11. El noroeste: Galicia, un triunfo fácil para los soblevados

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El noroeste: Galicia, un triunfo fácil para los sublevados

EN GALICIA TRIUNFÓ EL alzamiento. La Coruña se convirtió en un símbolo decisivo para el destino del golpe en esta región[1]. La población de La Coruña comenzó a saber de la sublevación de las tropas en Marruecos el 17 de julio por el continuo toque de sirenas del puerto, clave utilizada por los sindicatos para avisar de la misma. Los sindicatos, sobre todo el anarquista FLO, convocaron una reunión de todas las organizaciones en la plaza de toros, donde se intentó organizar la defensa de la ciudad. Su líder, Moreno Torres, realizó un llamamiento a la toma de armas debido a la inactividad del Gobierno Civil: «Parecemos Hermanas de la Caridad, nosotros no debemos pedir armas, sino buscarlas, exactamente igual que cuando se va a la panadería a por pan».

El gobernador civil Pérez Carballo intentaba tomar decisiones en un momento en el que le llegaban noticias contradictorias. Por un lado, desde el gobierno de Madrid le remitían órdenes de calma y prudencia; por otro, desde pocos metros de su sede le llegaban noticias de la sublevación de los militares. En todo momento quiso ofrecer una imagen de tranquilidad y de dominio de la situación, para lo cual llegó a salir al balcón del Gobierno Civil acompañado de los mandos de la Guardia Civil y de Asalto. Además, consiguió que un camión de la Guardia Civil y dos de la Guardia de Asalto recorrieran la ciudad para demostrar su adhesión. También la actividad de los milicianos era evidente en la capital, adonde llegaban de todos los pueblos de la provincia ante la importancia estratégica que tenía la ciudad en esos primeros momentos. Se dedicaron a patrullar por las calles de la ciudad, especialmente por la noche.

La intensa actividad de vigilancia y la oposición del capitán general Salcedo no pudieron impedir el movimiento de los militares partidarios de la sublevación. El día 20 de julio numerosos mandos militares exigen a Salcedo la declaración del estado de guerra. Ante su negativa, y tras un forcejeo, el general cede el poder, tomándolo el militar más antiguo en la plaza, el coronel Cánovas Lacruz. Este declara con un bando el estado de guerra y deja el control militar de la ciudad al coronel Martín Alonso, que logra también el apoyo de la Guardia Civil.

La toma del Gobierno Civil se convirtió en el símbolo de la resistencia de milicianos y militares leales. Tras el lanzamiento de varios cañonazos, las autoridades civiles decidieron salir con bandera blanca de la institución tras aproximadamente dos horas de combate. La defensa del Gobierno Civil, encargada a la Guardia de Asalto, contó con cierto colaboracionismo por su parte, ya que tiraron unos treinta proyectiles hacia las fuerzas rebeldes y ninguno dio en el blanco… ¡todos fueron al agua! La actuación del resto de fuerzas de seguridad no fue más alentadora para las autoridades republicanas: la mayor parte de la plantilla de Carabineros se ausentó esos días por distintos motivos, fundamentalmente por problemas de salud, según alegaron. Los guardias municipales tuvieron más celo, pero poco pudieron hacer en su defensa de Correos, que fue entregado tras conversaciones con las tropas sublevadas. La resistencia de los milicianos se saldó con ocho muertos y treinta y seis heridos. Las fuerzas rebeldes tuvieron cuatro bajas. El día 21, la mayoría de las milicias llegadas de todos los pueblos salieron de la ciudad hacia sus lugares de origen o hacia las sierras más próximas. La toma de La Coruña finalizaba con relativa facilidad.

En Santiago de Compostela, las tropas militares y la Guardia Civil salieron a la calle a las cero horas del día 21 tras una señal de dos cañonazos. Una hora y media después la ciudad era ocupada tras el control de los principales puntos estratégicos sin ningún tipo de resistencia: Ayuntamiento, Universidad, Radio Galicia, cárcel… A las dos de la mañana fue proclamado el estado de guerra. Al amanecer, la ciudad estaba tomada por los militares con puestos de ametralladoras situados en lugares estratégicos, especialmente en las antiguas puertas de entrada y en los cruces de vías de comunicación.

