burós. En éstos últimos siempre dejaba su fino reloj, su billetera y algún libro que estuviera a su alcance en caso de alguna noche de insomnio.

Con un reflejo a modo de gesto, entrecerró los ojos para amortiguar el deslumbramiento producido por el astro luminoso, la vista era espectacular, el mar mediterráneo se vislumbraba con una belleza majestuosa, era un día soleado, no se asomaba ninguna nube en el horizonte, alcanzaba a ver a algunas personas caminando por la playa, la refulgencia de la luz solar sobre las ondulaciones del mar hacían chispear éste con una gracia y sincronía natural, se quedó disfrutando aquella postal durante algunos segundos, antes de dar media vuelta y salir de la habitación, bajar las escaleras que conducían a la planta baja donde se veía una pequeña salita y un sencillo y cómodo comedor con capacidad para sólo cuatro personas, ya lo esperaban su jugo de costumbre (mezcla de naranja y zanahoria) y el diario, el cual lo tomó a toda prisa, pareciera como si estos dos últimos días en especial le interesara o le urgiera enterarse de algo en particular, fijó la mirada en la portada y de inmediato comenzó a leer la principal noticia con tal voracidad que se olvidó de su jugo por completo. María salió de la cocina próxima al comedor, se acercó un poco, y se colocó de frente, tan sólo a unos pasos de Sergei.

— ¿Gusta algún panecillo señor?

—No María, ya sabes que antes de mi caminata matinal no como nada, sólo… —recordó que ahí estaba el jugo esperándolo desde hacía algunos minutos— …sólo mi jugo, gracias.

— ¿Ya vio usted lo que está sucediendo en estos días en Norteamérica señor? —cuestionó la mujer, de la cual se destacaba el mandil color blanco que escondía y daba camuflaje a su cuerpo un poco regordete, al tiempo que sostenía un pequeño plumero el cual utilizaba a diario para sacudir con paciencia cada rincón del departamento.

—Sí María, sí, he seguido la noticia con atención desde que el huracán “Katrina” comenzó a formarse, y en especial desde que tocó tierra en las costas de Luisiana hace dos días ¡¡¡Es una devastación total!!!, parece que el huracán arrasó con todo ¡¡Nueva Orleans está bajo el agua!!

— ¡Ay señor!, mire usted que yo creo que estamos destruyendo nosotros mismos el planeta, tanta contaminación, tantos automóviles, tantas fábricas, y con eso que hablan del sobrecalentamiento de la tierra, del efecto invernadero, y tantas cosas que yo ni entiendo, pero dicen que estamos matando al mundo…

Sergei escuchaba de fondo a María, pero sin prestarle la más mínima atención, su mirada estaba enfocada únicamente en el diario, y su cerebro procesaba las imágenes que tenía frente a él, el diario “EL PAIS” decía a ocho columnas:

 

 

Katrina causa al menos 80 muertos

Las inundaciones se agravan en Nueva Orleans tras el paso del peor huracán en décadas

 

El ciclón Katrina ha dejado un paisaje de muerte y devastación a su paso por tres estados del sur de EE UU: Luisiana, Alabama y Misisipí, que se llevó el impacto más duro del ciclón. Más de 80 personas han muerto, según los primeros recuentos, aunque las autoridades locales hablan de "muchas víctimas mortales"… Veinticuatro horas después del paso del huracán, en Nueva Orleans la situación iba a peor anoche, tras la rotura de dos diques que inundaron parte del centro histórico. La gobernadora de Luisiana, Kathleen Blanco, ordenó la evacuación total de Nueva Orleans ante los catastróficos daños causados por el huracán.

 

El presidente George W. Bush acortó sus vacaciones y se desplazó a la Casa Blanca para seguir un desastre que crece cada hora que pasa: hay miles de personas en tejados de casas en inmensas zonas inundadas del delta del Misisipí, cadáveres flotando en ciudades anegadas, cientos de miles de refugiados, casi dos millones de personas sin agua ni electricidad. Mientras, a pesar de que el huracán Katrina ya se ha convertido en una tormenta tropical muy al norte, el nivel de las aguas sigue subiendo.

