13. Las Islas Canarias, con Franco. Las colonias africanas

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Las Islas Canarias, con Franco. Las colonias africanas

LA IMPORTANCIA DE LAS islas para los golpistas era indudable, pues el triunfo de la sublevación era prácticamente seguro por la casi unanimidad ideológica de los mandos militares, la escasez de fuerzas de orden público y la relativa debilidad del movimiento obrero y campesino[1]. Durante los meses anteriores se estaban introduciendo armas destinadas a los conspiradores. El 17 de julio se recibió en Gran Canaria un telegrama de Madrid advirtiendo del golpe militar en Marruecos. El gobernador civil de Las Palmas, el republicano Antonio Boix Roig, avisó a los dirigentes de la Federación Obrera. Además, envió a unos policías para vigilar a Franco en el Hotel Madrid, donde estaba alojado para asistir al funeral del gobernador militar de Gran Canaria, el general Balmes, que, según la versión oficial, murió el día antes al intentar desencasquillar su pistola cuando efectuaba prácticas de tiro.

Entre las cinco y las seis de la mañana del día 18 de julio uno de los jefes militares sublevados, el general Luis Orgaz, se personó en el Gobierno Civil, anunciando la próxima proclamación del estado de guerra, instando al gobernador a ceder el mando, a lo que se opuso. A las seis de la mañana se difundió el bando declarando el estado de guerra, firmado por el general Franco, acudiendo los sublevados nuevamente al Gobierno Civil. El gobernador insistió en resistir. Cogió el bando y sin leerlo lo rompió, diciendo al oficial: «Dígale Vd. a su General lo que he hecho con el Bando».

Una vez que el general Franco montó en el Dragon Rapide, el general Orgaz quedó al mando de las tropas sublevadas. Rápidamente ordenó emplazar dos cañones frente al Gobierno Civil. Al mismo tiempo sus tropas ocuparon el Ayuntamiento de Las Palmas, donde se había atrincherado un grupo de guardias municipales, y los principales puntos estratégicos de la ciudad. En el resto de la ciudad y de la isla los trabajadores siguieron la consigna de huelga general dispuesta por la Federación Obrera y cerca de mil trabajadores se manifestaron frente a la Comandancia Militar antes de ser disueltos a tiros. Después de horas de negociaciones, los resistentes del Gobierno Civil depusieron su actitud el día 19, tras haber obtenido el compromiso de Orgaz de que ni siquiera se les iba a detener, promesa que sería incumplida. Al día siguiente se produjeron los incidentes más graves en la capital, al morir dos soldados en un tiroteo producido en la zona portuaria entre militares y obreros. A las pocas horas el Ejército dinamitaba la Casa del Pueblo de ese barrio, centro de la resistencia.

En el resto de la isla se produjeron más intentos de resistencia, como en Telde, donde un grupo de obreros armados con pistolas y escopetas ocuparon la ciudad tras un tiroteo que produjo la muerte del derechista José Suárez. El 19 de julio una columna de soldados y falangistas ocupó la ciudad. En el distrito municipal de San Lorenzo, grupos de trabajadores tomaron el Ayuntamiento, la Central Telefónica y otros edificios públicos hasta ser desalojados por los militares sublevados. La resistencia más dura y prolongada se dio en la zona norte, la más poblada y de mayor concentración obrera. En los pueblos de Arucas, Guía, Gáldar y Agaete se requisaron armas y se formaron partidas para resistir a las fuerzas militares. El día 20 un avión lanzaba octavillas en las que el general Orgaz prometía el perdón a los que se rindieran. Inmediatamente, el guardacostas Arcila bombardeó la carretera de Arucas a Guía y la montaña de Gáldar, lo que provocó la inmediata rendición de estas localidades. Agaete se rindió a los pocos minutos, ante las amenazas de sufrir un bombardeo.

En Tenerife, a partir de la una de la madrugada del 18 de julio se reunieron los mandos militares en la Comandancia Militar. Cuatro horas después las tropas salían a la calle, ocupando los lugares estratégicos de la ciudad (el Cabildo, el Ayuntamiento, la central eléctrica, los teléfonos) y proclamando el estado de guerra. Las fuerzas militares sublevadas procedentes de distintos cuarteles se dirigieron al Gobierno Civil. Frente al edificio emplazaron varias ametralladoras y una pieza de artillería. El comandante Ureña comunicó al gobernador civil su destitución y arresto por orden del comandante militar. La primera autoridad de la provincia no ofreció resistencia. A última hora de la mañana la situación parece controlada por las fuerzas sublevadas tanto en Santa Cruz como en los principales pueblos. Se envían expediciones militares al sur de la isla y en Granadilla, el núcleo de población más importante de la comarca, se sitúa de guarnición permanente un batallón pertrechado de ametralladoras y artillería que servirá para el control de la zona.

