Capítulo 4
Las preguntas realizadas por Jessica tomaron por asalto al agente Peter Murray, de manera dubitativa se quedó mudo. En realidad, él mismo se estaba haciendo una serie de cuestionamientos «¿qué siento por Aleksandra?, ¿siento amor?, ¿es sólo pasión?, ¿admiración?, ¿deseo carnal?, ¿la distancia física entre ambos generan sólo una ansiedad tal, que sólo pienso en reencontrarme con ella?».
Por lo pronto únicamente se limitó a decir de manera vacilante, como para ganar tiempo y tratar de encontrar las respuestas más sinceras, no sólo para satisfacer la curiosidad de su acompañante, sino para encontrar escudriñando en su interior, su propia verdad.
—Todo comenzó aquí, en este mismo lugar, sólo que alrededor de diez kilómetros más abajo —dijo haciendo un gesto en la boca a manera de broma, al mismo tiempo que levantó las cejas, giró la mirada hacia la ventanilla del avión y la fijó como si buscara algo a través del cristal, sin embargo; sus ojos sólo se encontraron con un cúmulo de grandes nubes que reflejaban de manera espectacular los rayos del sol, que en realidad se parecían más a un manto acolchonado.
— ¿Aquí? —respondió sorprendida Jessica— ¿En pleno Mar Báltico?
—Efectivamente, eso sucedió hace siete años, era el verano de 1998, cuando mi padre, conociendo mi fascinación por estos lugares, en especial Rusia, y teniendo como pretexto mi reciente graduación en la universidad, me regaló a manera de premio un crucero en barco por el Mar Báltico —suspiró el agente mientras hacía memoria de aquellos días ante la mirada atenta de Jessica.
—Me hice acompañar de dos de mis mejores amigos y colegas de estudio, que cuando les hice la propuesta del viaje aceptaron jubilosos, y juntos abordamos aquél gran buque, íbamos con una gran ilusión y ávidos de conocer esta parte del mundo…
En ese momento pareció como si se transportara en el tiempo siete años atrás y apareciera en ese mismo gran navío de 216 metros de eslora por 28 metros de manga. Andrew, Richard y el mismo Peter habían volado desde Londres hacia la capital sueca de Estocolmo, para iniciar el viaje de ocho días por las heladas aguas del Báltico, realizando escalas en Tallin (capital de Estonia); la ciudad imperial de San Petersburgo, Rusia; Helsinki en Finlandia, y terminar el viaje en Copenhague, Dinamarca.
Los tres recién graduados estaban dispuestos a comerse el mundo. En ese momento ya habían dejado atrás Estocolmo, llevaban algunas horas de haber zarpado, convivían con personas de distintas nacionalidades, en particular ciudadanos finlandeses, suecos, ingleses, rusos, estonios, daneses, quienes eran la mayoría. Surcaban ya, las gélidas aguas que siglos antes habían navegado con gran autoridad sus antecesores los vikingos. Gritaban y coreaban a todo pulmón en la primer noche de aquella gran aventura la canción del casi recientemente formado grupo de origen alemán de rock metálico RAMMSTEIN, que sin embargo ya era uno de los favoritos de la juventud europea. Se escuchaba pues, en uno de los bares del barco de manera estruendosa y casi a una sola voz:
Du
du hast
du hast mich
Du hast mich
du hast mich gefragt
du hast mich gefragt
du hast mich gefragt und ich hab nichts
gesagt
Willst du bis der tod euch
scheidet
treu ihr sein...
Los que no hablaban el idioma alemán no se intimidaban, y trataban de imitar la pronunciación de las estrofas de aquella canción que lleva por nombre DU HAST, entre ellos Peter y sus dos amigos que con gran energía y entusiasmo saltaban y gritaban cuales entes poseídos por espíritus malignos.
Sólo hacían algunas pequeñas pausas para darle un gran sorbo al brandy y al vodka que tenían sobre la barra del bar, el cual estaba siendo acaparado por decenas de escandalosos que estaban aprovechando el libre consumo de las bebidas alcohólicas, así, sin límites estaba transcurriendo aquella primera noche de juerga en el crucero.