En Ferrol se sublevaron los mandos de la Marina al conocerse la declaración del estado de guerra en La Coruña. Las autoridades municipales organizaron una manifestación de repulsa, que salió del Ayuntamiento y Casa del Pueblo a las tres de la tarde del día 20, previo el disparo de tres bombas. Los manifestantes se dirigieron hacia el Arsenal, pero fueron recibidos en la Puerta del Dique con una ametralladora instalada en su azotea, entablándose un intenso tiroteo. Los manifestantes se dirigieron entonces a la Puerta del Parque, siguiendo la muralla, intentando saltar las tapias del cuartel de Instrucción. Otra ametralladora ubicada en la azotea de Artillería acabó con las intenciones de los manifestantes, que se fueron hacia el centro de la población. A continuación, las fuerzas de Artillería e Infantería de Marina y Ejército se dirigieron también hacia el centro de la ciudad. Fueron recibidos por algunos disparos de los obreros, aunque pronto consiguieron hacerse con el control de la ciudad. El alcalde se rendía tras la amenaza de ser bombardeado el edificio consistorial.

Al mismo tiempo, la marinería de los buques España, Contramaestre Casado y Cervera se amotinaba, al negarse la tropa a secundar las órdenes de sus comandantes para que desembarcaran y contribuyeran a la toma de la ciudad con el resto de las fuerzas militares[2]. En el España se produjo un intenso tiroteo entre oficiales y marineros que acabó con la muerte del comandante y de varios de sus oficiales. Mejor suerte corrieron los mandos del Contramaestre Casado, cuyo comandante y oficiales fueron encerrados en la cámara de estos. En el crucero Cervera, que se encontraba en el Dique de la Constructora Naval, mataron al segundo comandante cuando intentaba subir a cubierta para reprimir el amotinamiento, y después de un tiroteo entre amotinados y jefes y oficiales, estos fueron detenidos y recluidos en la cámara del comandante, quedando el buque en poder de los marineros.

Las fuerzas leales a la República de los tres buques consiguieron apoderarse de gran parte del Arsenal, excepto las Puertas del Parque y Dique, la Comandancia General, el cuartel de Guardias Arsenales y el buque Velasco, único que permaneció fiel a las tropas sublevadas. Del Estado Mayor llegaron dos jefes a la Comandancia General que destituyeron al almirante del Arsenal. Durante toda la noche hubo un intenso tiroteo entre unos y otros, especialmente contra los buques. A las fuerzas de Artillería e Infantería de Marina se sumaron las de la Guardia Civil, que no descansaban en su tiroteo hacia el España desde su cuartel, instalado en el edificio de la Intervención de Marina. Desde el Cervera se hicieron varios disparos de cañón sobre la Comandancia General, lo que obligó a trasladarla a la Casa de Correos.

En la mañana del día 21 un avión Saboya, perteneciente al Polígono de Marín, lanzó algunas bombas sobre el Cervera, amenazando con continuar con el resto de buques e instalaciones del Arsenal en poder de los republicanos. Al caer la tarde de ese mismo día empezaron a rendirse todas las dependencias y buques. El cese total de las hostilidades se producía en la madrugada del día 22.

En Lugo durante la noche del 18 de julio hicieron explosión, sin consecuencias graves, diversos artefactos explosivos colocados en el Palacio Episcopal, en la catedral y en las cercanías del seminario. El día 19 comenzaron a concentrarse en el Gobierno Civil gran número de representantes de organizaciones obreras para exigir al gobernador una actuación rápida y enérgica como la que ellos venían haciendo con la huelga convocada que había logrado cerrar los comercios de la ciudad. El gobernador se sintió desbordado y, quizá, asustado, hasta tal punto que tuvo que echar a algunos de su despacho y amenazar con «resignar el mando y marcharse si toda aquella gente no se retiraba y cumplía sus órdenes de abandonar las calles y volver al trabajo». También ordenó la incautación de todas las armas de las armerías, que quedaron depositadas en el Gobierno Civil a pesar de la insistente petición de obreros y mineros venidos de distintos puntos de la provincia.

