Vaya sorpresa, ¿eh?
Mientras andaban por el pasillo, Dorothy dijo:
—Podemos comer la tarta en el comedor o en el porche delantero, ¿qué prefieres?
—En el porche —dijo Elner.
—Estupendo, hace un día precioso; esperaba que dijeras eso.
Elner la siguió y de súbito oyó un ruido procedente del salón desde donde Dorothy solía emitir su programa, y se dio cuenta de que era alguien tocando You are My Sunshine con la tuba.
—Parece Ernest Koonitz —dijo.
—Lo es —dijo Dorothy—. ¿Por qué no lo saludas mientras yo voy a por la tarta? Estoy completamente segura de que le encantará verte.
Elner se acercó y asomó la cabeza en la habitación, y allí estaba, con su feo postizo y todo, luciendo el mismo traje blanquinegro de siempre y la pajarita roja.
—¡Hola, Ernest! Soy Elner Shimfissle.
Él alzó la vista y pareció muy complacido y contento de verla.
—¡Hola! ¿Cuándo ha llegado? —Se le acercó y le estrechó la mano a través de la tuba.
—Hace sólo un rato. Me han picado un montón de avispas y me he caído de un árbol, así que disculpe por la bata. ¿Y usted?
—Yo iba camino del dentista cuando me dio un ataque al corazón en el aparcamiento. Pero fue un momento oportuno, pues estaba a punto de gastarme un dineral en prótesis dentales.
—Ah…, bueno, ¿y cómo se encuentra, Ernest?
—Oh, ahora bien. Antes siempre estaba enfermo, pero ahora estoy mejor que nunca. Es la primera vez en años que soy capaz de tocar. La verdad es que éste es el sitio ideal… Dentro de unos minutos veré a John Philip Sousa, el gran director de orquesta, que ha accedido a darme algunas clases. ¿No es fantástico?
—Sí, por supuesto —respondió Elner—. Opino que nunca es demasiado tarde para aprender, aunque uno esté muerto.
Él miró alrededor.
—Y también es bonito volver a ver la vieja casa. Cuando la derribaron, pensé que había desaparecido para siempre. También pensé que al morirme yo desaparecía para siempre, pero aquí estoy. Vaya sorpresa, ¿eh?
—Una agradable sorpresa. Y además esas escaleras de cristal, ¿son bonitas, verdad?
Él la miró sin comprender.
—¿Qué escaleras de cristal?
Elner se dio cuenta de que él seguramente no había llegado por ese camino y preguntó:
—¿Cómo llegó aquí?
—¡En un flamante Cadillac descapotable con asientos térmicos!
—Ah, bueno…
—¿Ha visto ya a alguien? —preguntó Ernest.
—No, todavía no. Hasta ahora sólo a Ida, pero creo que estoy aún en la fase de registro y control. Si la supero, supongo que seguiré y conoceré a todos los demás; me muero de ganas de ver otra vez a mi esposo Will.
Elner oyó un portazo de la puerta de la calle.
—Bien, me tengo que ir. Sólo quería saludar… y buena suerte con sus clases.
—Gracias. Hasta luego. Que lo pase bien.
—Gracias —dijo ella.
Mientras Elner se dirigía al porche, ahogó una risita. Antes Ernest jamás le había dado la impresión de ser una persona especialmente entusiasta, pero es que ahora parecía contentísimo de estar muerto. ¿Quién lo hubiera dicho?