Vaya por Dios
11h 30m de la mañana
Norma salió del despacho confundida. El señor Pixton se había mostrado muy amable, eso sí, pero ella no entendía por qué él había querido enseñarle todos aquellos proyectos de los nuevos edificios que se iban a construir en 2012. Cuando estuvo otra vez en la habitación, la tía Elner estaba allí sentada, con el mando a distancia en la mano, haciendo zapping frente a la televisión en lo alto.
—Hola, Norma —dijo—. Creo que aquí no tienen cable. Esperaba pillar el Discovery Channel, pero no hay manera.
Norma se sentó con Elner mientras ésta almorzaba, contenta como unas pascuas. Había pedido tres postres de gelatina Jell-O y dos helados, y por alguna desconocida razón se los habían traído. En todo caso, Norma observó atentamente a su tía por si detectaba algo anómalo, pero parecía estar la mar de bien, charlando amistosamente con todos los Tom, Dick o Harry que entraron en la habitación. Comenzó a sentirse algo mejor, pero para estar más tranquila, cuando estuvieron solas le preguntó:
—Tía Elner, ¿estás segura de que no has hablado con nadie más sobre tu…, viajecito?
Elner la miró.
—No, cariño —contestó—. Sólo contigo. —Norma se sintió aliviada por momentos hasta que Elner añadió—: Y esa gente sólo me ha tomado declaración.
—¿Qué? —exclamó Norma—. Oh, Dios mío. ¿Qué gente?
—Bueno, un abogado pelirrojo y una chica. —¿Cuándo?
—Ahora mismo, mientras estabas fuera —dijo Elner sin dejar de zapear—. Pero no te preocupes, no les he dicho nada de que vi a tu madre o a la vecina Dorothy. Sólo les he contado lo de que estuve flotando sobre la azotea del hospital y vi un zapato.
Norma pensó «tierra, trágame». De pronto temió que algo de eso pudiera llegar a los periódicos y que la familia entera terminara siendo pasto de los tabloides. «Oh, Dios mío —pensó—, enseguida buscarán trapos sucios en la familia», y empezó a hiperventilar y se precipitó al lavabo a echarse agua en la cara.
Elner la miró.
—Bueno, Norma, la chica me ha hecho jurar que diría la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. No iba a mentir descaradamente, ¿verdad?
—¡Sí! Oh…, no. Oh, Dios.
Norma se excusó y corrió rápidamente al despacho de Franklin Pixton sin dejar de respirar hondo, y una vez allí preguntó a la señorita Hampton si podía verlo enseguida.
Cuando entró, le temblaban las piernas.
—Señor Pixton, lamento molestarlo, pero… —Echó un vistazo a la habitación y bajó la voz—. Es un asunto un poco embarazoso, pero quería hablar con usted sobre esa… declaración.
Pixton fingió no saber de qué le estaba hablando.
—¿Declaración?
—Sí, mi tía dice que su abogado ha ido y le ha tomado declaración.
—Ah, eso —dijo—. Sí, me había olvidado. Es sólo una nimiedad para nuestros archivos, nada que deba inquietarla.
—Sí, bueno, yo sólo quería explicarle que mi tía… Bien, quizás ella está un poco confusa, y cualquier cosa que pueda haber mencionado sobre flotar en el cielo y ver zapatos extraños o alguna cosa… Espero que esto no vaya a ser utilizado en su contra ni se haga público.
Franklin se apresuró a tranquilizarla.
—Oh, desde luego que no, señora Warren. La declaración es una cuestión estrictamente confidencial, y en cuanto a si ella ha dicho algo sobre flotar, no se preocupe lo más mínimo. Las ECM son muy frecuentes.
—¿Perdón? —dijo Norma.
—No, perdone usted. ECM, «Experiencias Cercanas a la Muerte». La gente afirma haber experimentado la sensación de flotar, haber visto luz blanca, haber hablado con parientes fallecidos o figuras religiosas, etcétera. Bastante habitual.
Norma se sintió aliviada.
—Entonces no es nada fuera de lo normal.
—En absoluto. Se trata de una especie de experiencia alucinatoria, debida a que el oxígeno abandona el cerebro repentinamente y se liberan ciertas endorfinas. Pero, en lo que a nosotros respecta, carece totalmente de importancia.
—Entiendo. ¿Entonces no se hará público ni saldrá en los periódicos ni nada?
—Oh, no, de ninguna manera, y sinceramente, señora Warren, no veo por qué no podemos quitar una cosa así de la declaración.
—Oh, muchísimas gracias. Estaba preocupada —admitió Norma.
—Quédese tranquila.
Norma se deshizo en agradecimientos y se marchó sintiéndose mucho mejor.
Franklin no sabía qué ponía la declaración ni le importaba. Sólo sabía que Winston Sprague creía que la vieja estaba como una cabra, y ahora él empezaba a pensar lo mismo de la sobrina.