Hacia las tres de la tarde del día 20 de julio las fuerzas del Regimiento de Lugo y de la Guardia Civil salieron a la calle, tras el conocimiento del comandante militar de la plaza de que el general de la VIII División había declarado el estado de guerra. Se emplazaron ametralladoras en la muralla y las patrullas se dirigieron hacia los organismos oficiales. En el Gobierno Civil se obligó al gobernador a resignar el mando en la autoridad militar, orden que acató por la fuerza tras mostrar su total desacuerdo. El coronel Xaso Agüero mandó salir a una compañía con bandera, música y banda de trompetas y tambores para dar lectura del bando que declaraba el estado de guerra.

Durante toda la tarde los obreros abandonaron el trabajo y jóvenes falangistas y otros civiles que se ofrecieron a las autoridades militares fueron armados en el cuartel de San Fernando. Con las armas en las manos se dedicaron a servicios de vigilancia, practicando varias detenciones y evitando la concentración de los llegados de otros pueblos. La capital quedaba pacificada.

Entre las zonas que destacaron por su resistencia al golpe militar sobresalió la de Monforte, municipio de gran valor estratégico al comunicar por ferrocarril el resto de Galicia y ser capital comercial en la zona sur. Tras conocerse la declaración del estado de guerra, una pequeña columna de la Guardia Civil salió a la calle, tomando sin resistencia el Ayuntamiento y otros lugares estratégicos, aunque las organizaciones obreras respondieron declarando la huelga general, que paralizó durante varios días la vida comercial e industrial de la población. Los acontecimientos fueron más trágicos en algunos municipios del partido judicial, como por ejemplo en Sober, donde los enfrentamientos provocaron dos muertos. En otros municipios también hubo resistencia, como en San Clodio, donde las fuerzas de la Guardia Civil fueron recibidas a tiros desde las barricadas. En Ribadeo, el día 23 de julio dos columnas procedentes de Lugo entraron en la ciudad «disparando a diestro y siniestro».

En la mayoría de las poblaciones apenas hubo resistencia. Curioso fue el caso de Mondoñedo, que un día antes de la entrada de las fuerzas del Ejército ya estaba tomada por los falangistas. En Villalba por no pasar, no pasó ni la guerra… El periódico El Progreso del 9 de agosto decía: «Villalba es un pueblo excepcional. Aquí no ha llegado la guerra. Prueba de ello son las numerosas familias que vienen a esta villa con objeto de pasar el verano tranquilamente».

En Orense, un telegrama cifrado procedente de La Coruña dio la noticia del inicio de la sublevación en Melilla a la Comandancia Militar de Orense. Su titular, el teniente coronel Luis Soto Rodríguez, se comunicó con el gobernador para mostrarle su preocupación por una eventual respuesta de las masas que provocase alteraciones de orden público, asegurándole que las tropas no saldrían a la calle si no era para contrarrestar a las masas obreras y que no declararía el estado de guerra si no se recibían órdenes de los responsables de la división orgánica, cuya fidelidad a la República parecía clara.

El gobernador decidió constituir rápidamente un Comité de Defensa de la República, donde estuvieran representadas todas las organizaciones del Frente Popular. Los sindicatos y partidos republicanos pedían detener a los mandos comprometidos con la sublevación y armas para el pueblo. El Partido Comunista actuó rápidamente organizando unas treinta escuadras, pero el gobernador no les dio el armamento solicitado con insistencia, accediendo cuando ya el despliegue militar era insuperable[3].

