7. El centro: la lucha por Madrid
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El centro: la lucha por Madrid
7.1. La defensa de Madrid
7.1. LA DEFENSA DE MADRID
Madrid era la clave, pero Mola no contaba con la capital. Las fuerzas militares y de seguridad eran las más numerosas del país, pero el gobierno había hecho una serie de movimientos que aseguraban su fidelidad. En la capital de la República se encontraban los cuarteles generales de la I División, once regimientos (tres de Infantería, tres de Artillería, cuatro de Ingenieros y uno de carros de combate), cuatro batallones independientes (Ministerio de la Guerra, Presidencia, Zapadores y el de Alumbrado e Iluminación), dos grupos artilleros especializados (Antiaéreo e Información), las fuerzas y parques divisionarios y de cuerpo de ejército, el depósito central de Remonta, diversas escuelas militares y la administración central militar, naval y aérea. En los alrededores se situaban los aeródromos militares de Getafe y Cuatro Vientos, con fuerzas aéreas diversas.
El gobierno de Casares Quiroga había concentrado en Madrid importantes fuerzas de Seguridad y Asalto, de cuya fidelidad no dudaba. Tampoco de la Guardia Civil, sobre todo por la lealtad del hombre que puso a su frente: el general Sebastián Pozas Perea, inspector general del Cuerpo. En total, sumaban en la capital de la República veinticinco compañías de Asalto, catorce de la Guardia Civil, cinco de Carabineros y tres escuadrones de Seguridad, con un potencial superior al de las tropas militares.
Consciente de las dificultades de hacerse con Madrid, Mola ideó el alzamiento desde el Marruecos español para caer sobre la capital con las columnas del Ejército de África y con las fuerzas militares de provincias consideradas «seguras», como Navarra, Valladolid o Salamanca. La estrategia de los conspiradores en la capital era la de provocar la sublevación hasta que llegaran estas fuerzas. El general Fanjul y sus tropas no aguantaron tanto.
Desde el Ministerio de la Guerra el día 18 de julio pidieron al Regimiento de Infantería n.º 4, ubicado en el cuartel de la Montaña, los cerrojos de los fusiles depositados en los parques desde la revolución de octubre. Había más de cuarenta mil. Una primera misión, con un comandante de Artillería y cinco camiones y orden escrita del ministro Casares Quiroga, se personó en el cuartel, pero el coronel del regimiento, Moisés Serra Bartolomé, se negó a hacer la entrega. Ante la actitud violenta del comandante, el coronel Serra replicó «que el Cuartel de la Montaña morirá en su puesto antes de entregar uno solo de los cerrojos de fusil que en su interior se encuentran»[1].
El domingo 19 de julio, a mediodía, entraba Fanjul en el cuartel vestido de paisano y en compañía de su hijo. Fue recibido por el coronel Fernández de la Quintana, quien le condujo al Regimiento Covadonga n.º 4. Allí se puso el uniforme de general, se dirigió a los jefes, oficiales y suboficiales y posteriormente redactó un bando en el que se limitaba a declarar el estado de guerra «en nombre del ejército español, para salvar de la ignominia a España». Se formó una compañía para salir a publicarlo, pero ya no pudo salir, por la presión popular en el exterior. El cuartel quedó cerrado con un millar de militares y ciento ochenta y seis falangistas en su interior[2].
Sobre las siete de la tarde sonó el primer disparo. Por las cercanías del cuartel de la Montaña pasó una camioneta ocupada por jóvenes de las milicias unificadas. La guardia del cuartel les dio el alto. Como los ocupantes del vehículo no contestaron ni pararon, hicieron contra ellos numerosos disparos. Entonces comenzó el sitio del cuartel, con las milicias, la Guardia Civil y la Guardia de Asalto rodeando el edificio. «La expectación que había era enorme, parecía que todo el pueblo de Madrid estaba concentrado allí, para impedir que triunfasen los militares concentrados en el cuartel»[3], recuerda un testigo presencial que formaba parte de una columna comunista.
El general Fanjul esperaba la llegada inminente de una columna al mando del general García de la Herrán, que se había apoderado del campamento de Carabanchel. En la noche del mismo día 19, ante el avance de una columna de soldados de aviación y de ferrocarriles con apoyo de cañones, las tropas sublevadas de García de Herranz se entregaron y acabaron con la vida del general, que se resistía a la rendición. Fanjul se quedó solo y sus tropas sitiadas.
De madrugada, el teniente coronel Rodrigo Gil Ruiz, director del Parque del Ejército n.º 1, concedió diez minutos de plazo a las fuerzas del cuartel para rendirse, amenazando de lo contrario con comenzar el fuego de cañón. Unos aviones lanzaron proclamas sobre el cuartel invitando a los defensores a rendirse. En seguida comenzó el bombardeo del cuartel por la artillería y por la aviación procedente de Cuatro Vientos y Getafe. Como los disparos de las piezas de pequeño calibre eran insuficientes para vencer el nutrido fuego de fusil, mortero y cañón del cuartel de la Montaña, el teniente coronel envió hacia él, aproximadamente a las seis de la mañana, una pieza de 15,5 y un carro pesado de artillería, con instrucciones de demoler el cuartel si fuera necesario. «Cuando actuó la pieza hizo unos treinta y tantos disparos, y los destrozos causados por los proyectiles, fueron tan enormes al atravesar los muros y explotar dentro del Cuartel que determinaron la rendición de este»[4].
Tabla 20
Proclama del comité de vigilancia del Frente Popular lanzada por avión a los cuarteles rebeldes de Madrid
Soldados: en curso la extinción del criminal intento de la parte fascistizada del Ejército, el Frente Popular, que está en un todo identificado con la República y su Gobierno, apela a vosotros para que reforcéis con vuestros cuerpos y fusiles, la autoridad legítima de la República, cooperando con las fuerzas populares que están en pie de guerra y no tienen otra divisa que la clásica: Vivir libres o morir. Vosotros, soldados, sois carne y sangre del pueblo. De él venís y a él será forzoso que volváis. Pensad en vuestro mañana, soldados, si consentís o cooperáis a que el pueblo sea sumido en la más negra de las servidumbres. Se juega ahora una batalla decisiva para la libertad de España. Vuestros fusiles, soldados, pueden contribuir a romper los dogales que el fascismo está forjando para vuestros padres y para vuestros hermanos, que vencieron el 16 de febrero y cuya victoria estáis en el deber de defender.
Soldados: ¡Ayudadnos en estas horas decisivas y sumad vuestros esfuerzos a los del Frente Popular, a los de la República, a los de España[5]!
Fuente: Ahora (Madrid), 21 de julio de 1936, p. 6.
Tras la exhibición de la bandera blanca, los milicianos y la Guardia Civil entraron en el patio del cuartel que estaba lleno de cadáveres. El general Fanjul y el coronel Fernández de la Quintana fueron hechos prisioneros. Acabaron compareciendo ante un tribunal que les condenó a muerte. Al amanecer del 17 de agosto fueron fusilados en el patio de la cárcel Modelo.
A las once y cuarto de la mañana del día 20 fue notificada oficialmente la toma del cuartel de la Montaña:
«Por las fuerzas leales y milicias armadas ha sido tomado el cuartel de la Montaña, que era el más firme reducto que tenían los rebeldes en Madrid, al mando del general Fanjul. La República ha triunfado. ¡Viva la República!»[6].
En otros puntos de la ciudad también hubo conatos de sublevación. Esa misma mañana el coronel Tulio López Ruiz, del Regimiento Wad-Ras n.º 1, fue llamado por el Ministerio de la Guerra, pero contestó que no reconocía sus órdenes porque se sumaba a la sublevación. El ataque de la aviación sobre el cuartel de María Cristina, donde se alojaba, le obligó a rendirse hacia el mediodía. También hubo algunos focos de resistencia en los cuarteles de Pacífico y del Conde Duque, sobre todo como respuesta a ataques exteriores.
La organización clandestina del PCE en el Ejército tomó prácticamente el cuartel del Regimiento de Infantería León n.º 2 el 18 de julio. «Escribimos rápidamente a máquina y a mano octavillas denunciando el peligro y advirtiendo a los elementos facciosos que serían aplastados», recuerda un militante[7]. De las letras pasaron a las armas, consiguiendo desarmar a los oficiales y jefes comprometidos con la rebelión, que habían salido a las calles Ferraz y Moret y al parque del Oeste con las compañías de morteros y ametralladoras.
En el asedio del cuartel de la Montaña perdieron la vida ciento dieciséis militares rebeldes. A estos se sumaron treinta y uno que fueron hechos prisioneros y murieron en los meses siguientes. En el Campamento de Carabanchel las víctimas llegaron a veintidós militares y cuarenta y cinco prisioneros murieron meses después. En el cuartel de María Cristina cayeron ocho militares del Regimiento Wad-Ras, mientras que veintitrés fueron hechos prisioneros[8].
A las diez y media de la mañana del 18 de julio, una columna de milicias armadas (con escopetas de caza y bombas de mano hechas por ellos mismos) del Puente de Vallecas, al mando de Manuel Fernández Cortinas, junto a fuerzas de Asalto tomó el cuartel de Vicálvaro, donde se encontraban acuartelados los soldados. Dos aviones tiraron varias bombas de pequeño tamaño. No hubo casi resistencia. Después de la toma del cuartel se cogieron unos tres mil fusiles, los cuales sirvieron para armar adecuadamente a la columna del Puente de Vallecas, que salió en dirección a Somosierra[9].
La célula comunista de la Primera Escuadra de Aviación de Getafe y la del cuartel de Artillería de la misma localidad, que se formaron unos meses antes de la guerra, tuvieron un destacado protagonismo en los primeros días del conflicto. La primera se encargó de sorprender y detener a los oficiales sublevados de la escuadra. Después de hacerse con el poder, ambas consiguieron rendir en las primeras horas al cuartel de Artillería de Getafe. Las armas de los oficiales arrestados se las entregaron a las milicias, soldados de ese cuartel y de aviación y marcharon a los cuarteles de Campamento. Después de varias horas de lucha, Campamento se rindió[10].
Ya entrada la noche del martes 21 se supo que la guarnición de El Pardo, formada por tropas de Transmisiones, estaba dentro de sus cuarteles en situación de rebeldía. Con rapidez salieron para dicho cantón fuerzas del gobierno y milicias ciudadanas, que junto con la Guardia Civil y de Asalto requirieron de madrugada a los sublevados para que se entregasen sin resistencia. En las primeras horas de la mañana, las fuerzas republicanas dominaron la situación, obligando a rendirse a los rebeldes, muchos de los cuales murieron en los duros combates, otros huyeron hacia la sierra y los restantes fueron hechos prisioneros.