Al mismo tiempo y a pocos metros se encontraba un pequeño grupo de jóvenes y entusiastas damiselas de rasgos y apariencia agradables que al igual que los demás se divertían, bailaban y cantaban sin más coreografía que la que en ese momento dictaban sus almas. Fue en ese preciso instante que el joven Peter se percató de la belleza de una jovencita que se destacaba de ese grupo; no sólo por lo hermoso de sus facciones, sino por la gran estatura de 182 centímetros que era agraciada por su esbeltez. En ese momento ella vestía toda de blanco, llevaba una pequeña falda que no le llegaba ni siquiera a las rodillas, gracias a esa diminuta prenda se apreciaban unas bien torneadas piernas, además traía una sencilla blusa sin mangas y con un ligero escote que dejaba asomar vagamente un par de grandes senos que, sin embargo y debido a su gran estatura lucían por cuestiones de una ilusión óptica de tamaño mediano. Su cabello casi dorado se apreciaba brillante y suave, llevaba muy poco maquillaje sobre el hermoso y ovalado rostro, no lo necesitaba, éste era iluminado y adornado con unos grandes ojos de color azul celeste que brillaban de manera espectacular a pesar de la poca luminosidad que había en el lugar, la nariz recta y afilada parecía haber sido esculpida por un artista del cincel, los labios eran un poco carnosos, pero a Peter le parecían sensuales, pues esos labios gruesos más bien parecían ser una invitación para ser mordidos y besuqueados. Si no fuera por el par de zapatillas de pequeño tacón que llevaba puestas, parecería que la mujer era una tenista del circuito profesional, pues toda ella con esa apariencia así lo sugería.
Aleksandra también se percató de la penetrante mirada del joven inglés, a la cual respondió con una ligera sonrisa acompañada de una mirada cómplice y aprobatoria hacia aquel coqueteo inicial. La esbelta joven, que seguía cantando y saltando, comenzó a tomar y acariciar ligeramente su cabello que le llegaba algunos centímetros por debajo de los hombros y que acomodó sutilmente de lado para descubrir parcialmente su cuello. No eran más que las primeras señales de un nerviosismo que ya sentía, y que se confirmaba con el repentino hormigueo que su cuerpo comenzó a experimentar, desde las puntas de los dedos de los pies hasta lo alto de su cabeza. Fueron como unas pequeñas y agradables descargas eléctricas.
Regresó la mirada hacia el grupo de sus amigas como indagando si alguien se había percatado de aquel cruce de miradas que estaba teniendo con ese joven, pero nadie se había dado cuenta, pues todas de alguna manera estaban como poseídas, al igual que los demás, por aquellos estridentes sonidos que emitían los altoparlantes del bar y que envolvían el lugar en una atmósfera de gran derroche de energía, característica de esa música diabólica para algunos puritanos, y divina y energética para otros más osados. Transcurrieron sólo unos breves instantes, Aleksandra giró sutilmente hacia su izquierda la cabeza para buscar de nuevo el rostro del apuesto extraño, por el cual sin duda se sentía atraída, pero fue en vano aquella búsqueda, Peter había desaparecido de ese lugar.
Con un poco de decepción, la rubia mujer no se dio por vencida y volvió su cabeza en otras direcciones buscando entre la multitud. Cuando de pronto entre sus múltiples saltos sintió como daba un ligero empellón a un cuerpo que estaba detrás de ella, giró 180 grados su cabeza de manera súbita dispuesta a pedir una disculpa, y su cara se iluminó, era Peter al que había empujado, él le sonrió y ella sorprendida de una manera grata, únicamente balbuceó una palabra que no logró comprender el joven.
—Izvini. [Lo siento]
Pasado el pequeño, continuaron ambos al igual que los demás coreando:
… ich hab nichts
gesagt
Willst du bis der tod euch
scheidet
treu ihr sein für alle
tage...
Nein
Willst du bis zum tod der
scheide
sie lieben auch in schlechten
tagen...