A las seis de la tarde del mismo 18 de julio, cuando toda la isla parecía en calma, surgen los primeros focos de resistencia en la capital. Espoleado por las noticias y rumores del fracaso del golpe, el teniente de la Guardia de Asalto González Campos sale del cuartel de los Guardias, situado en la calle San Francisco, al mando de un grupo de unos sesenta efectivos, con la intención de recuperar el Gobierno Civil y restaurar la legalidad republicana. Al mismo tiempo, un grupo de obreros se concentra frente al Gobierno Civil, dando gritos a favor de la República. Se inicia un tiroteo, en el que mueren el cabo de Asalto Antonio Serrano y el falangista Santiago Cuadrado. Tres paisanos resultan heridos de bala. Fracasado el intento, los guardias se retiran a su cuartel, donde fueron detenidos al día siguiente.

La autoridad militar procede a la clausura de las sociedades obreras y sindicales, incautándose de sus edificios. Los elementos más significativos del Frente Popular son detenidos. La tranquilidad era ya absoluta en Santa Cruz, aunque en los días posteriores se cometieron diversos actos de hostigamiento sobre las patrullas militares, disparadas desde las azoteas y atacadas con piedras.

Por la tarde también reinaba la tranquilidad en La Laguna, segundo núcleo de población. Los artilleros del Grupo de Montaña de Tenerife, acantonados en la ciudad, se apoderaron la mañana del día 18 de todos los lugares estratégicos de la localidad sin encontrar ningún tipo de resistencia.

En la isla de La Palma los militares comprometidos preveían contar con veinticinco soldados, el refuerzo de doce guardias civiles y la colaboración de ocho o diez civiles armados, fuerzas escasas ante la esperada respuesta comunista, pues en la capital, Santa Cruz de La Palma, se concentraba el foco marxista mejor organizado del archipiélago canario. Los militares consideraron fundamental el factor sorpresa, lo que no consiguieron. El mensaje dirigido a los implicados el 18 de julio fue interceptado por el jefe de telégrafos, quien lo entregó al delegado del gobierno.

Los sublevados decidieron esperar a la noche para maniobrar mejor y además aumentar sus fuerzas con varios guardias civiles más procedentes de algunas localidades de la isla y con civiles voluntarios. Sin embargo, a la hora convenida para salir a la calle, la Guardia Civil no se decidió. Los voluntarios civiles no pudieron acercarse al cuartel, rodeado este por afiliados de la Federación de Trabajadores de La Palma. La Guardia de Asalto se ponía a disposición de las autoridades republicanas. De esta forma, la toma de la ciudad por los sublevados quedaba frustrada y los militares rebeldes no tenían otra alternativa que acuartelarse a la espera de refuerzos. El golpe de Estado había fracasado.

Las patrullas armadas rodearon el cuartel de San Francisco durante una semana, «La Semana Roja». Las autoridades republicanas intentaron la rendición de forma dialogada, sin conseguirlo, mientras esperaban que refuerzos militares redujesen la guarnición sublevada. Pero llegó antes el cañonero Canalejas, el 25 de julio, con la misión de reducir a las fuerzas y autoridades republicanas. Las organizaciones obreras intentaron resistir, desplegadas por el muelle. El comandante del Canalejas ordenó bombardear los alrededores de la ciudad, lo que bastó para conseguir la rendición. Las tropas desembarcadas por el cañonero tomaron sin lucha la capital de la isla. Una vez tomada Santa Cruz de La Palma, los sublevados armaron a un grupo de falangistas que recorrieron los pueblos de la isla clausurando las sedes de las organizaciones políticas y sindicales y cambiando a las autoridades municipales, tras las oportunas detenciones.

En La Gomera el golpe militar tiene su centro de seguimiento en el pueblo de Hermigua. El día 18 amanecen todos los falangistas armados, en número de sesenta y cinco, con fusiles facilitados en el cuartel de la Guardia Civil. En Vallehermoso, la noche del 22 de julio, el brigada de la Guardia Civil Francisco Mas García decidió hacer frente con sus fuerzas a las tropas sublevadas, con lo que consiguió mantener la legalidad republicana. La Guardia de Asalto se encargó de patrullar las calles. Al día siguiente llegaron a La Gomera las fuerzas militares sublevadas procedentes de Tenerife, que marcharon hacia Vallehermoso, donde las organizaciones obreras habían organizado la defensa de la ciudad. En esta última población fueron recibidas a tiros el día 24. Dos días más tarde las fuerzas y autoridades republicanas se rindieron.