De madrugada llegó la noticia de que algo especial ocurría en Alcalá de Henares. El teniente coronel Monterde había ordenado al Batallón Ciclista que se pusiera en movimiento hacia la sierra para salir al paso de las fuerzas de Mola. Los oficiales se negaron y se produjo un tiroteo en el que murió Monterde y resultó herido Azcárate. El comandante Rojo Arona tomó el mando, sacando a los batallones a la calle y proclamando el estado de guerra. El gobierno acudió con suma rapidez enviando allí Guardia Civil, tropas de Asalto y milicias al mando del coronel Puigdengolas para sofocar la revuelta. Cuatro aviones del Ejército bombardearon los cuarteles. Los sublevados decidieron negociar con Puigdengolas. Alcalá se rindió sin disparar tiros finalmente. A las doce y media de la mañana, el ejecutivo hizo pública la nota informativa de la rendición:
En este momento, la columna de fuerzas leales que había sido enviada por el Gobierno para someter a los sublevados en Alcalá de Henares, ha entrado victoriosa en dicha ciudad. La Artillería y Aviación han cooperado eficaz e intensamente. Los rebeldes se habían fortificado en el Ayuntamiento, iglesia de Santa María y Catedral. Las tropas leales hicieron a los rebeldes bajas de importancia, apoderándose de los fusiles y ametralladoras que habían emplazado en las torres de los citados edificios[11].
A media tarde regresaron de Alcalá varios camiones de las milicias que habían batido a los rebeldes, mientras el grueso de la columna marchó hacia Guadalajara. Traían el estandarte del Regimiento de Caballería sublevado. El capitán de Aviación Antonio Rexach hizo entrega del mismo al subsecretario de Gobernación, quien desde el balcón central del ministerio tuvo que dirigir la palabra al numeroso público congregado en la Puerta del Sol.
7.2. La sierra madrileña y Segovia
7.2. LA SIERRA MADRILEÑA Y SEGOVIA
En Segovia las principales fuerzas militares estaban destinadas en la Academia de Artillería e Ingenieros, dirigida por el coronel José Tenorio Muesas, también gobernador militar, y en el Regimiento Ligero de Artillería n.º 13, mandado por el coronel Sánchez Gutiérrez. El 18 de julio la primera estaba prácticamente vacía, por estar los alumnos de vacaciones y permanecer muy pocos profesores. El regimiento contaba con cuatrocientos treinta miembros presentes, entre mandos y tropa, mientras cuatrocientos veinticuatro se encontraban de vacaciones.
Según el testimonio de un jefe del Regimiento Ligero[12], el día 18 se reunieron todos los jefes en la Academia con el coronel Tenorio. Decidieron ir al Gobierno Civil para comunicar al gobernador sus intenciones, «invitándole a que hiciera disolver algunos grupos que se conservaban por las calles». La mañana del domingo 19 de julio el jefe de la Comandancia de la Guardia Civil le llamó para que acudiera rápidamente a su casa-cuartel para entregarle, personalmente, una orden que tenía para él. El teniente coronel Nieto le hizo entrega de un telegrama cerrado que decía: «Declare V. S. el estado de guerra en esa Plaza. Saliquet». Se puso en contacto con el comandante militar, quien le comunicó que a él también le acababa de llegar otro similar. Se fue al cuartel y ordenó organizar baterías con sirvientes y conductores, pues apenas había unos doscientos hombres; «el resto estaba con licencias de verano, así como algunos Oficiales, de los que afortunadamente no faltó ninguno». Declarado el estado de guerra, solo desertó un cabo, que dejó su correaje y machete en la ventana por donde se fue.
Las fuerzas militares sublevadas se desplazaron desde la Academia (donde se situaba la Comandancia Militar) y el cuartel de Artillería al Gobierno Civil donde formaron a la Guardia de Seguridad y a la Guardia Civil de toda la provincia, que había sido concentrada en la capital por mandato del gobernador civil, Adolfo Chacón de la Mata. Posteriormente procedieron a detener al gobernador, a su secretario y al comisario. Hacia las once de la mañana, una camioneta de la Guardia Civil llegó a la Plaza Mayor y se desplegó por el centro de la ciudad. Sin resistencia alguna los guardias se posesionaron del edificio de Correos y Telégrafos, de la Central de Teléfonos, Delegación de Hacienda, de la Casa del Pueblo y demás centros oficiales, instituciones y sedes de partidos políticos de izquierda. Una batería del 13 Ligero tomó el Azoguejo, donde ese día había mercado. El alzamiento había triunfado en Segovia sin necesidad de un solo disparo[13].
Al llegar la noticia de la rendición del cuartel de la Montaña y del fracaso de la rebelión en Madrid, las autoridades militares decidieron extremar la vigilancia. La 4.ª batería del 13 Ligero se apostó en el campo de tiro de baterías y en la estación del ferrocarril con sus cuatro piezas y cuatro ametralladoras. Una sección de la 5.ª batería, con dos ametralladoras fue dispuesta a la altura de los depósitos de agua, en la carretera de San Ildefonso.
El 20 de julio surgieron los primeros incidentes en algunos núcleos del municipio de El Espinar, que costaron la vida al alumno de Artillería Rafael Rebollo. Por la noche salió la primera fuerza del regimiento en un camión con unas ametralladoras al mando del teniente Bertrán de Lis. Llegó hasta el kilómetro 27 de la carretera de San Rafael, retirándose a Segovia sin hacer fuego, después de haber recogido ocho muertos y seis prisioneros producidos en el ataque a la Guardia Civil, cerca de la Casa de Prados[14]. Parece ser que participaron unos sesenta milicianos, mal armados, que no pudieron con los guardias civiles. Todos los obreros fueron juzgados meses después y treinta y dos condenados a muerte y fusilados en abril de 1937.
El día 21 llegó la orden de salir hacia la sierra. Una columna debía marchar hacia Navacerrada y otra al puerto del León. El puerto de Guadarrama (Alto del León) tenía gran importancia estratégica, puesto que por ahí pasaba la carretera Madrid-La Coruña. Según los planes de Mola, una columna formada a base de los regimientos San Quintín y Farnesio, de Valladolid, debía tomar ese puerto y lanzarse sobre Madrid.
Sobre las cinco y media de la tarde del día 21 salieron de Segovia dos piezas del 7,5 con dos ametralladoras servidas por unos treinta artilleros. Junto a ellas iban medio centenar de soldados del Regimiento de Transmisiones, escapado de Madrid, y cincuenta guardias civiles. Mandaba la fuerza el capitán Enrique Guiloche. Sobre las doce y media del día 22 se unió a la columna de Serrador, procedente de Valladolid. Hora y media después llegaron a San Rafael los primeros coches con jefes y oficiales y, poco después, los camiones de la tropa. Tras apoderarse de esta pequeña población turística, a las tres y media de la tarde la columna reanudó su marcha, con los cañones y ametralladoras de Segovia en vanguardia. A poco de rebasar los últimos hoteles de San Rafael se dio vista al enemigo, acampado en la explanada del León.
El coronel Ricardo Serrador dispuso el despliegue de la fuerza, compuesta por unos ochocientos hombres, para el ataque al puerto, dividiéndola en tres columnas. El mando militar republicano contestó con la artillería y la aviación, causando numerosas bajas a las tropas segovianas y vallisoletanas. Al atardecer, las columnas de la derecha y de la izquierda enviadas por Serrador coronaron las alturas, dando lugar a que el enemigo, al verse amenazado por ambos flancos, cediera en su centro, permitiendo así el acceso al puerto de la columna central, que coincidió con las laterales a las siete y media de aquella tarde[15]. Poco después recibió el apoyo de fuerzas de los regimientos La Victoria (Salamanca) y Toledo (Zamora), el batallón de ametralladoras de Plasencia, pequeñas unidades de Medina del Campo y un tercio de requetés navarros.
El gobierno republicano estaba firmemente decidido a reconquistar el Alto del León, por lo que ordenó una serie de ataques fortísimos, por tierra y aire, llegándose el día 26 al cuerpo a cuerpo en la explanada del puerto. Hasta los primeros días de agosto la lucha fue muy violenta, pero a partir del día 10 el frente comenzó a estabilizarse. Las fuerzas militares sublevadas conservaron el control del Alto del León, que pasó a llamarse de los Leones de Castilla, pero la prevista marcha sobre Madrid había quedado detenida.
Mientras, en Somosierra la victoria fue para los republicanos. La columna enviada por Mola desde Burgos, mandada por Carlos Miralles, ocupó el puerto de Somosierra el día 20 de julio pero el día 22 sucumbió ante las tropas y milicias gubernamentales. Los días posteriores llegaron nuevas fuerzas desde Burgos y Logroño, pero aquel paso inexpugnable estaba defendido por tropas del gobierno en número suficiente.
7.3. Toledo
7.3. TOLEDO
Una vez derrotado el golpe de Fanjul, la lucha por Madrid salió de la capital a los alrededores. Por eso la defensa de Toledo y de Guadalajara se vivió como algo más que la de dos ciudades del interior: formaban parte del cinturón de la capital. El 22 de julio, la alegría popular se desbordó en Madrid por los éxitos en Toledo y Guadalajara, a las puertas de la propia capital de la República, como reconocía la prensa:
En el día de ayer continuó aumentando el optimismo oficial y particular por consecuencia de las noticias favorables a los defensores de la República y de la libertad.
A primeras horas de la noche, la alegría de los triunfos obtenidos sobre los sediciosos se desbordó en la Puerta del Sol. Alrededor de las nueve de la noche llegaron en varios coches y autocares los heroicos participantes en los rendimientos de Toledo y Guadalajara. Con aire triunfal desfilaron frente a Gobernación, y al interpretar el himno nacional una banda de música que acompañaba a las columnas victoriosas, el entusiasmo y el fervor republicano estallaron en forma de estruendosas ovaciones al Gobierno y a la fuerza pública con las milicias populares…
Durante gran parte de la tarde las bandas de los regimientos 1 y 2 circularon por las vías más importantes de Madrid tocando el himno nacional, seguida de un gran gentío, que daba frenéticos vivas a la República[16].
En Toledo, sobre las tres de la tarde del 18 de julio llegó el coronel Moscardó procedente de Madrid, donde se encontraba como director de la Escuela Central de Gimnasia preparando el viaje a Berlín para asistir a la Olimpiada de 1936. Rápidamente ocupó su puesto de mando y cursó órdenes a todos los comprometidos para que se incorporasen a sus puestos, que previamente tenían designados. «Se me ofrecieron bastantes elementos de orden —según su propia declaración— y se procedió a su organización así como a la ocupación de los puntos estratégicos de la población entre los que se contaban la Fábrica de Armas que tenía una sección de guarnición, procedente del Regimiento de Madrid, a la que se reforzó con Guardia Civil, y Escuela de Gimnasia, avanzada en el camino de Madrid, que fue guarnecida por fuerzas de la misma Escuela, reforzadas por algunos números de la Guardia Civil»[17].
Las únicas fuerzas armadas que permanecieron leales al régimen republicano en la ciudad fueron unos cuarenta y cinco guardias de Asalto comandados por el capitán Eusebio Rivera —la otra mitad de la compañía acababa de ser trasladada urgentemente a Madrid, por orden del Gobierno—, y un pequeño retén armado de soldados bajo el mando del coronel Soto, director de la Fábrica de Armas[18].
Por la noche del 18 de julio, al final de la emisión radiofónica del famoso discurso del ¡No pasarán!, de La Pasionaria, salieron excitados muchos trabajadores de los locales de los sindicatos en dirección a la plaza de Zocodover. Desde las bocacalles hicieron fuego sobre el retén de la Guardia Civil que había en los soportales de la citada plaza, hiriendo a tres guardias, según la versión de Moscardó. Al oír los disparos, este salió del Alcázar con oficiales armados hacia Zocodover, «repeliendo la agresión —según su declaración— y causándoles dos muertos y varios heridos que quedaron abandonados, y enterado que tenían cercados a los elementos de Falange y Acción Popular en el local de estos últimos, ordené se les liberase, lo que se efectuó, incorporándose todos al Alcázar procediendo a armarlos y encuadrarlos»[19].
