Norma cede
11h 14m de la mañana
El día después de que Elner se negara a ir a la residencia de ancianos, Norma efectuó una llamada telefónica a su médico de cabecera. Quizá Tot acertaba al tomar tranquilizantes.
—Doctor Hailing —dijo—. Lo llamaba por si me podía recetar algo para el estrés.
—¿Estrés?
—Sí, hace unos meses tuve rosácea, y el dermatólogo me dijo que se debía al estrés.
—Entiendo. Bueno, ¿por qué no viene para que la examine?
—Ahora mismo mejor que no. Estoy muy nerviosa. Si me pasa algo grave de veras, no quiero saberlo —explicó Norma.
—Entiendo, pero venga de todas maneras, hablemos de ello al menos.
El doctor Hailing conocía bien a Norma, y sabía que no conseguiría hacerla ir a la consulta si la amenazaba con alguna prueba. Era la persona más hipocondríaca que había conocido en todos sus años de profesión.
Al día siguiente, Norma estaba sentada en la consulta del doctor Hailing lo más lejos posible de éste. Aunque él le había prometido que no le haría ninguna prueba, ella seguía estando nerviosa.
La miró por encima de las gafas.
—Bien, aparte de la rosácea y de que se le cae el pelo, ¿presenta algún otro síntoma?
—No.
—¿Sigue andando treinta minutos cada día? —preguntó el doctor.
—Sí, bueno, lo intento. Solía ir al centro comercial y caminar dos veces a la semana con Irene Goodnight y Susie, mi pastora, pero hace tiempo que no vamos.
—Entiendo. Bueno, pues tiene que hacerlo. ¿Cómo es un día habitual para usted?
—Oh, nada especial —admitió Norma—. Limpio la casa, hago la colada, visito a amigas.
—¿Y actividades fuera de casa?
—¿Aparte de la Iglesia y «Personas que cuidan la línea»? La verdad es que no.
—¿Aficiones?
—Pues no. Aparte de cocinar, llevar la casa y tratar de cuidar a la tía Elner, desde luego.
—Bien, voy a recetarle algo que la ayudará a dormir, pero creo que su problema principal es que tiene demasiado tiempo libre, demasiado tiempo para preocuparse. ¿Ha pensado alguna vez en trabajar?
—¿Trabajar? —se alarmó Norma.
—Sí. ¿Ha trabajado alguna vez? —insistió el doctor.
—No, fuera de casa no. Un día trabajé como azafata en la casa de tortitas, pero no me gustaba nada y me fui.
—Ya veo. Bueno, creo que debería pensar en tener un empleo. Quizás uno a tiempo parcial.
—¿Un empleo? ¿A mi edad? ¿Qué clase de empleo?
—Oh, no sé. Algo en lo que pueda pasárselo bien. ¿Qué le gusta hacer?
Mientras se dirigía al aparcamiento, Norma no paraba de pensar en lo mismo. «¿Qué me gusta hacer? ¿Qué me gusta hacer?» Hubo un tiempo en que se planteó abrir su propia tienda de cosméticos Merle Norman. Pero sólo porque tenía miedo de que cambiaran la fórmula original de la crema limpiadora. Cuando llegó al coche, miró y leyó la pegatina que llevaba en el guardabarros trasero: «Freno por las casas en exposición.» Y se le encendió la lucecita. ¡Propiedad inmobiliaria! Esto es lo que le gustaba. Todos los fines de semana, Irene Goodnight y ella iban a todas las casas que se exponían. Y no se perdía nunca Buscadores de casas, en el canal Casa y Jardín. Su amiga Beverly Cortwright incluso había llegado a proponerle que trabajara con ella en el negocio inmobiliario.
Norma estaba entusiasmada por primera vez desde que Linda regresara de China con su pequeña.
Cruzó la ciudad, aparcó frente a la oficina de Beverly y entró.
Beverly salía cargada de folletos publicitarios.
—Hola, Norma, ¿qué tal estás?
—Bien. Escucha, ¿hablabas en serio cuando decías lo de dedicarme al asunto inmobiliario?
—Pues claro. ¿Por qué? —dijo Beverly.
—Porque he estado pensando en ello.
—Vale, pues siéntate y hablemos.