Capítulo 14
Decenas de personas, la gran mayoría entusiastas turistas, boquiabiertos y extasiados por la belleza arquitectónica que tenían ante sus ojos, caminaban, fotografiaban y video grababan la plaza más famosa de Rusia. Origen de todos los caminos y vías férreas del país más grande sobre la tierra, el kilómetro cero, el corazón de la gigantesca nación, con sus trescientos treinta metros de largo, por setenta de ancho, la Plaza Roja de Moscú (Krásnaya plóshchad en idioma ruso) era testigo de la cita que tendrían en tan sólo unos minutos el coronel Víctor Zavarov y los agentes Peter Murray y Jessica Sanders.
La escena la dominaba, la que para algunos es quizá la catedral más hermosa del mundo, la de San Basilio, templo de la iglesia ortodoxa y el gran ícono de Moscú, con sus clásicas cúpulas en forma de grandes cebollas multicolores. Ordenada su construcción por el Zar Iván “El Terrible”, para conmemorar su victoria militar y conquista del Kanato de Kazán a mediados del siglo XVI.
Reinaba en ese momento la temperatura típica de esa época del año, -3 grados centígrados marcaba el termómetro, sólo un minúsculo rayo solar tímidamente se quería asomar entre la cerrada y grisácea nubosidad. Los paseantes iban muy bien abrigados, con grandes chamarras, gorros, guantes, orejeras, bufandas, botas de piel y todo lo que pudiera amortiguar el frío inclemente; sin embargo, el clima no era ningún impedimento para disfrutar tan maravillosa escena. Se percibía nieve y hielo por todos los lugares, el personal de limpieza de la ciudad trabajaba arduamente para acumular el agua en su estado sólido en los costados de la plaza. Un par de policías merodeaban el lugar con mirada atenta e intimidante, con macana en mano listos para cualquier novedad que pudiera surgir. A cien metros de distancia, estacionados en batería una decena de autobuses turísticos esperaban a sus pasajeros que disfrutaban del lugar.
— ¡Jessica!, faltan cinco minutos para nuestra cita, date prisa, no venimos de turistas.
—Sólo una foto más Peter.
—Ya algún día te tocará venir de paseo.
—Está bien aguafiestas… —denotando su desánimo dijo entre dientes—. Dame un par de minutos, déjame escuchar el final de la explicación.
La agente Sanders se acercó nuevamente al grupo de turistas de diversas nacionalidades que escuchaban con atención a su guía.
— “…como les decía, Napoleón intentó conquistar estas tierras, en alguna de su campaña militar por estos lugares utilizó la catedral como establo, en una de las anécdotas más insólitas de este lugar”… —dijo la guía con un tono “cantadito”, parecía un viejo disco rayado repitiendo lo mismo tres o cuatro veces por día; así llevaba los últimos siete años de su vida, la explicación la había memorizado desde hace mucho tiempo, y ya sin gracia y de manera autómata, asemejándose más a un robot parlante se dirigía a los turistas— ”…cuenta la leyenda que Iván “El Terrible”, al ver la majestuosa belleza de la catedral, mandó sacar los ojos del arquitecto que estuvo a cargo de la construcción, para que nunca pudiera repetir algo similar en algún otro lugar…”
—Jessica, son 9:58, en dos minutos el coronel Zavarov nos recogerá, ya debe andar por aquí —insistió Peter con voz más firme. Por fin su compañera abandonó el grupo de turistas y caminó unos cinco pasos para tomar del brazo a Peter.
— ¿Nos vamos? —dijo ella quien vestía unas botas forradas de piel, pantalón de mezclilla gruesa, un jersey de lana por debajo de un gran abrigo de piel, guantes y bufanda de lana, y finalmente un gorro con orejeras, todo de color café.
—El coronel Zavarov es la persona más puntual que yo conozca, si dicen que nosotros los ingleses somos puntuales, ¡¡Víctor Zavarov es el monumento a la puntualidad!! —intervino Peter, quien frotaba sus manos sobre su abrigo color negro, el cual cubría todo su cuerpo. El vaho que exhalaba su boca parecía ser humo que se elevaba y desaparecía casi de inmediato al llegar a la altura de su gorro.
En efecto, el militar ruso ya esperaba a la pareja de británicos justo en donde Sasha les indicó que los vería, frente a las grandes murallas color rojo de los jardines del Kremlin. En la esquina de la avenida Kremlevskaya y el puente que cruza y une a ambos márgenes del Río Moscova, a tan sólo unos metros de la Catedral de San Basilio.
El gran reloj del Kremlin comenzó a dar diez campanadas, la hora de la cita había llegado.
—Me recuerda al Big Ben de nuestro Londres —dijo Jessica con nostalgia.
—¡¡Peterrrrr!! camarada Peter —Se escuchó la voz del coronel Zavarov, quien con una gran sonrisa acompañó una señal de su mano derecha, que se agitaba con entusiasmo con la intención de que lo localizaran con rapidez. Los ingleses estaban a sólo veinte metros del coronel, por lo que de inmediato se acercaron. Ambos hombres se fundieron en un fuerte abrazo, seguido de un par de besos en las mejillas.
— ¡Camarada Víctor Zavarov!, qué gusto verlo, hace tanto tiempo que no nos veíamos.
—Así es joven y camarada Peter.