No hizo falta declarar el estado de guerra, «por la situación especial del Gobernador Civil con relación al Ejército», dice Moscardó. La Guardia Civil patrullaba las calles y controlaba los puentes y puertas de la ciudad. El domingo 19 de julio, «Por si hubiera alguna duda sobre quien mandaba en Toledo, al anochecer se estableció el toque de queda. La medida causará la muerte de un vecino poco diligente o desconocedor de la medida»[20]. Se trataba de Gustavo Morales Morales, alcanzado por un disparo de arma larga al salir al balcón de su domicilio.
La circunstancia decisiva para que en Toledo triunfara la sublevación militar fue la confluencia en la sedición del jefe de la Comandancia de la Guardia Civil, del gobernador militar y del gobernador civil. El resultado inicial durante los días cruciales de julio en Toledo fue una capital de provincia con mayoría socioelectoral centrista y frentepopulista —según todas las consultas electorales— en manos de los sublevados, y un mundo rural provincial, donde APATO constituía holgadamente la mayoría socioelectoral, en manos de las fuerzas populares agrupadas en torno a las Casas del Pueblo. «La inversión no podía ser más completa, ni el papel que cupo a la Guardia Civil más determinante»[21].
Hacia las cuatro de la madrugada del lunes 20 de julio llegó a la ciudad José Prat, diputado socialista por Albacete, con el encargo del secretario de su partido de hacer definirse al gobernador civil, Manuel María González, y transmitirle personalmente la orden del gobierno Giral de repartir armas a los sindicatos. «Por fin me recibió el gobernador —escribe en sus Memorias— y le comuniqué la orden de la República. Todo eran dificultades y observaciones adversas. En Toledo no hay cuidado alguno, me decía. Tengo buenas relaciones con el señor Moscardó, director de la Academia de Infantería, y de toda confianza; los cadetes están de vacaciones; la Guardia Civil es leal»[22]. El gobernador lo engañó, como también el jefe de la Comandancia de la Guardia Civil, Pedro Romero Basart, cuando Prat acudió a solicitarle las armas requisadas por la Guardia Civil. Le despachó diciéndole que las había convertido en chatarra.
Ese mismo día 20 se militarizó a los paisanos que se unieron a los sublevados. En el patio de armas del Alcázar recibieron armas, mandos e instrucciones. Los voluntarios civiles fueron ciento siete, una mezcla de veteranos en la lucha política contra la República y de jóvenes ya curtidos en la confrontación física de los últimos meses. Dieciocho eran cedistas (APATO), sesenta de Falange, ocho de Renovación Española, un radical y quince independientes de clara adscripción derechista, vinculados a organizaciones seglares católicas. Silvano Cirujano, líder de los primeros, fue nombrado jefe del elemento civil[23].
El día 21, siguiendo los planes previstos, llegaron en camiones todos los guardias civiles de la provincia, trayendo consigo a sus familias y enseres, según Moscardó, aunque para José María Ruiz los guardias empezaron a llegar desde la mañana del domingo 19 hasta el día 22.
Al darse cuenta en Madrid de que la actitud de los elementos militares de Toledo no estaba nada clara, y por otra parte no se había declarado el estado de guerra, dieron orden por teléfono desde el Ministerio de la Guerra de que se formase un convoy con todas las municiones existentes en la Fábrica de Armas, el cual debería ser escoltado por doscientos guardias civiles. «Con objeto de obstaculizar todo —declararía Moscardó—, pedí la orden por escrito pues aunque se me decía que era Sarabia en persona, podría ser otra persona, y siendo asunto de tanta monta, necesitaba tener la seguridad completa de la certeza de la persona y orden; todo esto exasperó en Madrid y dieron órdenes por teléfono en todos los tonos y ya a la vista de la tirantez existente se dispuso la declaración del Estado de Guerra el día 21 y la recogida de las municiones que fueron llevadas al Alcázar»[24].
Sobre las siete de la mañana, una sección de Infantería comandada por el capitán Vela Hidalgo, escoltada por guardias civiles y un coche al que se le había acoplado una ametralladora, salió del Alcázar para pregonar la proclamación del estado de guerra. El recorrido por las plazas y calles más céntricas de la ciudad discurrió sin apenas incidentes. Solo detuvieron a un joven que daba vivas al comunismo, llevándoselo detenido al Alcázar. «Con la ciudad en sus manos, y siguiendo la filosofía del bando de guerra, Moscardó ordenó una primera captura de rehenes entre los políticos y sindicalistas más significados. La mayoría pudo escapar y ocultarse a tiempo, por lo que sólo fueron apresados algunos militantes de base»[25].
La columna del general Riquelme, formada inicialmente en Madrid con unos mil quinientos hombres, aunque al llegar a Toledo sumaba unos tres mil gracias a la incorporación de milicianos por los pueblos del trayecto, llegó a la Escuela de Gimnasia, en el camino de la capital, que había sido desalojada por sus defensores. Estos se trasladaron al Colegio de Huérfanos de María Cristina, en donde se encontraban algunos alumnos y profesores. Como siguió el empuje del enemigo, se trasladaron al Hospital Tavera, que reunía mejores condiciones. En estos destacamentos resistieron hasta que por falta de víveres y municiones no se pudo hacer nada más y se replegaron sobre el Alcázar, primero los enfermos y ancianos. La Fábrica de Armas se rindió a un cabo parlamentario que mandó el general Riquelme sin ningún tipo de lucha. Las líneas avanzadas de los rebeldes habían caído. Ya solo quedaba el reducto del Alcázar.
El día 21, el general Pozas llamó al Alcázar, al no ver que se enviaran las municiones ni los doscientos guardias civiles, «amenazó con no dejar piedra sobre piedra del Alcázar», según Moscardó. Posteriormente, el general Riquelme telefoneó «pretendiendo que nos rindiésemos —diría Moscardó— y pidiendo razones de nuestra actitud, al que contesté que nuestra actitud era la que correspondía a todo militar con honor que veía los derroteros por los que llevaban a España los Gobiernos marxistas, la identificación absoluta con el General Franco y el asco a cumplir la orden de que el armamento de los Caballeros Alumnos y Guardia Civil fuese entregado a la chusma para armar a esta». Insistió en que se veía precisado a actuar enérgicamente.
Un avión «bombardeó» el Alcázar con proclamas dirigidas a la tropa, diciendo a los soldados que estaban licenciados y que no tenían que obedecer a sus jefes, pudiendo marcharse a su casa. Al no conseguir resultado alguno, volvió nuevamente un avión arrojando las primeras bombas sobre el Alcázar y sus alrededores.
El 21 de julio comenzó el ataque al Alcázar por tierra y aire, haciendo el coronel que se trajeran a la Academia los setecientos mil cartuchos que había en la Fábrica de Armas y ordenando al siguiente día el repliegue general sobre aquel edificio. Al día siguiente el ministro de Instrucción Pública, Barnés, telefoneó al Alcázar para intentar, según Moscardó, «hacernos desistir de nuestra actitud patriótica, diciendo que por ella sufriría Toledo que era una joya artística, que se tuviese ello en cuenta pues de no cesar en nuestra actitud, se vería obligado a usar medios violentos y que no esperaba llegásemos a esos extremos ya que él veía nuestra actitud con simpatía, calificándola de muchachada».
El día 23 le telefoneó el jefe de las milicias de Toledo. Según la propia declaración de Moscardó, esta transcurrió de la siguiente forma:
Son ustedes responsables de los crímenes y de todo lo que está ocurriendo en Toledo y le doy un plazo de diez minutos para que rinda el Alcázar y de no hacerlo, fusilaré a su hijo Luis que lo tengo aquí a mi lado.
Contesté: No creo.
Jefe de Milicias: Y para que vea que es verdad, ahora se pone al aparato.
Hijo: Papá.
Yo: Que hay, hijo mío.
Hijo: Nada, que dicen que si no te rindes me van a fusilar.
Yo: Pues encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota, dando un grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!
Hijo: Un beso muy fuerte, papá.
Yo al Jefe de Milicias: Puede ahorrarse el plazo que me ha dado y fusilar a mi hijo, pues el Alcázar no se rendirá jamás.
Tabla 21
Proclama lanzada sobre el Alcázar
A LOS SOLDADOS:
El Gobierno del Frente Popular os advierte que estáis metidos en una aventura trágica y deshonrosa. Os habéis alzado, engañados por la obediencia que debéis a vuestros jefes, contra la República. Sobre esa obediencia está la de la Ley suprema de la Patria. Y la Patria es implacable contra los traidores. En pie de guerra el pueblo armado, la Guardia civil, los guardias de Asalto y Seguridad, y presidiendo eficazmente el castigo la gloriosa Aviación, si no os entregáis y apresáis a vuestros jefes, caeréis con ellos. Y caeréis sin honor, porque no da honor la traición. España entera se ha levantado. Los regulares que desembarcaron en Algeciras para pasar a cuchillo a vuestras familias, han caído bajo la ira sagrada del verdadero patriotismo. La Marina, en manos del Gobierno, ha bloqueado los focos de rebelión de África y el litoral. Y en Madrid, donde la esperanza de los insurrectos tenía sus reservas, han sido asaltados y sometidos todos los cuarteles, y aquellos cuya resistencia fue extremosa, volados por los aviadores.
¡Soldados! Estáis libres de obediencia a los traidores por precepto de la ley. Detenedlos, y si se niegan, ¡castigadlos!
¡Viva la República! El Gobierno del Frente Popular.
A LOS SEDICIOSOS:
El efecto producido por la definitiva y dura derrota infligida ayer en Madrid por el Gobierno a las fuerzas sediciosas, a las que se causaron centenares de bajas, ha sido enorme; gentes y grupos indecisos se han adherido al Gobierno, que domina por completo la capital de España, y se reducen en todas partes los focos rebeldes. En las fuerzas de la Guardia civil, Asalto, Carabineros y Ejército, que cooperaron a aquella gran victoria con entusiasmo y valor insuperables, crece el deseo de restablecer la paz, para cuya obtención el Gobierno empleará rapidez, decisión y energía.
El Gobierno pide a los sediciosos el respeto a la ley para evitar derramamiento de sangre; excita a los que le sirven para que sobre el título de traidores no les sobrevenga la pérdida de sus actuales situaciones, y a todos les conmina al respeto a la ley, con una obediencia absoluta que, si no se obtiene rápidamente, será muy rápidamente impuesta. ¡Viva la República[26]!
Fuente: Ahora (Madrid), 22 de julio de 1936, p. 6.
Casi inmediatamente después de colgar el teléfono con Cándido Cabello Sánchez-Gabriel, veterano periodista y abogado, presidente del Comité local de Izquierda Republicana, comenzó a tejerse la leyenda. El teniente Enríquez de Salamanca, uno de los presentes en su despacho, comenzó a abrazarlo y besarlo. Después, todos los testigos corrieron a difundir la noticia. Silvano Cirujano convocó a los que pudo en el patio del Alcázar y, con asombro y emoción desbordantes, ensalzó al coronel por lo que había protagonizado. Pedro Romero hizo lo propio con los guardias civiles, presentando a Moscardó como un héroe providencial.