Nein
Nein
Du
Du hast
Du hast mich…
Antes que la melodía terminara Peter ya estaba a sólo treinta centímetros de su nueva presa, muy seguro de sí, debido a la gran experiencia en cuanto a conquista de mujeres se tratara, sabía que aquellas miradas y sonrisas eran señales inequívocas de una mutua atracción. Lo que seguía era simple trámite para ese joven que había cimentado su seguridad, sabedor de su atractivo físico. Faz de forma oval, ojos amielados, mirada penetrante, nariz recta, mentón partido y afilado; una barba y bigote que por lo general procuraba dejarse crecer tan sólo un milímetro máximo, lo cual lograban un efecto de agradable contraste de colores en su cara, pues el casi tono verdoso de su diminuto pelo facial, resaltaba del color blanco de su piel que era matizada con ligeros acentos rojizos en la parte de las mejillas; su larga complexión de 1.85 metros, no era en ese momento como lo sería algunos años después, una vez que comenzara a laborar en el MI6 y que como parte de un adiestramiento físico que recibiría, esculpiría sus músculos corporales hasta llevarlos a la casi perfección; sin embargo, ahora su cuerpo lucía más bien delgado y se podría decir promedio en cuanto a fortaleza. Si a esta apariencia física se le agrega que, viniendo de una familia acomodada londinense, con mucha frecuencia llamaba todavía más la atención del sexo opuesto cuando conducía el automóvil deportivo, que su padre le había regalado una vez que se acercaba su graduación en la prestigiosa universidad de Oxford, fundada poco antes del siglo XVI y ubicada a tan sólo noventa kilómetros al noroeste de Londres.
Motivos pues, sobraban para que Peter se condujera en su vida de una manera segura, y en ocasiones hasta soberbia y altanera. Su fama de don Juan era conocida por todos quienes lo trataran, se podría decir que había tenido y disfrutado sexualmente con cuanta mujer se atravesara en su vida, no importaba si eran mayores que él; incluso había llegado a experimentar una que otra aventura con alguna dama con status de casada.
De esta manera, la escena que tenía ante sí, de una mujer atractiva a su alcance no era desconocida para él; sin embargo, esta vez se condujo cauteloso, porque Aleksandra aparte de deslumbrarlo con su belleza, le causaba un gran interés. De primera instancia no logró entender la palabra pronunciada por ella, ni siquiera sabía qué nacionalidad podría tener, «¿Será noruega o finlandesa?, ¿acaso será de origen ruso o danés?», se cuestionó con gran curiosidad. Algo le sugería en ese momento que ella sería especial en su vida, esa chispa que captó en su mirada se lo decía.
Así, con la misma paciencia que un felino cazador espera el instante clave para lanzarse sobre su víctima, Peter esperaba ese momento. Ya sonaba otra melodía, un poco menos estruendosa, la canción “Some guys have all the luck”, cantada por el rockero escoces Rod Stewart se escuchaba en el lugar, el título de la melodía caía como anillo al dedo en ese momento, pues él se sentía un chico con toda la suerte.
En ese momento en realidad, y sin decirse una sola palabra ya estaban bailando frente a frente, sonriendo y mirándose a la cara fijamente, a ambos les brillaban y bailaban los ojos de una manera grácil, sus respectivos sistemas nerviosos centrales estaba alterados de tal manera que algunos músculos faciales temblaban sin control.
Aleksandra, de una personalidad opuesta a la tímida e insegura Jessica fue la primera en romper el silencio:
— ¿Ti gavarish pa-russki?—con nerviosismo pero con seguridad fue pronunciada aquella frase inicial.
Peter levantó las cejas con cierto asombro, sonrió tímidamente, se llevó la mano derecha hacia su oreja e hizo un gesto que mostraba que no había comprendido ni una sola palabra. Al percatarse ella de que él no entendió, corrigió de una manera rápida.
— ¿Que si hablas en ruso?, pero ya descubrí que no—pronunció sonriente y en un fluido inglés, aunque con un acento diferente al nativo de la isla británica.
Para sorpresa de Peter, Aleksandra parecía hablar perfectamente el idioma inglés, lo que facilitaba conocerse de una mejor manera. Así pues, él respondió con un poco de pena.
—No, como bien notaste, no entiendo ni una sola palabra de ruso, pero si tú me enseñas te aseguro que en poco tiempo lo dominaré, ¿gustas sentarte?—le dijo de manera caballerosa, al mismo tiempo que recorrió con una mano la pequeña silla de una mesa disponible, y tomaba a la mujer del brazo con la otra.
La dama aceptó de inmediato, y sin más, comenzaron a charlar olvidándose de la música y de sus respectivos compañeros de viaje, para adentrarse en su propio mundo que apenas comenzaban a crear.
—Bueno, por lo visto sobra decir que eres de nacionalidad rusa, ¿no es así? —preguntó el hombre.
—Sí, lo soy, nací y vivo en San Petersburgo —respondió sonriente—, de hecho es una de las ciudades que tocará en este viaje nuestro barco.
— ¡Ohhh sí!, es verdad —estiró la mano para estrechar la de ella mirándola fijamente a los ojos y agregó—, ¡Mi nombre es Peter Murray!
