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El viernes 13 de julio, Arancha y Diana se volvieron a citar en el despacho del Grupo de Delitos Tecnológicos del complejo policial de Canillas. El día anterior habían estado acuarteladas esperando a que el asesino respondiera el correo que le enviaron, pero por más que chequeaban la cuenta no les llegó ningún mensaje nuevo. Estuvieron leyendo decenas de correos de otros tantos tarados que respondían a alguna de las cuentas que abrieron en Facebook, Twitter o alguno de los blogs donde habían dejado mensajes provocadores. Pero ninguno de esos comunicados que estuvieron leyendo se podía comparar con el del asesino.

—Hoy es día de mala suerte —dijo Arancha mientras dejaba un bolso diminuto y de color negro sobre la mesa de los ordenadores.

Diana supo que se refería al día. Era viernes y 13.

—Yo no soy supersticiosa —replicó.

El nerviosismo de la inspectora Arancha era patente. Después de todo, pensó Diana, ella tampoco era una experimentada policía con muchos años de carrera. Más bien era una joven policía que tuvo la suerte de aprobar la oposición de la escala ejecutiva y accedió directamente a inspectora.

El teléfono sonó y las dos supieron que era el comisario Celestino Rivero el que llamaba. Apenas quedaban dos días para citarse con el asesino y los preparativos llevaban a toda la Brigada de cabeza.

—No tenemos nada —dijo Arancha antes de descolgar—. Sí, jefe. No, aún no ha respondido. ¿Un hotel? ¿Por qué? Me parecía mejor idea la del piso. Bueno, dentro de un rato subiré y hablamos.

Cuando hubo colgado torció la boca y chasqueó la lengua varias veces. Diana supo que algo no iba bien.

—¿Problemas?

—Más bien contratiempos —respondió Arancha—. El jefe está molesto porque el asesino no ha respondido. Piensa que quizá sospeche.

—No es culpa nuestra —dijo Diana.

—Ya, pero no vamos a tener otra oportunidad de pillarlo. Me ha dicho el comisario que creen que saben quién es.

—¿Lo saben? ¿Y quién es?

—No me lo ha dicho. Pero anda tras la pista. Dice que sería mejor citar al asesino en un hotel de Barcelona.

—¿Un hotel? ¿Por qué? —Diana tenía que arrancarle a Arancha las respuestas. La inspectora no tenía ganas de hablar.

—No sé, dice que es mejor y más seguro. Según el comisario el asesino sospecharía de un piso.

—Siempre ha matado en pisos —afirmó Diana—. Un hotel quizá le haría sospechar.

—Eso pienso yo también —asintió Arancha—. Pero el jefe es el jefe.

—Él será el jefe de la Brigada, pero tú eres la que lleva el peso de la operación —dijo Diana para regocijo de la inspectora. La complicidad entre las dos se hacía cada vez más latente.

—Tengo ganas de que esto termine —dijo Arancha—. Y tengo ganas de que termine bien. Al final será lo de siempre. Si sale bien medallas para todos los jefes. Si sale mal rapapolvos para las currantas.

Diana pensó que Arancha se había olvidado de que ella también era jefa.

—Voy a seguir leyendo tonterías —dijo mientras se sentaba frente a uno de los ordenadores.

Arancha se acercó a la ventana y se apoyó en la pared acariciando la persiana de plástico. Diana sintió lástima por ella. Este era su mundo, y esta, la operación más importante que seguramente llevaría nunca. La joven policía comprendía lo duro que tenía que ser tener un jefe por encima que acaparara todo el mérito.

Estaba a punto de encenderse un cigarrillo cuando en la bandeja de entrada del correo llegó un mensaje de erika_fraguas15@gmail.com. El asesino había respondido.

Estimadas Demetria y Diana, estoy deseosa de poder veros este domingo en el piso que tenéis en Barcelona. Estoy segura de que las tres nos lo vamos a pasar en grande. No sé si podré aguantar hasta entonces. Os adjunto una fotografía para que os hagáis una idea de cómo soy, espero que os guste tanto como vosotras me gustáis a mí. Besos de Erika.

—Ha respondido —dijo eufórica Diana.

Arancha se acercó hasta la mesa y se puso detrás de ella para leer el mensaje. El asesino había adjuntado una fotografía en la que se veía a una chica completamente desnuda y a gatas. Su semblante era serio y tenía los ojos vidriosos. Las dos la reconocieron enseguida.

—Hijo de perra —exclamó Arancha.

La fotografía que había enviado el asesino era de una de las chicas asesinadas en Barcelona. Era la foto de Erika Fraguas. El asesino no había tenido ningún pudor en utilizar el nombre y la imagen de la chica que había asesinado un mes antes.

—Solo con estos correos y estas fotografías ya es suficiente para encerrarlo cuarenta años —dijo Diana.