El propio Franco supo utilizar bien este episodio para dar un carácter mítico a la resistencia del Alcázar aprovechando el fusilamiento del hijo de Moscardó que se presentó como efecto inmediato de la conversación telefónica, aunque, en realidad, Luis Moscardó fuese fusilado un mes después junto a otros muchos presos y como revancha por un bombardeo sobre la ciudad.
El viernes 24 de julio, como respuesta a la amenaza de ejecutar a Luis Moscardó, los sitiados realizaron una salida para capturar rehenes y recoger alimentos. De dicha razzia se ha ocultado generalmente su consecuencia más grave: la detención y asesinato del teniente de alcalde del Ayuntamiento de Toledo, exdiputado constituyente, periodista y líder histórico de la UGT-PSOE, Domingo Alonso Jimeno. Cuando se resistía a ser conducido al Alcázar por un pelotón de guardias civiles fue asesinado por estos en plena calle, cerca de su vivienda, mientras veía arrastrar a su mujer e hija hacia la fortaleza[27].
El general Mola remitió a los defensores del Alcázar varias cartas que fueron arrojadas desde un avión, dando ánimos para resistir, como la del 30 de agosto: «Vencemos en todos los frentes … Espero seáis liberados dentro de poco. La columna Yagüe va camino de Talavera; la mía, más avanzada, cerca del Escorial … Un abrazo a todos de vuestro general, Emilio Mola»[28].
Los elementos reunidos en el Alcázar, según Moscardó, fueron unos dos mil: cien jefes y oficiales, ochocientos de la Comandancia de la Guardia Civil, ciento cincuenta tropa de la Academia, cuarenta tropa de la Escuela de Gimnasia, doscientos de Falange, Acción Popular y varios, quinientas cincuenta mujeres y cincuenta niños. Las cifras oficiales que figuran en el Museo del Ejército-Alcázar de Toledo son de mil setecientas setenta personas: mil ciento noventa y siete combatientes, incluidos los ciento seis voluntarios, treinta y tres civiles no combatientes, trescientas veintiocho mujeres, doscientos diez niños y dos nacidos durante el asedio.
Los sitiados contaban con el armamento de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias de Asalto y Seguridad, que tenían unos mil doscientos fusiles y mosquetones, y de la Academia que contaba con dos piezas de montaña de 7 cm con 50 disparos de rompedora; trece ametralladoras y trece fusiles ametralladores y un mortero. En cuanto a víveres, faltó de todo, salvo el agua.
Desde que comenzó el asedio, el tiroteo de fusil y ametralladora era casi permanente, aunque más virulento por el día que por la noche. Con artillería fue también el ataque casi permanente. La aviación republicana, aunque no con muchos aparatos, atacaba casi diariamente el Alcázar, empleando bombas de 12 kg que causaban desperfectos materiales sobre todo en el edificio de Capuchinos, que desapareció a consecuencia de un bombardeo de aviación. Además de bombas, unas ocho veces lanzaron latas de gasolina con el propósito de incendiar el Alcázar, lo que no consiguieron. También los aviones atacaron con gases de colivacetofenona (lacrimógenos) «que se soportaron hasta con regocijo al comprobar no eran gases sofocantes como se esperaba fuesen usados».
Como colofón en sus medios de ataque, las fuerzas republicanas recurrieron a la guerra subterránea, de minas, según Moscardó: «Construyeron tres; una que partiendo de una casa de la calle de Juan Labrador, se bifurcaba; una que iba a caer bajo el torreón S. O. del Alcázar y otra bajo los cimientos de la fachada O. y en las proximidades de la puerta de carros; las cargaron con 3000 kg de trilita cada una y las volaron con explosivo eléctrico desde el Ayuntamiento, habiendo previamente evacuado a la población civil a los montes cercanos a Toledo, el día 18 de Septiembre de 1936 y causando enormes efectos materiales en el edificio y milagrosamente solo cinco bajas entre los defensores».
Se hicieron varios asaltos con infantería para lograr entrar en el Alcázar, uno el 18 de septiembre en que llegaron a coronar las ruinas de la fachada norte, donde colocaron una bandera roja, siendo rechazado, intentándolo seguidamente tres veces más pero cada vez con menor decisión, «hasta que desistieron y degeneró en el diario tiroteo, con un poco más de violencia».
El día 28 de septiembre el Alcázar era liberado, según la terminología del momento. Todo acabó con las conocidas frases «Sin novedad en el Alcázar, mi General», con que Moscardó recibió a Varela, y la de «Mi general, le entrego el Alcázar destruido, pero el honor queda intacto» dirigida a Franco tras la liberación, que allí mismo le concedió la Laureada. A lo largo de todo el cerco, el número de los defensores que murieron en combate fue de ciento cuatro, según Ruiz[29].
7.4. Guadalajara
7.4. GUADALAJARA
El 18 de julio por la tarde el ministro de la Guerra telefoneó al coronel Francisco Delgado Jiménez, jefe del Regimiento de Aerostación, para saber si estaba dispuesto a ponerse a las órdenes del gobierno en caso de ser este atacado, contestando el coronel «que él cumplía como siempre había hecho con su deber y que además reuniría a la oficialidad al objeto de saber la opinión de la misma». La reunión se verificó seguidamente en el despacho del coronel. Era tal el ambiente, «que hubo que serenar a algunos oficiales que querían ya salir a la calle en contra del Gobierno»[30]. El coronel comunicó a la oficialidad que, dado el estado de ánimo, estuvieran dispuestos de un momento a otro para iniciar el alzamiento en Guadalajara.
El día 19 el gobernador civil Miguel de Benavides, según declaró ante el Juzgado Especial de Guadalajara[31], recibió aviso telefónico del Ministerio de Gobernación diciendo que «fuerzas facciosas» trataban de avanzar sobre Madrid por la carretera de Zaragoza. Se puso en contacto con Ferrari, teniente coronel de la Guardia Civil, y con el coronel Delgado, quienes le manifestaron su lealtad a la República. Decidieron enviar una avanzadilla por si venía la columna. En un coche salieron los capitanes Pacios y Arroyo y más tarde el teniente Robles, con unos soldados. Robles volvió a las pocas horas diciendo que no había novedad, pero los capitanes que no tenían autorización más que para llegar a Paredes se internaron en la provincia de Soria y fueron detenidos en Almazán y conducidos a la capital. Serían liberados por la intervención del coronel Delgado.
En la mañana del lunes 20 varios representantes del Frente Popular fueron a ver al coronel Delgado porque tenían confidencias de que iba a sublevarse. Este manifestó su adhesión al gobierno republicano[32]. Por la noche se recibieron en el Gobierno Civil telegramas de Madrid referentes al avance de columnas facciosas y el gobernador cursó uno en el que manifestaba en forma cifrada que el Regimiento de Aerostación pensaba sublevarse, por lo que solicitaba refuerzos. Además, requirió al teniente coronel Ferrari para que en caso de ataque al Gobierno Civil organizase la defensa. Por un lado mostraba su adhesión al gobierno; por otro, el jefe del Regimiento de Aerostación mandaba una avanzadilla para asegurarse del apoyo exterior antes de iniciar el alzamiento. El día 20 por la mañana el coronel Delgado ordenó a Gonzalo Martín Nee, maestro nacional, hijo del que horas después fuera gobernador civil Ángel Martín Puebla, que saliera inmediatamente en su coche a comprobar si estaba en camino una columna procedente de Zaragoza mandada por el teniente coronel Los Certales y otra procedente de Soria-Pamplona, a las órdenes del teniente coronel García Escámez. La expedición pudo comprobar la marcha de ambas, volviendo entonces a Guadalajara, donde llegaron el día 21 sobre las doce de la mañana, presentándose a sus jefes para comunicarles sus informes. Todo estaba listo en el interior de la provincia, y parecía que también en el exterior. Delgado dio la orden de comenzar la sublevación al comandante Ortiz de Zárate.
Por la mañana del día 20 fueron incorporándose al cuartel los militares que estaban de permiso y que aún no habían acudido al llamamiento del coronel. También algunos civiles, falangistas sobre todo, la mayor parte venidos de los pueblos de la provincia siguiendo el llamamiento de su jefe La Guardia. Pasaron la noche en el cuartel, arengados por el diputado de Acción Popular Arizcun y aleccionados en el manejo de las armas.
A mediodía del 21 se presentó en el Gobierno Civil un camión con milicianos del Frente Popular procedentes de Alcalá de Henares, quienes comunicaron al gobernador que en Guadalajara acababa de iniciarse la sublevación. Entonces la máxima autoridad provincial llamó al cuartel de la Guardia Civil, pero no contestó nadie. El capitán de la Benemérita José Rubio García, que había acudido en defensa del gobernador, cogió el teléfono para hablar con el teniente coronel Ferrari, al que solicitó refuerzos: «me manifestó que no me los podía enviar porque los sublevados estaban haciendo fuego contra el Cuartel de la Guardia Civil», lo que luego se demostraría que era falso, por relatos de testigos y por no haber ningún impacto en la fachada.
El gobernador recogió a su familia en las habitaciones interiores del Gobierno Civil y al poco rato empezó el tiroteo. Quienes guardaban el edificio (varios policías y guardias de Asalto y el guardia civil capitán José Rubio García) apenas pudieron o quisieron resistir. En un edificio inmediato al Gobierno Civil, la Escuela de Trabajo, había una compañía de la Guardia Civil que tenía como misión la defensa del edificio. No socorrió al Gobierno Civil. El Cuerpo de Seguridad situado en el cuartelillo de la calle del Amparo, que formaba parte del mismo edificio del Gobierno Civil, tenía unos veinte hombres al mando del suboficial Luciano Hernández Pérez. Este y otros dos guardias, Doroteo Lozano Varas y Jesús García Molinero, fueron condenados a muerte por un tribunal popular y seguidamente ejecutados por haber tomado parte en el alzamiento.
Sobre las dos y media de la tarde del día 21 el comandante Ortiz de Zárate, responsable del alzamiento en la capital alcarreña, y los comandantes retirados Bastos y Palanca subieron escaleras arriba del Gobierno Civil y saltaron la cerradura del piso principal. Ortiz de Zárate, pistola en mano, le dijo: «Dónde está Benavides, porque ya no es gobernador» y dirigiéndose al capitán Rubio le dijo: «Vd. es un traidor y quítese la guerrera» y «¡No tenga miedo!, aquí no hay más que soldados —dándose un golpe en el pecho— y ratas —señalando a Rubio—». Detrás iba Bastos pistola en mano y les acompañaban dos guardias civiles y dos de Seguridad. Uno de estos le dijo al gobernador a la vez que le metía el fusil por la barriga: «Que ganas tenía de meterme con Vd.». Entonces recluyeron al gobernador y al capitán Rubio en el despacho oficial y tras proceder a su interrogatorio los trasladaron a pie al cuartel de San Carlos, entre lluvia de proyectiles y de insultos («Abajo los traidores», sobre todo).