La única medida práctica de gran trascendencia que tomó el gobernador consistió en ordenar que el comandante de Carabineros Federico Ayala Victoria se trasladase a los puestos fronterizos de la mitad sur oriental de la provincia, para contactar con los obreros del ferrocarril para proceder entre todos al corte de puente y vías de comunicación con Zamora. Además, desde el Gobierno Civil salieron instrucciones a todos los ayuntamientos para que organizaran la defensa y requisaran armas y estimularan los registros. «Sobraba entusiasmo antifascista, pero en todas partes faltaban armas y dirección. Por eso, en muchos puntos, autoridades locales y comités organizaron requisas, pero los resultados fueron desalentadores: apenas unas cuantas escopetas de caza y contados revólveres y pistolas».

Las fuerzas civiles comprometidas anduvieron más activas que las militares. Acudieron con prontitud al cuartel a ponerse a disposición del comandante José Ceano, del Batallón de Infantería, a la vez que a intimidarlo para que secundara el golpe.

Los acontecimientos se precipitaron el día 20, una vez proclamado el estado de guerra en La Coruña. Entonces, el teniente coronel de la Guardia Civil Federico Martín de Hijas y el teniente coronel Soto se pusieron al frente del grupo de oficiales que tomó sin derramamiento de sangre la sede del Gobierno Civil, quedando el gobernador retenido en sus habitaciones. El único conato de resistencia en la capital se produjo en las proximidades del Jardín del Posío, donde un grupo de defensores de la República intentó cortar las comunicaciones, pero bastó la presencia de las tropas y unas ráfagas para que se dispersaran apresuradamente. El estado de guerra se proclamaba sin provocar ningún incidente.

En el resto de la provincia las autoridades y milicias republicanas se desvanecieron al conocerse la situación de la capital. Como excepciones resaltar la población de Verín, donde los obreros se hicieron dueños de la situación durante tres jornadas, pero la mera presencia de una columna fuertemente armada los disolvió. También Villar de Barrio, en cuyas proximidades una columna disolvió a tiros a centenares de obreros del ferrocarril que aguardaban la llegada de un cargamento de armas que los dirigentes comunistas les habrían prometido. Y, por último, las comarcas de Valedoras y Las Freiras, donde se producen los más importantes actos de resistencia. En las proximidades del Ayuntamiento de Vilamartín, en la primera de esas comarcas, los sublevados sufren la única baja de toda la provincia: un guardia civil muerto en el enfrentamiento con los milicianos que se hicieron fuertes a la entrada de la localidad. En La Gudiña y La Mezquita la resistencia se prolongó cuatro jornadas ocasionando varias víctimas.

En Pontevedra las autoridades respondieron con prontitud al golpe, asegurando el control de la situación en la provincia hasta el día 20 de julio. El día 17 el gobernador civil y el comisario jefe de la Policía ordenaron el control de los puertos y las fronteras de la provincia. La madrugada del 18 se estableció un operativo de vigilancia sobre el cuartel de Artillería de la capital. Por la tarde, el gobernador Gonzalo Acosta Pan visitó las poblaciones del sur de la provincia, fronterizas con Portugal. En una de ellas, Tuy, el gobernador mantuvo una reunión con el Comité de Defensa de la República en el que figuraban todas las organizaciones del Frente Popular del Ayuntamiento. A partir de entonces las milicias comenzaron a patrullar por la ciudad.

En la capital de la provincia también se celebró una reunión similar, quedando constituido la noche del 18 de julio el Comité de Defensa de la República, presidido por Jacobo Zbarsky. Ordenó la requisa de armas y explosivos y encargó la organización de las «guardias rojas», con la activa participación de los comunistas.

Ante la desconfianza que le producía la guarnición militar, el día 19 el gobernador se puso en comunicación con todos los alcaldes de la provincia para que adoptasen las medidas de defensa de la legalidad que estimasen oportunas, entre ellas la concentración en sus depósitos municipales de las armas y municiones de las armerías y expendedurías. Después hablaría con las principales autoridades militares, quienes le desmintieron su incorporación al golpe. Sin embargo, el comandante militar de la plaza, Felipe Sánchez, ya había ordenado imprimir el bando de guerra en la multicopista del Batallón del Regimiento Mérida, que la mañana siguiente emplearía para confirmar su adhesión a la rebelión.

