Bienvenida a casa
8h 48m de la tarde
Cuando Norma y Macky llegaban a casa vieron el coche de ella aparcado en el camino de entrada y con una nota en el parabrisas. Merle y Verbena lo habían llevado ahí desde la casa de Elner. Y en cuanto estuvieron frente a la puerta de la calle, advirtieron allí pegadas seis o siete notas de amigos. Todas decían lo muy felices que se sentían de que Elner estuviera viva. Una vez dentro, una Norma exhausta observó que en el contestador había tantos mensajes preguntando por Elner que se había acabado la cinta. No le sorprendió nada. Elner conocía a todo el mundo y, que Norma supiera, su tía era la única persona que no daba esquinazo a los testigos de Jehová. Después de borrar los mensajes y devolver todas las llamadas, entró en el estudio y se sentó junto a Macky.
—Ha llamado Linda. Ha llegado sin novedad. Dice que mañana se compran un gato.
Él asintió.
—Qué bien.
Al rato, ella miró y dijo:
—¿Te he mencionado lo del botón? Dice que caminó a través de un botón.
—No. ¿Qué clase de botón? —preguntó Macky.
—Un botón de nácar con una puerta.
Macky se rio a carcajadas.
—Bien, ríete todo lo que quieras, Macky, pero menos mal que hablé a tiempo con el señor Pixton sobre la declaración. ¡Podían habérsela llevado y no la volveríamos a ver!
—Norma, si acaban llevándose a alguien, será a ti, por creerte estas cosas.
Norma lo miró alarmada.
—No estoy diciendo que yo lo crea, Macky, digo que ella lo cree; tienes razón, estoy tan cansada que ya no sé qué pienso…, te lo juro, si pasa alguna otra cosa…
Llamaron a la puerta.
—¿Quién diablos será? —soltó ella. Abrió, y allí estaba Ruby Robinson, con una pistola en la mano.
—He intentado llamar pero comunicaban todo el rato —explicó—. Encontré esto en el fondo del cesto de la ropa sucia de Elner, y no sabía si queríais que lo volviera a dejar en su sitio o no.
Norma pensó en desmayarse de nuevo, pero estaba demasiado cansada.
—Oh, entra, Ruby —dijo—. Macky se encargará de esto. Yo tengo que echarme, si no, me caigo.
Cuando al cabo de un rato Macky entró en el dormitorio, Norma estaba tumbada en la cama con un trapo frío en la cabeza.
—¿Qué narices pasa ahora? —gimió ella.
—Oh, nada, Norma. Ruby la encontró en el cesto de la ropa de Elner y alucinó, eso es todo.
—Dime sólo que no es un arma de verdad. Y si lo es, no me lo digas. No podría soportarlo.
—No, no es un arma de verdad —dijo Macky mientras se desabrochaba la camisa—. Es sólo una pistola de fogueo, como las que se utilizan en las carreras de stock car. Será de Luther Griggs. Seguro que se la guardaba. Vamos, duerme.
—Me da igual si es falsa o no, ¡pero evidentemente la pobre Ruby se ha llevado un susto de muerte! Dile a Luther que no deje más cosas así en casa de la tía, primero aquel camión, ahora una pistola. Ella se podía haber hecho daño con eso.
—No, imposible. Sólo dispara cartuchos de fogueo.
—Me tiene sin cuidado lo que dispare, no tenía por qué estar en el cesto de la ropa sucia. Estoy harta, si no es una cosa, es otra. Has de vigilarla las veinticuatro horas del día.
Después de que Norma se hubiera dormido, Macky se quedó tumbado totalmente desvelado. Había mentido a Norma. El arma no era falsa, ni era tampoco una pistola de salida. Ruby lo sabía, y él lo sabía, y se preguntaba qué demonios hacía Elner con una pistola del calibre 38 en su cesto de la ropa. Al cabo de un rato, decidió que la única explicación posible pasaba por Luther Griggs. ¿En qué narices estaba pensando él al dejar algo tan peligroso en casa de Elner? Macky sabía que pensar no era uno de los puntos fuertes de Luther, y éste le caía bien, pero le pegaría tal patada en el culo que llegaría a Wyoming y volvería. Macky lamentó que Ruby les hubiera llevado el arma, pues Norma estaba buscando cualquier excusa para meter a Elner en esa maldita residencia, y Elner no estaba ayudando precisamente. Primero la caída del árbol, y ahora la pistola. Al día siguiente se levantaría temprano y arrojaría el arma al río. No le preocupaba que Luther hubiera disparado o robado a alguien con ella. Luther era demasiado tonto para hacer algo así sin que le cogieran: cuando entró a la fuerza en la caravana de su padre, dejó una nota diciendo que había sido él.