El alzamiento había comenzado. Otras versiones mantenidas con posterioridad apuntaban al estallido tras las provocaciones de la Casa del Pueblo. El coronel de Infantería retirado Antonio Sánchez de Neyra Castro, quien sobrevivió a la guerra refugiado en la Embajada de Finlandia, declaró ante la Causa General que «El momento inicial del Alzamiento en Guadalajara, fue al hacerse unos disparos desde la Casa del Pueblo contra una camioneta ocupada por la Guardia Civil, los que repelieron la agresión en la misma forma, saliendo a los pocos instantes las fuerzas a la calle y proclamándose el Estado de Guerra por una Compañía del Regimiento de Aerostación». Parece una versión muy alejada de la realidad, incluso contradicha por el testimonio de Eduardo Delgado Piñar, hijo del jefe del regimiento, coronel Delgado: «En el patio del Cuartel, se formó una Compañía para que fuera a tomar el Ayuntamiento, Gobierno Civil y Casa del Pueblo, Compañía que iba al mando de los comandantes Ortiz de Zárate, Valenzuela y capitanes Casillas y Javaloyes … no encontrando resistencia, sino únicamente en la casa del Pueblo, que fue fácilmente vencida».
Toda la tarde y la noche del 21 los sublevados fueron dueños de la población. De las cinco compañías de que constaba el Regimiento de Aerostación, salieron tres a la calle, quedando una en el cuartel. En un camión con ametralladoras recorrieron la población, ocupando el Ayuntamiento y la Casa del Pueblo, procediendo a la detención de sus principales responsables. Las medidas que se tomaron para asegurar el alzamiento fueron la detención de enemigos, la ocupación de los edificios públicos, la formación de patrullas para vigilar tanto el interior de la ciudad como extramuros y el emplazamiento de ametralladoras en el puente, en el cementerio y en la cárcel. De la Central de Teléfonos se hizo cargo el capitán Palanca, del Gobierno Civil el capitán Bastos provisionalmente y posteriormente el capitán Valenzuela, de Correos y Telégrafos el comandante Manuel Aguilar.
Rápidamente se formó un Estado Mayor responsable de la defensa de la plaza, del que formaba parte también, junto a los responsables militares del alzamiento, el contralmirante de la Armada Ramón Fontenla Maristay, director de la Aeronáutica Naval, con destino en el Ministerio de Marina. Lo arrestaron las milicias socialistas en Madrid y lo llevaron a la Prisión Militar de Guadalajara el 19 de julio. En la sublevación del día 21 le pusieron en libertad. Mandando las fuerzas figuraba el comandante Rafael Ortiz de Zárate.
Este Estado Mayor procedió al nombramiento de nuevas autoridades. Del Gobierno Militar se hizo cargo el coronel de Ingenieros, jefe del Regimiento de Aerostación, Francisco Delgado Jiménez; el comandante de la misma arma Félix Valenzuela de Hita, retirado por la Ley Azaña, se hizo cargo en los primeros momentos del Gobierno Civil, dando paso posteriormente al nombramiento de Ángel Martín Puebla.
Al alzamiento se fueron sumando adeptos, como el comandante de Infantería Juan Garrido García, segundo jefe de la Caja de Recluta de Guadalajara, quien se hizo cargo de la misma al no sumarse a la sublevación el primer jefe de la Caja, el teniente coronel Antonio Martín Delgado. Otros mostraron más tibieza, como el teniente coronel de la Guardia Civil, Ferrari. Fue criticado por los sublevados y condenado a muerte y ejecutado por las autoridades republicanas. Parece ser, por declaración de Eduardo Delgado Piñar, hijo del jefe del regimiento coronel Delgado, que este le llamó a su presencia la noche del día 20 para ver su postura ante el alzamiento. Ferrari contestó que él dependía directamente del ministro de la Gobernación, y que no haría más que lo que dicha autoridad le ordenara. «Como consecuencia del verdadero forcejeo que se entabló entre el citado teniente coronel y los jefes del Movimiento en Guadalajara, acabó el señor Ferrari por dar su palabra de honor de que se sumaría al Movimiento». Se le dejó marchar, a pesar de la opinión de Ortiz de Zárate, que quería detenerle, y cuando llegó al cuartel de la Guardia Civil parece ser que reunió a sus jefes y oficiales y les dejó libertad para hacer cada uno lo que quisiese. Cuando por la tarde del día 21 se presentaron en el cuartel de la Guardia Civil varios paisanos al frente del responsable de la Casa del Pueblo en busca de armas, según declaración del guardia Bienvenido Muñoz Serrano, testigo presencial, Ferrari accedió, enviándolos a la Intervención de Armas. Allí se las negaron por orden expresa del capitán Eduardo Carazo, que había tomado el mando de la Guardia Civil sublevada.
Otros se opusieron radicalmente al golpe, como el coronel Ojeda, gobernador de Prisiones Militares, quien fue arrestado después de escuchar múltiples insultos. El joven Rafael Encabo Montero le llegó a decir «que para guardar gallinas con un ordenanza bastaba». Al final tuvo que liberar a unos veinte o veinticinco militares que se encontraban presos.
No solo el apoyo vino de las fuerzas militares. También parte de la población civil desempeñó un papel fundamental en el alzamiento, con más de un centenar de hombres armados dirigidos por Félix Valenzuela de Hita, diputado de la CEDA, y Antonio Bastos Ansart, los dos militares retirados por la Ley Azaña. Parece ser que la organización que dio más apoyos fue Falange, que desde el 14 de julio mandaba como Jefe Provincial Luis de la Guardia, siendo el jefe de Milicias el capitán de Infantería Luis Casillas Martínez. Según el comandante Ricardo Ortega Agulla, contaba con unos quinientos falangistas de primera línea por toda la provincia. También buena parte de los afiliados a Acción Popular participaron activamente en el alzamiento, con su responsable al frente, Félix Valenzuela de Hita, capitán de Ingenieros retirado por la Ley de Azaña, y diputado a Cortes.
Los paisanos fueron concentrados en el Colegio de Huérfanos y organizados en grupos armados de fusil y dotación de cincuenta cartuchos. Muchos de ellos fueron reclutados en pueblos de la provincia. Por ejemplo, Saturnino del Castillo Yusta, empleado de Hacienda, participó en el alzamiento como civil en compañía de su hijo Manuel, según su propia declaración, «practicando el dicente los servicios que se le encomendaron como fue el de reclutar elementos jóvenes en el pueblo de Torija, logrando traer a Guadalajara a unos cuarenta hombres en dos camiones». Ángel García Estremiana, juez municipal, joven afiliado a las Juventudes de Acción Popular, marchó con su patrulla a prestar ayuda a cinco guardias civiles que se habían hecho fuertes en la estación contra elementos ferroviarios que se opusieron al alzamiento desde que oyeron los primeros tiros en la plaza, logrando dispersarlos.
También participó activamente en el alzamiento Fernando Palanca Martínez Fortun, alcalde de Guadalajara durante la dictadura de Primo de Rivera. Aunque era comandante de Ingenieros retirado por la Ley Azaña se marchó al cuartel vestido de paisano por habérsele quedado en malas condiciones el uniforme dado el tiempo que no se lo ponía —según declaración de su viuda—. El día 21, a las dos de la tarde, cuando salieron las fuerzas a tomar Guadalajara, iba al mando de un pelotón de soldados, «desempeñando las diversas misiones que se le encomendaron, quedándose por último en teléfonos, cuyo local estaba en la calle principal enfrente del Ayuntamiento».
En conjunto, se disponía para la defensa de cien jefes y oficiales; doscientos cincuenta suboficiales, clases y soldados; doscientos setenta guardias civiles y de seguridad y trescientos paisanos: novecientos veinte en total, según declaración a la Causa General del comandante Ricardo Ortega Agulla. Otros reducen a la mitad los defensores: «Del millar de hombres con que se contaba para el Alzamiento incluidos los que venían de los pueblos —declararía Eduardo Delgado Piñar— se llega al día 22 con una fuerza total de 400 a 500, de ellos la mitad militares y la otra mitad civiles, debido al retraimiento de las gentes venidas de los pueblos, que se dieron cuenta de la dura lucha que se avecinaba». Vicente Camarena está de acuerdo en los novecientos defensores, pero con distinta distribución: cuatrocientos cincuenta soldados, ciento cincuenta guardias civiles y trescientos paisanos[33].
Entre las doce horas de la noche del día 21 y la una del día 22, el nuevo gobernador habló por teléfono desde el Gobierno Civil con Soria, concretamente con el coronel García Escámez. Este le dijo que destacaban desde aquella ciudad en vanguardia una batería para prestarles la ayuda necesaria para la defensa de Guadalajara, prometiéndole también el apoyo de alguna fuerza de infantería. Esta debía ser la «Columna de Navarra», organizada en Pamplona por orden del general Mola el 19 de junio, pocas horas después de sublevarse la guarnición de Navarra, con el objetivo de llegar hasta Madrid. La columna estaba compuesta por cerca de mil quinientos hombres, encuadrados en los batallones América y Sicilia, cuatro compañías de requetés y dos de milicias falangistas. El día 21 la columna tuvo que dividirse para atender distintos frentes abiertos en La Rioja y Soria. El día 22 las dos columnas andaban defendiéndose de los ataques de la artillería y aviación republicana. Una avanzadilla llegó a unos cuarenta kilómetros de Guadalajara, a Jadraque, pero no fue suficiente. Cuando se enteraron de la caída de Guadalajara, retrocedieron hacia Almazán (Soria) y recibieron órdenes de dirigirse hacia el puerto de Somosierra.
Las tropas leales a la República procedentes de Alcalá de Henares y mandadas por el coronel Puigdengolas (a quien días después pudo vérsele mandando las tropas republicanas que defendieron Badajoz), apoyadas por un contingente de milicianos anarquistas bajo el mando de Cipriano Mera, tenían el camino libre.
Hacia las seis de la mañana del día 22 sobrevoló Guadalajara un avión tirando proclamas y advirtiendo que si a las diez de la mañana no se rendía la población sería atacada por el Ejército y milicias republicanas. El coronel Delgado procedió entonces a organizar la defensa de la ciudad. El comandante Ortiz de Zárate quedó situado con sus hombres en la parte del puente sobre el Henares, pasado el hospital, próximo a la estación; otra parte de la fuerza fue enviada al fuerte, o sea, al edificio de la Maestranza y Parque de Ingenieros, quedando al mando del comandante Rodrigo de la Iglesia; los comandantes Valenzuela y Bastos se encargaron de defender el sector norte de la ciudad. Posteriormente, y en vista del avance de las tropas enemigas hacia el cementerio, se procedió a organizar otra fuerza al mando del coronel Candiera que salió para ese destino inmediatamente.
A la hora anunciada se presentaron en camiones las fuerzas mencionadas, mandadas por el coronel Puigdengolas, y emplazaron la artillería en la carretera de Madrid a la altura del Molino de Mora. Comenzaron el bombardeo de Guadalajara por tierra y aire. La aviación republicana empezó a bombardear los cuarteles del polígono de Aerostación mientras avanzaba la columna compuesta de unos cinco mil hombres que había salido de Madrid el día anterior y había logrado reducir la guarnición de Alcalá de Henares. Dicha columna estaba constituida además de la infantería y guardias de Asalto, por tres baterías de artillería y siete carros blindados.
En un primer momento los rebeldes repelieron el ataque desde el mismo cuartel con ametralladoras, fusiles y bombas de mano. La resistencia era inútil, toda vez que llegaban por miles los refuerzos republicanos, envolviendo la ciudad por todas partes. El cañoneo duró hasta las seis de la tarde, tiempo que pudo mantenerse la guarnición en sus puestos. A esa hora los republicanos irrumpieron en la población, forzando la defensa del puente sobre el Henares y venciendo la resistencia opuesta por las fuerzas del sector sur (Prisión Central). Los milicianos entraron en la capital por el puente sobre el río Henares, en la parte baja de la ciudad, cerca de la estación, y por el lado opuesto en la parte alta, en las afueras, por el sitio conocido por El Balconcillo.