 

El Pentágono, que ya ha movilizado a 7.500 soldados…

 

Las primeras estimaciones económicas aseguraban que los daños podrían alcanzar los 25.000 millones de dólares (más de 20.000 millones de euros). Las compañías comienzan a hablar de la tragedia natural más costosa de la historia de EE UU. El petróleo ha alcanzado un nuevo récord histórico, con 70,85 dólares el barril de Texas, debido a los daños en las infraestructuras petrolíferas del golfo de México…

"Este es nuestro tsunami", aseguró el alcalde de Biloxi, A. J. Holloway, en referencia al maremoto que arrasó las riberas del océano Índico el 26 de diciembre...

 

 

Sergei al fin terminó de leer el diario, lo cerró, su jugo apenas estaba a la mitad, se sentía algo confuso, su mirada seguía apartada, su mente viajaba e imaginaba aquellas escenas tan terribles que se vivían del otro lado del océano Atlántico, cuando de pronto la voz de María lo devolvió a su departamento.

— ¡Señor! ¡Señor!, ¿no va usted a su caminata?, ya se le está haciendo un poco tarde.

—¡¡Eh!!... sí María, sólo que me impactó la noticia, y…bueno... el tiempo se me fue pensando…

María, que conocía perfectamente a Sergei, sabía que no estaba actuando como todos los días, pues era la primera vez que lo notaba así desde que comenzó a trabajar con él, ya hacía casi tres años que el hombre de ciencias se había mudado a vivir a la ciudad mediterránea de Barcelona, y a los pocos días de haber llegado, la mujer tocó a su puerta para ofrecer sus servicios como empleada doméstica. Él la aceptó de inmediato y si bien hablaba un poco de español, pensó que ella podría ayudarlo a practicarlo y perfeccionarlo, cosa que logró en pocos meses, aparte de su dominio del idioma inglés por exigencias propias de su profesión lo hacían ya un poliglota. María, curiosa, no quiso quedarse con la duda y le cuestionó con un tono de preocupación.

—Señor Sergei, ¿le ocurre a usted algo?, es decir… quizá la noticia del huracán en los Estados Unidos… ¡¡Eh!!... ¿Tiene usted amigos o familiares por aquellos lugares?

—No María, no me ocurre nada, y no tengo familiares ni amigos en los Estados Unidos, gracias —respondió con enfado y de manera muy seca.

—Bueno señor, como le decía hace rato, el ser humano está ocasionando estos cambios climáticos, a propósito señor, ¿qué opina del tema?, si no mal recuerdo usted es un notable científico, ¿no es verdad?, me dijo alguna vez que en su país natal Rusia trabajó muchos años para su gobierno en algo que tiene que ver con el clima y esas cosas, ¿no?

— ¿Qué opino María?… Sí, trabajé hace unos años para mi gobierno ―caviló unos instantes y prosiguió—. Déjame comentarte algo, y te lo digo por la confianza que te tengo después del tiempo que has estado a mi servicio, quizá no lo entiendas del todo, pero tienes razón en algo que acabas de mencionar, el hombre efectivamente ha ocasionado estos fenómenos climáticos, estos huracanes, y quizá algunos terremotos, pero no han sido por el sobrecalentamiento ni el efecto invernadero como lo supones, el ser humano ha tenido injerencia más de lo que tú crees en estos sucesos, y es a voluntad lo que ha sucedido en Nueva Orleans, es todo lo que te puedo decir.

La mucama se quedó muda y con los ojos desorbitados que dejaron al descubierto aún más el hermoso brillo y el color verde esmeralda de éstos, luceros catalanes al fin y al cabo. Sorprendida por lo que acaba de escuchar apenas unos segundos antes, permaneció patitiesa meditando aquellas declaraciones « ¿Acaso el científico ruso se volvió loco?, ¿cómo podría ser que el humano provoque a voluntad huracanes y terremotos?, eso no es posible». Y concluyó que en todo caso «eso sería obra del diablo». De pronto sus reflexiones fueron frenadas por Sergei, ahora sucedía lo contrario, ella no interrumpía, sino era interrumpida.

—María, subo a vestirme, me pondré mi ropa deportiva para dar mi caminata —anunció su patrón mientras ascendía las escaleras.

Está bien señor…

—¡¡¡Ah!!! No comentes nada por favor de esto último que te confié, ¡pensará la gente que estás loca o desquiciada!…

Sergei le mostró una ligera sonrisa antes de llegar a su habitación. María sólo asintió con una mirada cuestionadora y a la vez incrédula, disipó rápidamente aquellas locas revelaciones y prefirió concentrarse en sus quehaceres diarios que apenas si había comenzado.