Una época más feliz

3h 38m de la tarde

Mientras la exploraban de pies a cabeza allí tendida, Elner se aburría, y lamentó no haber aceptado los auriculares que le ofrecía la enfermera. Sólo para pasar el rato, cerró los ojos y dejó que sus pensamientos se deslizaran hacia otra época, muy remota. Pensó en la vieja granja; casi veía otra vez a su marido Will, en la lejanía, arando los campos con la mula, saludándola con la mano. Sonrió para sus adentros mientras recordaba el mejor momento del día, cuando Will terminaba su trabajo y entraba de golpe en la casa llamándola: «Eh, mujer, ¿dónde está esta guapa esposa mía?» Después de que él se bañara, cenaban bien; algún tipo de carne, verduras frescas y un buen postre, y pasaban el resto de la noche simplemente juntos, escuchando la radio o leyendo. Por lo general se acostaban a las ocho y media o las nueve.

Will procedía de Kentucky. Cuando se conocieron, él estaba atravesando el país con intención de llegar a California, y el padre de Elner lo contrató por espacio de un par de semanas para que le ayudara en la granja. Seis años antes había muerto la madre, con lo que Elner, la mayor, pasó a ocuparse de cocinar, limpiar y educar a sus dos hermanas más pequeñas. Durante la estancia de Will, ella le preparó todas las comidas, pero él no solía decir gran cosa salvo «magníficas vituallas» y «gracias, señora».

Acabaron las dos semanas. Elner, su padre y sus hermanas estaban sentados en el porche cuando Will cruzó el patio, se paró, se quitó el sombrero y dijo:

—Señor Knott, antes de irme, le pido permiso para hablar con su hija.

Henry Knott, un hombre de casi metro noventa, dijo:

—Claro, hijo. Ve y habla.

Aunque era un chico tranquilo, a Elner le gustaba, y por ello le alegró que se interesara por alguna de sus hermanas. Supuso que seguramente estaba enamoriscado de Gerta, que era delgada y pelirroja, o quizá de Ida, una deslumbrante morena de ojos verdes que sólo tenía dieciséis años pero también muchos chicos rondándola. Elner era una muchacha alta y huesuda que había salido a la rama familiar de su padre y jamás había tenido ningún pretendiente; y con sus dos preciosas hermanas por allí ni se le pasaba por la cabeza tener alguno. Sin embargo, aquella tarde, el pequeño Will Shimfissle, de aproximadamente metro sesenta y poco más de cincuenta kilos vestido y empapado, se acercó con el sombrero en la mano y se detuvo justo delante de ella:

—Elner Jane —dijo aclarándose la garganta—, en cuanto haya ganado dinero y tenga un lugar donde vivir, volveré y te pediré que seas mi esposa. Lo que debo saber antes de marcharme es si tengo alguna posibilidad.

Ese imprevisto episodio la sorprendió tanto que rompió a llorar, se levantó de un salto y se metió corriendo en casa. Will se quedó totalmente desconcertado y miró al señor Knott en busca de ayuda.

—Señor, ¿esto ha sido un sí o un no?

El padre estaba tan confundido como Will y contestó:

—Bueno, hijo, podría significar tanto una cosa como la otra, con las mujeres nunca se sabe, voy a averiguarlo. —Se puso en pie, entró y llamó a la puerta del dormitorio—. Elner, este muchacho está esperando una respuesta. No creo que se vaya antes de saberla, debes decirle algo.

Entonces Will oyó que Elner lloraba aún con más fuerza.

El padre abrió la puerta, entró y se sentó en la cama, a su lado. Ella alzó los ojos llorosos.

—Es que ha sido una sorpresa tan grande que no sé qué decir.

Él le cogió la mano y le dio unas palmaditas.

—Bueno, pues me parece que se trata de esto, has de decidirte. ¿Quieres que este alfeñique de ahí fuera sea tu marido o no?

Elner levantó la vista, el rostro surcado por las lágrimas.

—Creo que sí, papá —dijo, y se anegó de nuevo en llanto.

—¿Ah, sí? —Ahora era él el sorprendido. Aquello le había pillado totalmente desprevenido. Le disgustaba la idea de perder a Elner, pero dijo—: Bueno, cariño, no es gran cosa para marido, pero trabaja duro, justo es decirlo, así que si aceptas, sal y díselo.

—No puedo. Díselo tú.

—Muy bien, hija —dijo él—, si lo hicieras tú tendría más valor, pero de acuerdo. —Se levantó y salió al porche, meneó la cabeza en señal de asombro y dijo—: No lo entiendo, muchacho, pero te han dado el sí.

Las chicas soltaron un grito, pegaron un salto y corrieron adentro a ver a Elner, agitadas y con risitas nerviosas. Will, con una sonrisa radiante de oreja a oreja, se acercó y estrechó la mano del señor Knott.

—Gracias, señor, gracias —dijo—. Dígale que volveré en cuanto pueda.

—Así lo haré. —Luego el señor Knott le puso la mano en el hombro, se lo llevó aparte para que nadie más pudiera oír y dijo con calma—: Sabes que te llevas la mejor, ¿verdad, hijo?

Will lo miró directamente a los ojos y respondió:

—Sí, señor. Lo sé.

Fiel a su palabra, Will regresó un año y medio después y compró veinticinco acres de tierra a unos quince kilómetros de la granja del padre de Elner. Esta nunca había pensado en casarse, jamás había imaginado que sería la primera de las hermanas en hacerlo. Pero, más adelante, Will le dijo que la había escogido desde el principio.

—Desde el instante en que te vi por primera vez supe que eras para mí. Sí, señor. Eres mi fuerte, grande y hermosa mujer —le dijo.

Hacían una pareja extraña, la alta y fornida Elner y el pequeño y flacucho Will, pero fueron felices; y ahora ella se moría de ganas de volver a verlo.

Entretanto, en Elmwood Springs, la pobre Verbena Wheeler había sentido tanta vergüenza al llamar de nuevo a la emisora, que ahora lamentaba haber ido a la redacción de la revista y habérselo dicho a Cathy. Cogió la Biblia y la hojeó en busca de ayuda. Cuando por fin encontró la cita adecuada, marcó el número.

—¿Cathy? Soy Verbena. Quiero leerte algo de Lucas 8:52 a 55.

«Oh, Dios mío —pensó Cathy—, otra vez no», pero dijo:

—Vale.

—¿Estás escuchando?

—Sí. Adelante —respondió Cathy.

—«Pero Él dijo “no lloréis, no está muerta sino que duerme”. Y se burlaban de Él, porque sabían que la niña estaba muerta. Pero Él la tomó de la mano y la llamó, diciendo: “Niña, levántate.” Ella recuperó el aliento y se levantó en el acto.»

Cathy, armada de paciencia, esperaba una explicación de por qué Verbena tenía que leerle aquello, pero ésta guardaba silencio.

—Sí. ¿Y…?

—Creo que deberías saber que en este preciso momento estamos viviendo una situación parecida. ¡Elner Shimfissle se acaba de levantar!

Me muero por ir al cielo
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