Una sorpresa para Linda

6h 31m de la tarde

Al cabo de unos meses, Linda Warren estaba preparando la cena para ella y su hija Apple cuando sonó el teléfono. Estuvo a punto de no cogerlo. A la hora de cenar, normalmente era para venderte algo. Pero no paraba de sonar.

Cogió el auricular. Se oyó una voz de hombre.

—¿Es usted Linda Warren?

—Sí.

—¿La que trabaja en AT&T?

—Sí.

—Oh, bueno, no sé si me recuerda, ha pasado un tiempo, yo era uno de los médicos de su tía, Brian Lang, el neurólogo. Hablé con usted en el hospital.

—Ah, sí, claro.

—¿Cómo le va? —dijo Lang.

—Bien.

—Espero que no le importe que la haya llamado así, pero es que me acaban de trasladar a St. Louis y…, bueno, pensaba que igual algún día le gustaría cenar conmigo, o comer…, no sé.

—Vale, me parece bien.

Después de que hubieron fijado la cita para el viernes por la noche, ella colgó y se sintió extrañamente agitada. Claro que se acordaba de él. Se acordaba de haber pensado que sería bonito que Apple lo conociera. Era uno de los chinos más atractivos que había visto en su vida. Se preguntaba si él sabía que ella tenía una hija china.

Naturalmente que lo sabía. Elner se lo había dicho. Además, el día que conoció a Linda, él pensó que era una de las chicas más atractivas que había visto jamás.

«Un papá para Apple.» Menudo pensamiento feliz.

Sentado en la cabina telefónica del aeropuerto, él pensaba: «Espero gustarle.»

«Me gustó enseguida», pensaba ella.

«Podría averiguar en qué barrio vive y alquilar un piso cerca», pensaba él.

«Antes del viernes he de adelgazar un kilo y medio», pensaba ella. Sería difícil. Ya estaban a jueves.

«Me gustó enseguida», pensaba él.

«No te pongas nerviosa, es sólo una cena», pensaba ella.

«He estado buscando mucho tiempo, quizás es ella», pensaba él. Tal vez estaba escrito que iban a encontrarse.

Alguien llamó a la puerta de la cabina.

—¿Ha terminado ya?

—Lo siento —dijo, cogió la bolsa y salió pensando: «Es sólo el principio.»

Echó un vistazo al aeropuerto de St. Louis. De pronto le pareció precioso. ¡Junio florecía por todas partes!

«Vaya por Dios —pensó—, estoy en un apuro.»

Me muero por ir al cielo
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