—Le presento a mi esposa… —dudó un instante y de inmediato corrigió—. La agente Jessica Sanders…
—Sí Peter, no te preocupes, sé de qué se trata todo esto, Sasha me puso al tanto de todo, pero bueno… subamos al auto. Un placer agente Sanders, mis respetos para usted —con solemnidad y con una pequeña reverencia se dirigió a ella, quien respondió igualmente con un par de ósculos en ambas mejillas. De inmediato abrió la puerta trasera del viejo auto color negro, marca “Volga” modelo 1966. Parecían que habían subido a una máquina del tiempo y que estaban en plena guerra fría en épocas de la Unión Soviética. Jessica abordó el arcaico vehículo y con gran curiosidad recorrió visualmente cada rincón del coche. Desde el orgullo y la perspectiva del par de ingleses, el auto en el cuál iban sentados se asemejaba más a una caja de zapatos con ruedas, que a un automotor.
—Existen en Rusia, como bien ven por aquí, vehículos muy modernos, ja, ja, sin embargo me resisto a dicha modernidad, y además esta pieza de museo aún funciona muy bien —dijo el coronel Zavarov quien pareció adivinar el pensamiento de ambos agentes al instante de que puso en marcha el automóvil y de inmediato arrancó para internarse en el tráfico de la Avenida Kremlevskaya. Casi en el mismo momento un vehículo color gris, que se encontraba a setenta metros de ellos, arrancó manteniéndose a cercana distancia. De igual manera, otro vehículo color verde olivo comenzó su marcha manteniendo a la vista a ambos automotores. Dentro de éste último conducía el mismo hombre elegantemente vestido, que había seguido a Peter el día anterior desde que salió del departamento de Sasha.
El coronel Zavarov se dirigió hacia el este, sorteando con sobriedad el tráfico vehicular moscovita; condujo cerca de una hora hasta llegar a la periferia de la ciudad. Desde su partida de la plaza roja habían tocado solamente temas triviales, cuando por fin y con el objetivo de entrar en materia mencionó:
—Vamos ya en camino hacia Vasilsursk, queda a un poco más de quinientos kilómetros de aquí, podríamos estar allá en unas siete u ocho horas, aunque a una buena velocidad quizá en seis horas —dijo al instante que sacó de uno de los bolsillos de su gabardina una pequeña anforita con vodka en su interior, la pequeña botella estaba casi a la mitad de su capacidad. El coronel la miró un instante con alegría, antes de darle tres grandes tragos consecutivos, sacudió ligeramente su cabeza al mismo tiempo que cerró los ojos, lanzó una gran exhalación de alivio, y finalmente realizó un comentario más a manera de justificación—. Esto ayuda a amortiguar el frío…
Jessica miró de reojo a Peter levantando las cejas y apretando los labios, ambos se miraron dudando de la capacidad del vehículo en el que viajaban, así como del propio conductor.
—Coronel Zavarov, no tenemos tiempo para estar con rodeos. Según me dijo Sasha, usted sabe por qué estamos aquí. Ahórrenos la ida hasta allá, usted trabaja en las instalaciones del proyecto SURA. Seré directo, ¿Rusia utilizó el SURA para interferir el clima y acrecentar el poder destructivo del huracán “Katrina”? —cuestionó Peter de manera contundente y directa.
El paisaje urbano estaba cambiando, los edificios comenzaban a quedarse atrás y estaba siendo sustituido por enormes pinos cubiertos de blanco; la nieve y hielo dominaban los costados de la autopista. Las grandes máquinas quitanieves realizaban su trabajo, para mantener las vías de asfalto limpias, y listas para permitir que los vehículos circulen por ellas sin dificultad.
Víctor Zavarov, golpeó tres veces la parte frontal de su automóvil, y diez segundos después se escuchó un pequeño ruido, era la calefacción.
— ¡Por fin comenzó a funcionar como debe de ser esta porquería de calefacción! —exclamó el coronel con alivio y continuó hablando con voz tranquila y relajada—. En un momento estaremos más calientitos. Mira Peter, no sé hasta dónde conozcas de nuestro proyecto SURA, pero te diré. En sus comienzos SURA dependía del ministerio de la defensa rusa, el ejército estaba a cargo, yo comencé a trabajar ahí. En esa época fue cuando conocí al padre de Sasha, el teniente Sergei Sokolov, nos hicimos grandes amigos, la guerra fría estaba en todo su apogeo. Pero te tengo que decir que en la actualidad las instalaciones las controla el Instituto de Investigación Radiofisica. Como ves… ya no es militar, con eso te quiero decir muchas cosas, el que no sea militar en estos momentos debe responder a tu pregunta.
—Como ya le dije coronel, no estamos aquí para escuchar cuentos de hadas. Sé que, aunque usted tiene razón en cuanto a que en la actualidad el instituto que acaba de mencionar está a cargo del SURA, también sé que únicamente autoridades y personal militar están autorizados para ingresar. Y también sabemos que su potencial es muchísimo más grande que el HAARP estadounidense. Tengo que hacer un llamado en algunas horas a mi jefe en Londres, y dependiendo de lo que yo le informe se podría desatar una crisis, incluso nuclear. Así que, hablemos sin rodeos, estamos en Rusia, y se cómo se manejan y se ocultan las cosas en este país.
El coronel Zavarov escuchó a Peter con atención, y comenzó a disminuir la velocidad, buscó un lugar adecuado para orillarse y detener la marcha.
— ¿Qué sucede? —cuestionó Jessica dirigiéndose al coronel con impaciencia y con extrañeza.
—Nada, sólo quiero inspeccionar el motor, vengo escuchando un pequeño ruidito desde hace unos momentos, permítanme revisarlo —bajó de su auto, abrió el cofre y caminó rápidamente hasta ocultarse detrás de un par de pinos que se encontraban a orillas de la carretera, a unos cuarenta metros de distancia.
—Esto no me gusta Peter —dijo Jessica una vez que se quedaron solos dentro del vehículo.
—A mí tampoco, ¡bajemos de inmediato Jessica! —con voz nerviosa instó a su compañera y a toda prisa abandonaron el antiguo Volga 1966.