Arancha no la había escuchado ya que estaba hablando por teléfono. No pudo esperar a llamar al comisario.

—Sí, jefe. Ha respondido el correo y pide lugar de encuentro. Es la foto de la chica asesinada. Seguro. Un momento. —Arancha dejó el teléfono y cogió papel y lápiz—. Dime. Hotel Marola, paseo de Sant Joan número 191. Habitación 315. Está bien. Perfecto. Sí, le diremos que a las tres de la tarde. Sí, a esa hora hay poca gente en la calle. Gracias.

Cuando hubo colgado, Diana se acercó a la ventana de la galería y encendió un cigarrillo. La joven policía también estaba nerviosa.

—La Brigada de Información de Barcelona ha reservado una habitación en el Hotel Marola de Barcelona —dijo Arancha sonriendo—. El hotel está enfrente mismo del piso franco, así el grupo de operaciones especiales podrá estar allí acuartelado y pendientes de nosotras.

—¿A qué nombre han reservado la habitación? —preguntó Diana.

—Y eso qué más da —respondió enfadada Arancha—. La han reservado y ya está. No tenemos tiempo para ir pensando en todo. Tenemos que centrarnos.

—Nuestro trabajo ya ha terminado —dijo Diana mientras apagaba el cigarrillo a medio fumar y se sentaba delante del ordenador, había que responder al asesino.

—¿Por qué dices eso?

—Porque el asesino irá al hotel y allí lo detendrán los del grupo, la Judicial, Información. Ni siquiera es necesario que nosotras vayamos hasta allí.

—Sí que es necesario —rebatió Arancha—. Él no entrará en el hotel hasta que no nos vea. Nosotras tenemos que estar en la habitación cuando él llegue. Pero seguramente ni siquiera entrará, antes lo detendrán los nuestros en cuanto le vean aparecer. Respóndele ahora.

Diana se dispuso a escribir.

Bella Erika, tanto Diana como yo nos hemos quedado embelesadas con tu belleza, eres una auténtica mujer. Nosotras también estamos deseosas de que llegue el domingo y disfrutar de una tarde de sexo contigo. Nos apetece cubrir tu cuerpo de besos. Nos veremos en el Hotel Marola, paseo de Sant Joan número 191, habitación 315. Demetria y Diana.

—¿Está bien así?

—Sí —respondió Arancha—. Dale a enviar.

Inmediatamente les llegó una respuesta.

—Está conectado ahora mismo —dijo Arancha—. Imprime la pantalla.

—¿La pantalla?

—Sí, bueno, antes dale a la opción «Mostrar original» de Gmail.

Diana hizo lo que le dijo Arancha y vio un mensaje de texto muy largo con una cabecera llena de números y palabras extrañas.

—Es el mensaje en bruto —le explicó Arancha—. Los del grupo pueden sacar la ubicación del emisor descifrando la IP. Esto es lo que has de imprimir.

La impresora escupió dos folios que Arancha cogió con celeridad y los sostuvo en su mano. El correo del asesino preguntaba:

«¿Por qué un hotel?»

—Ya te he dicho que lo del hotel no era buena idea —dijo Diana—. Puede que desconfíe.

Arancha ni siquiera la escuchó. La inspectora había salido al pasillo y había entregado el puñado de folios con los datos del correo al informático del despacho de al lado. César trabajaba en esos momentos en uno de los ordenadores. El monitor estaba completamente en negro y una hilera constante de números y letras recorrían la pantalla de izquierda a derecha. Arancha no pudo evitar acordarse de la película Matrix.

—¿Podrás decirnos desde dónde se está conectando?

El informático leyó deprisa la cabecera del correo del asesino.

—Esta IP no es real —susurró.

—¿Cómo que no es real?

—Sí. Es como si la IP de referencia fuese inventada. No se corresponde con ninguna de las que conocemos.

—¿Es posible que se conecte desde el extranjero?

—Es posible —asintió César—. Necesito más tiempo.

—Está bien. Está bien. Cuando sepas algo me lo dices. Estaremos ahí al lado.

Cuando regresó Arancha a su despacho, le dijo a Diana:

—Perdona, tenemos que saber dónde está ahora mismo. Dile que un hotel es más romántico.

—¿Romántico? —sonrió Diana—. Estamos hablando de quedar tres niñas de quince años a comérnoslo todo y tú quieres que le diga que es romántico.

—Él utiliza un lenguaje trasnochado —dijo Arancha—. Dice palabras como deseosa, yo creo que romántico le gustará.

Diana torció el gesto.

—¿Sabemos desde dónde se conecta?

—De momento, no.

—Oye, no sería mejor decirle que en el piso no habría intimidad o que puede que tus padres regresen antes y que en el hotel estaríamos mejor —sugirió Diana.

—Vale —acató Arancha—. Dile que en el hotel estaremos solas, más seguras y que será más romántico.

Una vez que envió el correo, el asesino no respondió.