El alzamiento en la provincia se inició en Vigo el día 20 de julio. Una compañía de Infantería dirigida por el capitán Carreró recorrió las calles de la ciudad y en la Puerta del Sol leía la declaración del estado de guerra. Algunos de los presentes trataron de impedir su lectura y forcejearon con los soldados, quienes hicieron uso de sus armas provocando los primeros muertos de la provincia en la rebelión militar. Los sublevados ocuparon la Casa del Pueblo y las fuerzas armadas se instalaron en tejados y azoteas de distintos puntos de la ciudad desde donde controlaban los movimientos de los resistentes. Tras varios intentos para conseguir armas de la Guardia Civil, la corporación municipal se rindió a las ocho de la tarde. Quedaron diversos focos armados de resistencia, que fueron definitivamente sofocados el día 23 por fuerzas del cuartel de Mérida, de una sección de Artillería llegada de Pontevedra y por la Guardia Civil.

Desbordados por las noticias que llegaban de Vigo y de La Coruña, el gobernador y el alcalde de Pontevedra, junto al Comité de Defensa de la República, prepararon la defensa de los principales centros civiles y de algunos puntos neurálgicos de la ciudad. Las medidas no impidieron la salida de los militares y Guardia Civil a la calle, que en primer lugar dispararon a la muchedumbre concentrada frente al cuartel de la Guardia Civil y del Ayuntamiento en señal de repulsa por los acontecimientos, provocando la estampida de los congregados. Ante la salida de las tropas a la calle, el gobernador civil se mostró partidario de entregar el mando, a lo que se decidió finalmente tras el ultimátum lanzado por el general José Luis Iglesias Martínez quien, incorporado a la sublevación, declaró el estado de guerra. La resistencia más seria la pusieron un grupo de sargentos del Regimiento de Artillería n.º 15. Milicianos y «guardias rojas» decidieron enfrentarse a los rebeldes, que debieron emplearse a fondo para tomar el Ayuntamiento de Pontevedra, llegando a ser necesaria la colocación de un cañón frente al edificio y disparar contra los que pretendían su defensa. No fueron los únicos focos de resistencia en la ciudad. Entre todos se contabilizaron tres muertos.

En algunas villas, como La Estrada, Cuntis, Moraña, Puenteareas o Villagarcía, la Guardia Civil se encargó de tomar rápidamente el poder después de la lectura del bando. En otras, como Cangas, el estado de guerra fue declarado por el teniente de Carabineros, al que acompañaban guardias civiles y falangistas. En la mayoría de las poblaciones no se produjo resistencia al golpe. En Marín, los militares del polígono declararon a las seis de la tarde el estado de guerra desde un balcón del Ayuntamiento escoltados por un cañón. Después, con sus hidroaviones y sus soldados ayudarán a las fuerzas de Pontevedra a tomar los pueblos de la comarca, si bien el día 22 de julio la base sufrirá un levantamiento de suboficiales y marineros fieles a la República que será reprimido con la ayuda de las fuerzas de Artillería y Guardia Civil de la capital de la provincia.

También merece destacarse la resistencia al golpe en Tuy. El Comité de Defensa de la República consiguió concentrar un grupo de más de sesenta carabineros y algunas fuerzas de marinería y de milicianos. Se atrincheraron a la entrada de la ciudad y a tres kilómetros de esta. Fuerzas armadas golpistas de Orense, Vigo y Pontevedra se concentraron el día 25 frente a la defensa de la ciudad, de la que se apoderaron el día siguiente tras duros ataques por tierra y aire. El último punto de resistencia de la provincia fue Salvaterra, que aguantó hasta el día 27 de julio.