La guerra adquirió en Guadalajara tintes dramáticos, como recordaban algunos presentes, como David Antona, secretario general del Comité Nacional de la CNT:
De pronto hicieron su aparición dos aeroplanos. Los compañeros miraron hacia ellos, desconfiados. No sabían si eran nuestros o de los rebeldes.
Uno descendió rápido, al tiempo que un guardia de Asalto (los de Asalto se batieron bravamente en Guadalajara) que había a mi lado, gritó:
—Todo el mundo a tierra, que ha soltado una bomba.
No obstante esta precaución, cinco o seis compañeros fueron despanzurrados y otros cuantos resultaron heridos.
Y fue entonces por vez primera que vi lo horrorosa y criminal que es la guerra…
Aquellos desgraciados, amasijo inerte de carne destrozada por la metralla, sintetizaban la obra del fascismo destructor.
A partir de aquel momento se intensificó el ataque por nuestra parte. Los compañeros, al grito de ¡Viva la CNT! ¡Viva la FAI!, avanzaban impetuosamente[34].
En el tiroteo que hubo en las trincheras terreras que se habían instalado a la entrada de la población junto al puente del río Henares, donde estaban situadas las ametralladoras, murió Ortiz de Zárate, además del teniente Jasanada, teniente Ayuso y alférez Gallego, entre otros jefes y oficiales.
Cuando entraron los milicianos cerraron las puertas del cuartel de la Guardia Civil, pero la falta de municiones y ante las noticias de la ocupación «hizo que cada uno se escapara por donde pudiera», como han relatado algunos de los protagonistas. El guardia civil Diego Están Cabezudo, por ejemplo, se vistió de paisano y, mezclándose entre la multitud, huyó. El hijo del coronel Delgado, Eduardo, «aprovechando la confusión», saltó las tapias y logró refugiarse en la casa de un falangista, en la que permaneció escondido dos años.
Al darse cuenta del peligro inminente que corrían los detenidos republicanos, el capitán de Ingenieros Enrique Navas Huici los puso en libertad derribando con la ayuda del suboficial de guardia una puerta a empujones, primero al gobernador Benavides, al capitán Rubio y al delegado de Hacienda Maximino Miñano Grifol y después a unos cuarenta más que estaban en otro calabozo.
El resto de jefes y oficiales sublevados fueron ejecutados en los patios del cuartel de Aerostación, donde se habían concentrado con los elementos que pudieron reunir a fin de extremar la defensa. «Puigdengolas no pudo imponer disciplina a la masa armada que se precipitó sobre las posiciones rebeldes, cuyos mandos significativos fueron asesinados»[35]. Entre ellos el coronel Delgado, quien una vez que entraron los milicianos asumió ante ellos toda la responsabilidad, muriendo cerca del pabellón donde le esperaban su mujer y nueve hijos. También el contralmirante de la Armada Ramón Fontenla Maristay y el diputado Félix Valenzuela de Hita, este muerto junto al Gobierno Civil.
La historia de la guerra civil está llena de anécdotas en la historia personal de muchos españoles. Unos tuvieron enorme fortuna; otros parecían fatalmente predestinados. En Guadalajara, ese día 22 de julio pudieron verse algunos ejemplos. En el patio del cuartel de San Carlos el sargento de la Guardia Civil Casimiro Sanz y Sanz fue tiroteado, según su propia declaración, «cayendo herido el dicente entre los muertos que había en el patio, salvándole un paisano cuyo nombre desconoce, el que le indicó dijera era de Madrid, poniéndole al brazo un brazalete encarnado». Fue trasladado al Hospital Militar de Carabanchel. Otro caso curioso es el del teniente de Ingenieros José Olivier López, que había participado activamente en el registro y saqueo de la Casa del Pueblo y en la liberación de presos en la Prisión Militar, de la que era oficial de guardia en el momento en que se presentó en ella el comandante Ortiz de Zárate. Según declaró el 15 de septiembre de 1936 ante el tribunal popular, fue fusilado junto a otros muchos jefes y oficiales:
Al caer herido y darse cuenta de que no estaba muerto un miliciano se echó sobre el que depone y le quitó el reloj de pulsera, se lo recriminaron otros dos diciéndole «camarada, a los muertos no se les roba»; que el miliciano que esto hizo les dijo que no estaba muerto y se acercaron entonces los otros dos con idea de matarlo. Que en ese momento se arrojaron sobre el declarante tres cornetas del Regimiento llamados Eufemio Gómez, Julián López y Ramón o Fermín Rojas y les pidieron a los que le iban a matar, que no lo hicieran, que se había portado muy bien con ellos y no se había metido en nada, ya que era completamente apolítico, incluso le dijeron a los milicianos que era un desgraciado que se había encontrado metido en aquellos jaleos. Que los milicianos dijeron ante esto que había que respetarlo y entre los cinco le llevaron herido a su casa, mejor dicho a la de su padre. Que en el Heraldo de Madrid del día 23 o 24 si mal no recuerda, viene su caso.
Sin embargo, a pesar de su enorme fortuna, su destino estaba marcado. Sin terminar de curarse fue recluido en la Prisión Central el día 8 de septiembre y condenado a muerte el 30 de octubre de 1936 por un tribunal popular, siéndole conmutada esta pena por la de treinta años el 4 de noviembre. Pero fue asesinado el día 6 de diciembre siguiente cuando fue asaltada la cárcel. Ese día se hizo una saca en represalia por el bombardeo de las instalaciones militares y depósitos de municiones. Veintitrés bombarderos, en una única pasada, arrojaron unas doscientas bombas incendiarias y cuarenta explosivas que ocasionaron dieciocho víctimas mortales. Muchos edificios ardieron en llamas, entre ellos el Palacio del Infantado. En la ciudad las escenas de pánico se fueron convirtiendo en indignación y ansias de venganza, que pagaron los presos derechistas y golpistas. Murieron unas doscientas ochenta personas, según Vicente Camarena[36], aunque en la Causa General hay distintas declaraciones donde incrementaban las víctimas hasta cuatrocientas, entre ellas veintiún militares. Parece que sólo sobrevivió uno, Higinio Busons López, que anduvo listo cuando comenzó el asalto, según su propia declaración ante la Causa General, «permaneciendo escondido durante varios días, unos seis, en la leñera, de la que salía por las noches a coger pan y agua en la cocina … A las siete de la mañana del día 12 de diciembre de 1936, el dicente, saltando las tapias de la cárcel, pudo huir de la misma».
Aparte de los muchos militares y civiles que murieron el 22 de julio, hay que añadir los que fueron condenados a muerte y ejecutados por el alzamiento, como el capitán de Ingenieros Alberto Albiñana, que tenía a su cargo Talleres de la Maestranza y Parque de Ingenieros. Un tribunal popular le condenó a muerte el 6 de noviembre, junto a otros dos capitanes. Fueron fusilados el 20 de noviembre. El capitán dejó escrita una carta de despedida, uno de los pocos testimonios similares que se conservan en ese bando.
Tabla 22
Carta de despedida del capitán Alberto Albiñana
Mis queridísimos hijos, Alberto José, María del Carmen, José Antonio y María Teresa. Próximo a mi fin, quiero deciros adiós y haceros algunas consideraciones respecto a vuestra actitud en el día de mañana. Muero mártir, pero con honra, habiendo hecho por nuestra querida España cuanto se puede hacer; y si no sucumbí en el recinto del Fuerte, fue porque Dios no quiso, y porque no quisimos exponeros a las familias a un cataclismo. Vivid con la frente muy alta, con el orgullo de saber que la conducta de vuestro padre fue honrada en todos los sentidos, moral, militar y económica. Que no hizo mal a nadie a sabiendas. Vosotros seguidme y mejorar a ser posible mi modo de ser. Adorar a vuestra madre que es una santa y que de hoy en adelante será una mártir. Ayudadla mucho, obedecedla ciegamente y no la abandonéis el día de mañana, que necesitará de vosotros. A Carmen vuestra tía, agradecedle mucho cuanto hasta hoy ha hecho y portaros con ella muy bien, pues nunca agradeceréis bastante los favores, ayuda y cariños que os tiene demostrado. Espero morir con los auxilios de la Religión que aquí son permitidos, pero de todos modos moriré confortado con mis rezos y plegarias. He sufrido mucho pero quizá no son estos momentos los más dolorosos pues ya con la casi seguridad del fin se está más tranquilo. Las dudas, las incertidumbres y el ver el fin de otros, han sido los momentos más dolorosos. Todavía me falta el suplicio del juicio, pero por si a última hora me falta la fuerza, me decido a hacerlo ahora. Perdono a todos mis enemigos de todo corazón y vosotros debéis hacer lo mismo. Que Dios me perdone como yo les perdono. Cuando llegue el triunfo de nuestro Ejército y veáis la Bandera, arrodillaos y besarla; por eso ha perdido la vida vuestro padre, por ella debéis perderla vosotros si llegara el caso. La Patria se hace con esfuerzo y sacrificio de todos y cada uno de sus súbditos, poned vuestro grano de arena en esa empresa, yo ya la puse. No quiero venganza, pero sí justicia: pedid justicia a los que pueden hacerla. No sé si tendré valor para despedirme personalmente, pero si así no fuera, recibid con esto el cariño más inmenso de un padre que os espera allá arriba seguro de que sabréis honrar su memoria. Un abrazo muy fuerte con un beso de vuestro padre. Hoy 1 de noviembre de 1936[37].
7.5. Ciudad Real
7.5. CIUDAD REAL
Las derechas habrán de llorar su falta de visión política y social, pagando bien cara su miopía. El Pueblo trabajador español no es aquella masa inerte que el General Primo de Rivera encontró el año 23, que pudo contener lo inevitable por espacio de unos años. Podrá ser vencida en la calle con las armas en la mano, pero no secuestrada políticamente en sus derechos por el capricho de un militar al servicio de un Régimen plutócrata. Vencida en lucha heroica sí; adormecida no. [El Pueblo Manchego, 24-julio-1936.]
A poco de conocerse la noticia del pronunciamiento el gobernador civil de la provincia, Germán Vidal Barreiro, convocó urgentemente a los principales líderes políticos y sindicales del Frente Popular a una reunión en el Gobierno Civil, quienes decidieron agilizar la actuación de las milicias populares. El gobernador se apresuró a conocer la opinión de las fuerzas militares. El coronel Salafranca, con su actitud, garantizó la fidelidad de la escasa dotación militar. Mayor trascendencia, por sus cuantiosas fuerzas y su conocida ideología, podía tener la postura de la Guardia Civil. El teniente coronel Francisco de los Arcos garantizó la adhesión de sus subordinados a la República. La Compañía de Asalto, también leal, fue enviada rápidamente a Madrid, por orden del Ministerio de la Gobernación.
La postura de los jefes militares, junto a las hábiles medidas adoptadas por el gobernador civil, ayudaron a que Ciudad Real permaneciera al lado de la República. Entre esas medidas destacaron dos: la concentración de toda la Guardia Civil en la capital y su traslado a Madrid y la detención de los jefes y oficiales de la Zona de Reclutamiento, al no confiar en demasía la primera autoridad provincial de las fuerzas a las órdenes de Arcos y Salafranca.