En el resto de las Islas Canarias, Lanzarote, El Hierro y Fuerteventura, apenas se produjeron incidentes en julio del 36. Sus escasas fuerzas militares se sumaron sin más al alzamiento, desapareciendo las autoridades republicanas sin ningún tipo de oposición.

A la altura de 1936, España aún lograba conservar en África las colonias de Guinea, Sidi Ifni y Sahara. Sobre todo en la primera, su alejamiento y casi absoluto aislamiento del gobierno central y de la vida nacional hacía que preocupasen más los acontecimientos de las colonias francesas y británicas cercanas que los de una sociedad como la española, con la que paulatinamente se iba teniendo menos elementos en común. Las noticias del 17 y 18 de julio se acogieron con la misma falta de interés que otros acontecimientos metropolitanos anteriores. «Era más importante la cosecha de café y la aburrida vida social de Santa Isabel que lo que pudiese ocurrir en Madrid o Sevilla»[2].

En Guinea el alzamiento triunfó en la isla de Fernando Poo, donde residía el gobernador Luis Sánchez Guerra, aunque tardíamente: tres meses después del vivido en la metrópoli. En el continente, sin embargo, fracasó, quedando dividida la colonia territorial e ideológicamente.

El gobernador fue destituido por el gobierno ante la fuga de los mandos del crucero Méndez Núñez, en Santa Isabel desde el 24 de junio. La marinería había logrado detenerlos por sus simpatías con los militares sublevados. La sustitución del gobernador por el excoronel Estanislao Lluesma, cargo que había desempeñado con anterioridad, llevó a ciertos sectores del viejo funcionariado colonial, así como a la totalidad de la Guardia Colonial, junto a pequeños grupos de plantadores, a sublevarse a favor del bando franquista el 19 de septiembre de 1936. El teniente coronel Luis Serrano, jefe de la Guardia Colonial, declaró el estado de guerra y sumó la isla al bando nacional. Hubo una leve resistencia que causó un herido de bala en una pierna.

Los hechos ocurridos en Santa Isabel, capital de la isla, pronto fueron conocidos en Bata, capital del continente, donde la rápida actuación del subgobernador Hernández Porcel hizo inviable el intento de los mandos de la Guardia Colonial por seguir las órdenes del teniente coronel Serrano. Sin embargo, los alzados triunfaron en los territorios de Kogo y Benito. Para reforzar la situación de la mayor parte del territorio continental llegó el vapor Ciudad de Ibiza cargado de alimentos y de tropas. Tras un pequeño combate entre la marinería republicana y la Guardia Colonial a orillas del río Ecucu, todo el continente quedó en poder de la República. Se produjo un canje de prisioneros y la salida de los partidarios del bando nacional por medio del vapor alemán Wakama y del sueco Aodrin hacia Camerún y Gabón, para poco después pasar a Santa Isabel. La situación quedaba definida y dividida en dos bandos que, sin ayuda de la metrópoli, no tenían capacidad de intentar una acción decisiva contra la otra parte.

En Ifni y Sahara la guarnición terminará decantándose por el lado de los militares alzados tras algunos incidentes entre los propios militares, a causa de existir partidarios de ambos bandos. La tropa acantonada constaba de varias unidades indígenas así como unidades disciplinarias o provenientes de las Canarias, a las que se sumaban un reducido grupo de aviación compuesto por cuatro Fokker estacionados en Villa Cisneros. Apenas existía población civil, salvo algunos empleados de las pesquerías o de empresas marítimas y en Sahara unos cuantos presos políticos en calidad de semilibertad, ya que durante la República esta colonia fue empleada como campo de deportados.

En Sidi Ifni el 15 de agosto el capitán Molero Pimentel, jefe del II Tabor, proclamó la adhesión a la «España nacional» ante todas las tropas formadas en el patio del cuartel, aprovechando la partida del jefe del batallón de Tiradores, Montero, para una inspección de rutina. Al día siguiente, el capitán Muntaner lanzará un ataque con su tabor, destacado en Asaka y Tiliuín, contra los sublevados, produciéndose un muerto y un herido entre los tiradores, siendo vencido Muntaner al pasarse a los alzados su oficialidad. En Cabo Juby, Villa Cisneros y La Agüera los militares vivían por y para las Canarias, por lo que desde el momento en que estas se adhirieron a la sublevación las guarniciones de estos puestos costeros se inclinaron por esta causa. En Cabo Juby, el puesto más importante, donde se encontraba el delegado del gobierno así como la plana mayor del territorio, el capitán Burguete decidió obedecer las órdenes de Sevilla y enviar inmediatamente a esa ciudad los cuatro aviones Fokker.