—Menia zavut Aleksandra Sokolova, no ti nozhesh nazivat Sasha —expresó ella pícara y juguetonamente en ruso al saber que él no comprendía nada, por lo que Peter alzó nuevamente las cejas.
—Que me llamo Aleksandra Sokolova, pero me puedes decir Sasha —repitió ella ahora en inglés y con una amplia sonrisa que logró contagiar al británico, fundiéndose entonces ambos en una sincronizada y fuerte carcajada.
— ¿Sasha?, ¡que hermoso suena!, espera un momento —exclamó mientras se levantó de la mesa y de una manera rauda se dirigió hasta la barra para tomar un par de pequeños vasos con vodka en su interior, al mismo tiempo giró la cabeza y les guiñó un ojo a Andrew y Richard quienes lo miraron de una manera cómplice, y sin prestar más atención, continuaron con su plática y búsqueda de sus propias conquistas femeninas. Peter entonces regresó con los vasos llenos de la alcohólica bebida y un poco de bocadillos; ansiosa Sasha ya lo esperaba. Una vez instalado de nuevo en la mesa, cuestionó:
— ¿Y qué haces aquí?, es decir… ¿Tus vacaciones veraniegas?
—Sí, mis padres me regalaron este viaje —respondió—, de hecho es primera vez que salgo de Rusia, no he tenido la oportunidad de viajar mucho, vengo de una familia un poco limitada en cuanto dinero se refiere, mi padre que es científico y militar, trabajó muchos años en un proyecto de investigación para mi gobierno en un pequeño poblado llamado Vasilsursk, al este de Moscú, pero en tiempos de la caída de la Unión Soviética, mi país entró en una grave crisis financiera, y nuestros ingresos económicos fueron más bien pocos, por lo que mis viajes casi se limitaron solamente a la ruta entre San Petersburgo y Moscú, pues la prioridad era terminar mi carrera, me acabo de graduar de la facultad de física en la Universidad estatal de San Petersburgo, además, en la misma universidad, como muchos rusos solemos hacerlo, estudiamos otro idioma, yo escogí el inglés, y mira, ya me fue útil, podemos charlar sin necesidad de hacer señas —dejó ver nuevamente una fugaz sonrisa y de inmediato tomó uno de los vasos con vodka para darle un pequeño sorbo.
— ¡Mira, que casualidad! —exclamó él—, mi padre me regaló este viaje también por el mismo motivo, recién me gradué de la carrera de ciencias políticas y relaciones internacionales en la universidad de Oxford —hizo una breve pausa y continuó—, te confieso de una manera muy sincera, y no es porque estés tu aquí, pero este viaje, en realidad se lo pedí a mi padre, con el pretexto de mi graduación, tengo una fascinación por tu país, y en mis metas inmediatas está el aprender el idioma ruso, y ahora que te conozco, no hace más que confirmar mi pasión por Rusia, incluso ahora mismo se me ocurre que podría vivir un tiempo en San Petersburgo para estudiar tu lengua, quizá algún día conversemos en ruso. —comentó de manera entusiasta.
— ¿En verdad?, ¡sería fabuloso!, pero antes conmigo podrías iniciar tu aprendizaje del idioma —expuso.
—Me acabas de decir que tu papá ya no trabaja para tu gobierno, ¿qué sucedió? —con un poco de curiosidad preguntó.
—Sí, renunció después de recibir una buena oferta del extranjero, se puede decir que desertó a la milicia. Es un brillante científico, un gran físico matemático, y quizá a él le debo mi gusto por la ciencia, en especial la física y las matemáticas —respondió ella no sin antes dar un nuevo sorbo al cuarto vaso de vodka en su cuenta particular, dejó el mismo sobre la mesa nuevamente y continuó diciendo—. Se puede decir que mi padre sólo imitó el acto que muchos otros científicos de mi país han realizado desde la caída de la Unión Soviética. Los salarios tan bajos tuvieron como efecto la quizá mayor fuga de cerebros desde la época en que huyeron de los turcos por la invasión a Constantinopla algunos artistas, pensadores y hombres de ciencia grecolatinos, que se refugiaron en territorio principalmente del actual norte de Italia, en particular Florencia, sembrándose así la semilla del renacimiento; de eso hace ya un poco más de cinco siglos. Muchos de nuestros investigadores —prosiguió con una gran fluidez en su lenguaje—, los de más renombre y capacidad fueron reclutados, por llamarlo así, por gobiernos de países árabes principalmente, otros no menos talentosos acabaron trabajando para organizaciones e instituciones de países secundarios en Occidente y los de tercera categoría lo hicieron incluso en países tercermundistas o en vías de desarrollo. Mi papaíto —con gran cariño se refirió a su progenitor—, fue contratado en un país del Medio Oriente, en su primer año le pagaron lo que no había ganado en toda su vida en Rusia, por lo que de inmediato nos compró a mi madre y a mí un pequeño departamento en San Petersburgo, y sin tener lujos ahora vivimos cómodamente, ¡mírame aquí en este barco! —exclamó—, disfrutando un poco, lo que antes no podía hacer.
