La pastora de Norma

Después de que Irene Goodnight hubiera llorado un buen rato por Elner, recobró la compostura, llamó a Neva, hizo un pedido de flores y luego se preguntó qué podía hacer para echar una mano a Norma. La pobre estaría trastornada, necesitaría toda la ayuda y el apoyo del mundo. Prepararía algo de comer y se lo llevaría. Quizás un poco de pollo asado, judías verdes guisadas, macarrones con queso y una tarta Bundt. Nada de cebollas ni pimientos picantes. Nada muy condimentado. Cuando uno está afectado por algo, necesita comida sencilla y fácil de digerir y con mucha crema. Antes de empezar a cocinar, decidió llamar a la reverenda Susie Hill, pastora de Norma en la Iglesia de la Unidad, y ponerla sobre aviso.

Marcó el número de su casa.

—¿Diga?

—Susie, soy Irene Goodnight.

—Vaya, qué tal.

—Bien, pero me temo que llamo para dar una mala noticia. Acaba de morir Elner Shimfissle. Quería que lo supiera.

—¡Oh, no! —exclamó una sorprendida Susie—. ¿Qué ha pasado?

—La ha picado un enjambre de avispas, y se ha caído del árbol. Ahora mismo Norma y Macky están en el Hospital Caraway de Kansas City, tal vez usted quiera llamar o algo.

—Oh, desde luego…, claro…, gracias por decírmelo.

Tras colgar el auricular, Susie se sintió mal. Norma no sólo era miembro de su congregación sino también una buena amiga. Cuando se trasladó a la ciudad, conoció a Norma en «Personas que cuidan la línea» y enseguida le cayó bien. Norma era una mujer encantadora, con estilo, siempre vestida con muy buen gusto. Susie se alegró mucho cuando Norma comenzó a ir a su iglesia; aunque era su pastora, confió en ella y le pidió ayuda y consejo acerca de muchas cosas. Norma le echó una mano para decorar su pequeña casa y mandó a Macky a arreglarle las cañerías del cuarto de baño. Y ahora mismo Susie sabía que la pobre Norma estaría desconsolada. Norma estuvo muy preocupada por su tía e incluso la llevó consigo a la iglesia varias veces; y Elner era un encanto, tan llena de vida, tan divertida para su edad. El primer día que fue a la iglesia, la señora Shimfissle la abrazó y le dijo: «Estoy contentísima, me moría de ganas de ver a una verdadera pastora en carne y hueso, y además es usted tan guapa.» Susie estaba recién ordenada y hasta el momento no había tenido mucha experiencia con la muerte, pero ahora, como amiga y pastora de Norma, su obligación era intentar consolarla por la pérdida que había sufrido.

Susie había trabajado mucho para llegar a un sitio donde ser por fin capaz de ayudar a los demás; se había esforzado a lo largo de un angustioso período de diez años y medio, perdiendo más de veinte kilos y pasando de la talla dieciocho a la ocho. Y no había resultado fácil. Había probado todas las dietas, desde Pritikin a Atkins, desde alimentos bajos en grasas hasta alimentos altos en grasas y vuelta a empezar, pero nunca fue capaz de seguirlas más de unos meses. Su último intento fue en «Comedores compulsivos anónimos», y gracias a «Personas que cuidan la línea» y a rezar mucho cada día, mejoró mucho. Su padrino en «Comedores compulsivos anónimos» le dijo que ni se acercara a las grasas, que caminara cada día y que rezara como una hija de perra, cosa que hizo, pero aun así era una batalla cotidiana.

Fue durante un tiempo científica cristiana, estudió budismo, hinduismo, la Cábala, catolicismo, cienciología, leyó el Libro de los milagros; investigó, buscó y rezó prácticamente a todos y cada uno en un momento u otro, pero en el proceso sucedió algo. En septiembre de 1998, mientras participaba en la semana del «retiro silencioso» en el Pueblo de la Unidad, en las afueras de Kansas City, sintió la llamada para ser pastora de la Iglesia de la Unidad, y la pequeña comunidad de Elmwood Springs fue su primera congregación, que en ese momento tenía más de cincuenta miembros. Frente a la pastora de metro sesenta, pocas personas habrían creído que, en realidad, dentro de ella habitaba una mujer enorme y gorda que a la menor señal de estrés estaba dispuesta a precipitarse a la tienda de tortitas fritas más próxima. Tenía que ir con cuidado. La muerte era una situación generadora de estrés, y sólo de pensar que debía ver a la pobre tía Elner muerta en el ataúd, le entraban ganas de comerse una tarta de coco entera. Pero en vez de ello tomaría un vaso de agua y una barra proteínica, luego se vestiría debidamente y se presentaría ante Norma.

Me muero por ir al cielo
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