Mientras la noticia del alzamiento militar llegaba a todos los rincones de la provincia en la misma mañana del 18 de julio, en la iglesia de la Merced de la capital se estaba celebrando el funeral por el líder de Renovación Española José Calvo Sotelo. A su finalización se llevó a cabo el último intento por contar con el apoyo de la Benemérita. Algunos de los jóvenes afiliados de la Comunión Tradicionalista visitaron a la Guardia Civil, como declarara uno de ellos a la Causa General, «al objeto de proveerse de armas y poder sumarse al Alzamiento sin conseguir resultado práctico en su patriótica pretensión por negarse resueltamente los Jefes de dicho Instituto armado a entregar armamento al grupo mencionado»[38].
Los principales y más conocidos escenarios del alzamiento en la provincia de Ciudad Real fueron Puertollano, la capital y Arenas de San Juan, por orden cronológico. En la madrugada del 18 al 19 saltaron los acontecimientos en Puertollano, importante núcleo minero. La familia falangista de los Cabañero protagonizó el primer enfrentamiento armado de la provincia, al recibir con disparos a los milicianos que acudieron a requisar sus armas. Sobre la una de la madrugada comenzó el tiroteo, prolongándose toda la noche y gran parte de la mañana. Las estampidas provocadas por la dinamita lanzada por los mineros eran impresionantes. Por la tarde, una vez acabado el enfrentamiento armado, Toribio Rosa Olmo pasó por la casa de los sucesos: «Era impresionante —recuerda—. Allí estaban los cuatro cadáveres de los Cabañero destrozados y la casa prácticamente destruida»[39]. Juan Gregorio Cabañero y sus hijos Juan —jefe local de Falange—, Fernando y Eugenio eran las primeras víctimas en la provincia de Ciudad Real de la cruenta guerra que iba a enfrentar a los españoles desde entonces y por un período de casi tres años. Pero no fueron los únicos muertos del enfrentamiento. Un joven socialista, José Belda, moría pocas horas después en el Hospital Provincial a consecuencia de las heridas producidas por las balas salidas de las armas de los Cabañero.
El día 21 la prensa madrileña publicaba el telegrama que dirigió el gobernador civil de Ciudad Real al ministro de Gobernación sobre el primero de los alzamientos en la provincia, el de los falangistas de Puertollano:
Me honra y complace significar a V. E. actitud ejemplar sin excepción mantenida esta provincia todas las fuerzas afectas. Los partidos comunista, Juventudes del Frente Popular han sabido responder y constituyen el sostén y firme defensa de la República. Orden en la provincia absoluto, salvo una grave provocación producida por elementos fascistas en Puertollano, contra los que han reaccionado de una manera admirable los elementos del Frente Popular. Estoy muy atento a procurar que esa reacción no pueda originar consecuencias desagradables, y a tal efecto, y sin perjuicio de intervenir este Gobierno civil, las autoridades locales han destacado urgentemente a Puertollano con delegación expresa, al diputado a Cortes del partido socialista don Marino Sáinz, con encargo expreso de que en nombre del Gobierno exhorte al pueblo y le lleve a la serenidad necesaria para evitar lamentables acontecimientos[40].
Mientras en Puertollano se reducía con más esfuerzo del previsto a la familia de los Cabañero, en la capital los falangistas comenzaban su estudiada actuación. A mediodía del domingo 19 se reunió en la conocida como Casa de los Corcheros —en la calle Calatrava número 11, propiedad de los hermanos Mayor Macías— un pequeño grupo armado a las órdenes de Fernando Aguinaco, que pretendía iniciar el alzamiento en la capital para una vez triunfado en esta apoderarse de toda la provincia, alzamiento que confiaban sería seguido por la Guardia Civil aunque no se hubiera comprometido. Sabían que era su única opción de victoria. En la vieja fábrica de corchos estaban, además de Aguinaco, Manuel García Valencia (jefe provincial del SEU), José Ruiz Cuevas, Jesús López Prado, Juan Cambronero Polo, Manuel Ruyra Ruescas, y Amadeo, Mateo e Isidoro Mayor Macías. No se encontraba el hermano de estos últimos, Andrés, jefe local de Falange, por hallarse detenido. Al personarse las milicias del Frente Popular en el edificio, desde la Casa de los Corcheros dispararon contra los vigilantes autorizados Ángel Lapeira y Ángel Cepeda «cuando estos se acercaron al citado domicilio para invitar a todos los reunidos a salir»[41]. En el consiguiente tiroteo resultó muerto Fernando Aguinaco. El resto de los falangistas trataron de huir por los tejados, produciéndose una espectacular persecución seguida de cerca por numeroso público.
La Guardia Civil, lejos de apoyar a los falangistas, se prestó a su detención. Amadeo, Mateo e Isidoro Mayor, José Ruiz Cuevas, Juan Cambronero Polo y Manuel Ruyra Ruescas lo fueron en la propia casa. Jesús López Prado y Manuel García Valencia, en viviendas anejas donde habían buscado refugio. Unos meses después José Ruiz Cuevas y Jesús Prado fueron condenados a muerte por un tribunal popular y, posteriormente, ejecutados[42].
En Arenas de San Juan, pequeña localidad de poco más de mil habitantes, un grupo de falangistas y simpatizantes, encabezados por el alcalde Antonio Rincón Torregrosa, militante de Izquierda Republicana, se levantó en armas contra las autoridades del Frente Popular. El día 17 de julio los socialistas habían pedido al gobernador civil la destitución de la corporación municipal[43]. En los días posteriores, ya iniciado el alzamiento en diversos puntos de España y de la provincia, el alcalde se negó a entregar las armas y el Ayuntamiento a la izquierda, como le ordenó el gobernador. El día 23, sobre las nueve de la mañana, empezó el enfrentamiento armado más cruento de la guerra civil en la provincia de Ciudad Real cuando las milicias populares llegaron a la población para destituir al alcalde. Este estaba esperando con varios de sus colaboradores y simpatizantes, principalmente falangistas. Se habían preparado recogiendo todas las armas posibles y comprando el día anterior varios cientos de cajas de munición al tenedor de explosivos de Villarta de San Juan. Se hicieron fuertes en torno a la plaza, ocupando los sitios estratégicos como la torre del Ayuntamiento y las casas colindantes. Esperaron pacientemente la incursión de los milicianos, y cuando estuvieron al alcance de sus armas iniciaron el tiroteo. Se produjo una auténtica batalla, con fuego de todo tipo. Los milicianos venían de la capital y de pueblos vecinos como Villarta, Villarrubia, Puerto Lápice, Manzanares, Alcázar y Daimiel, principalmente, dispuestos a sofocar la rebelión fascista a cualquier precio. Sumaban un centenar más o menos, a los que se agregaron los que en dos camionetas se trasladaban de Madrid a Badajoz y al oír el estruendo de las armas y divisar el auténtico infierno que semejaba la pequeña localidad en llamas se desviaron y acudieron a sofocar la rebelión.
A las pocas horas los alzados fueron reducidos a costa de cuantiosos daños materiales en los edificios de la plaza e inmediaciones e innumerables pérdidas humanas: cuarenta y dos muertos y bastantes heridos. Las milicias tuvieron ocho bajas. Murieron familias enteras, siendo la más castigada la conocida por los Hilarios, que no era otra que la del alcalde, uno de los primeros en caer muerto. Junto a la plaza fueron fusilados el padre, Hilario Rincón, de 74 años; la madre, Gregoria Torregrosa, de 72 años; sus hijos Abraham, Vicente y Antonio; tres hijos del primero de 20, 16 y 14 años; los hijos políticos Ángel Gil-Ortega, Julián Sosa, Eduvigis Moreno, Sérvulo-Román Moreno, Antonio Moreno, Epifanio Moreno y Antonino Moreno; más tres sobrinos: Vicente, Luis y Pedro-Antonio Rincón. De los hijos varones del alcalde sólo quedó con vida Carmelo, aunque de manera milagrosa.
Carmelo Rincón fue fusilado junto a su padre y tres hermanos en una esquina de la plaza. Como al resto, se le obligó a volverse de espaldas y tres tiros impactaron en su cuerpo. No obstante la pérdida de sangre y el sol agotador pudo arrastrarse hasta cerca de su casa. Y cuando estaba a punto de alcanzarla, un nuevo disparo de escopeta, desde un balcón, le dio en pleno rostro destrozándole el ojo izquierdo. Dado por muerto fue recogido por la Cruz Roja a la caída de la tarde. Se le trasladó al Hospital Provincial, donde fue operado y curado. El caso de Carmelo Rincón constituye, sin duda alguna, otro más de los múltiples ejemplos de predestinación, esta vez con enorme fortuna y final feliz. Días después logró escapar y comenzar una personal odisea que duró gran parte de la guerra, escondido en unos pueblos y otros. Fue alcalde durante el franquismo y recibido en audiencia con todos los honores por el «caudillo»[44].
Aunque en buena parte de la provincia no sucedió nada, en algunas localidades hubo acontecimientos cuando menos curiosos. En Horcajo de los Montes, «elementos fascistas intentaron apoderarse del pueblo, intento rápidamente sofocado por milicias de esta capital y Porzuna», según la prensa[45]. También en Porzuna parece que hubo «ruido de sables», según la información de la prensa: «Enterados esta mañana en esta Capital que diversos elementos sospechosos se concentraban en la Toledana finca del término Municipal de este pueblo el señor Gobernador Civil ha ordenado la inmediata salida para dicha finca de una camioneta ocupada por milicias populares de este Frente Popular»[46]. En Santa Cruz de los Cáñamos los falangistas «salieron por las calles diciendo ARRIBA ESPAÑA. Fuerzas de milicianos de Montiel y Albaladejo se apoderaron de los derechistas»[47].
En Terrinches, «todos los elementos de derechas y Falangistas se concentraron en su Centro haciéndose fuertes y con un aparato de radio en espera de que se alzara la capital o algún pueblo de la provincia para tirarse a la calle e imitarlos»[48]. El 27 de octubre de 1936 se condenó a Urbano Garrido Mendoza, Ángel, Bibiano y Domingo Jiménez Montalvo porque «los procesados se reunieron con otros elementos de Acción Popular a la que pertenecían todos ellos en la noche del día 20 de julio en el local de Acción Agraria Manchega de aquella localidad formando grupos y haciendo recuento de armas y municiones, concertándose todos ellos para realizar la rebelión en dicho pueblo y resolviendo ejecutarlo»[49]. La justicia republicana persiguió al médico Eutimio Tercero Calamardo, al que culpó de «cerebro intelectual» de la rebelión, quien además se encargó de hacer desaparecer las armas y municiones preparadas para el alzamiento, escondiéndolas en los pozos de su casa, según denuncia de fecha 20 de abril de 1937 de todas las organizaciones del Frente Popular de Terrinches[50].
En Membrilla el exgobernador civil de Sevilla Manuel Asensi, que residía en esa población desde hacía dos años, tenía preparados en su casa a algunos jóvenes para dominar el pueblo. El día 19 de julio, al tener noticias las autoridades de la concentración, procedieron a ordenar la recogida de armas y su detención. En el enfrentamiento cayó muerto el exgobernador, lo que bastó al resto de implicados para su rendición[51].