— ¿Entonces tu padre por lo que entiendo casi no ha vivido con ustedes verdad?
—Lamentablemente así es, su vida de militar le impidió convivir con nosotros, desde pequeña me acostumbré a verlo tan sólo dos o tres veces por año. Cuando se fue al Medio Oriente pensé que podría verlo mayor frecuencia, quizá en las vacaciones, pero resultó lo contrario, de hecho solamente una vez más nos hemos visto desde entonces… —se quedó por algunos segundos muda y con un gesto de preocupación—, no sé Peter, no me gustó el que mi padre se haya ido de Rusia, si bien económicamente nos ha beneficiado, hay algo que no me gusta en todo esto. Él dice que es mejor que nos mantengamos con distancia, ocasionalmente me escribe por correo electrónico, algunas veces pareciera que lo hace en clave, como si me quisiera decir algo más …no sé… —con la mirada perdida se manifestó.
— ¿Eres hija única? —cuestionó como para cambiar el rumbo de la conversación, ya que notó un aire de tristeza en Sasha.
—No, tengo un hermano mayor, para colmo, también militar. A él tampoco lo veo pues pertenece a la marina, concretamente a la flota del Pacifico con sede en Vladivostok.
— ¿Hasta Vladivostok?, ¡en el otro extremo de Rusia! —exclamó Peter arqueando las cejas—, entiendo entonces que casi no lo ves.
—De hecho sólo nos comunicamos por correo electrónico, al igual que con mi padre. No lo veo desde hace casi cinco años —dijo ella con gran nostalgia, al mismo tiempo sus ojos se comenzaron a humedecer e hizo una pequeña pausa como para detener el sollozo que ya se asomaba, sin embargo no lo pudo evitar, y una lágrima comenzó a rodar por un lado de su nariz.
Peter le entregó un pequeño pañuelo facial para que se secara el líquido acuoso y los restos del rímel que lo acompañaban. Un instante después, Sasha se disculpó y se levantó de la mesa para ir al baño y tratar de despejarse y relajarse un poco, momento que él aprovechó para hacer lo mismo. Una vez frente al gran espejo de baño del bar, el joven británico se acomodó el cabello con las manos y se quedó mirando por unos instantes su reflejo. Reflexionó entonces que quizá por primera vez en su vida no estaba imaginando desnuda a una mujer recién conocida, no la pretendía llevar a la cama como a otras tantas que a estas alturas ya había besuqueado seguramente. Y si alguna dama era de un carácter más ligero ya le estaría toqueteando sus piernas o senos, o incluso quizá ya se encontraría desnuda en frente de él en algún cuarto de hotel. Esta vez, sin embargo, sólo deseaba conocer más el interior de esa atractiva e interesante mujer. Su charla dejaba ver a una fémina muy inteligente, la carrera de física que recién había concluido lo confirmaba, le atrajo su buen nivel cultural que durante la plática había dejado constatar, el excelente manejo del idioma inglés y algo que lo dejó sorprendido, el verla llorar le mostró que es una mujer sensible; parecía además sentirse un poco sola, si bien tenía a su madre viviendo con ella, el padre que se había alejado por cuestiones laborales, y el hermano mayor que se encontraba a 6500 kilómetros de distancia al otro extremo del enorme territorio ruso, fue un hecho que Peter interpretó como si ella estuviera ávida de cariño y amor masculino, cosa que él sin duda estaría dispuesto a ofrecerle. Así pues, en tan poco tiempo de haberla conocido, parecía que tenía los suficientes argumentos para confirmar que se trataba de una mujer muy diferente a las que había tratado en el pasado.
Se lavó las manos y se dispuso a regresar con Aleksandra que ya lo esperaba. Una vez sentados nuevamente, ella comentó de inmediato:
—De nuevo te pido una disculpa Peter, no era mi intención estropear el momento tan alegre que estábamos teniendo.