En Cabezarados «sólo se dio el caso de hacer armas contra los marxistas de una manera heroica en el Quinto Las Minetas por los hermanos Ballesteros, que posteriormente fueron asesinados»[52]. El pueblo de Almedina estuvo en poder de las derechas hasta el día 22 de julio, «fecha en que vinieron las milicias de Santa Cruz de Mudela llamadas por el entonces Alcalde»[53]. El 26 de octubre de 1936 el vecino de la localidad Juan Heredia Antequera, agricultor, fue condenado: «destacado elemento de falange española y jefe local, el 20 de julio, se reunió con otros elementos de su ideología y vecindad, desconocidos, manifestándose en su pueblo dando gritos de “viva el fascio”, “muera la República y sus dirigentes” con el propósito de excitar al vecindario a la rebelión contra el Gobierno legítimo de la República»[54]. En Los Pozuelos de Calatrava, un vecino disparó desde su casa a las milicias populares. Se le encarceló con sus dos hijos y un amigo[55]. En Carrizosa, se alzaron en armas los vecinos José Rodríguez Mata, Juan Antonio, Aurelio y Juan Francisco Llorente Pérez. Fueron detenidos y llevados a Valdepeñas, donde fueron fusilados[56].
En Bolaños de Calatrava el día 20 de julio se produjo un tiroteo entre las milicias y fuerzas gubernamentales y los alzados, del que resultó herido grave un guardia civil y detenidos los «sediciosos», como decía la prensa[57]. También algo parecido sucedió en Villarrubia, según la misma fuente: el día 24, «varios elementos iban por los tejados disparando varias armas. Al darse cuenta las milicias populares de lo que se intentaba, salieron en persecución de los facciosos, logrando detener a un exconcejal derechista y a un Guardia Civil retirado. En la lucha resultó herido levemente este último individuo»[58]. En La Solana fueron protagonistas Gabriel Alhambra Valencia y sus cuatro hijos. Al ver que su domicilio iba a ser objeto de cacheo, «abrieron fuego desde ventanas y balcones, continuando así durante una hora, en que viendo lo infructuoso de su decisión, y que los rojos acumulaban gasolina para prender fuego a la casa, se refugiaron en la casa de un vecino, donde fueron detenidos y conducidos a Manzanares y más tarde a Ciudad Real, donde el padre fue puesto en libertad y los cuatro hijos asesinados»[59].
7.6. Cuenca, la decisiva actuación de Cipriano Mera
7.6. CUENCA, LA DECISIVA ACTUACIÓN DE CIPRIANO MERA
El 18 de julio se vivió en Cuenca una jornada de respuesta política y sindical a los intentos de sublevación[60]. Los grupos anarquistas (CNT, FAI, Juventudes Libertarias) fueron los principales protagonistas de la misma, lanzándose a la calle y tomando los principales lugares estratégicos de la ciudad y edificios oficiales, según la organización conjunta preparada en la Casa del Pueblo con otras formaciones obreras. Tras la negativa del gobernador civil de entregar armas a las milicias, estas asaltaron las armerías en la tarde del día 19, lo que aún les otorgó mayor fuerza. Según el testimonio de varios cenetistas de la localidad, «El gobernador a nuestro juicio no mostró la entereza y diligencia propias del caso, sino que dando largas al asunto, puso en grave riesgo a las fuerzas populares de Cuenca … No obstante, nuestros afiliados, con una certera visión de lo que se estaba tramando en Cuenca, procedimos con riesgo de nuestras vidas a desarmar a los elementos facciosos y a desarticular la trama que por medio de reuniones clandestinas, tenían urdida»[61].
La actuación de la Guardia Civil se limitó a «apagar fuegos». El teniente Mariano García Jiménez, al pasar por la calle Alfonso VIII cuando marchaba en una camioneta con su columna a la cárcel y obispado, para evitar en la primera el asalto y procurar la defensa del segundo, vio el incendio de la iglesia de San Felipe. En las proximidades, un grupo de milicianos impedía que se extinguiera. La Guardia Civil paró para sofocar el fuego, y permitió la colaboración del vecindario[62].
El día 20 los partidos políticos constituyeron el Comité de Enlace del Frente Popular, con una representación equitativa de los integrantes de la coalición, incluyendo también a los anarquistas. El mismo día publicaban una nota en la prensa local comunicando que el «movimiento revolucionario» en toda España había sido vencido, tras ser sofocado en Barcelona y Madrid. «En nuestra Capital no ha ocurrido el menor incidente —finalizaba la nota—. Fuerza pública y masa obrera de todas ideologías están vigilantes y dispuestas a defender las libertades conquistadas»[63]. Pero todavía tenían que pasar muchas cosas…
El día 21, Elías Cruz, presidente de la Federación Provincial de la CNT, viajó a Madrid a la sede central del sindicato anarquista en solicitud de ayuda ante las sospechas de alzamiento por parte de la Guardia Civil de Cuenca[64]. El Comité de Defensa Nacional de la CNT decidió enviar días después al líder del Sindicato de la Construcción Cipriano Mera, quien pronto se convertiría en uno de los milicianos más populares de la guerra. Había participado activamente en la recuperación de Alcalá el día 22 y de Guadalajara el 25. Mera presionó al gobernador para desembarazarse de la Guardia Civil, por lo que el gobernador civil decidió el día 26 concentrarla en la capital para luego enviarla fuera de la provincia por partes. «Los milicianos acordonaron entonces el Cuartel y los alrededores del Gobierno Civil; desplazaron una manguera conectada a un surtidor de gasolina y amenazaron con hacer arder todo el edificio si los guardias no se rendían. Los asediados pidieron la salida de las mujeres y niños del recinto, antes de comenzar a parlamentar. Tras esto, la deliberación dio como resultado su rendición definitiva»[65]. Cipriano Mera, que se atribuyó la estrategia, fue después llamado por el gobernador a su despacho, manifestándole este que la Guardia Civil le había asegurado su fidelidad al régimen. Después de algunas incursiones por poblaciones cercanas, en las que según él se recogieron cien escopetas, Mera abandonó Cuenca el día 27 dejando lo que era todo un arsenal en poder de los milicianos anarquistas locales.
Apenas salió de la ciudad, en la sede de la CNT madrileña se recibieron noticias sobre un inminente alzamiento de doscientos guardias civiles en Cuenca. Cipriano Mera regresó el día 28 al mando de unos ciento cincuenta milicianos. El miliciano anarquista se presentó ante el gobernador civil, al que apremió a sacar a la Guardia Civil, lo que realizó de forma inmediata la primera autoridad provincial[66]. Un contingente salió para Madrid. Otro, para el frente de Teruel que, curiosamente, al día siguiente se pasó en masa al bando enemigo (entre ellos estaba el teniente Benito González, uno de los artífices de la conspiración), como lo hicieron los últimos guardias enviados fuera de la provincia, concretamente al frente del Guadarrama, entre el 30 de julio y el 2 de agosto.
«Ante la presión miliciana y su propia descoordinación la Guardia Civil no se sublevó», apunta Rodríguez Patiño[67]. La Causa General defiende otras hipótesis del fracaso del alzamiento. Por un lado, el gobernador civil Antonio Sánchez Garrido, de Unión Republicana, dio órdenes a la Guardia Civil de que entregasen las armas al pueblo y de que no interviniesen en los acontecimientos[68]. Esta medida, inútil en otras provincias, se completó con el traslado urgente de toda la Comandancia hacia los frentes, que como en Ciudad Real parece que tuvo efecto. Por otro, según algún testigo implicado, la Guardia Civil era favorable en su mayoría al alzamiento, «pero la indecisión por parte de los Jefes, mejor dicho del Sr. Teniente Coronel, D. Francisco García de Ángela San Román, abortó tal disposición. Desde luego el Capitán, D. Carmelo Sánchez de Albornoz, estaba dispuesto a ponerse al frente al negarse el Jefe expresado, pero por obediencia no lo llevó a efecto»[69]. Para Rodríguez Patiño, «García de Ángela esperó las noticias llegadas desde Madrid para tomar decisiones. Aunque había declarado al gobernador su fidelidad al régimen, mantuvo una postura ambigua respecto a una posible sublevación. El 20 de julio, el Cuartel de la Montaña madrileño cayó en poder de las milicias y García de Ángela se decantó definitivamente por la causa republicana. Sabía que un levantamiento en la provincia estaba destinado al fracaso, debido al aislamiento geográfico en el que se vería inmerso, con la mayor parte de los territorios de alrededor defendiendo a la República»[70]. García de Ángela se mantuvo en su puesto de la Comandancia de Cuenca hasta el 2 de agosto, que fue trasladado a Madrid y donde, curiosamente, fue encarcelado por su imprecisión acerca de su fidelidad a la República.
Para los anarquistas, el efecto moral de su gente patrullando, así como el cerco a los centros de poder, fue lo que desarticuló la conspiración[71]. Los anarquistas acosaron al Gobierno Civil para exigir formas de actuación; acordonaron el Palacio Episcopal, impidiendo cualquier movimiento al obispo y a su curia, y desalojaron la catedral y todos los conventos de la ciudad. Vigilaron día y noche el cuartel de la Guardia Civil y, después, el edificio del Seminario, donde esta se hallaba concentrada. Los guardias se sintieron intimidados «porque los trabajadores les habíamos cogido la delantera en el intento de echarse a la calle»[72].
También fue determinante la detención de los principales responsables falangistas y del gobernador militar, teniente coronel de Infantería Manuel Romeo Aparicio. Las autoridades del Frente Popular actuaron con suma diligencia. «Pese a la clara intencionalidad de unirse a la sublevación, sus escasos efectivos y, sobre todo, su detención días después del 18 de julio, desbarató las actividades de uno de los grandes defensores del levantamiento en Cuenca»[73].
Sea como fuera, el alzamiento quedó abortado antes de estallar. «Tras ello, Mera partió hacia la Serranía con sus milicias y decenas de conquenses que se unieron a su paso, sembrando el temor entre la población religiosa y conservadora y procediendo a la quema de todas las iglesias. Desde ese momento, Cuenca quedaba conformada como zona de retaguardia, condición que asumiría hasta el final de la guerra»[74]. El gobernador le había pedido, ante su temor por la situación de los pueblos, que hiciera esta inspección. Salió de Cuenca el día 29 y marchó hacia Madrid el día 30. La tranquilidad era absoluta.
En el resto de la provincia reinó la calma, salvo pequeñas excepciones. En Cardenete, el 23 de julio se produjo un enfrentamiento entre milicianos y falangistas, que acabó con varias víctimas y detenciones, cuando estos últimos respondieron con disparos a los intentos de hacerse con el pueblo por parte de los milicianos[75]. Ese día llegó desde Cuenca una partida de milicianos en busca de armas, siendo recibidos por los falangistas, que acabaron con la vida del líder anarquista apodado «Pambarato». La alarma saltó en la capital, que envió a un grupo más numeroso de milicianos. «Esto fue determinante para que los sublevados terminaran rindiéndose. Según algunas fuentes, fueron detenidos más de treinta, de los que doce fueron posteriormente fusilados. Arrarás rebaja la cifra hasta dieciséis presos, entre ellos un sacerdote, con los que se ejerció la violencia desde su apresamiento. Terminaba así el único conato serio de sublevación en Cuenca, aparte del de la capital»[76].