—No te disculpes, al contrario, agradezco la confianza que depositas en mí para platicarme un poco de tu intimidad. ¿Qué te parece si mejor brindamos por el hecho de habernos conocido el día de hoy? —propuso al tiempo que le entregó el enésimo vaso de vodka y de manera inmediata chocó el propio contra el de ella, para después beber el líquido cual par de sedientos en medio de un desierto. La bebida alcohólica ya comenzaba a mezclarse con la sangre que recorría sus venas, de manera que los efectos se estaban ya haciendo presentes en sus cuerpos, sintiendo ambos un poco de mareo y hormigueo.
Así, regresaron las sonrisas a la especial velada, charlaron toda la noche, hablando un poco de su pasado, de sus proyectos, de sus familias, de sus ambiciones, de sus estudios universitarios que habían concluido.
Toda la tertulia fue acompañada de miradas coquetas, de roces sutiles en sus manos, a veces chocaban sus piernas o rodillas por debajo de la mesa, los vasos de vodka se acumulaban entre ellos, dejando cada vez menos espacio en el pequeño mueble, hasta que por fin, ya entrada la madrugada, y con evidencias ya de una fuerte embriaguez, ambos se dispusieron a despedirse. El galante caballero intentó por un momento hacerlo posando sus propios labios en los de ella, acto que fue inmediatamente reprimido por Sasha argumentado con una frase que pronunció con un poco de esfuerzo debido al parcialmente adormilado e intoxicado cuerpo:
—No caballero, las rusas tenemos una idiosincrasia muy diferente a las mujeres de la Europa Occidental, si quieres conquistar a una dama rusa tendrás que esforzarte más —afirmó con gran categoría, al mismo tiempo que interpuso el dedo índice entre los labios de ambos, sin embargo compensó la negativa con una gran y coqueta sonrisa.
— ¿Te veré mañana?, o mejor dicho en un rato más, ya casi amanece —Peter le preguntó con gran interés.
—No lo sé, dejémoslo así, sin citas, sin prisas, nos encontraremos seguramente, el viaje apenas comienza, y el tiempo parece no ser un impedimento. Tengo ya mucho sueño y en un rato más llegaremos a Tallin, quiero dormir un poco antes de descender del barco y conocer la capital de ese país que algún día perteneció al mío —refiriéndose a la época en que Estonia había sido parte de la Unión Soviética, antes de que en 1991 fuera reconocida su independencia del otrora imperio soviético.
—Así lo haremos, yo también me muero de sueño, ¡buenas noches! —se levantó de la silla, estiró la mano para despedirse y acompañó el acto con un doble beso, esta vez en cada una de las mejillas de la rusa. Ambos sonrieron y dieron media vuelta, caminaron unos tres o cuatro pasos, y de pronto Sasha pronunció el nombre del británico que de inmediato atendió:
— Peter…
— ¿Sí?, dime.
Sasha se quedó muda de pie frente a él durante unos breves instantes, el joven aprovechó el momento y se acercó de nuevo, la tomó por los brazos y le dio un beso muy cariñoso en la frente, bajó la inclinación de su cara para que la mirada de ambos se encontraran a tan sólo unos pocos centímetros, sus narices se rozaron acariciándose mutuamente. Podían sentir la agitada respiración el uno del otro, los excitaba la inhalación y exhalación de aire que compartían, mezcla de aromas que emitían sus perfumados cuerpos. El ritmo cardiaco había aumentado considerablemente, hasta que por fin ambos con los ojos cerrados rozaron muy ligeramente sus labios, apenas si sintieron la humedad de los mismos, pero fue suficiente para desencadenar una serie de grandes y agradables reacciones químicas que hicieron que sus respectivos vientres experimentaran el que algunos suelen llamar mariposeo en el estómago. Así se quedaron tan sólo unos pocos segundos, pero para el par de tortolos transcurrieron horas; por fin se separaron y ahora sí, sin más palabras se alejaron lentamente para dirigirse a sus respectivos camarotes a intentar dormir. Sin duda los dos acababan de sellar el inicio de un romance sincero y pasional.
Una vez que se encontraron por debajo de sus propias sábanas trataron de conciliar el sueño, cada uno con sus respectivas ensoñaciones, con sus dudas y deseos, entre los efectos del alcohol y el hormigueo de sus cuerpos. El gran barco seguía su camino en medio del Mar Báltico con dirección hacia la pintoresca y graciosa capital de Estonia.